Por Chico Alencar*
Las “clases productoras”, hoy, ya no son las dueñas del capital, sino los trabajadores, la gente común. lo escencial
“Resucítame, para que, desde hoy, la familia pueda transformarse: el padre es al menos el Universo, y la madre, al menos la Tierra” (Vladimir Mayakovsky)
Un meteorito que se precipita hacia la Tierra, este planeta azul pálido entre billones de cuerpos estelares, no sería tan aterrador. Las potencias nucleares, en rara unidad, intentarían desintegrarla antes de que nos alcance. La amenaza de un virus microscópico nos asusta y, como nunca imaginamos, paraliza al mundo. Para muchos, la especie humana solo ahora está en peligro de extinción.
Nunca nadie apeló tanto a Dios, impulso comprensible en las horas de agonía. Pero algunos “coroneles de la fe” aprovechan para explorar aún más el rebaño asustado… En los momentos de lucidez que aún permiten los tiempos de pandemia, es saludable pensar que lo sagrado que está en nosotros –con o sin regulación por parte de las iglesias – reside también en lo concreto de la dura existencia.
La fuerza del cristianismo en el mundo occidental no proviene tanto de su almacenamiento y difusión en doctrinas o instituciones. Su presencia se debe más al mensaje primordial, que nada tiene que ver con la salvación individual o la intervención milagrosa: la dialéctica vida-muerte-resurrección, que está en todo lo que palpita, todo lo que brota, se marchita y renace. Está en nosotros, materia autoconsciente, y en la flor calva del camino.
El período oscuro que atravesamos nos recuerda que es imposible caminar en el mundo sin tropiezos, agonías, pérdidas y dolor, mucho dolor. En el sufrimiento se crece - salvo los psicóticos del poder y el dinero, sueltos, contaminantes. Estamos aprendiendo a relativizar al “mercado-dios”, un ente todopoderoso que lo regula todo. Y que sólo él, omnipotente, con el sacramento de la ganancia, haría funcionar los engranajes del mundo.
La humanidad, hoy, aplaude a otros invisibles, de carne, sentimiento y sangre: los campesinos que sostienen la producción de alimentos y los trabajadores que los procesan; camioneros que los transportan y choferes/ingenieros que garantizan el transporte de quienes no pueden salir del trabajo; trabajadores que mantienen nuestra energía, nuestro gas, nuestra agua; panaderos, cajeros de supermercados, barrenderos de nuestros residuos; periodistas que nos informan, científicos que investigan, artistas que nos encantan, docentes que nos guían, incluso desde la distancia. Y, por supuesto, los que corren un riesgo directo, preocupándose, como profesionales de la salud, por los millones de infectados que hay en el planeta. Las “clases productoras”, en suma, ya no son las propietarias del capital, sino los trabajadores, la gente común. Lo escencial.
Estamos aprendiendo, en la fragilidad general, a mirar más a los “vulnerables” -apodo de aquellos a los que el (des)orden social siempre ha marginado- que a las Bolsas de Valores. Quizás entendamos que la solidaridad es más que caridad practicada con lo que nos sobra: es compartir permanente, es lucha incesante contra el virus del individualismo, es socialización de los medios de producir, distribuir y gobernar.
La humanidad vive, sin salir en procesión, una Vía Sacra planetaria: llamada a la meditación sobre nuestra ineludible finitud. Nuestra precariedad está abierta de par en par. En este calvario colectivo, capitalistas y socialistas tropiezan y se impone un toque de silencio. ¿Qué lecciones aprenderemos?
Para las sociedades, en cambio, se abre una posibilidad inesperada como la Pascua, que significa el paso y la victoria de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas, de la libertad sobre la esclavitud. ¡A la luz fría de la razón triste, la Resurrección es una anomalía, una recreación fantástica de la Creación!
Hoy estamos todos, místicos o ateos, desafiados a hacer un gran tránsito, a reinventarnos, como personas y sociedad. Los que sobrevivimos con salud física y mental tenemos que repudiar la vuelta a la “normalidad”, porque la normalidad fue lo que nos llevó a este desastre. La absurda desigualdad social, el enfermizo culto al ego, la discriminación que niega nuestra diversidad, el afán de acumular, la depredación de la Naturaleza y el abandono de la Madre Tierra dejarán de ser naturales. Ya no corresponde minimizar el Estado, tan pregonado por el neoliberalismo, y la Política, que promueve el bien común. Para muchos que hasta ayer estaban obsesionados con el “ajuste” contra los pobres, Lord Keynes cabalga de nuevo…
Na reconstrução da vida cotidiana e social, ainda hoje nefastamente precificada, que valha a profecia contemporânea de Eduardo Galeano: “todos os penitentes serão celebrantes, não haverá noite que não seja vivida como se fosse a última, nem dia que não seja vivido como sendo el primero".
*Chico Alencar Es profesor de la UFRJ, escritor y fue diputado federal por el PSOL/RJ.