por LUIS FELIPE MIGUEL*
Que te guste o no el carnaval no es el elemento que define la brasilidad de nadie
No he oído mucho sobre el ministro Silvio Almeida. Parece que adoptó una postura un tanto ambigua en la lucha contra el sionismo, lo cual es lamentable para alguien que está en el Ministerio de Derechos Humanos, pero es escasa la información que veo en la prensa.
Estuvo el sábado en una escuela de samba en São Paulo y desfiló anoche en Portela, en Río de Janeiro. Entrevistado, refirió los tópicos habituales en estas ocasiones y dijo: “Que te guste el carnaval es que te guste Brasil”.
¿Eso significa que no me gusta Brasil, ministro?
¿De qué carnaval, después de todo, habla Silvio Almeida?
¿De las escuelas de samba vinculadas a faltas? ¿De las cajas millonarias? ¿Las abadás caras, el vallado de las calles para que sólo pueda saltar la gente que paga?
¿O será el carnaval de los “bloques TikTok”? Sí, porque ahora el los derechos del nombre ¿Invadieron todo?
¿Quizás el carnaval del acoso sexual, la falta de baños, la cerveza caliente y cara?
¿Deberíamos ver en todo esto un reflejo de “gustar Brasil”?
Los políticos sinvergüenzas que practican su populismo en las escuelas de samba y los capitalistas destructivos que se emborrachan en los palcos, ¿son ejemplos de amor a la patria?
El investigador Luiz Antonio Simas describió hiperbólicamente el carnaval como “una celebración colectiva que confronta el individualismo y la decadencia de la vida grupal; conjunto de ritos que reavivan vínculos contrarios a la dilución comunitaria, fortalecen la pertenencia y la sociabilidad y crean redes de protección social en las grietas del desencanto”.
Es sonoro, aunque exagerado, unilateral, romantizado y teñido de un comunitarismo quizás problemático. Pero ¿cuánto del espectáculo turístico-comercial de Río de Janeiro, São Paulo o Salvador corresponde a esta definición?
¿Hay una afrenta al individualismo en las estrellas que negocian honorarios millonarios para cantar en las cuadras? ¿Existe una reacción contra el declive de la vida grupal entre las subcelebridades que compiten por un espacio en la televisión o en la revista Caras? ¿Hay un resurgimiento de los vínculos comunitarios en las empresas que desarrollan sus estrategias de marketing momesco? ¿Se fortalecen los bienes con los banqueros apostadores y su promiscuidad con el poder público? ¿La red de protección social está mejor señalizada por un celular robado o un beso forzado?
Puedes disfrutar de la fiesta y del espectáculo porque sí, sin adoptar todas esas tonterías.
¿Cómo puede alguien que construye su personalidad pública como un intelectual sofisticado, como el ministro Silvio Almeida, promover tan felizmente la equivalencia entre el carnaval abstracto (la fiesta popular) y el evento comercial concreto?
¿El hecho de que no me guste el carnaval disminuye mi amor por Brasil?
No me gusta el carnaval. He aprovechado las vacaciones para leer literatura (extranjera, ¡qué horrible!) y ver óperas en vídeo. A mí tampoco me gusta el fútbol. Ni siquiera en la playa. ¿Deberían revocarme mi nacionalidad? ¿O tengo derecho a respiro porque te gusta la feijoada?
A su manera, el discurso de Silvio Almeida es tan discriminatorio como el del nazi que fue secretario de Cultura de Jair Bolsonaro, quien pensaba que Brasil necesitaba “civilizarse” y empezar a escuchar sólo a Wagner.
Un buen carnaval para todos: para los que quieren saltar, para los que quieren descansar y también para los muchos que se ven obligados a trabajar estos días.
Esto simplemente no define nuestra brasilidad.
*Luis Felipe Miguel Es profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la UnB. Autor, entre otros libros, de Democracia en la periferia capitalista: impases en Brasil. (Auténtico) [https://amzn.to/45NRwS2]
Publicado originalmente en las redes sociales del autor.
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