por GÉNERO TARSO*
Lula ya ganó las elecciones en la primera vuelta y también ganará en la segunda y esto es una hazaña espectacular.
“Llegó la novedad a la playa, en la rara cualidad de sirena \ mitad busto de diosa maya, mitad cola de gran ballena, unos queriendo sus besos de diosa otros queriendo su cola de cena” (gilberto gil, La novedad).
No fue como esperábamos, pero la victoria está ahí mirándonos para preguntarnos qué haremos con ella. Lula volverá a llegar al gobierno y el peor perdedor de la historia nacional, no sólo el peor presidente, saldrá puerilmente del escenario político, si no puede dar un golpe de Estado.
Quiere cerrar una puerta blindada de la casa, detrás de él, con los moradores adentro, dejándolos en medio del fuego: sin despedirse, solo con las llamas extendiéndose y el humo asfixiante en la casa abandonada de la nación. Es experto en la asfixia sin piedad, pero está equivocado. Ciertamente la casa no se incendiará, ya que sus habitantes adquirirán más derechos de ir y venir y los bomberos de la esperanza atarán los hilos invisibles de la historia, a través de un Frente Político inimaginable que sorprendió a la ortodoxia, estimuló la imaginación democrática y atrajo a la izquierda pensante. , con integrantes ilustres y anónimos, que cambiarán el país hacia otro horizonte.
Max Horkheimer dijo -durante la Segunda Guerra Mundial- una frase célebre que tiene perfecto sentido para el presente, ya que el nuevo surgimiento del fascismo en el mundo -especialmente aquí en Brasil- va de la mano de los seres más descalificados de las burguesías nativas, vestidos en loros y milicianos financieros. “Quien no quiera hablar de capitalismo que guarde silencio sobre el fascismo” fue la lección de uno de los grandes maestros de la Escuela de Frankfurt.
La crisis del sistema de dominación global con la afirmación de nuevos polos de poder, que complejizan las relaciones internacionales y estimulan una secuencia de guerras regionales-globales, no solo propaga la industria bélica, sino también el virus de la agencia de la muerte, como una ideología y elementos constantes del poder político.
En la historia del título de su libro años de plomo, Chico Buarque introduce una fábula, a través de un episodio de la vida de un niño solitario, que juega con sus soldaditos de plomo y accidentalmente inicia un gran incendio en su casa, que acaba acabando con la vida de sus padres, una pareja de alienados simpatizantes de la dictadura militar. No sé si haya usado la fábula de Chico Buarque en otra ocasión, pero si lo hice, la volveré a usar porque es apropiada para los tiempos que vivimos: "El 30 de abril de 1973" - escribe Chico Buarque en la voz del niño – “La expedición del general Custer tomó por asalto el pueblo sioux, y para imitar las chozas de los indios coloqué” – cuenta el niño – varios cucuruchos con servilletas de papel. Encendí una cerilla y el fuego en las cabañas creció más de lo que había previsto, creando un efecto formidable. Pero las llamas alcanzaron los flecos de la colcha y comenzaron a extenderse…” (El fuego quema toda la habitación del niño y alcanza la habitación de la pareja, cuyo padre le había enseñado a ser duro con los “prisioneros inflexibles”). Con cierto desconcierto, el niño sale corriendo a la calle y ve la silueta de sus padres muertos, aferrados a los barrotes de la ventana de la casa incendiada.
No todos los bolsonaristas son fascistas o sicarios reales o potenciales, pero que -entre ellos- a partir del ejemplo de su jefe, miles son entusiastas de la muerte, no cabe la menor duda. Basta ver la violencia desatada en el actual proceso electoral, donde puñaladas, garrotes y tiros conforman el truculento ritual de la política de derecha, siempre preliminar a guerras, asesinatos colectivos, putrefacción moral del Estado y sustitución del poder. argumento por los hechos.
Lula ya ganó las elecciones en la primera vuelta y también las ganará en la segunda, y esta es una hazaña espectacular para un hombre y un grupo de partidos y personalidades que apuestan por una unidad política contra el fascismo, para ganarlo de una vez. cuando el tema de la defensa de la democracia y la república se convirtió en un eje político fundamental. En ese eje, subsumidos los problemas esenciales de nuestra “comunidad de destino”, que serán develados ya al inicio del próximo gobierno: acabar con el hambre y reducir la pobreza; instituir un programa de seguridad pública basado en una renovación institucional del pacto federativo; y modular la relación entre la política exterior y la política interior, con el fin de desarrollar y modernizar la economía, con asociaciones internacionales, económicas y militares, clave para la seguridad continental, para un salto más allá del zapato global de la era industrial clásica.
América del Sur no fue, en este siglo ni en el siglo pasado, escenario de guerras nacionales regionales que dejaran huellas de desencuentros insolubles entre nuestros pueblos y sus respectivos Estados, lo que nos hace considerar que contamos con un activo explícito, de carácter político, hacia un nuevo nivel de unidad suramericana, respetando las diferencias y buscando puntos de afinidad para enfrentar juntos los desafíos de este nuevo orden global.
Las formas orgánicas del desarrollo capitalista –dentro de la democracia política o incluso en un régimen autoritario-dictatorial– organizan su forma de producir (o reciclarse) –cuando están en crisis– especialmente forzados por la guerra o la amenaza de Revolución, pero también pueden hacerlo por decisión política, por actitud proveniente de una subjetividad arraigada en nuestra historia y en nuestras formas de resistencia al proceso colonial-imperial, en una era de diversidad de puntos de apoyo en el mundo, que pueden favorecer este ideal unitario y, al mismo tiempo, a la vez diferente, lo que nos da sentido.
La crisis es el pulmón del capitalismo “enfermo”, que comienza a respirar a través de innovaciones de gestión, nuevas técnicas de dominación y, en determinadas circunstancias, a través de nuevos mensajes de odio o seducción, cobijados allí en nuevas formas de control social y ejercicio del poder. fuerza. Hoy, con las nuevas tecnologías inteligentes, estamos sufriendo los efectos de un salto exponencial que se ha producido en los últimos 50 años, que ha ido diseñando un nuevo mundo y una nueva sociabilidad, dentro de una sociedad mundial más convulsa y violenta. ¿Estamos entendiendo lo que nos pasa? ¿Estamos registrando la total falta de aprecio de gran parte de las clases medias y empresariales” por la democracia? ¿Entendemos que la democracia liberal representativa –o se renueva o muere– porque está llegando a sus límites históricos?
Esta nueva sociabilidad nos agrede y desequilibra: ¿cómo es posible seleccionar personas para matar, exclusivamente por discrepancias políticas? ¿Cómo es posible presentar armas letales a los niños, alentar la violencia gratuita contra las mujeres, militarizar las escuelas, enseñar a las personas a odiar a los seres humanos por su identidad sexual? ¿Cómo es posible imitar la desesperación -por falta de aire- de las personas que se enfrentan a la muerte camino a un hospital? ¿Cómo era posible que un pueblo “pacífico” y “ordenado”, como dicen los viejos conservadores, con buenas (o malas) intenciones, eligiera como Presidente de su República a una persona que hace de la muerte y la tortura su carta de presentación en el plano político? ¿escena? Sociólogos, antropólogos y filósofos, humanistas y escépticos de todos los ámbitos de la vida, ya han dado respuestas brillantes a estas preguntas, pero yo, que pensaba que sabía algo más sobre mi país y que las lecciones de Treblinka y Buckenwald eran suficientes para enseñarme algo. a la barbarie, confieso que no sé nada más.
Sin embargo, es necesario entender: como siempre – por un lado – que la crisis y la guerra siembran más pobreza y muerte, concentran más riqueza y – por otro lado – que abren nuevas (buenas y malas) perspectivas políticas y también traen gérmenes de fascismo. Este, ahora configurado como bloque político y de poder -como el fascismo en guerra contra sus diferentes- comienza a organizarse directamente en el Estado, el cual, por su legitimidad originaria, puede fusionar su monopolio de la violencia con los deseos y intereses de violencia propios de las organizaciones criminales, ya trasladados a la política como neofascismo.
Cuando sus delirios de poder, exaltación del odio y compulsión sexual enfermiza se expresan como elemento subjetivo del orden, a través de la mentira y la guerra contra el diferente, del acoso y elogio de la violación, del asesinato individual y colectivo, ese nuevo orden ya ha penetrado en la cabeza de millones. Entonces puede participar, o incluso dominar, en otro orden estatal victorioso. ¿Tenemos hoy la oportunidad de detenerlo?
Como ninguna clase social, ningún grupo político, ningún partido u organización social es inmune a ser reclutado -parcial o totalmente- para ejercer la voluntad salvaje de matar en situaciones extremas, así como tampoco es inmune a las perversiones estimuladas por las crisis históricas, el ascenso del fascismo no puede ser revertido por la lucha de un solo sector de la sociedad. La resistencia al fascismo y a las aventuras de todo tipo de guerra sólo puede ser fuerte a través de una política con matriz ideológica de paz y solidaridad, que atraviese -en mayor o menor medida- al menos una parte de todas las clases, estamentos, grupos y sectores sociales – dentro y fuera del Estado.
Pero los mensajes ideológicos de paz y solidaridad se desvanecen rápidamente en el aire si los vencedores no arman un gobierno capaz de aislar a los asesinos y delincuentes fascistas de toda influencia en el poder, por el daño que ya han hecho a nuestra humanidad y el daño invencible que harán. instalar si recobrar el poder y la fuerza, como lo tuvieron en el período que terminará ahora, con la victoria de la democracia. No se trata de olvidar las diferencias, a veces de principios, que existen entre los integrantes del nuevo Frente Político que gobernará el país, cuyo nombre más apropiado y compatible, con la alegría que nos rodea en este momento, sería Frente de tolerancia, de alegría y unidad popular, para salvar los valores de nuestra Constitución.
El nombre es imposible, porque sería pasado por alto por los mercadólogos que hoy han adquirido merecida importancia en la política posmoderna, pero su contenido no es improbable. Diría -por cierto- que es la única manera posible de reconectar los lazos de nuestra identidad que están en el Pacto del 88, reiniciando la búsqueda republicana de nuestras utopías.
* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía).
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