por JEAN PIERRE CHAUVIN*
Consideraciones sobre el discurso de los “exentos”
Si creías que hablaría de fútbol, te equivocabas. No soy un buen extremo, defensor, centrocampista o delantero centro; Ni tengo experiencia o diplomado en la materia- lo que me aleja en trescientas mil muertes del hincha brasilero Pro Covid, que no solo fomenta las competencias con contacto físico absoluto, sino que también celebra los logros de “su” equipo aglomerándose sin mascarilla en medio de la mayor crisis sanitaria del país.
También podría: en ausencia de ejemplo(s) de conducta por parte de las autoridades federales, nada más coherente. Si mi memoria no me falla (otra palabra proscrita por estos lares), no fue elegido, anclado por el noticias falsas ¿Quién echó la perla de que “la libertad vale más que la vida”? ¿El lector, el lector duda? ¿O se han “olvidado” de nuevo?
Sea cual sea la opción, aprovecha el momento en que te “cobardes” (en lugar de “enfrentarte” al virus) y “hojees” los periódicos. En este caso, no importa: puede ser incluso un vehículo tradicional, si crees que solo los medios corporativos, llenos de gráficos y especialistas que discuten sobre política (desde el estado nulo), economía (ultraliberal) y negocios (para emprendedores). – son serios y confiables[i].
Es bien cierto que el Internet permite editar noticias, artículos, materiales, editoriales, etc. Sabemos muy bien que muchas de ellas son corregidas, desmentidas o borradas, sin que quede constancia de ello (más o menos como sucede en la novela 1984, de George Orwell). Pero, siendo así, no sería difícil comprobar la máxima pronunciada por el sujeto –elegido gracias a la supuesta “difícil elección”[ii] entre un exministro, exalcalde, investigador y profesor universitario (licenciado en derecho, magíster en economía y doctorado en filosofía) y el negacionista, bombardero (que no ha hecho nada en 28 años en las cámaras), el detonante de la bravuconería que está ahí, fingiendo que las muertes son inevitables.
El hecho es que (casi) todos los brasileños tienen un equipo de fútbol al que llamar “suyo”. El fenómeno es curioso, ya que algunos sujetos se vuelven partidarios de la River Plate (o más bien, el San Pablo Fútbol Club) fingiendo tener condiciones y dinero que no tienen para circular por Morumbi y “convivir” entre los socios del club. No sé mucho de fútbol, te lo dije; pero sé de la fama que rodea a los hinchas contrarios en Buenos Aires y en algunas capitales brasileñas.
A menudo escucho que existe una relación entre el equipo al que apoyas y el perfil socioeconómico de los juerguistas que frecuentaban los estadios (una o dos veces por semana) o las grandes avenidas de esta megalópolis (los días de Final). Para quienes convirtieron el fútbol en una pasión arrolladora –y tema predilecto de diálogos circunstanciales entre “expertos”– es posible endiosar a los jugadores y sacralizar el deporte y darle sentido a la vida.
Sí, porque todos (re)producimos y consumimos narrativas con las que estamos de acuerdo. ¿Qué sería de los seres parlantes si no pudieran hablar de sí mismos ni juzgar la vida de los demás? Por ejemplo, existe esa narrativa que identifica a los aficionados con el equipo que mejor los representa. Asombrado, internauta, en São Paulo – “tierra de trabajo”, de neobandeirantes y magnates del agronegocio –, algunos equipos de la Paulistão están cariñosamente asociados con animales menos irracionales que las porristas fanáticas.
São Paulo también exhibe una fauna peculiar. Me refiero al “buen ciudadano” que solo admite “discutir” de política cada 2 años, sobre todo cuando está llamado a dar una nueva oportunidad a la dinastía ultraliberal (y supuestamente “de centro”) a la que apoya ciegamente desde hace tres años. décadas. En estas ocasiones aprovecha para repetir tópicos inventados por el pie de foto, avalado por los medios “matrimoniales” e inoculados (como suero antiofídico) por los “pares” con los que la criatura admite convivir: “Yo no soy radical” ; “ni de extrema derecha ni de extrema izquierda”; “ni genocidio ni bienestar”; “No se puede discutir fútbol, gustos, religión y política”. Puede que ni siquiera discuta; pero vota. Y si justificó el voto, tomó partido.
En São Paulo –un pedazo de tierra que creo conocer un poco mejor que Buenos Aires– es fácil escuchar el discurso de los exentos. Lo conoces, porque todo exento cree en la meritocracia (porque no ve las diferencias sociales) y tiene un partido al que llamar “suyo”. La cuestión es que, por ser “perteneciente” a otra clase e irradiar mayor “refinamiento” de gusto (como aquella señora que sólo puede caminar por la calle Avanhadava), no “mezcla las estaciones”.
Por tanto, palabras como “sindicato”, “partido”, “asistencia económica”, “derecho laboral”, “seguridad social”; "comunidad"; "ocupación"; "solidaridad"; “tarjeta de trabajo” están proscritas. En cambio, prefiere hablar de lo que tampoco sabe: “colaboración en la empresa”, “negociación con el jefe”, “sálvese quien pueda”, “Dios ayuda al madrugador”, “no abandonar; enseñar al pez a pescar”; “ideología de género”; “El racismo no existe”.
Si yo fuera dueño de un vehículo de comunicación (como el de la Rua Barão de Limeira, que prestaba autos para perseguir a la gente durante la dictadura), lanzaría una encuesta llena de gráficos coloridos, para entretener a los titulares-consumidores del periódico y brindarles elegantes temas de conversación durante la desayuno tardío alejado del “buen ciudadano”. En términos ilustrativos, preguntaría: 1) ¿A qué equipo apoya (o apoyaría)? 2) ¿Qué credo profesas (o profesarías)? 3) ¿A qué partido vota (o votaría)?
Sospecho que las respuestas al brevísimo cuestionario revelarían: el lugar que ocupa (y presume ocupar) el paulista en la pirámide social; la sed de distinción de las clases altas y medias frente a los “desocupados”, invasores de tierras, pobres y miserables; orgullo de ser empresario y su propio jefe; confianza ciega en la “exención” de periódicos y revistas; el discurso “patriótico” de quienes sueñan con vivir en Miami, Nueva York y Los Ángeles.
Los datos más relevantes reflejarían la forma en que los ciudadanos de São Paulo en general revelan los constantes fraudes de los candidatos del partido por el que votaron o votarían (compra de reelección; mensualidad mensual; mafia de comidas; secuestro de fondos de educación; desguace de hospitales municipales y estatales; tercerización de guarderías y servicios esenciales; desamparo, en la tierra que tiene más propiedades vacías, etc., etc., etc.).
Usando la metáfora del fútbol, la persona exenta es el hincha no uniformado que paga la entrada a los asientos numerados; dejaría el auto (que paga a plazos) en el estacionamiento; adentraria o estádio faltando quinze minutos para a partida começar e, conforme o resultado da disputa entre os gladiadores do gramado, sentiria ainda outra vez, o poder de celebrar a vitória ou silenciar a derrota do time para o qual “não torce”, mas paga para mirar.
*Jean Pierre Chauvin es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP.
Notas
[i] https://www.correiobraziliense.com.br/politica/2020/12/4894598-bolsonaro-nossa-liberdade-nao-tem-preco-ela-vale-mais-que-a-propria-vida.html
[ii] https://revistaforum.com.br/midia/vera-magalhaes-responde-a-criticas-sobre-escolha-muito-dificil-entre-bolsonaro-e-haddad/