por ARTURO MOURA*
El precario legado de la lucha popular fue el mayor trofeo de la clase dominante al petrificar la idea de combatir la subversión.
Ruy Mauro Marini es sin duda uno de los grandes intelectuales que reflexionaron sobre la situación económica y política de varios países latinoamericanos. Toda su vida estuvo engullida por los contextos políticos de los países donde vivió, que lo obligaron a pasar por tres exilios, pero que también le dieron notoriedad como teórico, pensador, docente y figura política. El propio Ruy Mauro en sus memorias dice lo difícil que es separar todas estas cosas dada, una vez más, su gran implicación y compromiso político con la causa obrera.
Ruy Mauro Marini es de Barbacena, Minas Gerais, donde nació en 1932. En 1953 inició sus estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Brasil, pero luego obtuvo una beca y pasó a estudiar a la FGV. Fue en Francia, a partir de 1958, donde comenzó a estudiar a Marx y Lenin. Fue también en esta época cuando se acercó a la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), que inspiró el pensamiento latinoamericano. A su regreso a Brasil se vinculó a Polop (Política Obrera) y se distanció del pensamiento nacional-desarrollista.
Fue en 1964, con el golpe militar, que Ruy Mauro Marini partió hacia su primer exilio en México, justo en el momento en que iniciaba sus actividades académicas en la UnB (Universidad de Brasilia). Residió en el país hasta 1969 donde trabajó como colaborador de varias revistas y como profesor en la Unam (Universidad Autónoma de México) y en el Colegio de México. Con la represión, que también aumentó tras la publicación de su texto denunciando la masacre de estudiantes en Tlatelolco (1968), Ruy Mauro Marini se fue a Chile.
En Chile, a partir de 1969, Marini se integró al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y al CESO (Centro de Estudios Socioeconómicos), que fue un importante referente de formación en todo el continente. En 1972 escribió La dialéctica de la dependencia, que se convertiría en un referente de la “escuela de la dependencia” en América Latina. Con el golpe de Estado en Chile, Ruy Mauro Marini viaja a Panamá y México. En México asumió el cargo de profesor del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Unam donde trabajó hasta 1984, año en el que regresó a Brasil para ocupar nuevamente el cargo de profesor de la UnB.
Un punto fundamental de las obras e intervenciones de Ruy Mauro es tomar a Marx como punto de partida, pero no como una forma de simplemente transponer mecánicamente los pensamientos y categorías de Marx a la realidad latinoamericana. La intensa vida política en Chile, luego de un paso por México, colocó a Ruy Mauro Marini en diversos frentes de formación, uno de los cuales, y según Ruy Mauro Marini el principal, fue el CESO. “Por allí pasaron la mayoría de intelectuales latinoamericanos, europeos y americanos, principalmente de izquierda, participando en conferencias, congresos, mesas redondas y seminarios”. CESO estudió, por ejemplo, la transición socialista en la URSS con énfasis en Lenin, coordinado por Martha Harnecker. El tema de investigación propuesto por Ruy Mauro en la célula CESO donde trabajaba fue “Teoría marxista y realidad latinoamericana”. Según Marini, el curso comienza con la lectura de La capital.
Ruy Mauro afirma que en el caso del Estado contrainsurgente (1950), “el movimiento revolucionario es visto como un virus, un agente infiltrado de tal manera que provoca un tumor en el organismo social, un cáncer, que debe ser extirpado, eliminado, reprimido, aniquilado. También se parece a la doctrina fascista”. Piensa en un momento histórico complicado, de intensas disputas entre dos bloques económicos hegemónicos y orientaciones políticas encontradas, a pesar de que a estas alturas de la posguerra el llamado comunismo no representa una amenaza para el capitalismo.
No podemos caer en la ilusión de que la orientación de los partidos comunistas en todo el mundo significó una ruptura total con la forma en que funciona el capitalismo. Lo que se observa, por el contrario, es la conformidad con gran parte del entramado social ya construido por el capital. Los comunistas, digamos, estaban dispuestos a reformar el capital actuando como un tipo de socialdemocracia más radical con un carácter meramente nacionalista y ultracentralizado.
Sin embargo, debemos resaltar aquí que la defensa del llamado nacionalismo revolucionario ciertamente entró en conflicto con la hegemonía burguesa, principalmente internacional, por el simple hecho de que esta hegemonía se basa absolutamente en las decisiones y necesidades mayoritarias del imperialismo norteamericano. En este período histórico, aunque muy a regañadientes, podemos decir que el Estado contrainsurgente tuvo algún sentido y la siempre esperada precaución de los servicios de inteligencia fueron conscientes del contexto social no sólo en el Congo, Vietnam y Argelia, sino en Chile, Argentina, Perú. , Colombia que tenía dentro de los movimientos populares organizaciones y células dispuestas a entablar un enfrentamiento armado, pero nada que pusiera en jaque el poder hegemónico del Estado burgués.
La década de 1960, por ejemplo, apenas comenzaba a ensayar movimientos combativos y revueltas populares. Por mucho que la comunicación burguesa adoptara la idea fija de que los terroristas amenazaban a la sociedad brasileña en su conjunto, unas pocas docenas de militantes profesionales no podían destruir ni remotamente el poder de la burguesía. La organización de las vanguardias no contaminó a las masas de trabajadores, que todavía dependían de líderes reformistas, como fue el caso del presidente chileno Salvador Allende.
Sin embargo, este precario legado de la lucha popular fue el mayor trofeo de la clase dominante pues petrificó la idea de combatir la subversión hasta el punto de no saber en qué tiempo estamos. El miedo al comunismo es más que un espantapájaros.
Todos sabemos que los espantapájaros no tienen vida, a pesar de engañar muchas veces a los incautos. El repugnante anticomunismo vociferado por la burguesía, los militares y los liberales de todos los órdenes tiene vida en la medida en que moviliza las bases, incluso si esta movilización es estimulada por el miedo a un peligro artificialmente construido precisamente para funcionar como una especie de advertencia a trabajadores que desean exigir derechos u organizarse. Al atravesar el tiempo manteniendo la misma función social (aniquilando los movimientos sociales), la doctrina de la seguridad nacional muestra su vitalidad al mantener vivo algo que sólo existía de forma embrionaria.
No podemos ser frívolos y decir que el ideal comunista nunca existió o que nunca amenazó a las elites. La historia nunca nos permite lecturas ultrasimplificadas, a riesgo de borrar o vulgarizar los procesos de lucha. Lo que en realidad dejó de existir en la primera mitad del siglo XX fue un proyecto revolucionario organizado adoptado por las masas populares con el objetivo de revertir las relaciones de poder entre los trabajadores y la burguesía. Sobre este tema, recomiendo leer el texto de João Bernardo “La Revolución Rusa como resolución negativa de la nueva forma de ambigüedad en el movimiento obrero”.
El período de dictadura cívico-militar en Brasil, por ejemplo (pero no sólo en Brasil sino en prácticamente todos los países capitalistas sin excepción), se transformó en un período próspero, de inmenso avance industrial y todo este trabajo realizado magistralmente por los incorruptibles militares. . .
Si hoy hablamos de un monopolio de las virtudes por parte de los llamados izquierdistas (cuestión muy presente en boca de subintelectuales de derecha como Luiz Felipe Pondé), no podemos dejar de notar que ese monopolio de todas las virtudes posibles Las virtudes pertenecen a los sectores dominantes, entre ellos las Fuerzas Armadas. No sorprende que, a partir de 2014, haya habido un intento desesperado de convertir a los agentes de policía en héroes, ya sea de derecha o de izquierda.
La derecha ama el poder de las armas como símbolo de libertad y de combate contra sus enemigos (los trabajadores) y corresponde a las fuerzas armadas en su conjunto limpiar la casa (destruir y criminalizar a las organizaciones sociales), hacerla habitable de nuevo y para eso es necesario extirpar algunos sectores que obstaculizan la salud de la sociedad capitalista.
La izquierda cree en los legalistas, muy optimista y precariamente llamados antifascistas. Si por un lado Gabriel Monteiro es un ídolo de los fascistas, Leonel Radde es un ídolo de los izquierdistas. ¿Qué tienen ambos en común (a pesar de algunas diferencias específicas)? La defensa intransigente del Estado y, evidentemente, el mantenimiento indiscutible de todas las Fuerzas Armadas. El Estado-Dios es el padre de ambos. Por tanto, ambos son virtuosos: cada uno a su manera. En ambos casos también ayuda a producir la idea (¡falsa!) de que no hay antagonismo entre ellos y los movimientos sociales y obreros. Ambos sirven al capital. Es más que eso. Volviendo a la cuestión central, ambos producen la idea de que nuestra defensa es necesaria, mediada por los hombres incorruptibles con el poder de las armas.
De esta manera, el estado policial está siempre presente, haciendo inviable cualquier ruptura con el orden burgués (primero mediante el discurso moralista, luego mediante la violencia letal). Ambos, finalmente, son defensores del orden y funcionan como parte de los mecanismos contrainsurgentes actuales.
*Arturo Moura es cineasta y estudiante de doctorado en Historia Social de la UERJ.
la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR