por AFRANIO CATANÍ*
Consideraciones sobre las conversaciones de Charles Juliet con el dramaturgo y escritor irlandés
“Vive y limpia tu mente año tras año \ Mientras la vida gotea, limpia la tela” (Samuel Beckett)
El poeta, escritor y otorrinolaringólogo portugués Miguel Torga (1907-1995), residente en Coimbra, registró en su Diario, el 8 de junio de 1992, lo siguiente: “Me deshice de la oficina. Mil circunstancias adversas se combinan muy bien en este sentido. Y adiós a mi antiguo baluarte, donde tantos años luché como hombre, médico y poeta. Doné el material quirúrgico al Hospital da Misericórdia donde operé durante tantos años, y el mobiliario a la Junta Parroquial de São Martinho. Y me quedé en esas habitaciones vacías vacías como ellos. Sin pasado, sin presente y sin futuro, con mi propia vida abolida en el tiempo. Mientras los porteadores retiraban la mercancía, tuve la sensación de que me despojaban de la carne, haciéndome humanamente espectral. Al final, aturdida, con el suelo resbalando bajo mis pies, sin siquiera un banco para sentarme, el teléfono seguía sonando. Al otro lado del cable, me pidieron que agregara la tableta a los restos. Respondí que sí, que me iban a sacar y que seguiría. Y pregunté, con voz estrangulada, si querían que enviara también mi cadáver” (Diario, vol. XVI, pág. 1.742-1.743).
Desde mediados de noviembre de 1986 ocupo una habitación donde trabajé durante más de 34 años, seguiré trabajando allí, algunos meses más, algunas horas a la semana; hasta junio lo dejaré libre. Vaciar la habitación no fue –ni está siendo– para mí un proceso tan traumático como el vivido por Miguel Torga, aunque confieso que esta “operación de desmontaje” no es tan tranquila para el cuerpo y la mente. Los papeles fueron a reciclar; tesis y disertaciones, para bibliotecas de la USP; el computador es de la Facultad y estará ahí para los compañeros entrantes; gran parte de los libros acumulados en ese taller fueron donados a instituciones penitenciarias del estado ya alumnos de la carrera de Pedagogía.
Textos que ya no leeré van a amigos y colegas más jóvenes que están investigando los temas que los involucran. Separé algo para mí: libros de seres queridos que ya no están por aquí y que ayudaron en mi carrera académica, tres o cuatro obras clásicas, una o dos publicaciones que podrían ser de interés para mi hija menor y… eso es todo. De los ejemplares de las revistas seleccionadas, la mayoría maltratadas por hongos, moho y polvo, extraje algunos artículos con una vieja estilográfica. Uno de ellos lo comentaré y resumiré, pues entiendo que constituye un aporte relevante al tema al que está dedicado.
En un viejo número de Nuevos Estudios Cebrap (julio de 1989), hay una preciosa colaboración del poeta, dramaturgo y novelista francés Charles Juliet (1934) – “Encuentro con Samuel Beckett” – ganador del Premio de Poesía Goncourt 2013, autor de más de siete docenas de libros, traducidos al varios idiomas. Este artículo condensa el libro de Charles Juliet, Reunirse con Samuel Beckett (1986), ya que Éditions Fata Morgana “limitó la autorización al 40% del texto original” (p. 62).
El poeta francés relata la esencia de cuatro encuentros que tuvo con Samuel Beckett (1906-1989) entre 1968 y 1977, revelándolos con minucioso detalle, con sus silencios, vacilaciones, gestos, pequeñas sonrisas... El 24 de octubre de 1968, Charles Juliet acude al apartamento del autor y, tras instalarse en un pequeño sofá, cuenta que el escritor irlandés, entonces de 62 años, se sentó en un taburete y mantuvo “los ojos fijos en el suelo (…) Sé que no No será fácil romperlo…” (p. 62).
Respondiendo a las preguntas, Beckett comenzó a hablar sobre los años oscuros que experimentó después de renunciar a la Universidad de Dublín. “Vivió primero en Londres, luego en París. Había renunciado a dar continuidad a una carrera universitaria brillantemente iniciada, y tampoco pensaba en convertirse en escritor. Vivía en una pequeña habitación de hotel en Montparnasse y se sentía perdido, asesinado, viviendo como un trapo. Se levantó al mediodía y solo le quedaron fuerzas para llegar al bistró más cercano a desayunar. No pude hacer nada. Ni siquiera sabía leer". Agrega: “Yo me había resignado a ser un Oblomov (…) Ahí estaba mi mujer… fue duro…” (p. 62).
Regresó a Irlanda en 1945 para visitar a su madre, a quien no había visto desde el comienzo de la guerra. Dijo que una noche de marzo de 1946, “al final del muelle, en medio de la tormenta (…) todo me quedó claro” (p. 63). Trataría de sobrevivir como escritor, quería escribir. Sin embargo, necesitaría encontrar el lenguaje apropiado. “Cuando escribí la primera frase de Molloy, no sabía a dónde iba. Y cuando terminé la primera parte, no sabía cómo iba a continuar. Todo se hizo de esa manera. Sin borradores. No tenía nada preparado. Nada elaborado” (p. 63).
Charles Juliet transcribió que Beckett sacó de una caja un cuaderno muy grueso y con una tapa descolorida y se lo entregó: “Es el manuscrito de En Asistente Godot. Son hojas de líneas estrechas, papel de guerra, grises, arrugadas, de mala calidad. Paso mis ojos emocionado. En la última parte se utilizó el reverso de la página; para leer, sin embargo, es necesario darle la vuelta al cuaderno. De hecho, el texto no está retocado en absoluto. Mientras trato de descifrar algunos pasajes, murmura: – Todo pasó entre la mano y la página” (p. 63).
Respondió que le cuesta escribir como quiere: “el trabajo anterior inhibe cualquier continuación (…) Cada vez hay que dar un paso adelante”. Julieta añade: “Largo silencio” (p. 64). Beckett es inflexible: “escribir me llevó al silencio”. Otra pausa. “Sin embargo, debo continuar… Estoy frente a un acantilado y debo avanzar. Imposible, ¿no? sin embargo, puedes seguir adelante. Gana unos miserables milímetros…”.
Después de escribir, dijo que prácticamente no lee nada, por considerar incompatibles estas dos actividades. Sorprende cuando declara que “escogió el francés como lengua” porque “era nuevo para él. Guarda un perfume de extrañeza. Le permitió escapar de los automatismos inherentes al uso de una lengua materna” (p. 64).
El segundo encuentro entre Beckett y Juliet solo se producirá cinco años después, el 29 de octubre de 1973. Debería haberse producido antes, pero mientras tanto el entrevistado recibía el premio Nobel y… ¡lo invadía todo y todos! El encuentro de ambos estaba previsto en el Closerie des lilas. Acababa de pasar cinco semanas en Marruecos. “Alquiló un coche y visitó el país, se bañó, paseó por los mercados árabes, durmió en las playas…” (p. 65). Comentó que en los últimos tiempos ha seguido de cerca la puesta en escena de algunas de sus obras, especialmente en Alemania, y dijo que eso le interesa, “pero queda por la parte divertida” (p. 65). Lamentó que en Colonia, donde se instaló fin de fiesta, “se ignoraron las indicaciones de escena, situándose la obra en una residencia de ancianos. Esto lo hace grotesco” (p. 65).
Suzanne, su esposa, fue quien contactó al editor Jérôme Lindon (1925-2001), en el Ediciones de medianoche, quien publicó su obra. Sigue de cerca las traducciones de sus textos y confiesa que la mayoría de las veces no entiende mucho de las tesis y ensayos que tratan de su obra: dice que es fruto de una “demencia universitaria” (p. 65). Agrega que no escribe por encargo y que ya no sufre de insomnio (p. 65).
Sobre su vida, declaró que de adolescente no pensó en convertirse en escritor. “Después de terminar sus estudios, se embarcó en una carrera universitaria. Primero, fue asistente de francés en la Universidad de Dublín. Sin embargo, después de un año, ya no pudo soportar esa vida y literalmente desapareció. Acabó en Alemania. Desde allí envió su carta de renuncia. (...) Vino a Francia. No tenía ni dinero ni documentación. El presidente Paul Doumer acababa de ser asesinado (en 1932), y los extranjeros estaban siendo estrictamente controlados” (p. 66).
Con la traducción que hizo de Barco Ivre para una revista americana consiguió ahorrar algo de dinero y, para no ser expulsado de Francia, volvió a Londres. Intentó ser crítico literario, pero ningún periódico lo acogió. “Regresó a la casa de sus padres. Su padre estaba desilusionado. Se había visto obligado a abandonar la escuela a los 15 años, a abandonar sus estudios, y es fácil imaginar que no podía entender la actitud de su hijo. Tenía 26 años y se consideraba un fracaso. En 1933 perdió a su padre, y esta pérdida lo afectó profundamente. Hereda una pequeña suma de dinero y marcha a Londres, donde comienza a vivir en un departamento amueblado, viviendo muy pobremente” (p. 66).
En 1936 visitó Alemania y, en el verano de 1937, llegó a París, donde se instaló, trabando amistad con varios artistas e intelectuales, frecuentando a Giacometti y Duchamp (p. 67). Regresa a Dublín en 1945 para ver a su madre, como se ha dicho en líneas anteriores, y en 1946 vuelve a hacer otra vez. Durante esta estancia, comienza a comprender que sería escritor: “Escribí Molloy el día que comprendí mi estupidez. Entonces comencé a escribir las cosas que siento” (p. 67).
A partir de 1950, su ritmo de trabajo se vuelve intenso: escribe Molloy, malone meurt, En Asistente Godot, L'Innommable, Textos para Rien… Tiene gran simpatía por este texto y considera sus escritos posteriores a 1950 solo “como tentativos” (p. 67).
La tercera reunión, el 14 de noviembre de 1973, tuvo lugar nuevamente a la misma hora. Closerie des lilas. Preguntado por cómo iba el trabajo, respondió que siempre pasaba algo: “aunque sea grande, cada vez es más pequeño” (p. 68). Añade Charles Juliet: “Cada día pasa menos de lo que escribe” (p. 68). En cuanto a su obra, poco a poco se fue alejando de sus textos: “Al final del día ya no sabes quién habla. Hay una completa desaparición del sujeto. Ahí es donde conduce la crisis de identidad” (p. 68).
Contrariamente a Joyce y Proust, que “nunca dejaron de trastear y juguetear con algo” en sus manuscritos, Beckett camina “hacia la nada, comprimiendo cada vez más sus textos” (p. 69). En opinión de Charles Juliet, hay una “pobreza” en su universo, “tanto en cuanto al lenguaje como en cuanto a los medios empleados: pocos personajes, pocas aventuras, pocos problemas abordados y, sin embargo, todo lo importante se dice con absoluto rigor y singularidad” (p. 69).
Habla de la guerra de Irlanda, coincide, en este sentido, con una frase de François Mitterrand, para quien “el fanatismo es una estupidez” y menciona brevemente la rutina que establece cuando está en su casa de campo, donde pasa dos o tres semanas solo. : “En la mañana, escribe. Por la tarde se ocupa de pequeñas artesanías, o de paseos; a veces toma el carro para ir a lugares más apartados donde puede estar en paz” (p. 69).
El último encuentro tuvo lugar el 11 de noviembre de 1977, a última hora de la mañana, en el bar de un gran hotel, frente a su casa. Comenta que tenía insomnio y que pensó en una obra de teatro, de un minuto de duración, y habla de ella con cierto ánimo (p. 70).
Charles Juliet escribe que busca discernir qué constituye la singularidad de la obra de Beckett, comentando que, a lo largo de los últimos cuatro siglos, “el hombre parece haberse dedicado obsesivamente a darse a sí mismo y para sí mismo una imagen tranquilizadora y reconfortante. Ahora bien, esta es precisamente la idea que él, Beckett, se propuso destruir” (p. 70). El escritor irlandés le recuerda a su compañero de diálogo que le precedieron de esta manera Leopardi, Schopenhauer, entre otros.
Cuando se le preguntó si había elegido “rendirse a un enfoque sin base”, Beckett respondió negativamente; “La negación no es posible. La declaración tampoco. Es absurdo decir que algo es absurdo. Porque eso seguiría siendo un juicio de valor. No se puede protestar, no se puede opinar” (p. 70). Después de una larga pausa, se termina la reunión entendiendo que “es necesario quedarse allí donde no hay ni pronombre, ni solución, ni reacción, ni posiciones posibles… Esto es lo que hace tan diabólicamente difícil el trabajo” (p. 70). .
Quizás uno de sus epitafios, contenido en su poemas completos, ayuda a traducir esta dificultad:
ya no sabe lo que le dijeron
ya no sabe lo que se dijo
no te dicen nada mas
no se dice nada mas
diciendo que no hay nada que decir
nada más que decir
*Afranio Catani Es profesor jubilado de la Facultad de Educación de la USP y actualmente es profesor titular de la misma institución. Profesor invitado en la Facultad de Educación de la UERJ (campus Duque de Caxias).
Referencias
Carlos Julieta. Encuentros con Samuel Beckett. Traducción: Vinícius de Figueiredo. Nuevos Estudios Cebrap. Sao Paulo, No. 24, pág. 62-70, julio de 1989.
Miguel Torga, Diario (vols. IX a XVI: 15.01.1960 al 10.12.1993). Lisboa: Publicaciones Dom Quijote, 2do. edición completo, 1999.
Samuel Beckett. poesía completa (edición bilingüe). org. y trad.: Marcos Siscar y Gabriela Vescovi. Belo Horizonte: Relicário, 2022.
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