Saliendo del abismo infernal para volver a ver las estrellas

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por REMY J. FONTANA*

La reconciliación conlleva riesgos, costos e incluso puede ser peligrosa

Lula es elegido: ¡viva la democracia! Los inconformes, los extremistas de derecha no aceptan la derrota: ¡la democracia amenazada!

Pocas veces la política ha calado tanto en los corazones y moldeado tantas actitudes como en los últimos años, aunque para muchos, paradójicamente, como antipolítica. Este tipo de demostraciones deplorables, este entendimiento erróneo, estos errores y experimentos chapuceros no dejarán de tener consecuencias nefastas sobre la cultura y la práctica política, y sobre el funcionamiento de las instituciones del Estado y de las organizaciones de la sociedad civil.

Ante la difusión algorítmica de opiniones, en su mayoría dispares, muchas envueltas en humos odiosos, que reclaman no sólo el derecho a ser emitidas, sino la igual validez del conocimiento producido, ya sea a través de una investigación razonada o de una argumentación consistente, nos enfrentamos a una época de oscurantismo que parece capturar almas perdidas, conciencias ingenuas, psiques perturbadas y todo tipo de desprevenidos.

Este panorama borroso y tenso será el telón de fondo sobre el que habrá que moverse para intentar recuperar un poco de cordura perdida por muchos de los tragados por el ascenso de la extrema derecha bolsonarista, y hacer avanzar las luces del conocimiento y la ilustración, ambos necesarios para la país tener algún futuro y su gente además de comida, algo de dignidad.

Será una tarea de largo plazo que exigirá persistencia de espíritu y largos tiempos, medidos en décadas, tal vez en generaciones. Será un esfuerzo colectivo, una interdependencia organizacional que debe apuntar a una reconstrucción/construcción permanente hacia una sociedad cuyos cimientos contemplen el equilibrio, la diversidad, la buena voluntad, el libre albedrío, la responsabilidad, la conciencia, el “sentido de agencia”, es decir, un sentimiento de de control sobre sus propias acciones y sus consecuencias.

Una sociedad que incorpore también equidad, moralidad, bienestar, compromiso y tolerancia, prosperidad económica, valores, sentido y significados, y, por otro lado, que mitigue las divisiones, la ambición, el egoísmo, las ilusiones, las fechorías, las injusticias.

 

Brote fascista

Comencemos con el perfil del mal soldado, expulsado del ejército, político insignificante y gobernante fascista, elevado a la dirección de la nación por las circunstancias de una conspiración autoritaria, a raíz del golpe de Estado de 2016 contra la presidencia Dilma Rousseff.[i]

Hecho de irracionalismo, cinismo y mediocridad, Bolsonaro es una figura que engaña y miente, que desconoce las atribuciones de un gobernante, y que se autoengaña, al no reconocer que las máscaras grotescas e innobles con las que cubrió al personaje que encarnó , son ellos, poseen la expresión acabada de uno mismo.

Un hombre irascible y primario que busca superarse a sí mismo en la bajeza con cada discurso y cada gesto. Una figura corroída por el rencor, movida por el odio y las afrentas, atormentada por la percepción de su propia insignificancia, sabiendo que es un engaño, una fabricación, condenada a la condenación de las almas atormentadas, como las invocaciones místicas de Micheles, las oraciones airadas de Damares o ministros terriblemente evangélicos podrán rescatarlo.

La venció el 30 de octubre. Para desentrañar la condición social de estos protagonistas del caos, que marchan y acampan en las calles y plazas del país, y frente a los cuarteles, sería necesario ampliar el concepto de lumpen, que abarca en su formulación original (Marx&Engels) todo tipo de criminales, marginales y descalificados, que despojados de la conciencia de clase, se vuelven instrumentales del reaccionario y la contrarrevolución. Los patriotas bolsonaristas del momento contribuyen a la inclusión de otras clases y categorías en el concepto; así, además del lumpenproletariado, ahora tenemos la pequeña burguesía lumpen, la lumpenburgesia y las fuerzas armadas lumpen, movilizadas por aventureros ocasionales no para impedir una revolución social, sino para hacer inviable una prosaica alternancia de gobierno bajo las reglas del liberalismo. democracia.

De los tres poderes de nuestra alma, según Aristóteles: “vivir, sentir y razonar”, los vestidos de verde y amarillo, la versión extremista-bolsonarista, parecen vivir y aplicar sólo el poder sensible a lo que oyen o escuchan. ver, completamente despojado del poder "razonamiento". De ahí su infinita credulidad respecto a los disparates, las tonterías, los más crudos enunciados, la cínica desinformación y las mentiras que les traga abundantemente la máquina de odio puesta en marcha por el ex capitán, cachorros y secuaces.

Gritan libertad, pero reclaman dictadura; denuncian un golpe inexistente proponiendo un golpe real; se supone que tienen libre albedrío, pero se someten a la predestinación divina, vía fanatismo religioso; pretenden afirmar la verdad de sus creencias y valores, pero son incapaces de fundamentarlos o justificarlos.

Inmersos en estas condiciones y portando tales actitudes, estos “buenos ciudadanos”, en la práctica una masa hipnotizada por “mitos” burdamente fabricados, carecen de capacidades cognitivas, o las tienen en un nivel insuficiente, mientras se quedan con actitudes impensadas, carentes de referencia. punto de creencias asociadas al conocimiento contextual respecto a las acciones.

Esto responde, en parte, a que sus experiencias suelen estar disociadas de la realidad objetiva. Es este “mundo paralelo”, ya observado por crónicas periodísticas y elaboraciones académicas, el hábitat natural de los bolsonaristas fanáticos, perdidos en cualquier sentido, el sentido común, el sentido común o el sentido crítico. Sin sentido. Sin sentido, porque tete malade. El pequeño mundo de los tontos y los idiotas, donde hay poco intelecto y exceso de pasión, conocimiento objetivo sesgado por manipulaciones y prejuicios, y experiencia subjetiva preñada de exaltaciones autoritarias y delirios amarillo verdosos.

La indignación de este pueblo, evidenciada por las manifestaciones simples, caricaturizadas y bizarras, se da por razones equivocadas y medios espurios, apuntando a objetivos que son la negación de la legalidad y legitimidad del sistema político, la soberanía popular y la libertad, que ellos invocar sin conocer su naturaleza, condiciones, alcance o límites.

La ira, la intimidación y la violencia como relación prima de conducta personal o de acción colectiva los caracteriza.

Esta es la razón/sinrazón de los ensayos fascistas de bloqueadores de caminos, de los que acampan frente a los cuarteles clamando por la dictadura, de los que acosan a los opositores pistola en mano, de los que asfixian a los niños colgándolos del cuello por decir “Lula ahí”; los que insultan a los que aún no se han dejado tragar por el irracionalismo en los restaurantes, los que se enfrentan a las instituciones y autoridades no porque haya razones razonadas para criticarlas, sino por la tontería de no estar de acuerdo con sus procedimientos, dictados y decisiones; de los que marchan como soldaditos de plomo, títeres de los incompetentes, llevados a la ruina de sí mismos y de sus propios intereses; los que ponen a los niños pequeños en orden unido, haciéndolos marchar, al estilo de la juventud nazi, entonando estruendosos gritos bárbaros; los que, en flagrante ignorancia, levantan los brazos en el saludo nazi; los que suben a los autobuses escolares para agredir a los adolescentes que se atrevieron a sugerir o indicar preferencias electorales colocando el dedo índice delante del pulgar, dibujando una L; productores de listas negras de establecimientos comerciales, profesionales y prestadores de servicios que deberían ser boicoteados por ser sospechosos de alinearse con posiciones políticas de “enemigos”; los que entran a las casas parroquiales y degüellan al párroco; Finalmente, la lista negra sigue creciendo.

La lista de diatribas de la extrema derecha, en su resistencia a los parámetros mínimos de la democracia y en su abierta negación del civismo es larga, y seguirá produciendo aberraciones y morbosidad a escala industrial/informativa.

¿Qué más le falta a esta insurgencia fascista? ¿Una reserva de aceite de ricino para alimentar a tus oponentes? ¿Redadas punitivas en universidades, sindicatos, partidos, periódicos o asociaciones progresistas? ¿Agresión física indiscriminada? ¿Depredación de instalaciones públicas donde operan los funcionarios y autoridades encargados de hacer cumplir la ley? ¿Institución de campos de “trabajo”?

De este estallido de desobediencia bolsofascista, de esta negación de leyes, pactos y contratos político-constitucionales, saldrán todos los patriotas enloquecidos por la más cruda retórica política, por la más crasa manipulación ideológica, por la más desvergonzada proliferación de mentiras, provocando , a lo que queda de sus facultades de razón, graves traumas que les dificultarán, o les impedirán, por mucho tiempo, acceder a los caminos que conducen a la verdad, a la realidad efectiva de las cosas.

Estos conservadores, en particular los de corte reaccionario, son básicamente personas, grupos o comunidades que encuentran difícil reconocer la complejidad de la realidad, especialmente en condiciones de rápido cambio en diferentes esferas, y admitir la multiplicidad bajo la cual puede ser ejercida y Vivió la condición humana.

Aunque ya presente en años anteriores, es en 2022, particularmente en torno a las elecciones, que la aventura fascista implicó mayores despilfarros, mayor delirio y amenazas, mayor demostración de ira y furia en su inconformismo ante la derrota; no faltaron episodios trágico-cómicos, cuya extravagancia no prescindía de la violencia y la intimidación, el descalabro económico y las pérdidas diversas, que afectaron a muchos e, irónicamente, a ellos mismos.

¿Cómo será a partir de ahora la vida de estos voraces consumidores de desinformación, que con confianza o ingenuidad se tragaron todas las mentiras que les prodigaba una poderosa máquina de noticias falsas ¿para destilar un odio ciego, no sólo hacia los opositores, sino hacia todos los que no comparten sus valores anacrónicos, sus concepciones deformadas de la patria, la familia y la libertad según el canon fascista?

¿Cómo terminarán posicionándose políticamente cuando esta ola autoritaria se disuelva en orillas más democráticas? ¿Cómo procesarán sus dudas, si logran vencer el fanatismo, sobre lo que creían ser, es decir, protagonistas de la “regeneración de la patria”? ¿Qué querían ser y en qué se convirtieron efectivamente además de patéticos y caricaturizados aprendices del fascismo? ¿Qué quedará de sus vidas amargadas, de sus resentimientos, de sus callejones sin salida, de su impotencia para revertir el rumbo y el rumbo de los procesos sociales y su expresión política? ¿Cómo, retrospectivamente, podrán conciliar sus hechos, comportamientos y gestos con una nueva realidad que los ha superado?

¿Cuán profundas y oscuras son las motivaciones que los movilizan? ¿Hasta dónde y por qué medios pretenden llevar sus demandas, articuladas por un centro de mentiras, falsedades y manipulaciones, incluida la autonomización de las redes digitales, cuyo logro sería el autoritarismo más descarado?

Uno de los hallazgos más intrigantes, de hecho el mismo verificado en relación a los alemanes en el período nazi, es que junto a los fanáticos hitlerianos de antaño o los bolsonaristas de hoy, hay gente “común”, supuestamente ciudadanos razonables, de cierto cultura o ilustración que, por quién sabe qué desgracias de la vida, se adhirió a estos ciclos de locura. En algunos aspectos, la aparición de estas desgracias puede hacernos conscientes de raíces políticas subterráneas, cercanas a nosotros, que de otro modo pasarían desapercibidas.

De los nazis y sus voluntariosos verdugos, sabemos el horror que perpetraron y su vergonzoso final. En cuanto a los aprendices del fascismo tupiniquim, bajo la inspiración del “mito”, ¿serán capaces de avanzar hacia el abismo o serán incapaces de avanzar? ¿Serán contenidas por órganos o autoridades guardianes de las instituciones del estado de derecho, o por una movilización de las fuerzas democráticas?

¿Cuándo verán desmoronarse estas masas de insurgentes reaccionarios las ilusiones que les dieron tanto ímpetu? ¿Cuándo se darán cuenta de que los reclamos y reclamos de sus protestas en los que basaron sus locas acciones serán diluidos por la fuerza de una realidad que dejará sus motivaciones vacías de todo sentido, desprovistas de toda pertinencia, inconsistentes con la organización y funcionamiento de los aparatos de poder de una sociedad compleja, en estos tiempos de crisis planetaria? ¿Hasta cuándo abdicarán de la verdad de la vida cotidiana y de los hechos que impone la realidad objetiva, dada su preferencia por repetir sus mantras, que en lugar de apaciguarlos, los exaltan aún más en la ferviente adhesión a su “mito” y sus creencias? mistificaciones.

No se puede descuidar, sin embargo, que navegan por las aguas oscuras del oscurantismo y el río profundo de la ignorancia, envueltos en una “histeria histriónica de conversión colectiva” (Muniz Sodré, Folha de São Paulo, 13/11/22), y que son muchas, y que darán trabajo a quienes están comprometidos con el sostenimiento y la profundización de la democracia.

 

Las elecciones presidenciales y sus enemigos

Una atenta observación reconocerá que los grupos movilizados de extrema derecha no sólo se disputan el desenlace adverso. Sus líderes los entrenaron para cuestionar la imparcialidad del proceso electoral incluso antes de que se iniciara. Esta estrategia, articulada por el negacionismo, puesta en práctica por Donald Trump e imitadores autoritarios como Jair Bolsonaro, va desde negar la ciencia hasta negar la eficacia de las vacunas, desde negar los hechos hasta negar los procesos electorales., entre otras negaciones.

El patético y rabioso descontento por la victoria de su contrincante forma parte, pues, de una línea de continuidad en los últimos años, en los que la extrema derecha tiene instalado en palacio de gobierno a su animador. Se trata pues de movimientos, eventos y actuaciones que distan mucho de ser espontáneos, ya sea en consignas, horarios, agendas, recursos; financiados ostensiblemente por sectores empresariales, financieros, agroindustriales, todos unidos en un mismo robo a la patria y destrucción de la democracia.

Y ahora, con la elección perdida, los bolsonaristas intensifican su resentimiento fuera de tiempo y fuera de lugar, fuera del texto (constitucional) y del contexto internacional, redoblándose en los caminos bloqueados y frente a los cuarteles, esperando el “gran momento” en que sus reclamos antidemocráticos son respondidos por los hombres de armas. Sin embargo, ni la cobardía pusilánime de su líder ni la amenaza de cuarteles de castas militares parecen darles un atisbo de esperanza, dado el aislamiento del primero y las patacas desmoralizadoras del segundo.

Alborotadores callejeros, generales nostálgicos de la Guerra Fría, turbas empresariales, locutores de radio atronadores en su comportamiento reaccionario sin límites ni escrúpulos y, obviamente, políticos oportunistas sacados a la escena pública por los trucos algorítmicos que demuestran, por la asociación de intereses, por la armonía de ideas y valores y por crasa ignorancia histórica cuánto una parte importante de la población puede retroceder a una etapa “primitivista”.

Ahora bien, en los “hechos de tabajara posteriores a la elección presidencial” en los que se confunde patriotismo con motín (M. Sodré, Folha de S. Pablo, 13/11/2022), toda esta pandilla se suma, clamando al cielo, pero invocando fuerzas diabólicas e inspiraciones de tipo fascista, en un golpe de miras estrechas.

Nos corresponde, por tanto, verificar el surgimiento y movilización de estos estratos, reconocer su comportamiento y táctica política, evaluar su peso y su capacidad de articulación, estimar su eventual continuidad o desintegración; estos son algunos procedimientos teóricos y políticos necesarios para desalojarlos de instancias de poder e influencia, y debilitarlos dentro de la sociedad.

Es de esperar que lo que los unifica bajo la bandera del irracionalismo patriótico, en esta coyuntura mejor entendido como fanatismo “patriótico” (aglutinación de patriota y mamarracho), usurpando símbolos y colores del Estado y la nación, los entrecruce de tal manera. amalgama que se convierten unos para otros en sus propios mitos, sus fantasmas, sus furias y sus enfermedades, de tal manera que sus propios rostros son devorados por sus propias máscaras.

Así, del drama histórico que se creían protagonistas acabarán apoyando una comedia burlesca o un teatro del absurdo, no del todo exentos de pequeñas tragedias o sufrimientos personales. En el mundo paralelo que viven o crean para sí mismos, el “mito” que forjaron en su ingenuidad o locura ya no corresponderá a ningún poder simbólico, alegórico o legendario.

Fuera de la historia y carentes de razón, algunos parecen pertenecer al limbo, al primer círculo del infierno, otros al purgatorio. En estos lugares, entre llantos y suspiros, los arrepentidos tendrán que esperar treinta veces el tiempo que vivieron alejados de la ley, de los principios democráticos, de las normas y costumbres civilizadoras.

¿De qué les hubiera valido su adhesión a tan vil y descalificado gobernante, sino sumergirse en el negativismo científico, la incivilidad conductual, el oscurantismo cultural, el sectarismo religioso y el autoritarismo político, que serán vergonzosos antecedentes para avergonzar a su posteridad y descendencia?

Tristes legados. Que al menos sirvan para iluminar a las nuevas generaciones, si es que no olvidan este monumental desliz al borde del abismo de muchos de los que les precedieron, y desde allí aprenden a tomar decisiones políticas más acordes con los parámetros democráticos.

La mejor apuesta es que, dentro de plazos razonables, la mayoría de estas personas adquieran una conciencia política menos extrema o alienada, ya que estas energías equivocadas se dispersan, cuando este mundo paralelo que creían habitar se derrumba.

 

¿Pacificación, conciliación, reconciliación o escisión?

¿Qué son? ¿A quién le importa? ¿Cómo se procesa? ¿Qué resultados?

Si los tres primeros términos se refieren a una intención, una búsqueda deliberada de un acuerdo, un consenso deseable o necesario, a través de diversos y complejos mecanismos y arreglos políticos o institucionales tendientes a establecer una agenda o un pacto que permita nuevamente a ambos una convivencia civilizada y el funcionamiento del Estado y de los gobiernos después de un período de conflagraciones, en último término, escisión, en el sentido de división, escisión, separación política e ideológica es algo que se da, se impone como una dura realidad que no podrá ser superada A corto plazo.

Las posibilidades de éxito de algunas de estas estrategias encaminadas al consenso, o por el contrario, la reiteración de la escisión e incluso su profundización, dependerán de la formación de líderes acreditados, de una sociedad civil que tenga porosidad interna y voluntad de diálogo. entre sus diversos componentes, de una cierta adhesión de las masas populares, y de unas condiciones objetivas, en particular económicas, ya sea relacionadas con la acumulación de capital, con sus relaciones de apropiación/expropiación, o con el alcance de las políticas redistributivas, entre muchos otros factores.

Cuando una sociedad está tensa o conflagrada en algún grado, en una gradación extensa que va desde las escaramuzas electorales hasta la guerra civil, en algún momento debe llegar a algún fin, si quiere reproducirse socialmente como tal. En Brasil en la última década, con un crecimiento notable, se ha producido una agudización de los sentimientos en torno a los valores, opciones políticas y preferencias ideológicas, permeados por un bajo moralismo y una religiosidad impregnada de teologías de la época; ambos conducen a una regresión sociocultural que nos sorprende y nos abisma.

Tales fenómenos no son exclusivos de nosotros en estos tiempos de cambios geopolíticos, crisis de hegemonía capitalista y crisis climática. Casi en todas partes, el surgimiento del radicalismo político de derecha ha sido una de las expresiones más perturbadoras de estos procesos.

En nuestro caso, un largo período de gobierno de cuatro administraciones de centroizquierda, con el PT a la cabeza, parece haber sido demasiado para las clases dominantes. Estos, con sus aparatos de hegemonía, lanzaron una intensa, generalizada y continua campaña de difamación, satanización y desestabilización de esos gobiernos, el PT y su dirección.

El éxito espurio de estas iniciativas se evidenció con el golpe de estado de 2016, con el arresto de Lula bajo los auspicios de la lawfare lavajatista y por la elección del ultraderechista Jair Bolsonaro. En medio de estos procesos y bajo el patrocinio del excapitán, hoy presidente de la república, surgió del oscuro trasfondo de nuestra historia una masa de delincuentes, con fuerza, capacidad de movilización e iniciativas cuyas motivaciones, medios y objetivos deben ser se refirió al movimiento fascista, ya sea la matriz italiana de los años veinte, o su versión cabocla integralista de los años treinta.

Es este gobierno, ahora derrotado por la fuerza en las urnas el 30 de octubre de 2022, el que deja atrás esta ruina política, esta ruptura social, estas brechas presupuestarias, esta tierra devastada, estos huérfanos de una dictadura que no pudieron implementar, pero que aún la invocan con rabia, bajo la inspiración de su locura, de su extrañeza, de su alienación.

El nuevo gobierno democrático, inaugurado el 01 de enero de 2023, tendrá que lidiar, por tanto, con este legado de escombros, con esta masa que no quiere reconocer la legitimidad de las urnas. Para gobernar una nación, no sólo una parte de ella, además de los fines democrático-republicanos, será necesario ampliar consensos, generar apoyos, desarmar ánimos.

Dejemos de lado los procesos y estrategias de conciliación, bien mapeados y estudiados, que permean la historia del país. Aunque aún no ha insinuado su astucia en la coyuntura actual, alguna de sus versiones quedará siempre en la manga de las clases dominantes, como recurso para la reducción de daños cuando las cosas no se dan en la medida y escala de sus intereses sustantivos. Es un hecho que tanto en los discursos como en la viabilidad, apoyo y éxito de la candidatura de Lula, una mirada superficial parece revelar su presencia, con gestos apaciguadores, en la composición del equipo de transición.

Pero si la conciliación, nuestra vieja de la guerra, tuvo lugar cuando los contendientes, pertenecientes de hecho a las mismas capas dominantes, a pesar de sus querellas y disputas, aún conservaban una capacidad de diálogo, transacciones y arreglos, una propuesta de reconciliación, por otra parte lado, surge cuando las tensiones políticas y los gravámenes sociales enfrentan a opositores que han perdido esas condiciones y posibilidades.

Este parece ser el caso actual, en el que demócratas de diversa índole se enfrentan a una extrema derecha de tipo fascista, potenciada por el gobierno de Jair Bolsonaro, derrotado en las urnas, pero presente en el inconformismo autoritario de las calles.

En estas condiciones, ¿quién y cómo se propondrá la agenda de la reconciliación? ¿Quién la conceptualizará, definirá sus términos, lineamientos, alcances, cronograma, medios, instrumentos y procedimientos? Qué apoyos y fuerzas se necesitarán para poner fin al encuadre y la rendición de cuentas de los protagonistas que degradaron las instituciones, abusaron del poder, desafiaron las reglas básicas de la convivencia democrática, profanaron los símbolos patrios, fomentaron el odio, causaron miles de muertes, evitables, por negligencia, ineptitud , prevaricación y corrupción, comenzando por el presidente de la república, su familia, esbirros e inhabilitados de toda índole, con la activa y bien recompensada colaboración de las Fuerzas Armadas?

¿Por qué es difícil la reconciliación? Conlleva riesgos, costos e incluso puede ser peligroso. También existe el temor de ser mal entendido, interpretado y manipulado. Tendrá que tener disposiciones cooperativas, espíritus desarmados, así como coraje y cierta sabiduría política. Exigirá la capacidad de proyectarse más allá de mezquinas disputas, agravios recientes, fricciones y choques de coyunturas, sin dejar, sin embargo, de ser coherente con los objetivos que se ha propuesto.

¿Podemos esperar que tales arreglos y condiciones sean posibles o factibles? Uno de los temas más desafiantes será establecer alguna conexión entre lo diferente, algún consenso a través de la mejora comunicativa.

Por difícil que sea establecer un nivel civilizatorio, donde puedan coexistir lo divergente y lo opuesto, lo diferente y lo diverso, lo cierto es que lo que se ha hecho resultó de una construcción social, y nada nos impide seguir haciendo algo socialmente diferente. .

Es seguro que muchos tardarán en liberarse del miedo que los oprime, de la ignorancia que los subyuga y de la ira que mata. Condiciones y disposiciones que nos separan por clase, ideología, religión, cultura, valores, elecciones, preferencias. Pretender que la posibilidad de superar tales barreras a la convivencia pueda derivar de automatismos, borramientos de memoria, contemporización con el mal, impunidad de los delitos, compromisos desde arriba, sería equivocarse, restablecer impasses y repetir los errores que nos cometen, como nación, una comunidad de personas desiguales que no se reconocen con los mismos derechos y dignidad, oportunidades y destino.

¿Cuándo podremos volver a mirarnos a los ojos? ¿Quiénes, qué actores, con qué apoyos y con qué líderes será posible la reconciliación? ¿Quién opondrá reservas, resistencias?

Una perspectiva deseablemente optimista apunta a algún acomodo político, por cierto siempre provisional, entre los actores institucionales, a saber, el nuevo gobierno de Lula, la mayoría parlamentaria conservadora y una garantía un tanto vacilante de las altas cortes, dada la capacidad de los primeros, la fisiología de los segundo y la presunción legalista de este último.

Por el contrario, puede prevalecer durante un tiempo considerable una intransigencia preinsurreccional, ya sea la de la locura de las calles, la de las tentaciones militares autoritarias o la inspirada en el aprendiz bonapartista de tercera (de Napoleón III, Le Petit).

 

La bandera y los colores de la patria – usos y abusos

Dominación (política), hegemonía (cultural), moralidad (vicaria de la religión), movilización (de las masas) y procesos similares o afines en el Estado-Nación encuentran en el nacionalismo y el patriotismo, y en sus expresiones simbólicas de banderas y colores una condensación, formando una especie de modelo cognitivo cultural. De ahí sentimientos de pertenencia e identidad colectiva que cristalizan en la vivencia de un pueblo.

Es cierto que tales configuraciones cumplen ciertos fines, necesarios para la reproducción de la sociedad, para el funcionamiento del sistema político y la soberanía de la nación. Sin embargo, cuando los símbolos con los que se revisten ya no corresponden a la universalidad de la “forma de Estado” encarnada en la nación, se rompe el encanto y la reconciliación cívica del contrato social.

Tal es el caso de las crisis de tipo revolucionario, que alteran los regímenes políticos y refundan el Estado. Como resultado, se modifican estructuras, procesos y símbolos que darán consistencia al nuevo orden.

Quizás, y esto es una apuesta, y eventualmente una proposición, crisis de menor intensidad, pero lo suficientemente fuertes como para impactar en prácticas políticas, arreglos institucionales, políticas públicas o formas de conciencia también podrían –o deberían– renovar los acervos simbólicos de la nación para luego redefinir lealtades. , identificaciones y adhesiones a un nuevo orden moral y un nuevo arreglo político-cognitivo y cultural, actualizando los principios republicanos y profundizando la democracia.

Este podría ser el caso de Brasil, en el año del bicentenario de la independencia, el 133 de la república, el 4 del desgobierno de Bolsonaro, en el que el propio Bolsonaro y sus resentidos seguidores secuestraron la bandera y los colores nacionales, alegando ser los verdaderos ( y solo) patriotas, tiñendo estos símbolos con la mancha difícilmente lavable de la intolerancia, el autoritarismo, la truculencia, el analfabetismo político y la incivilidad.

Si fuera necesario reforzar esta proposición, bastaría mencionar que mucho antes, pero con notable énfasis en este período de gobierno, las Fuerzas Armadas ya reclamaban y ejercían prerrogativas “nacionalistas”, es decir, un régimen base, prepotente y autoritario. nacionalismo, y un patriotismo de fantasía, ambos debidamente vestidos de amarillo verdoso.

Seguro que habrá quienes propongan el rescate de estos símbolos y colores de la patria, en nombre de toda la nacionalidad. Puede ser un compromiso válido, una tarea noble, un objetivo ciudadano. Que tengamos suerte, si es el caso, en este arduo y largo empeño cívico.

Pero ¿por qué no atreverse a reinventar las señas de identidad de la nación y adecuar sus símbolos a las nuevas urgencias democráticas, climáticas y civilizatorias, en un salto cualitativo que nos integre fraternalmente y proyecte al país como protagonista de primera magnitud frente a los riesgos? y amenazas del Antropoceno?

 

¿Qué esperar o qué hacer?

El civismo, entre los brasileños, seguirá siendo un elemento escaso en las relaciones sociales por algún tiempo: la derrota electoral de Jair Bolsonaro no elimina del terreno social y del escenario político el proceso en curso de degradación ética, autoritarismo político y afrenta civilizatoria de muchos de sus 58 millones de votantes, de ahí la alerta, la prudencia y la lucha que se impondrá a los demócratas en los próximos años.

Volviendo al título de estas notas, sí, nos vamos del infierno; con un poco de esfuerzo y un enfoque nítido podemos volver a ver las estrellas, pero antes de llegar al paraíso, tenemos que escalar la enorme montaña del sur del purgatorio. Lo que sólo podemos hacer si el cansancio no nos abruma, y ​​tenemos guías seguros que nos guíen y, a nuestro lado, compañeros combativos que nos acompañen y disposiciones de lucha, organización, coraje y prudencia.

¿Qué tareas nos esperan a los demócratas, a los progresistas, a los anticapitalistas, para enfrentar a los autoritarios, a los reaccionarios ya los capitalistas neoliberales?

Nuestra acción debe centrarse tanto en los portadores de estos valores, estos seguidores fanáticos del fascismo, estos receptáculos y difusores del irracionalismo, pero también, y quizás con prioridad, en los transmisores, en los formuladores, en los que manejan los hilos de las manipulaciones, locutores reaccionarios, especialmente del campo, empresarios sin escrúpulos que intimidan a empleados, jueces y fuerzas del orden, activistas del lawfare, etc.

Apostamos mucho por el discurso y la argumentación, pero estos, quizás, deberían ser recursos subsidiarios; lo más relevante será la demostración de cómo decisiones gubernamentales y políticas públicas acordes con el interés de las mayorías, especialmente de los menos privilegiados, modifican sus condiciones de vida, elevándolas a un mayor grado de bienestar, reconocimiento, dignidad, conciencia. Sin embargo, para que los discursos o las políticas produzcan los efectos deseados, penetrando en la vida cotidiana, necesitan convertirse en hechos de experiencia inmediata o directa, dotados de algún significado y, además, incorporando un contenido emocional, insertándose en la sensibilidad humana.

Para quienes valoren una sociabilidad mínimamente solidaria, cordial o respetuosa, será una larga prueba de resiliencia y paciencia para convivir, tanto en el ámbito privado como colectivo o público, con tantos contaminados por el estallido de extrema derecha que asola el nación. Nosotros, los que vivimos más al sur, donde el conservadurismo, el reaccionario y el bolsonarismo, en sus diversas combinaciones, son más ostensivos, agresivos y desvergonzados, estaremos aún más desafiados a mantener una serenidad ciudadana, sin dejar de combatirlos, especialmente en las esferas políticas. y culturales.

¿Cómo, si y cuándo esos extremos de la derecha volverán a los parámetros de la conducta civilizada, a las reglas de una Constitución, a los lineamientos republicanos de la convivencia social? Lo más probable es que los reaccionarios más aguerridos sigan siéndolo, inmunes a cualquier agenda, diálogo o pacto en torno a los intereses sustantivos de la nación que, sin eliminar los conflictos, los regule democráticamente. Con estos villanos impenitentes no habrá posibilidad de acercamiento, nada que les haga romper el caparazón de la locura.

Otros, esperemos que en mayor número, revisen sus expectativas, evalúen sus intereses y quiénes realmente los representan, redefinan sus concepciones y se reinserten en una comunidad cívica en la que el eventual predominio de una plataforma política o de una hegemonía circunstancial no signifique el exterminio de adversarios o la ruina de la nación.

Superar las fracturas entre ciudadanos de un mismo país no implica anular las diferencias, sino aceptarlas, reconociéndolas como expresiones legítimas de la diversidad de un pueblo.

En todo caso, ningún planteamiento encaminado a mitigar el clivaje social que nos tensa, y en el futuro superarlo en un proceso de reconciliación, será posible antes de que esta furia fascista se convierta en sólo el mal recuerdo de una época y la conciencia pesada y bochornosa de aquellos. quienes lo encarnaron. Pero por ahora, seguiremos viendo cómo el deterioro de las relaciones personales hace cosquillas en nuestra sensibilidad, y la animosidad política prevalece entre este dúo ruidoso, "nosotros y ellos".

Por el momento, no podemos siquiera imaginar una nueva congregación de ciudadanos, de un mismo país, ejerciendo derechos y deberes, pactados por legítimas cláusulas constitucionales. Estimar cuándo sucederá esto es como pararse en la base de una alta montaña y tratar de visualizar su cima. Y su ascenso nos parece en estos momentos casi una imposibilidad. Durante algún tiempo, quizá décadas, los miedos y las paranoias, la intolerancia, las rabias y los prejuicios, la desesperación y la depresión, las sospechas y los resentimientos serán ingredientes abundantemente disponibles en nuestra escena/cena política.

Lo que tenemos aquí y que se proyecta desde hace tiempo, y que nos suena familiar, es que se toman partido y se dividen lealtades, hasta que las emociones a flor de piel vuelven a su propio ámbito, liberando la acción política, el ámbito político, las relaciones políticas y el conflicto político de pagar fuertes e indebidos peajes extrapolíticos. Dicho brevemente, que la política recupere su naturaleza, que sus procedimientos organicen la sociedad y que sus protagonistas actúen en consonancia con sus propios términos.

“Permacrisis”, un término que describe un largo período de inestabilidad e inseguridad, fue la “Palabra del año 2022” para el Diccionario Collins. Muy apropiado, ciertamente, aunque nos cabrían algunos otros con similar pertinencia: fascista (amenaza real), electoral (cuestionado), golpe (siempre una posibilidad), mito (falso), noticias falsas (el pan y la mantequilla de la derecha radical), patriota (en su versión patriótica), corrupción (no nos suelta), pastor (prestamistas del templo, mercaderes de la fe), odio (teníamos hasta oficina de palacio para difundirlo).

sergio augusto (El Estado de S. Pablo, 13/11/22), en este paquete lexicográfico, propone, sin embargo, una palabra que expresa como ninguna otra lo que hemos sentido en las últimas semanas: alivio.

Por ahora, ante esta rabiosa perorata de fanáticos inconformistas, regocijémonos en el nuevo amanecer de la democracia, que perdura y mejora en medida y en correspondencia, con nuestra ilustración y con nuestra lucha.

Que la paz, el juicio, la verdad y la prosperidad sean eficaces y nos guíen, mientras esperamos que la esfericidad del mundo se reimponga en los diversos ámbitos de la locura que nos asola.

PD El título es una línea de Dante, Infierno, Canto XXXIV.

*Remy J. Fontana, es profesor jubilado de sociología de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC). Autor, entre otros libros, de De la espléndida amargura a la esperanza militante – ensayos políticos, culturales y ocasionales (Insular).

Nota


[i] Trato extensamente el perfil político de Bolsonaro en “Del sueño de Platón al infierno de Dante”, La tierra es redonda,14/09/22

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