Septiembre amarillo: ¿prevención o mercantilización?

Claustro de Saint-Guilhem, de finales del siglo XII a principios del XIII, Francia.
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por THIAGO BLOSS DE ARAÚJO*

La generalización de la campaña para todo el mes de septiembre ha producido, en los últimos años, un efecto contrario al pretendido: mercantilización y desinformación sobre las conductas suicidas.

Septiembre amarillo no debería existir. Concebida originalmente como un día único destinado a sensibilizar a todo el mundo sobre la prevención del suicidio (10 de septiembre), la campaña se generalizó durante todo el mes, ganando contornos diferentes a su propuesta inicial.

La prevención del suicidio es un tema que necesita aclaración, sobre todo cuando nos encontramos ante datos epidemiológicos: casi el 80% de todas las muertes por suicidio en el mundo se producen en los llamados países en vías de desarrollo; incluso en países de altos ingresos, los suicidios se concentran en poblaciones vulnerables y periféricas; en Brasil, los segmentos que más matan son los que más violencia sufren, a saber, la población indígena, negra, LGBTQIA+ y de la tercera edad. De esta manera, se revela de manera muy explícita la relación entre suicidio y violencia estructural, así como la complejidad del fenómeno para pensar políticas de prevención universales, selectivas e indicadas.

Sin embargo, la generalización de la campaña para todo el mes de septiembre ha producido, en los últimos años, un efecto contrario al pretendido: mercantilización y desinformación sobre las conductas suicidas. Ya se ha convertido en una “tendencia de mercado” en este período que profesionales calificados y no calificados, blogueros, celebridades y políticos aprovechen el tema social del suicidio como plataforma de autopromoción.

Seguramente uno de los ejemplos más absurdos ocurrió el año pasado, cuando dos niños blancos, rubios, de clase media, de ojos claros y con edades de hasta 5 años, protagonizaron un video filmado por sus padres en el que hablaban de manera dulce sobre el suicidio. prevención. . La estética de los niños, así como su comportamiento “tierno”, hizo que el video se volviera viral. Sin embargo, además de presentar datos erróneos y estigmatizantes sobre el fenómeno, este video contribuyó a la banalización (o mejor dicho, a la “atenuación”) de un tema sumamente delicado, que necesita ser debatido con seriedad. Por no hablar, claro, de lo mucho que sirvió este vídeo para la mera autopromoción de los dos niños en las redes sociales, bajo el oportunismo de sus padres.

Uno de los datos erróneos difundidos repetidamente en Septiembre Amarillo -tanto por algunos "expertos" como por oportunistas- es que el 90% de los casos de suicidio están asociados a trastornos mentales. Este dato, que ya ha sido refutado por su fragilidad metodológica, tiene su origen en el análisis retrospectivo de las muertes por suicidio a finales de los 1990 y principios de los 2000. Dicha investigación se sustenta en una fuerte visión medicalizada del fenómeno humano, que acaba reduciendo suicidio a una patología.

De hecho, la reproducción irresponsable de estos datos obedece a una lógica de marketing. Este mes vemos un crecimiento exponencial de profesionales de la salud mental o incluso de administración de empresas, que venden soluciones mágicas para el comportamiento suicida, ya sea conductual, motivacional o medicamentos. Algunos incluso llegan a prometer “cero” suicidios en Brasil, algo nunca visto en toda la historia de la humanidad.

De esta forma, un fenómeno socialmente determinado como el suicidio se convierte en objeto de discursos individualizadores y patologizantes, reducido a una anormalidad a corregir. Es decir, como en la Edad Media, el individuo que exhibe una conducta suicida se convierte en el blanco de la expiación y la culpa de su desesperación diabólica.

Incluso los profesionales con una formación adecuada en la materia tienden a caer en este tipo de racionalidad. La tendencia neoliberal de convertir todo, incluida la salud mental, en un objeto de autogestión, convierte a muchos profesionales calificados en rehenes de esta lógica de marketing. Incluso sin la intención, muchos colaboran para la espectacularización y mercantilización del suicidio restringiendo su campo de reflexión a las soluciones morales, discursos de unión y empatía, precisamente porque son los más propicios para el consumo en las redes sociales y la aceptación por el sentido común. Esta fórmula incluso seduce a los gestores públicos, que compran la idea y así se eximen de la responsabilidad de implementar políticas públicas para reducir las desigualdades. Por cierto, es importante recordar que la reducción de las desigualdades tiene un impacto en la reducción de los suicidios. Por ejemplo, los municipios brasileños que tienen un Centro de Atención Psicosocial (CAPS) y programas de transferencia de ingresos bien estructurados tienen un número menor de suicidios.

Así, en su formato actual, Septiembre amarillo se muestra ineficaz a la hora de abordar la principal raíz de las conductas suicidas: la violencia estructural. En lugar de que el mes de la concienciación sobre la prevención del suicidio apunte a la necesidad de reducir las desigualdades, la implementación de políticas públicas, la garantía de los derechos y la búsqueda de una sociedad justa, lo que se está viendo actualmente es la reducción de la salud mental a su dimensión más abstracta, es decir, la del individuo convertido en “sociedad-de-sí”. En este sentido, la “conciencia” sobre la salud mental se torna extremadamente limitada e ideológica, pues resulta de la alianza entre el discurso patologizador de la medicina y el discurso motivacional-moralista de la ocasión, que se encargan de reducir todas las estrategias al ámbito individual. Por un lado, estaría el individuo que presenta una conducta suicida, quien necesitaría entenderse a sí mismo como enfermo y aceptar que hay esperanza para su vida, es decir, que su juicio racional sería erróneo y que su capacidad para evaluar su su propia existencia estaría desequilibrada, independientemente del lugar social, racial y de género en el que se encuentren. Por otro lado, estaría el individuo encargado de “detectar las señales” que manifiestan quienes piensan suicidarse y, si es posible, ofrecer una escucha y ayuda empáticas. La solución sería la inversión correcta entre estas dos empresas individuales y aisladas. Fuera de esta relación, cada individuo-empresa defiende los valores que le parezcan convenientes, desvinculados de cualquier compromiso colectivo. De ahí la contradicción presente en muchos casos de personas que dicen estar a favor de prevenir el suicidio y que, al mismo tiempo, están a favor de la pena de muerte. Se convierten en defensores de “valorar la vida” según la ocasión, según el negocio, según la conveniencia.

Obviamente, la solidaridad y la conciencia del sufrimiento de los demás es extremadamente importante. Esta sería la base de cualquier relación sana y es, sin duda, una premisa para la prevención del suicidio. Sin embargo, actualmente nos detenemos en esta premisa. Nada se discute sobre la determinación social de la salud, es decir, sobre cuánto nuestro sistema económico, político y social produce vulnerabilidad material y relacional que resulta en sufrimiento, que puede convertirse en conducta suicida. Quizás este sea el primer paso hacia una campaña de concientización que realmente llegue a la raíz del problema. Quizás esta sea la verdadera premisa.

[ps: Siempre es necesario recordar la importancia del trabajo del Centro de Valorização da Vida (CVV) en la acogida de personas en crisis suicida. Es un servicio gratuito, disponible las 24 horas del día, al que se puede acceder llamando al 188 desde cualquier región del país].

* Thiago Bloss de Araújo es estudiante de doctorado en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la UNIFESP.

 

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