por MIGUEL MONTEZUMA*
En política no hay dilema, hay costo
La izquierda brasileña, especialmente la comunidad negra alfabetizada que se ubica allí con mayor incidencia, pero de manera fragmentada, enfrenta una situación difícil. En el centro de los temas que abordan, con legítima preocupación, se encuentran dos personalidades de este bloque político y grupo racial: Silvio de Almeida, acusado de acoso, y Anielle Franco, una de las posibles víctimas.
Entre el ministro de Derechos Humanos y el ministro de Igualdad Racial, ambos intelectuales negros, el bloque de izquierda está dividido y, en consecuencia, la comunidad negra, fragmentada debido a su frágil autonomía política. Debaten como si las métricas defensivas de un bando o del otro, anticipadas y por tanto equivocadas, pudieran determinarse mediante un concurso de popularidad; evaluación del currículo político y académico; en definitiva, del valor de estas pinturas para el campo progresista. Y este dilema es falso.
Se basa en una crítica a veces más rítmica por la temporalidad de las redes, que por la debida reflexión estructurada en un cálculo político más mesurado en su ejercicio de diferenciación entre narrativa y hecho. Por prisa, ingenuidad o excesivo predominio de una visión subjetiva de las cuestiones relacionadas con el poder, algunos creen que es posible resolver inmediatamente la situación, salvando al imputado o víctima incluso antes de que tenga pleno conocimiento de los hechos y sus implicaciones.
Hacen esto porque se sienten humillados, especialmente los negros alfabetizados y con cierto grado de justicia porque comparten predicados de raza, clase y ocupación, tanto con el acusado como con la víctima. Por eso ahora quieren presentar resoluciones a un tema que les avergüenza, les molesta íntimamente, porque son sujetos que los representan, que son notables, supuestamente entre lo mejor que podemos brindar como comunidad.
Quizás, en estas reacciones al caso Silvio de Almeida y Anielle Franco, no hay una conciencia básica de una de las premisas del cálculo y de la acción política que de él se deriva: no hay dilemas en asuntos que cruzan el poder, hay costos. Y esto, que puede ser grande o pequeño, es ciertamente inevitable.
En otras palabras, es imposible salvar al acusado o a la víctima sólo en el nivel de las narrativas políticas, porque en esta instancia superficial de la realidad, al carecer de la materialidad de los hechos, el daño a la imagen pública de ambos ya ha sido hecho. Y es grandioso por su potencial para humillarnos públicamente, imponiéndonos una derrota histórica en lo que respecta a la representación negra en el ejecutivo federal.
Entonces, ¿a quién deberíamos defender? La respuesta a esta pregunta no se localiza principalmente en la trayectoria pasada de los sujetos políticos involucrados. Se encuentra en otras cuestiones que guían nuestra acción como clase social y, por tanto, como grupo racial. Preguntas a las que siempre debemos volver ante estas situaciones: ¿Qué tipo de sociedad defendemos? ¿Quiénes son los actores políticos y clases sociales que pueden organizarnos en la tarea de transformar el orden social?
Tan pronto como lleguemos a estas respuestas, sabremos inmediatamente que la complacencia con cualquier forma de violencia contra las mujeres es inaceptable, independientemente de la posición política del acusado en la configuración del campo progresista. Así, como sabremos y también defenderemos, que cualquier movimiento hacia la criminalización de los hombres negros que no se dé a través de las exigencias del debido, e ineludible, proceso legal, que les garantice el derecho a defenderse, es producto del racismo estructural. estructura que apunta a preservar una forma de organización social del poder racista desde el cual nuestra comunidad, tan necesitada de autonomía y madurez política, quedará perpetuamente alienada de los espacios político-institucionales donde se toman las decisiones sobre el rumbo del país. En términos objetivos, nuestra defensa debe partir siempre del proyecto de sociedad que defendemos, nuestro cálculo debe considerar los costos para la clase y el grupo racial a través de una visión sistemática, basada en la síntesis, de lo que está en juego para nosotros en la lucha política.
Sin la necesaria reflexión sobre nuestra posición como clase, grupo racial y bloque político, nos comportaremos en relación a la crónica política basada en los intereses de otros sectores que no encarnan histórica, económica y culturalmente lo que fuimos, quiénes somos y puede estar en la Historia de este país. No nos daremos cuenta de que el costo de nuestra elección política es inevitable, no puede resolverse y puede afrontarse de manera justa entre la teoría, la práctica y la moral que constituye nuestra identidad como grupo.
Y precisamente por eso, si abordamos estos temas de manera contundente, cayendo en falsos dilemas, tomaremos posiciones que profundizarán aún más las divisiones en una comunidad política ya de por sí muy fragmentada.
*Michel Moctezuma es candidato a doctorado en sociología en la Universidad Federal de Bahía (UFBA).
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