por MARIANA LINS COSTA*
Extractos de la Introducción a la colección recientemente lanzada “Sobre el anarquismo, el sexo y el matrimonio” de Emma Goldman
Matrimonio y propiedad: la mujer como mercancía sexual
No es casualidad, gusto, inclinación o algún tipo de “berrinche” que, en el enfoque anarquista de Emma Goldman sobre la cuestión de su “sexo”, según su terminología, el tema del matrimonio ocupe un lugar central. Pensar en la mujer implica necesariamente pensar en el matrimonio y, curiosamente, como si, en consecuencia, en la maternidad. Aunque, lo mismo no se aplica al hombre. Como parece atestiguar la historia del pensamiento occidental, excepto quizás en las últimas décadas, pensar en los hombres prescinde de pensar en el matrimonio o la paternidad.
Esta “necesidad” de la relación entre los temas del matrimonio y la condición femenina no deriva, sin embargo, de una supuesta naturaleza intrínseca de la mujer, de un supuesto conjunto de “virtudes maritales” naturales, como si provinieran del útero; tampoco se debe a algún tipo de predestinación espiritual al amor incondicional que le haría merecedora, de triunfar, de la más alta posición de “reina del hogar”. Para Goldman, el matrimonio no tiene nada de natural, como tampoco tiene nada de espiritual, y lo que es aún más sorprendente: no tiene nada en común con el amor. Si pensar en el sexo femenino implica necesariamente pensar en el matrimonio, ello se debe a que el matrimonio fue, a lo largo de los siglos, el principal medio, si no el único, para que las mujeres alcanzaran alguna seguridad material y, en el mejor de los casos, , ascensión económica y social.
La consecuencia de tal “empleabilidad” mercantil del amor y del cuerpo es trágica, porque abarca la totalidad de las mujeres, no es particular ni accidental, como podría suponerse a primera vista. Al contrario: practicada, a lo largo de los siglos, llegó a interesar a su “espíritu”. Con la degradación a la condición de “mercancía sexual” (cuya finalidad primera y última sería proporcionar placer sexual a los hombres y/o la procreación), todo lo que se considera bello y elevado en una personalidad, como el honor, la inteligencia, la profundidad e incluso utilidad, se convierte, cuando en la mujer, en mero accidente de una condición esencialmente “sexual”; y, por tanto, un conjunto de atributos contingentes, por tanto prescindibles; cuando no es indeseable.
Véase en este sentido el diagnóstico contenido en su texto “Matrimonio y amor” (1910): “La mujer no tiene necesidad de saber nada de su marido, excepto sus ingresos. ¿Y qué necesita saber un hombre sobre una mujer además de si tiene una apariencia atractiva? Todavía no hemos superado el mito teológico de que la mujer no tiene alma, que es un mero apéndice del hombre [...] .[i]
Para esclarecer la condición de “mercancía sexual” a la que se degradaba a la mujer, Goldman señala que a lo largo de los siglos, las dos cualidades más notables de la mujer, más notables por ser las más negociables, eran la juventud y el atractivo físico –que podía o podía no ir acompañada de acuerdos que involucren dotes y dotes. Una negociación milenaria (en general, realizada por hombres) que tuvo como consecuencia la reducción cultural de la mujer a estas cualidades. Y esto, cuando, por un lado, la juventud y la belleza física que le caracterizan son atributos, por naturaleza, necesariamente pasajeros; y por otro, cuando la juventud, la salud y el florecimiento sexual de la mujer son precisamente las cualidades que tienden a marchitarse prematuramente dentro de una vida generalmente miserable e infeliz.
Bueno, pero ¿por qué habría de descifrarse el matrimonio como fórmula general para una vida miserable e infeliz? ¿No debería ser al revés? En este punto, Goldman es implacable: nos hace conscientes de que con el aumento ininterrumpido del número de niños (consecuencia natural de la prohibición legal de los métodos anticonceptivos que imperaba en la época),[ii] el aumento de las tareas del hogar, las noches de insomnio y, no tan raramente, las peleas con el marido y, en el caso de la gran mayoría de las mujeres, el cada vez más insuficiente presupuesto económico para su numerosa descendencia; la vida en el matrimonio tendería, en general, a ser realmente miserable e infeliz. Además, es importante considerar que, en tiempos de Goldman, a la esposa (consumida por la prisión doméstica que le imponía el matrimonio) se le prohibían prácticamente todos los medios para aliviar la infelicidad que le ofrece la cultura moderna.
Como describe la anarquista en su texto “Matrimonio” (1897): el hombre podía olvidar momentáneamente “sus desgracias en compañía de amigos”, podía “dejarse absorber por la política, o ahogar sus penas en un vaso de cerveza”; pero la mujer, inexorablemente encadenada a la casa por mil obligaciones, no podía gozar de ninguna distracción; la diversión y el placer individual le fueron negados por la opinión pública.[iii] En resumen, sólo se consideraba respetable a una mujer que permanecía en la servidumbre de su familia y de su marido. A pesar de que las estadísticas de divorcio crecían al galope en ese momento, el estado de divorciado implicaba una carga demasiado pesada para las mujeres y sus hijos, una carga que económicamente solo unos pocos podían soportar. Después de ofrecernos tal fresco de la infelicidad conyugal universal, Goldman rastrea el último y más largo acto del miserable destino de una esposa: el de no tardar en encontrarse física y psíquicamente arruinada.
Como pretende fundamentar en sus estudios sobre la “cuestión del sexo”, la condición de mercancía sexual (bajo cuyos parámetros “la mujer” fue “moldeada”) estuvo garantizada, a lo largo de los siglos, a través del ocultamiento y santificación de esta condición llevada a cabo por la Moralidad. En “Víctimas de la moral” (1913), el anarquista es extremadamente directo al exponer el entendimiento de que la moral y la religión son instituciones al servicio de la opresión económica y social; en una palabra, instituciones al servicio de la institución de la Propiedad Privada.
Mediante la imposición de una determinada moralidad por parte de las instituciones religiosas como único parámetro verdadero de conducta, los mecanismos de opresión se envolvieron en la superstición, lo que tuvo como efecto dar a lo que es violencia, usurpación, asfixia y perversidad, la apariencia de sacralidad, de amor, De verdad, tabú. El matrimonio, padre y madre de lo que se entiende por familia, es, por tanto, uno de los principales artilugios capaces de trasvestir la represión y la opresión en un amor supuestamente incondicional.
En el análisis de Goldman, el matrimonio y la propiedad son inseparables, como si fueran dos caras de la misma moneda. Es interesante notar que si, por un lado, coloca la institución del matrimonio como fundamento de la propiedad; por otro lado, la estructura interna misma del matrimonio se explica a través de la estructura de la institución de la propiedad privada. Si para la mujer, según su análisis, el matrimonio sería el “trabajo” por excelencia;[iv] para los hombres, el matrimonio permitiría, dentro de la familia, ejercer el dominio que el capitalismo, la otra “institución paternalista”, ejerce sobre ellos cuando trabajan fuera del hogar. Como resume en “La anarquía y la cuestión del sexo” (1896): “El sistema que obliga a las mujeres a vender su feminidad e independencia al mejor candidato, es una rama del mismo sistema malévolo que otorga a unos pocos el derecho a usurpar riqueza producida por muchos”.[V] O incluso como plantea, más dramáticamente, en “Víctimas de la moralidad”: “Aunque todo el mundo sepa que la Propiedad es un robo”; “que representa el esfuerzo acumulado de millones de personas que no tienen propiedad”, “la Moralidad de la Propiedad establece que esta institución es sagrada. ¡Ay de cualquiera que se atreva a cuestionar la santidad de la propiedad o pecar contra ella!”[VI] En una frase: Pecar contra la sagrada Moralidad del Matrimonio es, al fin y al cabo, pecar contra la aún más sagrada Moralidad de la Propiedad Privada.
Independientemente de las variaciones de la institución del matrimonio en las distintas clases, lo descarado es que esta institución ha transformado a la mujer, durante un tiempo incalculable y supuestamente en el mejor de los casos, en una mercancía sexual que sólo debe ser violada legalmente después del matrimonio. Con eso, su ideal se transformó en lo mismo que su desgracia. Sea o no dentro de la legalidad y sacralidad del matrimonio, el papel central de la mujer, su razón de ser, estaba subordinada a su “sexo”. De ahí que el anarquista repita hasta el agotamiento que la única diferencia entre la prostituta y la mujer casada es que la una se vende “como esclava privada de por vida, por una casa o un título”, y la otra se vende “por el tiempo que dure”. como ella quiere” (“Matrimonio”).[Vii]
Al fin y al cabo, como diagnostica en su texto inédito en vida “Causas y posible cura de los celos” (aprox. 1912): “Cuando el dinero, el estatus social y la posición son los criterios del amor, la prostitución se presenta como inevitable, aunque se cubre con el manto de la legitimidad y la moral”.[Viii] Desde esta perspectiva, el matrimonio no es más que una forma de prostitución sancionada por la iglesia y el estado. O, en sus palabras en “El tráfico de mujeres” (1910): “para los moralistas, la prostitución no consiste tanto en que la mujer venda su cuerpo, sino, por el contrario, que venda su cuerpo fuera del casamiento".[Ex] La lógica aquí es extremadamente simple: la sustancia de la prostitución es la misma que la del matrimonio: explotación social, cultural y económica a través de la cuestión sexual.
Por tanto, para Goldman, el matrimonio es una institución irreformable.
La prostitución: una institución necesaria para la institución del matrimonio
Goldman tuvo en cuenta, en sus análisis, las diferencias en las condiciones en las que se establece el matrimonio en las clases media y alta, por un lado, y en las clases trabajadoras, por el otro. Según ella, los jóvenes de las clases populares pudieron tener una expresión más normal de sus instintos físicos y, con ello, del amor. El trabajo temprano fuera del hogar, motivado por la necesidad económica, garantizaba, en mayor o menor medida, una rutina junto a hombres de distintas edades, lo que hacía natural que, en algún momento, la joven en cuestión finalmente se rindiera al calor de la vida su primera experiencia sexual. “Los hombres y mujeres jóvenes de los comunes no están moldeados tan inflexiblemente por factores externos y, a menudo, se entregan al llamado del amor y la pasión, independientemente de la costumbre y la tradición” (“Víctimas de la moralidad”).[X]
El problema es que en lugar de final feliz, la pérdida de la virginidad “sin la sanción de la Iglesia”, junto con la precariedad económica y social y la criminalización de los métodos anticonceptivos, a menudo se convirtió para estas jóvenes en un “primer paso hacia la prostitución”. Basándose principalmente en la obra de William W. Sanger, Goldman entenderá la prostitución como la consecuencia directa de una remuneración desproporcionada por un trabajo honesto (“Trata de mujeres”).[Xi] Según los diversos estudios que ella misma relata en sus textos, la inmensa mayoría de las prostitutas eran mujeres y niñas de la clase obrera. Igualmente con base en estudios y estadísticas, también llamará la atención sobre la relación directamente proporcional entre el aumento de la prostitución y el desarrollo del capitalismo con su sociedad de masas.
En lo que respecta a las mujeres de las clases y familias más ricas y estructuradas, el mismo “privilegio” de tener su sexualidad “protegida” dentro del hogar paterno tendría el efecto atroz de sofocar aún más sus instintos físicos y sexuales. En condiciones “ideales”, el ejercicio de la sexualidad de una mujer dependía de encontrar un muchacho que no sólo estuviera dispuesto a casarse con ella, sino que también estuviera dotado de la cantidad de dinero que se considerara suficiente para mantener a la futura descendencia.
Hasta llegar a tal cantidad, podría costarle a la joven pareja la espera de muchos y agotadores años para su primera relación sexual; aunque allí los costos fueron considerablemente desiguales. A los hombres, aunque estuvieran comprometidos, se les permitía socialmente e incluso se les animaba a ejercer su sexualidad con prostitutas, lo que, por tanto, hacía de la prostitución una institución necesaria para la institución del matrimonio.[Xii] En cuanto a la joven novia, sólo le correspondería a ella someter su salud, vida, pasión, deseo y juventud hasta que la "buena" parte en cuestión estuviera en condiciones económicas de tomarla por esposa -lo que no pocas veces sucedía, como denunciado por Goldman, con el novio ya contagiado de enfermedades venéreas adquiridas en prostíbulos; enfermedades que todavía hoy son tabú.
Es triste que lo que advertimos hace más de un siglo, encaje a la perfección en nuestro tiempo supuestamente tan liberado desde el punto de vista sexual; la alerta de que la “ceguera deliberada” ante el problema de salud pública de las enfermedades venéreas, ceguera impuesta por la moral, nos cuesta renunciar al “verdadero método de prevención”, que es simplemente dejar claro a todos que “las enfermedades venéreas son no es algo misterioso o terrible, no son un castigo por los pecados de la carne, una especie de mal del que avergonzarse […]; sino que son enfermedades comunes que se pueden tratar y curar'” (“La hipocresía del puritanismo”, 1910).[Xiii]
La raíz de todo este desajuste entre los “sexos” la entiende Goldman de forma muy sencilla. Se trata de la existencia en nuestra sociedad de lo que llamó el “doble rasero de la moral”, bajo el cual los hombres y las mujeres fueron criados de maneras tan completamente diferentes, dotados de hábitos y costumbres propios de mundos tan profundamente separados, que habrían sido transformados en seres, prácticamente, ajenos entre sí (“Trata de mujeres”).[Xiv] Una “doble moralidad” que daría lugar a seres tan extraños entre sí, tan divergentes moralmente en cuanto a la sexualidad y al amor, que el desajuste sexual y afectivo no podría ser más absoluto. Y más que eso: sin conocimiento y respeto mutuos, cualquier tipo de unión está condenada al fracaso (“Matrimonio y amor”).[Xv]
El efecto más pernicioso de la moralidad sobre la mujer: la represión del "elemento sexual"
En el sentido más elemental y original, porque primero, el efecto más pernicioso de la Moralidad sobre las mujeres se refiere a la represión sexual. Para Goldman, entre todas las fuerzas que actúan sobre nosotros, los seres humanos, el impulso sexual, si no el único, es el más importante. Como escribe en su borrador inacabado “El elemento sexual de la vida” (aprox. 1934), el sexo es la “función biológica primaria” de toda forma de “vida superior”, por lo que “le debemos más que a la poesía”: del canto de los pájaros a la música, del plumaje de las aves del paraíso a la melena del león; desde las formas superiores de vida en el mundo vegetal y animal hasta la cultura misma con sus costumbres a menudo tontas, insensatas e injustas; todo esto, escribe Goldman, hay que cargarlo al sexo.[Xvi]
Apoyado en el discurso psicoanalítico de la época -según el cual la pulsión de vida estaría biológicamente determinada en el sentido de buscar siempre, y cada vez más, agregar la sustancia viva dispersa en partículas (lo que tendería a hacer la vida cada vez más compleja, variada y, en nuestro caso, multicultural)–, Goldman entenderá la sexualidad más allá del goce mismo, sino como la fuente misma de toda socialización y creatividad. El “instinto sexual es el instinto creativo”, postula;[Xvii] y es por expresar, en todas partes y en todo momento, “esta gran necesidad de unidad”, que esta “facultad es social” y “el comienzo del panorama del arte”.[Xviii] En una frase: “La naturaleza siempre sabe más” – y es a ella a quien debemos dirigirnos, para deshacernos de la “doctrina profana y antinatural, iniciada por los primeros monjes cristianos, de que el impulso sexual es el signo de la degradación del hombre y la fuente de su energía más diabólica.”[Xix]
Su crítica a las instituciones de la moral y la religión con respecto a las mujeres va, por tanto, más allá de los límites de denunciar el papel que juegan en el encubrimiento de la opresión social y económica; tales instituciones atacan la vida de las mujeres en su misma “raíz”: el elemento sexual. En los caminos abiertos por Nietzsche, Goldman entenderá la moral y la religión como antinaturales, como calumniadoras y sofocantes de la vida. Pero más allá de Nietzsche, este activista político puso mucho énfasis en entender que la “actividad sexual” no es “un acto aislado”, sino “una experiencia generalizada que motiva y afecta a toda la personalidad”.[Xx] En la medida en que la sexualidad se confunde con la personalidad misma, aquí está la tragedia de que la institución del matrimonio se imponga como la única válvula de escape socialmente aceptada para el despertar sexual de la mujer. Y que las otras dos, por así decirlo, “opciones”, eran, por un lado, la abstinencia sexual –el caso de las popularmente conocidas como “solteronas”– y, por otro lado, la prostitución.
Goldman parece ubicar la represión sexual como la causa o el significado del matrimonio y la prostitución, incluso antes que la opresión económica. Como si la reducción de la mujer a la condición de mercancía sexual exigiera antes, por esta misma reducción, represión sexual. “Sería a la vez parcial y extremadamente superficial considerar el factor económico como la única causa de la prostitución”, reflexiona en “Trata de mujeres”.[xxi] Una represión sexual generalizada que fue impuesta y “santificada” por la Moralidad (al menos en lo que se refiere al universo judeocristiano) a través de un doble movimiento: al mismo tiempo que fundaba el “sexo” como atributo esencial de la mujer, paradójicamente, imponía recayó sobre ella una educación y formación cultural que deliberadamente la mantuvo en el mayor desconocimiento posible sobre las funciones, responsabilidades y beneficios de su presunta sustancia.
Bajo la exigencia de la moral, toda mujer “decente” debería ser privada de cualquier tipo de conocimiento (quizás de “práctica”) sobre la primera de las actividades a las que estaba inexorablemente destinada por su “su sexo”: el acto sexual. “Por extraño que parezca”, escribe Goldman en “Marriage and Love”, a una mujer se le permite saber “mucho menos sobre su función que un artesano ordinario sobre su oficio”.[xxii] Nótese aquí la farsa a través de la cual las mujeres fueron subyugadas en lo que es, desde una perspectiva anarquista, lo más fundamental: el elemento sexual. Pues, al mismo tiempo que se inculcaba a la mujer, desde la infancia, que el matrimonio sería su fin último, el sexo, paradójicamente, era un tema tabú, impuro e inmoral, hasta el punto de resultar indecente la sola mención del tema.
Sin saber nada de “la función más importante que debe desempeñar en su vida”, concluye de la manera sencilla y directa que la caracteriza: era inexorable que una mujer, en general, no supiera “cuidar de sí misma”, lo que la convirtió en presa no sólo del matrimonio sino también de la prostitución; o lo que sigue siendo una triste realidad: una presa fácil para los compañeros masculinos abusadores, abusadores precisamente en la medida en que reducen a un ser humano a la posición de un objeto sexual sujeto a su gratificación. ("Tráfico de mujeres").[xxiii]
Del mismo modo, se convirtió en un destino prácticamente inexorable para las mujeres que ni siquiera en la interioridad legalizada del matrimonio y del hogar, finalmente se les permitía vibrar en los brazos de su placer sexual. Ahora bien, sólo recientemente, y no en todos los círculos y lugares –vale la pena señalar–, el placer sexual femenino se ha convertido en un tema, por así decirlo, públicamente legitimado. De ahí la observación de Goldman de que el miedo a desagradar a la pareja con conductas consideradas impropias de una mujer decente era una causa no desdeñable de la represión del placer sexual en ciertas mujeres de su tiempo -que, aún hoy, en la intimidad de las cuatro paredes, sigue siendo una causa no desdeñable de la interdicción del placer sexual femenino; y esto a pesar del fácil acceso a la pornografía digital que caracteriza nuestro tiempo.
Es también siguiendo esta línea de represión sexual como, por así decirlo, represión primaria que Goldman desenmascarará como un “mito” pernicioso la concepción de que las mujeres tienen un menor interés sexual que los hombres; y donde identificará la causa del grave problema, aún hoy alarmante, de la completa frigidez sexual entre las mujeres sexualmente activas – véase en este sentido la investigación difundida por el diario Folha de São Paulo en julio de 2019, según el cual el 55% de las mujeres brasileñas nunca alcanzaron el orgasmo[xxiv]; aunque hay encuestas internacionales que apuntan al 70%.[xxv]
Una frigidez generalizada entre las mujeres que, como denunció Goldman hace casi cien años, es el efecto necesario de siglos de represión externa del placer sexual femenino, represión en nombre de la cual, vale repetirlo, se legalizó el uso de la violencia física y psíquica. y consuetudinario.- ya sea romantizado por el velo de la moralidad y el amor incondicional, o demonizado por fuerzas sobrenaturales de las cuales la mujer desde Eva, la serpiente y la manzana serían el portal preferido. Así, si por un lado, actualmente es un tópico decir que la cultura (basada en la propiedad privada) ha hecho de la interiorización de la represión sexual una especie de segunda naturaleza para las mujeres; por otra parte, todavía es necesario rendir algún homenaje al clítoris, del que aún hoy se habla poco cuando se habla de “mujer”; como si todavía fuera indecente o, como diría Freud, infantil, mencionar el único órgano del cuerpo humano diseñado exclusivamente para el placer, con un estimado de más de 8000 terminaciones nerviosas destinadas a este fin. (A modo de comparación, este botoncito mágico tiene prácticamente el doble de terminaciones nerviosas que el pene, con estimaciones que oscilan entre 4000 y 6000 en total; además, los músculos que forman parte del clítoris no se relajan del todo después del orgasmo, lo que hace que sea anatómicamente natural que las mujeres alcancen tales orgasmos múltiples, a pesar de su condena cultural de la frigidez).[xxvi]
Si, como decía Goldman, el sexo no es algo aparte, sino el elemento que motiva y afecta a la personalidad en su conjunto, parece crucial que toda mujer privada de su “derecho al orgasmo” al menos se cuestione a sí misma, más aún en un mundo plagas, cataclismos ecológicos, recesiones económicas y nuevas amenazas de guerras nucleares- sobre qué tipo de maravillas te podrían proporcionar 8000 mil terminaciones nerviosas estimuladas al mismo tiempo (y lo que es mejor: sin límite de edad, porque por lo que cuentas, la clítoris todavía tiene el mérito de no envejecer). Por no hablar de la igualmente poco comentada vagina que –teniendo en cuenta el nivel de pomposidad exhibido en el Show de Ping Pong por las trabajadoras sexuales (en general, explotadas) en Bangkok, Tailandia (por citar el caso más conocido)–, si está debidamente entrenada Es, al parecer, capaz de convertirse en una suerte de tercera mano bastante sorprendente.
O la misteriosa eyaculación femenina, conocida popularmente como chorro – que, con la excepción de los sitios de pornografía, no hay consenso sobre su existencia incluso entre los expertos en el tema: según algunos estudios, estos son meros chorros de orina emitidos involuntariamente durante las relaciones sexuales, según otros, un fluido con características similares a plasma prostático, que a su vez sería expulsado, en el momento del orgasmo, por las glándulas parauretrales (el correlato prostático masculino en la mujer).[xxvii]
Esto incluso hace sospechar que, en lugar de centrarse en la denuncia (un tanto airada) de la “falocracia”, una estrategia feminista más fructífera (especialmente para nosotras las mujeres) sería informar y tal vez filosofar un poco más sobre este extranjero nuestro. ellos mismos: el clítoris, un órgano que tiene el mérito empíricamente filosófico de contradecir la regla lógica de que la función biológica del sexo es la reproducción; o incluso sobre qué tipo de potencialidades pueden yacer latentes en los músculos vaginales, supuestamente inertes más allá del acto de dar a luz; y todo ello sin olvidar nunca poetizar, idealmente en el género del realismo fantástico –que, según Dostoievski, es la esencia misma del realismo–, sobre las mil y una maravillas de una polémica y desconocida jaculatoria, en el preciso momento en que la ciencia ya ha dado comienzo la exploración del lejano planeta Marte.
En cambio, sin embargo, Brasil con su 55% de mujeres que no llegan al orgasmo (según la encuesta publicada en Folha), es líder en cirugía íntima por razones “estéticas”.[xxviii] ¡Oh! ¡Que desperdicio! ¡Qué estrecha interpretación de la estética del éxtasis! ¡Cuánta razón tenía Goldman!
Los celos y el amor libre
Tal y como desarrolla en “Causas y posible cura de los celos”, el monopolio sexual en el que se basa el matrimonio –clara derivación de la “Moral de la Propiedad”– acabó por envenenar nuestra propia forma de amar, una vez que los celos han pasado a presentarse. como algo “natural” al amor. El monopolio sexual, “transmitido de generación en generación como derecho sagrado y base de la perfección de la familia y del hogar” hizo del “objeto” del amor una especie de propiedad privada que, a su vez, debía estar incrustada en una red. de propiedades privadas de otras naturalezas.
En este sentido, el anarquista concebía los celos como una especie de “arma” sentimental “para la protección de este derecho de propiedad”.[xxix] “Arma”, porque los celos entran en juego precisamente cuando, con o sin motivos, el individuo siente alguna amenaza a su monopolio sexual encarnado en su pareja; “arma”, porque implica “dar vuelta los órganos vitales” de quien se supone amado (y de sí mismo) al menor indicio de deseo por otra persona.[xxx]
Descrito por Goldman como una mezcla de envidia, fanatismo, posesión, deseo obstinado de castigo y, sobre todo, vanidad herida, los celos nada tienen que ver con la “angustia” que surge de “un amor perdido” o el “fin de un amor”. asunto". amor"; ni es el resultado del amor. Al contrario, para ella, los celos son “el reverso mismo de la comprensión, la simpatía y los sentimientos generosos”.[xxxi]
Su comprensión de que, en la mayoría de los casos, la virulencia de los celos es mayor cuanto menor es el amor y la pasión. "El aspecto grotesco de todo este asunto", escribe, "es que los hombres y las mujeres a menudo se vuelven violentamente celosos de las personas que realmente no les importan". Que “la mayoría de la gente” siga viviendo cerca unos de otros, a pesar de que hace tiempo que “dejaron de vivir juntos” – esto, y no el amor, es, para Goldman, el suelo “fértil” para la actividad celosa.[xxxii]
Ciertamente, una de sus enseñanzas más conmovedoras es la perogrullada de que en una relación amorosa no puede haber conquistadores y conquistados, dominadores y dominados, porque el amor es en sí mismo libre y “no puede vivir en otro ambiente”. "¿Amor libre?" – pregunta en “Matrimonio y amor” – “¡Como si el amor no pudiera ser libre!” Ningún dinero puede comprar el amor, ninguna fuerza puede someterlo, ninguna ley o castigo puede arrancarlo de raíz una vez que ha echado raíces.[xxxiii]
Siempre es interesante observar que Goldman aporta a la relación amorosa más íntima una especie de radicalidad que, en cierto sentido, constituyó el núcleo del espíritu revolucionario, que es la voluntad de entrega radical como forma del amor mismo, que una vez que se trata en conjunto, no puede limitarse a algo tan estrecho como el mantenimiento de la propiedad privada ya sea en la dimensión económica, social o íntima. Véase, en este sentido, su definición de “amor” en su texto, que sigue siendo absolutamente esencial para las mujeres intelectuales de hoy,[xxxiv] no por casualidad se titula” “La tragedia de la mujer emancipada”: “Una verdadera concepción de la relación entre los sexos […] conocerá sólo una gran cosa: entregarse sin límites, para encontrar una más rica, más profunda , mejor uno mismo”.[xxxv]
Que esto sólo pueda ocurrir en relación con una sola persona, a lo largo de toda la vida, o incluso en relación con una sola persona a la vez, no encuentra ningún fundamento en la visión que ofrece Goldman. Porque el amor y la sexualidad entendidos como fuente de creatividad y sociabilidad se expresan naturalmente de formas variadas, múltiples y cambiantes. De ahí que postula que cada “amorío” es “independiente y diferente de cualquier otro”, en razón de que está profundamente relacionado con “las características físicas y psíquicas” de los involucrados. De donde concluye en forma de pregunta retórica: ¿y si una persona encuentra las “mismas características que le fascinan en diferentes personas”, “¿qué podría impedirle amar esas mismas características en diferentes personas?”[xxxvi] Que hayamos limitado la más alta realización del amor al ideal del monopolio sexual encarnado en la institución del matrimonio revela, para Goldman, “nuestro actual estado de pigmeos” en el campo emocional, por lo tanto sexual.[xxxvii]
Consideraciones finales
A la luz de esta lectura económica de la supuesta “espiritualidad” ideal de una mujer en la primera mitad del siglo XX –la de ser joven y dócil como un cordero dispuesto a que su personalidad sea degollada mediante el envilecimiento de su sexualidad–, resulta es inevitable pensar en la actualidad, con sus infinitos recursos artificiales e intervenciones quirúrgicas que traen la promesa de una eterna apariencia de juventud asociada a una forma corporal “sexualmente deseable” – además de, como ya se mencionó, una vulva geométrico-pornográficamente apetecible; una promesa que es, aún hoy, más apremiante para los cuerpos femeninos.
Así, la pregunta que surge, desde la perspectiva que traen los textos de Goldman sobre la cuestión de su “sexo” –una pregunta incómoda, pero de la que tal vez no conviene escapar– es la pregunta de hasta qué punto, las mujeres, superamos y hasta qué punto nos ahogamos aún más en esta condición de mercancía sexual. Porque, aunque es un poco triste admitirlo, a veces incluso parece que se trata de sospechar que Mary Wollstonecraft todavía tendría razón hoy en día, al enfatizar, según el relato de Goldman, que "la mujer misma es un obstáculo para el progreso humano, porque ella insiste en ser un objeto sexual más que una personalidad, una fuerza creativa en la vida” (“Mary Wollstonecraft: Tragic Life and Passionate Struggle for Freedom”, aprox. 1911).[xxxviii]
Después de todo, aunque se dé el caso de que actualmente tenemos, por supuesto, la opción de ser una mercancía sexual autogestionada, por así decirlo, desde económicamente emancipados y sexualmente “libres”; una libertad sexual que no va acompañada de la alegría y la ligereza que resultan de los orgasmos múltiples a los que estamos, en cierta medida, fisiológicamente destinados, es una libertad sexual demasiado incompleta e insatisfactoria. Si “dios” nos hizo a su imagen y semejanza, es necesario considerar los aspectos en los que, finalmente, fue generoso. Nótese que aquí no se trata de hacer juicios morales sobre el hecho de que la apariencia de una mujer sexualmente emancipada en nuestro tiempo (a diferencia de la de Goldman) está generalmente ligada al género del varón. porno suave (Como se estrellas del pop son el último ejemplo de esto); pero, sí, solo pregunta si esto porno suave La cotidianidad en la que la mujer sexualmente emancipada es supuestamente la protagonista, contempla en el fondo su propio placer sexual, el éxtasis que los cuerpos femeninos, como el éxtasis espiritual de los santos, nos ofrecen naturalmente, pidiendo tan poco a cambio: ciertos toques, algunos fluidos.
Por otro lado, sin embargo, Goldman también reconocía que asumir la propia personalidad, talento y sexualidad, en el caso de las mujeres, implicaba, por regla general (como, en general, todavía hoy), en una menor posibilidad de encontrar un pareja masculina que veía en ella no sólo un sexo, sino también un ser humano, una amiga, una compañera dotada de una fuerte individualidad que no debía perder ni un solo rasgo de su carácter.[xxxix] Haciendo uso del estudio de Laura Marholm sobre la vida de varias mujeres dotadas de una sensibilidad y un talento extraordinarios, como Eleonora Duse; la matemática y escritora Sonia Kovalevskaia y la artista y poeta innata Marie Bashkirtseff–, Goldman identifica como una marca indeleble “en todas las biografías de estas mujeres de extraordinaria mentalidad”, la inquietud y la soledad resultantes de la ausencia de relaciones amorosas capaces de satisfacer a ambos. su cuerpo, como tu espíritu.
Al fin y al cabo, si el “hombre con su autosuficiencia y su ridículo aire de superioridad como patrón del sexo femenino es una pareja imposible” para este tipo de mujer, también lo es para ella “el hombre que sólo ve su intelectualidad”. y su genio, pero que no logra despertar su naturaleza” (“La tragedia de la mujer emancipada”).[SG]
A modo de conclusión, vale la pena señalar uno de los legados más evidentes de esta condición de mercancía sexual de la mujer, a saber: la "extrañeza", muy presente en nuestra época posmoderna, de que las mujeres "de cierta edad" se relacionen con los hombres. Los hombres o mujeres más jóvenes pertenecientes a esferas sociales y económicas más altas se relacionan con hombres pertenecientes a esferas sociales y económicas más bajas, lo que, especialmente en el caso de un país como el nuestro, implica necesariamente la cuestión de la raza.
Quizá no sea exagerado decir que a pesar de los muchos y radicales cambios que se han producido en las últimas décadas en el campo de la moral sexual y la comprensión de la cuestión del “género”, es como si el amor todavía no encajara muy bien en relaciones entre hombres jóvenes, menos ricos y educados y mujeres mayores, más ricas y educadas; aunque, no puede decirse lo mismo, en caso contrario; la relación erótica entre los profesores universitarios y sus alumnas, por ejemplo, prácticamente una institución (silenciosa) erigida tras bambalinas de las instituciones de educación superior, parece ser prueba de ello (aún porque, dicho sea de paso, no es en nombre de la praxis educativa del orgasmo de sus alumnas que tales profesores varones disfrutan de sus “privilegios”).
En una palabra, por más grandes y radicales que hayan sido las deconstrucciones y las nuevas construcciones del género, la mujer sigue siendo el “sexo” asociado a una especie de amor universal e incondicional –que es, tediosa y perversamente, sólo un vástago del género. .afectiva de su condición de mercancía sexual; y por lo tanto no el amor universal e incondicional en sí mismo. Después de todo, a pesar de este amor del que supuestamente la mujer sería el reservorio, ella sigue poseyendo, al menos desde el punto de vista de la heteronormatividad, una gama muy restringida de sujetos dignos de su presunto amor innato.
*Mariana Lins Costa es investigadora posdoctoral en filosofía en la Universidad Federal de Sergipe (UFS).
referencia
Emma Goldman. Sobre el anarquismo, el sexo y el matrimonio. Traducción, organización y notas: Mariana Lins. São Paulo: Hedra, 2021, 270 páginas.
Notas
[i] GolDman Sobre el anarquismo, el sexo y el matrimonio, P. 143.
[ii] En 1873, la ley que se conoce con el nombre de su autor, la Ley Comstock, fue aprobada por el gobierno federal y, entre otros disparates, convirtió en delito pasible de prisión poseer, distribuir o proporcionar información sobre anticonceptivos. métodos o aborto. Recién en 1936 se declaró inconstitucional esta ley; sin embargo, fue solo en 1972 que los métodos anticonceptivos se lanzaron a las mujeres solteras en los Estados Unidos.
[iii] GolDman Sobre el anarquismo, el sexo y el matrimonio, P. 73.
[iv] Quizás no sea un error asumir que a pesar de todos los avances y conquistas en la agenda feminista desde la época de Goldman hasta ahora, el matrimonio como trabajo por excelencia o primero de mujer permanece todavía, al menos, como una verdad simbólica. Circunscribiéndonos a Brasil, basta una simple observación de la cantidad de matrimonios infelices y relaciones “estables” en las que mujeres (heterosexuales) emancipadas financiera e intelectualmente se encuentran involucradas en tal conclusión. Nuestras tasas de feminicidios, que solo crecieron durante la pandemia, también pueden interpretarse como una prueba sustancial de esta sospecha. Y llegados a este punto, vale la pena citar un fragmento del texto de Goldman “La tragedia de la mujer emancipada” (1910) que sugiere una cierta comprensión del porqué de esta preferencia por una relación infeliz a la vida de soltería: “Ya se ha demostrado repetidamente y concluyentemente que el matrimonio tradicional restringe a la mujer al papel de mera sirvienta e incubadora de niños. Y sin embargo, encontramos muchas mujeres emancipadas que prefieren el matrimonio, con todas sus desventajas, a las limitaciones de una vida de soltera”; la vida de soltera “limitada e insoportable por las cadenas de los prejuicios morales y sociales que atan y sofocan la naturaleza [de la mujer]” (p. 136).
[V] GolDman Sobre el anarquismo, el sexo y el matrimonio, P. 65.
[VI] Ídem, pág. 178.
[Vii] Ídem, pág. 74.
[Viii] Igual, págs. 166-167.
[Ex] Ídem, pág. 102.
[X] Ídem, pág. 180.
[Xi] Ídem, pág. 98.
[Xii] Ídem, pág. 174.
[Xiii] Ídem, pág. 91.
[Xiv] Ídem, pág. 103.
[Xv] Ídem, pág. 143.
[Xvi] Igual, págs. 249-250.
[Xvii] Ídem, pág. 258.
[Xviii] Ídem, pág. 251.
[Xix] Ídem, pág. 249.
[Xx] Ídem, pág. 260.
[xxi] Ídem, pág. 102.
[xxii] Ídem, pág. 144.
[xxiii] Ídem, pág. 102.
[xxiv] https://f5.folha.uol.com.br/viva-bem/2019/07/dia-do-orgasmo-55-das-brasileiras-nao-atingem-climax-no-sexo-e-59-sentem-dor.shtml
[xxv] El Clítoris: Placer Prohibido (Clítoris: el placer prohibido). Dirección (documental): Michèle Dominici, Stephen Firmin, Variety Moszynski. Cats & Dogs Films, Sylicone y ARTE France. Ícaro Films, 2003. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=pABz6BBuCmE&t=159s
[xxvi] Toda la información relacionada con el clítoris presente en este párrafo se puede encontrar en el documental El Clítoris: Placer Prohibido.
[xxvii] https://sexosemduvida.com/squirt-tire-suas-duvidas/
[xxviii] Para una comprensión más profunda del tema, ver: Fabiola Rohden. La difusión de la cirugía íntima en Brasil: normas de género, dilemas y responsabilidades en el campo de la cirugía plástica estética. Canalla. Salud Pública 37 (12)
[xxix] GolDman Sobre el anarquismo, el sexo y el matrimonio, P. 168.
[xxx] Ídem, pág. 172.
[xxxi] Ídem, pág. 167.
[xxxii] Ídem, pág. 170.
[xxxiii] Ídem, pág. 149.
[xxxiv] Para una comprensión más profunda de este texto específico, ver “La tragedia de la mujer emancipada, según Emma Goldman”, disponible en: https://www.hedra.com.br/blog/hedra-1/post/a-tragedia - de-mujer-emancipada-segun-emma-goldman-81
[xxxv] Ídem, pág. 139.
[xxxvi] Ídem, pág. 80.
[xxxvii] Ídem, pág. 151.
[xxxviii] Ídem, pág. 160.
[xxxix] Ídem, pág. 135.
[SG] Ibid.