Seis meses de gobierno del presidente Lula

Clara Figueiredo, serie_ Brasilia_ hongos y simulacros, congreso nacional, 2018.
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por JEAN MARC VON DER WEID*

Cómo enfrentó el gobierno los problemas, restricciones y amenazas en esos 180 días

Con 180 días de gobierno, ya podemos tener una idea de cómo los problemas, restricciones y amenazas que llamé una “trampa” para el gobierno de Lula, en un serie de artículos y debates, se están manifestando y cómo se están afrontando.

Como subrayé en varios de los artículos, no podemos evaluar los enfrentamientos vividos por el gobierno con expectativas muy altas sobre las posibilidades de romper los muchos nudos que lo atan. Pero sigo pensando que es necesario encontrar un piso de realizaciones esenciales que garantice evitar un giro a la derecha en las elecciones de 2026, incluso con los incondicionales inelegibles por decisión del STE. Estoy de acuerdo con la apuesta del gobierno de centrarse en el esfuerzo por promover la reanudación del desarrollo económico como eje de la estrategia para aislar a la derecha y romper, aunque sea parcialmente, la burbuja bolsonarista de la extrema derecha. Queda por ver cuál sería esta propuesta de desarrollo y cómo llevarla adelante.

Podemos comenzar evaluando hasta qué punto Lula y su gobierno han logrado avanzar en esta agenda económica. Aparentemente la economía se está recalentando, con expectativas de PIB para este año subiendo a 2 a 3%, más a dos, según el mercado, y más a tres, según el gobierno. La inflación está cayendo hacia la meta y las expectativas apuntan a una tasa que se acerque al centro de la meta este año. El empleo crece, aunque a un ritmo más lento que el año pasado, cuando el país salió de la crisis de la pandemia.

Sigue siendo preocupante el hecho de que algo más de un tercio de la plantilla tenga un contrato laboral. Por otro lado, si bien todos los sectores económicos han iniciado un movimiento de recuperación, aún es en el sector primario (agroindustria y minería) y en los servicios donde las tasas de crecimiento son más significativas, mientras que el sector industrial va a un ritmo muy lento, caminando de lado. La bolsa vive euforia, con un alza en los índices BOVESPA que no se veía desde 2016, pero la inversión en la economía real no sigue el movimiento y tira arena en las perspectivas de mediano plazo.

Según el gobierno, el gran obstáculo que frena esta recuperación es la altísima tasa Selic, que impone una tasa de interés real cercana al 10% anual, que devora gran parte del presupuesto anual, acercándose al billón de reales gastados en alquiler. La evaluación es correcta, aunque los obstáculos no son solo de sangrado financiero. El endeudamiento tanto de los agentes económicos como de los consumidores es muy elevado y esto frena las inversiones y el gasto familiar. Esto se vería mitigado por la bajada de tipos de interés, ya prevista en las expectativas del mercado, pero seguiría sin ser una solución.

Hay una zona de sombra sobre la capacidad del gobierno para financiar su proyecto de estímulo al desarrollo, sujeto a un modelo de control de gastos que, en parte, aflojó el infame techo de gastos. El control de la deuda pública aún no es equiparado y “tarificado” por el mercado, generando aprensiones en Faria Lima.

Finalmente, el gobierno tuvo que sacrificar una parte significativa de su presupuesto para complacer al Congreso empoderado y la lucha de brazos (que discutiremos más adelante) entre este y el ejecutivo apunta a un proceso continuo de concesiones que puede diluir el poder del gobierno para inducir la reactivación de la economía.

Los observadores más conservadores o más pesimistas hablan de un “vuelo de pollo” en la economía y temen por el futuro cercano. Pero hay otros elementos preocupantes en el análisis de esta recuperación económica.

El más importante de estos elementos es la aparente desconexión de las medidas tomadas por el gobierno combinada con la falta de una visión clara de lo que es el proyecto y qué caminos tomar para promover un desarrollo inclusivo y sostenible, en el marco limitado de nuestro capitalismo Tupiniquim, por supuesto.

La reforma fiscal aprobada estos días se centró en la simplificación fiscal. Esta es una medida importante, pero cuyo efecto beneficia principalmente al sector productivo. No se espera que esta reforma llegue al bolsillo del consumidor de manera significativa, ni que aumente la recaudación, al menos en el corto plazo. Por otra parte, el gobierno aceptó la imposición del virrey Artur Lira, postergando la discusión de otros puntos fundamentales de la reforma tributaria, como aumentar las tasas del impuesto a la renta para el piso alto y reducirlas para el piso bajo.

También dejaba para un futuro indefinido la tributación de las ganancias financieras y de las grandes fortunas así como una profunda revisión de las inmensas subvenciones fiscales distribuidas de forma casuística a lo largo de años de lobbies de distintos sectores económicos. Todo eso lo debatirá el Congreso, si Lira lo quiere y si el gobierno accede a arriesgarse en ese sentido. En todo caso, aunque estos puntos sean aprobados por el Congreso, el efecto sobre los ingresos no se producirá antes de uno o dos años de transición. Si se aprueba esta reforma tan necesaria y difícil, los recursos adicionales comenzarán a aparecer alrededor del último año del gobierno de Lula.

Por último, no se puede apostar a una caída oa la estabilidad de los precios de los alimentos a corto, medio o largo plazo. El alivio de los últimos meses tiene más que ver con la baja del tipo de cambio y la cosecha de la cosecha 2022/2023, que acaba de terminar. Estamos entrando en la temporada baja y, naturalmente, los precios tienden a subir. Por otro lado, la indexación de nuestra agricultura a los indicadores de las bolsas internacionales de productos básicos juega a favor de la agroindustria exportadora y en contra de la oferta interna de alimentos, ya sea por los costos de producción o por los altos precios de los alimentos importados, aun suponiendo que el dólar no suba.

Esto se debe a que nuestra producción nacional, exportada o consumida nacionalmente, depende de insumos que se importan, como fertilizantes fosfatados o potásicos y plaguicidas. Los precios de estos insumos están en una trayectoria ascendente permanente, incluso sin tener en cuenta el salto alcista provocado por la guerra en Ucrania.

Cada aumento en los precios de los alimentos erosiona el valor de la ayuda de Bolsa Família, como hemos visto suceder en los últimos años. Y el efecto social y político será preocupante.

Este brevísimo y superficial balance de la situación económica actual y futura no da lugar a grandes celebraciones.

Como ya se mencionó, el gobierno aún no parece tener un plan de inversión definido. Las decisiones hasta ahora se han centrado en gastar para retomar programas sociales que fueron importantes en los gobiernos populares entre 2004 y 2016.

La medida más significativa adoptada para estimular un sector económico específico, los subsidios para facilitar la compra de automóviles, recibe duras críticas por dos motivos: (i) optar por gastar cerca de 1,5 millones en beneficio de sectores sociales relativamente acomodados en lugar de dirigir recursos escasos a los sectores más empobrecidos; (ii) favorecer a una industria que siempre ha recibido favores e incentivos sin garantizar el empleo y que tiene un fuerte impacto en la emisión de gases de efecto invernadero. Estos 1,5 millones podrían haberse utilizado para alentar a los Estados y Municipios a mejorar la movilidad urbana de los más pobres, lo que traería beneficios sociales bien focalizados y aliviaría el problema de la generación de gases de efecto invernadero (GEI).

La falta de un proyecto claro de desarrollo económico dificulta la movilización de la opinión social y pública para apoyar al gobierno en sus relaciones con un congreso hostil y chantajista. Hasta ahora, el gobierno ha enfrentado esta hostilidad con dos tácticas: (a) propuestas de negociación con líderes de partidos atraídos a la base del gobierno con ministerios y cargos; (b) atraer votos al por menor mediante la aprobación de enmiendas parlamentarias. Estas tácticas no fueron suficientes para evitar varias derrotas en las votaciones del Congreso y para evitar la transformación de otras propuestas en sombras de las intenciones iniciales del ejecutivo.

Este esfuerzo de negociación está causando un efecto negativo para el gobierno, más allá de las derrotas políticas en sí mismas. Para evitar más palizas en el Congreso, la administración está reduciendo cada vez más el alcance de sus ambiciones. Sus propuestas ya están tan diluidas que surgen críticas, tanto de la izquierda, que exige más coherencia y pertinencia, como de la clase dominante, que exige lo mismo, pero con señales mixtas.

Siempre escucho de mis amigos del PT que no hay posibilidad de proponer algo más radical, aumentando el impuesto a la renta de los más ricos, a las rentas del capital, a las herencias ya las grandes fortunas. O retirar subsidios que benefician a los más variados sectores de la economía, de manera desigual y llena de casuísticos desequilibrios. El argumento es correcto, pero la táctica no lo es. El gobierno debe proponer y defender lo que crea más justo, ya que sería la única manera de hacer más atractivo el debate para el conjunto de la población.

Movilizar a la opinión pública para debatir el IVA no tiene ningún atractivo popular. Al optar por la posible propuesta, el gobierno se distancia de sus propias bases y de la amplia masa que se beneficiaría de una reducción del impuesto a la renta para el piso de abajo y un aumento para el piso de arriba. Es más que probable que una propuesta más radical de reforma tributaria sea derrotada en el Congreso y todo quede reducido a lo que hoy se negocia, es decir, los intereses de los agentes económicos más poderosos. Pero la gran diferencia es que el público en general sabría de qué lado está el gobierno y de qué lado está el Congreso, y esto podría tener un efecto en futuras elecciones.

Otro elemento de la “trampa” es la contradicción entre el discurso ambiental adoptado por Lula y las amplias concesiones que está dispuesto a hacer para intentar neutralizar el agronegocio y su agente político, la bancada ruralista. No se habla de reducir el monto de los subsidios que recibe la agroindustria, se amplía el volumen de recursos en el Plan de Cultivos de este año, con interés subsidiado, se defienden las exportaciones de áreas deforestadas en la negociación del acuerdo con la Unión Europea, se continúa con la liberación acelerada del uso de nuevos plaguicidas y se discute la explotación de potasio en tierras indígenas.

Parece que Lula no se dio cuenta, incluso con la experiencia de sus gobiernos anteriores y los de Dilma Rousseff, que el agronegocio exige mucho y, aun con muchas concesiones, no deja de sabotear al gobierno en cada oportunidad. Dilma Rousseff aprobó el Código Forestal, que arrasó con decenas de millones de hectáreas de tierras ocupadas por la agroindustria y, aun así, y pese a tener un representante en el Ministerio de Agricultura, dejaron de hacer campaña y de votar por su juicio político.

Lula sigue afirmando, como en sus gobiernos anteriores, que hay espacio para todos en la agricultura brasileña: agroindustria, agricultura familiar, producción química y producción orgánica, producción para exportación y producción para el mercado interno. Como me cansé de demostrar en varios artículos anteriores, estas cosas no son conciliables, están en flagrante contradicción y la ganadora en sus gobiernos fue la agroindustria. Perdió la agricultura familiar, perdió la producción de alimentos para el mercado interno y perdió la agroecología.

Otra preocupación, no tan inmediata, pero que se verá reflejada en poco tiempo, es la falta de entendimiento del gobierno con la inminente crisis energética del planeta. Parece que estamos en los tiempos heroicos de la campaña “Petróleo é Nosso”, hace setenta años. La política energética del gobierno es ampliar la oferta de combustibles fósiles en el país, con la propuesta de inversión de Petrobras en la costa de Amapá. Además, como ya se ha señalado, se estimula el transporte individual, consumidor de gasolina que tiende a encarecerse inexorablemente, con la caída de la oferta de petróleo en el mundo.

Y el gobierno hace todo lo posible para bajar los precios de la gasolina y el diésel, lo que fomenta que crezca nuestra dependencia del petróleo. Solo de enero a mayo, el consumo de combustible creció casi un 5%. Esto aumentará nuestra responsabilidad en la emisión de gases de efecto invernadero y nuestra contribución al calentamiento global.

El gobierno debería tomar medidas urgentes para reducir el consumo de petróleo, especialmente para su uso como combustible. Esto nos permitiría estirar nuestras reservas para uso industrial, dando tiempo a una transición menos brutal en el reemplazo de este insumo. No solo no lo está haciendo, sino que está actuando en su contra.

Pensar el futuro con la rarefacción de la oferta petrolera, anunciada por griegos y troyanos en todo el mundo, implicaría (entre otras cosas) reorientar el rumbo de nuestra producción de alimentos, reduciendo el uso de petróleo, fosfato y potasio y expandiendo la producción agroecológica. Esta opción también implicaría un mayor énfasis en apoyar la transición agroecológica de la agricultura familiar, que es más fácil de provocar que la reorientación de los agronegocios. Sin estos cambios, en un futuro próximo dependeremos aún más de las importaciones de alimentos básicos, con precios que subirán a un ritmo vertiginoso.

El programa ambiental del gobierno de Lula adolece de radicalismo. El Ministerio del Medio Ambiente se deshidrató con una colaboración no disimulada de la bancada del PT en el Congreso. La deforestación en la Amazonía cayó un 33%, desde los picos que alcanzó durante el gobierno de Jair Bolsonaro, pero sigue siendo alta, aumentando especialmente en el Cerrado. La caída relativa de la deforestación en la Amazonía tiene más que ver con la expectativa que genera la operación en tierras yanomami que con un efecto duradero. Ibama e ICMBIO quedan desestructurados y con poca capacidad operativa para combatir ilícitos que los satélites no dejan de registrar. Y, si los cortes superficiales se hicieron menos numerosos, la extracción de madera continúa sin cesar. Y la temporada de incendios aún no ha comenzado.

La operación contra la economía ilegal de madereros, acaparadores de tierras, pescadores y mineros de oro, iniciada con la operación Yanomami, sigue patinando en Rondônia e inexistente en decenas de otras tierras indígenas o federales. Enfrentar este flagelo, apoyado por las fuerzas de las bandas del narcotráfico, ni siquiera es equiparable. Las operaciones que se realizaron son puntuales y una gota de agua en el océano. La Policía Federal, después de años seguidos en los que fue desmantelada para cumplir su función en la Amazonía, no tiene la fuerza suficiente para hacer el trabajo.

Ni siquiera se está discutiendo y planificando la movilización de las Fuerzas Armadas como apoyo, algo que pretendió hacer el enérgico hombre que nos presidió hasta diciembre pasado bajo el mando del general Braga Neto. Parece que habrá que esperar a otro escándalo nacional e internacional como el “Domingo de Fogo” de hace años para que se tomen medidas, siempre ahogadas y más mediáticas que efectivas. El gobierno parece estar a merced de los acontecimientos en lugar de prepararse para prevenirlos.

Las buenas noticias en estos meses vienen principalmente del poder judicial. Las investigaciones del STF y el TSE están en marcha y la derecha golpista sigue a la defensiva. Sin embargo, esta vez respiro no durará para siempre y hay muchas preguntas sobre la profundidad de limpieza requerida. Dos cosas son preocupantes: (1) los autores y patrocinadores de los actos de subversión aún no han sido procesados ​​y, en la mayoría de los casos, ni siquiera identificados; (2) los militares permanecen (muchos de ellos) en sus puestos y no hay investigaciones ni en la Fiscalía General ni en el STM, salvo contra un coronel enloquecido que maldijo y amenazó a los generales del Alto Mando del Ejército.

¿Rendirán cuentas los generales y coroneles que se comprometieron en actos golpistas? ¿Vamos a ver condenados a Augusto Heleno, Braga Neto y otros más? ¿Y los coroneles que comandaban los cuarteles rodeados de dementes golpistas con su consentimiento y, muchas veces, con su apoyo explícito? El gobierno está viendo la telenovela protagonizada por el galán Alexandre de Morais, pero sin siquiera tomar la actitud más obvia para hacer su parte, que sería cambiar al Ministro de Defensa, cuyo papel durante la crisis de enero fue defender a los militares golpistas.

Esta pasividad y lentitud no nos deja tranquilos frente a las amenazas de golpe de Estado en las FFAA. Por supuesto, la ultraderecha militar está a la defensiva, pero no ha sido golpeada directamente. Pasar el telón no los desarmará, al igual que no los atraerá aumentar el gasto en las tres fuerzas. Como en el caso de la agroindustria, esta gente lleva en el ADN golpista, o en la educación que recibió a lo largo de su carrera, valorando la dictadura y atacando el fantasma del “comunismo”.

Hablando de comunismo, debemos señalar que el 52% del electorado considera que Brasil corre el riesgo de ser dominado por esta ideología y sistema político. Y redefinen el significado de la palabra. Después de todo, para la burbuja bolsonarista y muchos otros, los comunistas no son solo Lula y el PT, sino Geraldo Alkmin, Rodrigo Maia, Sérgio Moro, Joe Biden y todos y cada uno de los que se han opuesto al “mito” en algún momento.

Un “comunista”, para esta audiencia, es alguien que está a favor del derecho de las mujeres a abortar, de que hombres y mujeres elijan su identidad sexual, que puedan existir familias diferentes a la pareja hetero hombre/mujer, que los temas de sexualidad sean objeto de estudio en las escuelas, que los pueblos originarios y quilombolas tengan derecho a sus territorios tradicionales, que el racismo sea un delito y que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres.

Para otra parte, un poco más pequeña, debería reducirse la edad penal, liquidarse sumariamente a los bandidos y los “buenos ciudadanos” deberían poder armarse sin restricciones. Son también los que defienden la “escuela sin partido” mientras apoyan las escuelas con orientación militar (partidista). En política, los “anticomunistas” están contra los partidos, contra el poder legislativo, a favor de una “limpieza” en el poder judicial y a favor de una dictadura militar, mientras condenan las dictaduras “de izquierda”, Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Esta ideología alucinatoria se alimenta en las “burbujas” bolsonaristas en las redes sociales y en el universo de las iglesias pentecostales. Tanto en un grupo como en el otro se valora la iniciativa individual, hoy llamada por el improperio “emprendimiento”, que engloba tanto a microempresarios como a repartidores. iFood o el cortador de galletas. Este público, con la precariedad laboral que hemos visto sobre todo desde la reforma laboral de Temer (pero que ya avanzaba antes que él), representa casi la mitad de la población activa. Son los que ven al Estado como un chupador de recursos que no regresan en forma de beneficios y que creen que Dios ayuda al que trabaja duro.

Este es el caldo de cultivo donde florece la derecha y la extrema derecha. Ganar esta audiencia es crucial para que evitemos más contratiempos en futuras elecciones. Y el gobierno no va a ganar esa base dando más concesiones a las iglesias. Los pastores de “mercado” son tan cínicos como los militares y los ruralistas, cuantas más ventajas obtienen más ventajas exigen y, aun así, no votan por candidatos progresistas. No tengo una receta para trabajar con esta categoría, pero algo se puede aprender de los pastores progresistas que saben hablar el idioma que entienden y conocen su forma de pensar.

Tampoco ayuda mucho la extraña posición de Lula en defensa de las “dictaduras amigas”. ¿Relatividad de la democracia? Aplicada a los casos mencionados, en particular Maduro y Ortega, esta sentencia del presidente es un desastre. Sí, no hay democracias puras y el concepto es relativo, pero Venezuela, Nicaragua y Cuba están fuera de este concepto, independientemente de los éxitos sociales del régimen cubano a pesar de las dificultades provocadas por el cerco estadounidense.

Para concluir esta evaluación, es necesario señalar que no contamos con instrumentos significativos de organización política y social influenciados por la izquierda. El PT ya no es el partido que expresó las posiciones de los movimientos sociales organizados en el campo y en la ciudad, arraigados en las masas desde los días de resistencia al régimen militar, en la oposición sindical y en las comunidades eclesiales de base. Se convirtió en un partido parlamentario, con poco trabajo de base y con una lógica más de gobierno que de movilización social.

Los partidos más de izquierda crecieron mucho en los movimientos identitarios que ganaron una fuerte dinámica en las últimas décadas y son los únicos, o casi, con poder de convocatoria de masas. Esto plantea una gran limitación para una movilización de la sociedad que se oponga a la hegemonía de la derecha y la extrema derecha en el Congreso.

En este frágil marco de desfavorable equilibrio de fuerzas, el gobierno jugará un papel crucial para permitir la expresión de un movimiento político social que reequilibre la balanza. Y Lula, más que todo el gobierno junto, jugará un papel central en este proceso. Es claro que el presidente no puede actuar como si fuera un líder sindical, pero puede y debe hacer dos cosas: (i) definir un plan de inversiones de gobierno muy claro, sencillo y fuertemente basado en responder a las principales demandas de la mayoría de la población (empleo, ingresos, educación, salud, vivienda, alimentación, transporte, saneamiento); (ii) adoptar una postura de comunicación directa y permanente de las propuestas de este plan para darlas a conocer a las amplias masas. Los partidos y movimientos progresistas serán los encargados de apropiarse de estos mensajes y discutirlos con las bases, con miras a crear organicidad en el público disperso de hoy.

Si bien el “regreso a las calles” es un mantra de las fuerzas progresistas, y debe suceder, esta no es la única forma de manifestación política. Los movimientos de opinión hoy suceden mucho en las redes sociales y los progresistas todavía son muy tímidos para apropiarse de estos mecanismos y usarlos para expresar posiciones políticas. Formar “activistas informáticos” será una tarea revolucionaria, aunque lejos de la experiencia de la generación de líderes de izquierda (mi generación y la siguiente). Tenemos tela para mangas.

*Jean Marc von der Weid es expresidente de la UNE (1969-71). Fundador de la organización no gubernamental Agricultura Familiar y Agroecología (ASTA).

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