por LUIZ EDUARDO SOARES*
La insensibilidad a las transformaciones en curso reduce nuestra capacidad de entenderlas y valorarlas como realidades cruciales que marcan nuestro tiempo.
Hay innumerables posibilidades para un acercamiento analítico a la sociedad brasileña contemporánea. Uno de ellos resulta del ejercicio de la memoria: evocando el pasado, por el contrario, se iluminan características actuales que las rutinas tienden a invisibilizar. En nuestra experiencia cotidiana, muchas veces naturalizamos las innovaciones, el surgimiento de nuevos fenómenos, la transgresión de expectativas consolidadas, la irrupción de diferencias, incluso aquellas que nos interpelan en todas las dimensiones: intelectual, ética, psicológica, política, estética.
La insensibilidad a las transformaciones en curso reduce nuestra capacidad de entenderlas y valorarlas como realidades cruciales que marcan nuestro tiempo. Sin la conmoción de la sorpresa y la experiencia de la perplejidad no hay filosofía, no hay movimientos de pensamiento; lo sabemos desde la Grecia clásica.
Por otra parte, el énfasis unilateral en la continuidad del proceso histórico es propicio no sólo para la reproducción de relaciones de dominación, sino también para la (falsa percepción de) estabilidad mental, porque impide que las teorías y creencias establecidas se vean amenazadas. Lo que socava la confianza en los conceptos tradicionales no agota sus efectos en el ámbito epistemológico, pues perturba el régimen de los afectos y subvierte las autoimágenes apaciguadas.
Por eso, suele ocurrir que los debates intelectuales, cuando someten a escrutinio crítico categorías y parámetros establecidos, conmueven a los interlocutores y dan lugar a actitudes defensivas, más propias de la represión que de la apertura reflexiva y dialógica. Lo que muchas veces está en juego, aunque sea implícita e indirectamente, son cosmovisiones, constelaciones de valores, modos de vida, relaciones sociales, identidades grupales y modos de autoconstitución de los sujetos.
Estas consideraciones pueden ayudar a explicar las brechas y tensiones intergeneracionales en el campo del conocimiento social y el debate político. Las divergencias no sólo dividen generaciones, que tampoco son homogéneas. Hay heterogeneidades transversales y perspectivas diversas, los cortes son múltiples. Pero es ineludible reconocer la importancia de las diferencias entre generaciones intelectuales y sus implicaciones políticas, así como sus fundamentos. Esta pluralidad agonística se manifiesta sobre todo en el lenguaje conceptual y la composición de las agendas de investigación. Cambian las jerarquías de prioridades en las agendas que orientan la producción intelectual y los debates públicos.
Sintetizando en una imagen caricaturesca y reduccionista, se diría que las críticas mutuas entre los grupos aludirían, por un lado, a la inconsecuencia o superficialidad “posmoderna” y “anarcoliberal” de los jóvenes, que habrían renunciado a la problema fundamental de las clases, adoptando pautas de “identidad”, desestimadas como “comportamentales” o relacionadas con las “costumbres”, y, por otro lado, la melancólica insensibilidad defensiva de los ancianos, atrapados por tradiciones patriarcales y racistas (porque son incapaces de perciben los privilegios de los que se benefician, como hombres, heterosexuales y blancos), reacios a admitir el agotamiento -o al menos la insuficiencia- de las categorías con las que siguen pensando la realidad, cuyas características se habrían transformado radicalmente.
Veremos, más adelante, cuán grave es el error de minimizar la relevancia de pautas mal llamadas identitarias o costumbristas, y cómo ese error fue responsable del fortalecimiento de perspectivas autoritarias, incluso neofascistas, en la sociedad brasileña. Por otro lado, también veremos cuán empobrecedor y erróneo sería abdicar de las categorías clásicas para pensar una sociedad históricamente construida a partir de ejes y procesos aprehendidos por esas categorías, aun cuando mutaciones radicales hayan acumulado nuevos ejes estructurantes, profundamente alterando la realidad vivida.
En definitiva, concluiremos que es imprescindible el diálogo intergeneracional, que aquí no es más que una metáfora que alude a la interacción entre distintos agentes sociales y sus modelos cognitivos, simbólicos, estéticos, afectivos y ético-políticos. O tal vez va más allá de la metáfora, sí, hasta cierto punto, porque las tensiones intergeneracionales existen y juegan un papel nada desdeñable en el vaciamiento de la interlocución.
Retomemos el hilo del argumento. Para hacer más objetivo este preámbulo, recurramos a un experimento mental: supongamos que un grupo de intelectuales brasileños, activos en el campo de las ciencias sociales y las humanidades – formados, por tanto, en las principales tradiciones del pensamiento social crítico y progresista – fueran transportados desde mediados de la década de 1980 hasta 2023. Observando el entorno, ¿qué le sorprendería en Brasil hoy, además de la permanencia de la pobreza y las desigualdades, en el contexto de urbanización salvaje y nuevas formas de comunicación? Aquí hay algunas hipótesis:
(I) La presencia de la población negra en las universidades públicas y en varios otros espacios socialmente valorados, lo que revelaría cuán significativa fue su ausencia anterior y cuán asombrosa y perversa fue la normalización de esa ausencia. Esta presencia, fruto de la lucha de los movimientos sociales antirracistas y de la adopción de políticas dirigidas a la acción afirmativa, como las cuotas, demostraría la relevancia de la agenda -racismo, racismo estructural, racismo institucional- y sus agentes colectivos. Si nuestros personajes que viajan en el tiempo son en su mayoría blancos, tendrán que lidiar con el nuevo problema emergente, su “blancura”, en un país estructuralmente racista.
(Ii) La transformación de las relaciones de género, haciendo perceptible la magnitud y la violencia insidiosa del patriarcado, así como su relativo borrado previo. La transformación impacta en todas las esferas de la vida individual y social, de múltiples formas, demostrando la centralidad de los movimientos feministas como nuevos grandes actores históricos, cuyos temas y banderas ya no pueden ser subestimados. Si los intelectuales imaginarios, secuestrados en la década de 1980 y arrojados repentinamente entre nosotros, son en su mayoría hombres, tendrán que lidiar con el nuevo tema emergente, su “masculinidad tóxica”, en una sociedad eminentemente patriarcal.
(iii) La revolución en el mundo del trabajo, complejizando las estructuras de clase, como uno de los efectos devastadores del neoliberalismo, en crisis permanente. La precariedad impactó en las formas de organización sindical de los trabajadores, redefiniendo las dinámicas que generan conciencia política y fragmentando los intereses en juego. ¿Qué, hoy, podrían sumar trabajadores? ¿Qué podría unificarlos bajo un proyecto político común? Las viejas respuestas siguen siendo parcialmente válidas, pero ya no son suficientes. ¿Cómo se reemplazan en este contexto las relaciones entre intereses y valores, economía y creencias, política e ideología?
(iv) El nuevo perfil de las tensiones geopolíticas, en una economía capitalista globalizada, que desplazó temas relacionados con las nacionalidades y la soberanía, implosionando referencias ideológicas de la guerra fría y socavando los modelos utópicos tradicionales. ¿Cómo se reposicionan los proyectos estratégicos nacionales en un mundo hegemonizado por el capital financiero y, en el mejor de los casos, multipolar? Como todo este contexto se vuelve aún más complejo, como resultado de la nueva división internacional del trabajo, en la que Brasil, desindustrializado, se repliega al lugar de proveedor de materias primas, exportador de .?
(V) La revolución en curso en la cultura popular, específicamente en el campo religioso, y sus efectos políticos, debilitando la supremacía católica tradicional e impulsando la expansión de las comunidades evangélicas neopentecostales, especialmente en los territorios populares.
(vi) La centralidad de los temas ambientales y climáticos, imponiéndose en las agendas regionales, nacionales y subnacionales, aunque refractados por condiciones específicas. Nuevas categorías como el Antropoceno y la justicia climática comenzaron a ocupar un lugar destacado en los debates públicos, revelando tanto la inadecuación de las viejas fórmulas que anteponían la naturaleza a la cultura como la gravedad de los efectos socioeconómicos de la emergencia climática. Tales efectos intensifican las desigualdades, en todas sus manifestaciones: entre clases sociales, razas, géneros y naciones. El horizonte futuro, de persistir el modelo de desarrollo capitalista dominante, hace del hambre, los conflictos migratorios, las pandemias, la escasez de agua y energía, cuestiones humanitarias estratégicas, revelando la incompatibilidad entre el capitalismo y la salvación de la vida (no solo humana) en el Planeta.
(vii) En este nuevo contexto, los intelectuales recién llegados de la década de 1980, profundamente comprometidos en la lucha por la redemocratización de Brasil y francamente optimistas sobre la posibilidad de que la institucionalidad liberal-democrática, a ser creada por la Constitución de 1988, coexistiera en armonía con el reformismo social, promoviendo una economía de mercado socialmente domesticada y sujeta a lógicas redistributivas, estos personajes nuestros, fugitivos de la transición política, arrojados por la máquina del tiempo a la vorágine del Brasil actual, no podrían ocultar su perplejidad: (a) ante la permanencia de las desigualdades y miserias (a pesar de innegables cambios y algunos avances); (b) ante el regreso de los espectros de la dictadura (su discurso, sus prácticas incluyendo algunos de sus personajes); (c) frente a fricciones aparentemente insuperables entre el nuevo arreglo económico capitalista, el neoliberalismo y la democracia liberal; d) ante la continuidad de prácticas policiales y carcelarias, propias de la represión dictatorial, que consideraron incompatibles con la democracia reconstituida por el pacto constitucional; (e) ante el agotamiento del modelo nacional-desarrollista, sea por la globalización y la financiarización, sea por los límites materiales de la naturaleza.
(viii) La disolución de lo vivido y entendido como espacio público, el conflicto ideológico-político democrático, la disputa argumentativo-racional, sustituido por el asombroso predominio de lo que parecería, a primera vista, “irracionalismo”, pero que requerirá nuevos conceptos y el refinamiento de los instrumentos analíticos. En el marco del colapso del mundo público y la redefinición del papel atribuido al actor antes llamado “intelectual público”, nuestros personajes de los años 1980 intentarán ajustar sus virtudes cognitivas para dar sentido a la sorprendente articulación entre nuevos lenguajes. y medios técnicos originales, en las redes sociales, y comprender el funcionamiento de los nuevos protagonistas de la comunicación, algunos de los cuales rivalizan con los medios tradicionales o incluso los superan, en alcance e influencia.
En este nuevo ámbito reinan individualidades singulares, histrionismos, idiosincrasias, hibridismos ideológico-políticos, “realidades paralelas” y conflagraciones violentas, ajenas a intervenciones o control por métodos convencionales. Nuestros viajeros en el tiempo escucharán sobre noticias falsas y probablemente les resulte difícil comprender que el fenómeno no se trata sólo de “noticias falsas” (susceptibles, por tanto, de mera rectificación, o fácilmente corregibles por el proceso educativo institucionalizado), sino de construcciones de mundos alternativos, que involucran fantasías conspirativas, valores, afectos, deseos, viejas creencias reprocesadas, además de renovadas experiencias de pertenencia.
Hay mucho más que ocho ítems en el repertorio de perplejidades provocadas por la acumulación de cambios en las últimas décadas. Sin embargo, los temas referidos son suficientes para señalar el choque sísmico que resultaría del súbito enfrentamiento entre los intelectuales progresistas brasileños propios de la década de 1980 y la realidad nacional (y no sólo) contemporánea. Cuando hablamos de intelectuales, nos referimos a formas típicas de pensar, sentir, actuar y vivir la vida. Afecciones, valores, creencias, expectativas, cosmovisiones, formas de saber y razonar forman el espíritu humano, inmerso en cuerpos y relaciones, inscrito en colectividades históricamente constituidas.
He aquí un modelo de análisis, un tipo ideal para que se pueda reflexionar con cierta distancia crítica, y objetividad, sobre una determinada generación intelectual, moldeada sobre todo en el talante de sus años de formación, los más notables para la construcción de identidades, alianzas , antagonismos y trayectorias.
Los viajes en el tiempo no existen. Por tanto, los intelectuales o investigadores de lo social no se lanzan a las décadas futuras; pasan los años, acompañando los cambios y buscando adaptarse, personal e intelectualmente, con más o menos flexibilidad, más o menos creatividad, incluso identificando tendencias y anticipándose, cuando sea posible. Sin embargo, todavía tiene sentido insistir en el experimento mental del viaje en el tiempo como medio para subrayar cuán desestabilizador puede ser el proceso en curso, desatado en los últimos treinta y cinco años, dada la velocidad de las transformaciones y la multidimensionalidad de su impacto. que va desde lo más radicalmente íntimo y subjetivo (como el descubrimiento de que el sexo, el género y el cuerpo son entidades separadas, susceptibles de recombinaciones, según diferentes estéticas del yo, como lo demuestran movimientos libertarios cada vez más importantes, como el de las mujeres y colectivos LGBTQIA+), a la realidad más amplia, que escapa al cálculo y la imaginación, cuando la referencia es, por ejemplo, la escala geológica del Antropoceno.
En este contexto, tenso por metamorfosis a nivel micro y macro, la idea misma de adaptación parece inapropiada e insuficiente. Tal vez se requiera sólo la conciencia de que la apertura a la revisión de conceptos y juicios debe ser permanente y audaz, sin que ello implique, evidentemente, renunciar ni a compromisos sociales y políticos, ni a parámetros vigentes o resistentes, precisamente por tratarse de aspectos de continuidad bajo la avalancha de cambios.
Las generaciones de intelectuales (académicos, pensadores, investigadores en áreas sociales) que iniciaron su formación después de la guerra fría y de la promulgación de la Constitución democrática brasileña, que crecieron bajo la égida de la complejidad procesal contemporánea, sin perjuicio de lo que deban a la tradiciones de sus respectivas disciplinas y las peculiaridades de sus instituciones, tuvieron desde temprana edad que lidiar con los estímulos, provocaciones y demandas no sólo de mercados de trabajo específicos, de institucionalidades particulares, sino también y quizás sobre todo con los imperativos y urgencias de sus tiempo y de su mundo, provinciano y globalizado: decir de sí mismo antes que nada, hacerse autoral (autor, sujeto, dueño de su propia nariz, dueño y dueña de sus ideas y de sus cuerpos) para evitar la sumisión a poderes ajenos, encontrar y establecerse en su lugar, lugar entendido como fuente única e intransferible de su voz y de su deseo.
Se privilegia el lugar de la palabra, el cuerpo, la ascendencia, la horizontalidad frente al poder, el rechazo al Estado ya la política, el rechazo a las mediaciones. Se idealizan los colectivos, una nueva versión de los movimientos sociales y los sustitutos de percha de los partidos tradicionales de izquierda, constituyéndose en nichos de voluntarismo y espontaneidad, la “vieja generación” diría, urgida, ésta, a “llamar de mal gusto lo que no es espejo”, como advertía Caetano Veloso –la ironía es preciso, aunque la crítica de los experimentos activistas no siempre es inapropiada, como veremos.
De ahí se deduce por qué las generaciones intelectuales progresistas formadas tras la conquista de la democracia en Brasil –y se requiere la máxima cautela para evitar generalizaciones homogeneizantes– estarían mucho más en sintonía con las cuestiones de género y raza, así como con la extinción de la especie. (o de la vida en el planeta), y porque, para ellos, sólo a partir de estos temas emergentes se podrían hacer más, digamos, indagaciones convencionales sobre la sociedad y sus destinos económico-políticos, basadas en nociones como clase, clase conciencia, etc., tienen sentido.
No se trataría, por tanto, sólo del individualismo y del triunfo del utilitarismo egoico liberal, sino de nuevas modalidades de conexión entre la formación de la subjetividad, la inscripción en lo social -la división social del trabajo ya no responde, en el tradicional extensión, a la identidad y la pertenencia- y la experiencia con la comunicación, con repertorios accesibles y con el cada vez más desafiante fenómeno del reconocimiento. Si la posición en la estructura de trabajo, la carrera y su horizonte de ascensión ya no son suficientes, la recompensa por estado logrado o codiciado, el itinerario familiar predeterminado, ni siquiera la anatomía y la materialidad del cuerpo supuestamente irreductibles, si las comunidades presenciales pierden precedencia ante las constelaciones virtuales de perfiles y avatares, se entiende tanto la Renacimiento del salvacionismo religioso, así como la defensa de un espacio acorazado psíquica y simbólicamente para respirar y existir, así como la proliferación de iniciativas que pretenden marcar lugares, es decir, que pretenden anclar ontológicamente sujetos –y redes de lealtades y antagonismos – en iconografías nuevas y arcaicas y especulaciones metafísicas.
El propósito es existir con sentido, sobrevivir con dignidad, una dignidad que es el resultado del respeto, que se obtiene a través del reconocimiento, la experiencia crucial que trasciende la individualidad y la inserta en la sociedad.
En otras palabras, se está disolviendo en el aire, en pleno siglo XXI, tras la explosión neoliberal y la implosión del bloque soviético, que se daba por supuesta y natural en el capitalismo de posguerra (salvando las distinciones entre metrópolis y periferias coloniales) : la construcción del yo del sujeto, en la sociedad, para un lugar en la división social del trabajo y en la organización de la reproducción familiar. Es decir, lo que en el pasado estaba garantizado por la estructura patriarcal, al precio de subordinar a las mujeres en el mundo doméstico -no sólo- y a los hombres y mujeres negros en el universo del trabajo, ahora necesita ser producido por otros medios y maneras.
O caráter disruptivo do neoliberalismo ajudou a romper grilhões – as contradições movem processos históricos, como sabemos –, mesmo que suas dinâmicas de precarização, despedaçando laços e direitos, apontem para a intensificação das desigualdades, o aprofundamento da alienação e a exacerbação das taxas de exploração del trabajo. En el convulso contexto actual, en el que las estructuras económicas, familiares y políticas, otrora sólidas (temporalmente estables), se están descomponiendo –la globalización de las cadenas de valor, la financiarización y la aceleración del desarrollo tecnológico participan de esta fragmentación–, cuidarse (entre otras cosas) , con y para otros y otros) se convirtió en una empresa titánica, a veces épica, que implicaba más que intervenciones estéticas en el cuerpo y adaptaciones en gramáticas afectivas y valorativas.
No bastan los tatuajes, los neologismos, los nuevos rituales colectivos, las celebraciones comunitarias, los nuevos lenguajes del arte y el viejo dispositivo agregador de las fiestas populares. Ha sido necesario marcar el lugar de uno mismo y para uno mismo en el devenir de las luchas por la apropiación del mando sobre el proceso de derogación del patriarcado y el racismo (mando que pertenece, por otras razones, al neoliberalismo), llevando este movimiento a su última instancia. consecuencias, en beneficio del conjunto de clases subordinadas, aunque el vocabulario deje de referirse a las clases.
La reacción defensiva de los agentes de las clases dominantes que lideran la implementación de la agenda neoliberal ha sido la difusión de la ideología meritocrática, propagada como capaz de brindar criterios éticos y objetivos teleológicos a los millones que se pierden en la tormenta. La meritocracia afirma que la fortuna refleja la virtud individual, el destino siempre acierta, siempre es justo, expresa con precisión la calidad y el esfuerzo invertido por cada individuo, siendo la sociedad una quimera en la jungla hobbesiana de las ciudades.
Contra el cinismo meritocrático, las nuevas generaciones de intelectuales y activistas progresistas (adopto el adjetivo a falta de mejor calificación) afirman el compromiso de avanzar en la tarea iniciada por el capitalismo en su etapa neoliberal: la derogación de las estructuras patriarcales y racistas, efecto involuntaria de la avalancha que se precipitó, rompiendo las anteriores estructuras laborales, reproductivas y familiares.
Y aquí vemos claramente uno de los malentendidos más graves y problemáticos en el diálogo intelectual y político intergeneracional: la defensa de las banderas obreras propias de la fase anterior del capitalismo suena muchas veces regresiva a los más jóvenes, aun con el riesgo de traer consigo la tiñe a los viejos tiempos patriarcales y racistas, por no nombrarlos y porque estas banderas fueron, en el pasado, articuladas a la vieja división social del trabajo.
Pensemos en un ejemplo que no es más que lateral, pero significativo: ¿qué representan las imágenes de las asambleas sindicales de los años 1980? No seamos reduccionistas, pero tampoco pasemos por alto lo obvio: las mujeres no están. Estaban en casa. El mundo en el que había trabajadores y sindicatos era también uno en el que las mujeres pertenecían al universo doméstico, subordinadas a sus maridos, o trabajaban en tres turnos, como (doblemente) sirvientas domésticas. ¿No vale la pena mencionar esto? ¿Solo importa la lucha de clases estampada en la foto?
¿Qué dicen las fotos de las plataformas en las manifestaciones por la redemocratización? ¿Dónde están los negros y las negras? Ni hablar de la cuestión indígena, que complicaría aún más estas reflexiones.
Volvamos aquí al hilo narrativo: el primer elemento entre los sustos destacados en nuestro experimento mental se refería a las universidades. Volvamos a ellos y concluyamos este breve ejercicio de reflexión. En las bibliotecas y las aulas, donde se formaron los intelectuales de los años 1980, así como en los comités centrales de los partidos de izquierda, había pocas mujeres, pocas autoras y menos profesoras. ¿Y cuántos eran negros o negros?
A costa de alguna redundancia, reiteremos: el período de posguerra, hasta el final de la guerra fría, parecía más susceptible de ser descrito como la continuidad histórica de patrones, ya sea por simple reproducción, o por su inversión, bajo la modo de reforma o revolución. Variaron los caminos de la modernización, los caminos del desarrollo del capitalismo, los caminos de la construcción del socialismo, las derivas socialdemócratas. Las figuras arquetípicas del hombre y la mujer no estaban en juego; y las luchas contra el racismo fueron luchas por la igualdad de derechos, formas de resistencia anticolonial.
Los saltos tecnológicos (el desarrollo de las fuerzas productivas) y la expansión de la conciencia crítica darían paso a la emancipación humana, en forma de abolición de la explotación laboral. Con pocas excepciones, y hasta que el movimiento feminista (y sus pensadoras) comenzó a ganar terreno, el patriarcado fue visto como un tema para etnólogos e historiadores excéntricos -o poetas extravagantes, como Oswald de Andrade. El racismo fue visto predominantemente como una especie de epifenómeno de la explotación laboral: sería superado por el socialismo.
Las nuevas generaciones no pueden aceptar estos diagnósticos y pronósticos, que ya han sido descartados por los hechos. No pueden y no deben por razones conceptuales y existenciales. Este punto es muy relevante. Conceptualmente, porque son diagnósticos y pronósticos empírica y teóricamente insostenibles – y muchos autores, como Frantz Fanon y Simone de Bouvoir, ya lo han afirmado en el pasado, incluso en Brasil, yendo en contra de las perspectivas predominantes.
Existencialmente, porque nuestro tiempo, como vimos más arriba, habiendo barrido de los mapas geopolíticos y sociológicos las referencias macropolíticas modélicas, exige, con una brutalidad insoportable, de todos y cada uno, las marcas únicas que registran la resistencia a la anulación.
Ya sabemos por qué es fundamental que las generaciones formadas antes del final de la guerra fría reconozcan la indispensabilidad de repensar las categorías tradicionales, a la luz de los cambios históricos, y que no adopten posturas intelectual y psicológicamente defensivas frente a lo que pretenden. puede que todavía no entienda del todo, descalificando por identidad, procesos socio-psico-político-culturales mucho más complejos y fructíferos.
La pregunta que queda, entonces, es muy simple: ¿por qué sería importante también para las nuevas generaciones de activistas e intelectuales críticos, que trabajan en el campo de las humanidades, interactuar con las percepciones críticas de (y de) colegas formados en un momento histórico anterior? La respuesta podría ser: tal interacción sería valiosa en la medida en que ayudaría a comprender los límites resultantes de la pérdida de contacto con el lenguaje conceptual y político de las clases sociales, lenguaje forjado en la descripción analítica de los procesos de gestación histórica del capitalismo. y sus variantes.
La ausencia de referencias a los procesos históricos, las estructuras de clase y la relación entre economía y política tiende a invisibilizar el papel del Estado y las mediaciones institucionales. Desconocer los regímenes políticos, las institucionalidades jurídico-políticas, los organismos burocráticos y las entidades político-institucionales, las variaciones en las correlaciones de fuerza y las dinámicas societarias asociadas a las políticas públicas, impide, por ejemplo, diagnósticos y pronósticos coyunturales, sin los cuales las prácticas políticas se desorientan, aun porque las tácticas y las estrategias se vuelven indistinguibles.
En este contexto comienzan a prevalecer los principios doctrinarios, el sectarismo voluntarista y la espontaneidad intrascendente. Sin el examen de las mediaciones, lo que requiere una adecuada elaboración conceptual, las múltiples capas en las que se ensambla la compleja madeja que llamamos realidad terminan siendo neutralizadas, lo que da lugar a una visión unilateral, unilineal y unidimensional, que somete el choque de movimientos, tensiones , tendencias y conflictos a la uniformidad de un continuo. Este reduccionismo extremo lleva finalmente a la conclusión que es a la vez jacobina e inmovilista: o todo cambia, o nada cambia. En la disputa entre el todo y la nada, con muy pocas excepciones, la impotencia y la conservación del statu quo.
He aquí algunas razones por las que intelectuales y activistas de diferentes procedencias deberían estar dispuestos a dialogar, de manera franca y sistemática, incluyendo y especialmente a aquellos que se formaron en diferentes momentos históricos. Tal vez sea una exageración decir que esta interlocución puede beneficiar el logro común de la emancipación multidimensional, individual y colectiva. Pero no será para reconocer, para todos y cada uno de nosotros, participantes en el diálogo, sus beneficios intelectuales y existenciales.
* Luis Eduardo Soares es politólogo, antropólogo, profesor de la UERJ y exsecretario de Seguridad Pública de la Nación. Autor, entre otros libros, de Desmilitarizar – Seguridad pública y derechos humanos (Boitempo).
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