República de Weimar

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por RONALDO TADEU DE SOUZA*

Una nota muy breve sobre la revolución alemana de 1918 y su resultado en la República de Weimar en 1919

Una de las preocupaciones teóricas y políticas de la izquierda a lo largo de su historia ha sido la búsqueda incesante por comprender los grandes acontecimientos de las luchas políticas y sociales. Entre estos están los procesos revolucionarios. Desde Marx en las insurrecciones en Francia en 1848 hasta los trabajos recientes de Jodi Dean sobre las relaciones entre el pueblo insumiso y el partido, el intento de comprender momentos intensos de las disputas de clase formó parte de la cultura intelectual de la izquierda.

Retomar, aunque sea brevemente, hechos como estos para nuestras reflexiones, a veces es más sugerente que analizar los cantos cotidianos sobre la “política de las cancillerías” (Perry Anderson) –que, invariablemente, son “conservadoras”, desde una perspectiva institucional-elitista y no imaginativo. No es una cuestión de ingenuo desprecio por la política demoníaca hablar con Max Weber, porque ahí también, y quizás sobre todo, están en juego los intereses de la lucha de clases; se trata de estimular momentos de choque reflexivo-práctico y abrir fisuras en el presente para que la experiencia a contrapelo de la historia emerja y posibilite vislumbrar un horizonte emancipado (Walter Benjamin).

De una u otra forma, intelectual, reflexiva y políticamente, poco ejercitamos en este eje de investigar las revoluciones: tanto las victoriosas, como la rusa en 1917, con las no tan exitosas como la alemana en los años siguientes –y muchos otros, como el de los haitianos, los cubanos, y los recientes como la primavera árabe y nuestro junio de 2013 (que, digamos, cumple 10 años). Dicho esto, a continuación presento una nota muy breve sobre la Revolución Alemana de 1918 y su desenlace en la República de Weimar en 1919.

1.

Tras el inicio de la Primera Guerra Mundial, las sociedades europeas vieron aparecer una serie de movimientos de protesta por parte de los Estados y las clases dominantes que llevaron a sus pueblos a una matanza injustificada desde el punto de vista de todos los trabajadores de la ciudad y el campo. En términos de Alex Callinicos, los procesos insurreccionales desde abajo que barrieron el continente en ese período fue la respuesta al hecho de que “todo el sistema estatal europeo se sumió en una crisis general [con el advenimiento] de la Primera Guerra Mundial” ( 1992), pág. 35).

Es en este contexto que estalla la Revolución Rusa de 1917. Por un lado, el episodio de Rusia había sido el más emblemático de una “serie de conmociones que sacudieron” (Ibidem) Europa; por otro, el levantamiento de los soviets y los bolcheviques se convirtió en lo que Eric Hobsbawm llamó la revolución mundial (2007). Su impacto no fue solo ecuménico –como lo había sido la Revolución Francesa de 1789– sino teórico, político y cultural.

Con este estado y en el torbellino que azotó a Europa, estallaron olas expansivas a raíz del evento ruso. La revolución, dijo Trotsky, “comenzó en el este […] [en] Rusia, pasó a Hungría, y de Hungría pasó a Baviera [en Alemania]” ([1919] 2000, p. 181). La Revolución Alemana de 1918 fue uno de los hechos políticos y sociales que giraron en torno a ese momento histórico posterior a la Primera Guerra Mundial y posterior a la Revolución Rusa de 1917. En la Alemania anterior a Weimar, era el Estado prusiano el que ostentaba el predominio político en la organización institucional. de la nación, y el grupo dominante allí era la “aristocracia Junker con su arrogante espíritu de casta que se extendía a las Fuerzas Armadas ya la burocracia estatal” (LOUREIRO, 2005, p. 29). Sin embargo, con el rápido desarrollo del capitalismo alemán, la sociedad sufriría transformaciones que harían de esta “estructura política […] un anacronismo” (Ibidem).

En el período de 1871 a 1914 la población creció alrededor de un 50% –“de 41 millones a 67 millones de habitantes” (Ibidem)–; un aumento acelerado que alteró profundamente el panorama social y cultural del país. En este marco histórico de referencia, es importante subrayar que este desarrollo acelerado hizo que “los jóvenes abandonar[an] […] el campo en busca de oportunidades en los centros industriales”. Así se formó la población urbana en el Reich – y “de 44 millones de personas, el 66% […] pertenecía a la clase obrera […]” (Ibidem, p. 30). En ese momento, estaba concentrado en el capitalismo de alta gama: en los sectores siderúrgico, químico y eléctrico (Ibidem).

Con este escenario sociohistórico, permeado por la guerra de 1914, las sociedades germánicas se sumergieron en una crisis política catastrófica. La revolución de 1918-1919 ocupa su lugar en el escenario político de los acontecimientos. Scheidemann, diputado socialdemócrata moderado proclama la República Alemana frente al Reichstag el 08 de noviembre de 1918 (Ibidem); y “dos horas después […] Karl Liebknecht, hijo del legendario fundador de la socialdemocracia alemana, diputado radical excarcelado hace 15 días, proclama la República Socialista Alemana” (Ibidem, p. 41).

Aunque expresando posiciones políticas diferentes, Scheidemann y Liebknecht se hicieron eco en sus pronunciamientos de uno de los movimientos revolucionarios más importantes de todo el siglo XX. Podría decirse que la suerte del socialismo, en cierto sentido, se estaba echando en aquellos dos años insurreccionales. Como reflejo de la revolución de octubre de 1917 en Rusia que llevó al poder a los soviets de diputados obreros, campesinos y soldados (impulsados ​​por los bolcheviques), el levantamiento en Alemania comenzó con la huelga de Berlín el 28 de enero de 1918. Cinco mil trabajadores en la industrias de “municiones” (Ibidem, p. 50) paralizaron el trabajo- y “elegir 4141 delegados, quienes a su vez eligen un comité de huelga de 11 miembros, todos provenientes del núcleo de delegados revolucionarios” (Ibidem) .

Sin embargo, desde un principio, lo que se conoció como la revolución concejalista (y también espartaquista) se enfrentó a la posición conciliadora y antiinsurreccional del ala moderada del partido socialdemócrata alemán. Las mayorías con “Ebert a la cabeza” (Ibidem) ya al inicio de la revolución actuaron con el convencido, planificado y, fundamentalmente, “objetivo declarado de controlar […]” (Ibidem) la acción de los cabildos y de quienes actuaban allí: como la Spartacist League dirigida por Rosa Luxemburg. En efecto, durante el transcurso del proceso revolucionario de 1918 a 1919 (período de apogeo y radicalización obrera) hubo una disputa entre la acción de los consejos y quienes los actuaban y defendían y las prácticas y ritmos de la democracia parlamentaria.

Dado que el objetivo de este artículo no es analizar en profundidad la revolución alemana y, por tanto, sus problemas, alcances y experiencias históricas y políticas, basta decir que la disputa entre los radicales, los insurgentes espartaquistas de Rosa Luxemburg, Leo Jogiches y Karl Liebknecht y el grupo parlamentario-democrático de la socialdemocracia (mayoritaria) lideraron con la mano de hierro burocrática de Ebert, Noske y Scheidemann; este último salió victorioso en ese momento. Al final triunfó “la coalición del orden contra los cabildos y la izquierda radical, que defendía la continuidad de la revolución” (Loureiro, 2005, p. 75). Es en este contexto que se aprueba la Constitución de Weimar: sentando las bases de lo que más tarde se conocería como la República de Weimar.

La Asamblea Nacional que redactó el documento constitucional fue convocada después de las elecciones del 19 de enero. Solo el nuevo Partido Comunista no participó en el proceso de elección de constituyentes. La participación electoral fue del 82,7%. Los demás recibieron los siguientes porcentajes de votos: el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) con el 37,9% fue el partido con mayor fuerza, el USPD (Socialdemocracia Independiente) apareció con el 7,6% -los dos formaron una coalición de centro-izquierda, socialdemócrata. Los partidos burgueses moderados obtuvieron las siguientes cifras: el DDP (Partido Democrático Alemán) obtuvo el 18,6%, el Zentrum (Partido del Centro) el 19,7%. En cuanto a la derecha, la suma de los dos partidos alcanzó alrededor del 15% de los votos: el DVP (Partido Popular Alemán) recibió el 4,4% y el DN (Partido Nacional Alemán) el 10,3%.

Así, es posible observar que aun si los partidos de centroizquierda, socialdemocracia y socialdemocracia independiente se unieran, tendrían inmensas dificultades para obtener mayorías para llevar a cabo sus proyectos políticos, sociales y económicos. Esto se vio agravado por el hecho de que los dos partidos no eran agrupaciones radicales que pudieran confiar en la insubordinación de los trabajadores alemanes que, incluso en una fase de relativa estabilización de la subjetividad política, todavía estaban dispuestos a luchar por sus demandas. El propio SPD había sido un partido del “orden” desde los días más incandescentes de la insurrección concejal de 1918.

Aunque la coalición socialdemócrata por el orden ganó la disputa con los radicales, revolucionarios y concejales, la agitación del período no cesó. Fue en este ambiente profundamente inestable que: [si] las elecciones para la Asamblea Nacional se realizaron el 19 de enero de 1919 […] [y] el 06 de febrero [del mismo año] se inauguró la Asamblea Nacional de Weimar [y en ] El 31 de julio, la Constitución fue aprobada por la Asamblea Nacional y firmada el 11 de agosto por el Presidente del Reich (RÜRUP, 1992, pp. 141, 142 y 155).

El experimento político-institucional de Weimar no podía dejar de expresar el convulso escenario por el que atravesaba Alemania y, en cierto modo, todos los problemas a los que se enfrentaba se derivaban de él. Así, cuando Hugo Preuss y Max Weber aconsejaron la introducción del artículo 48 en la Constitución de Weimar –esta disposición legal “otorgó al presidente del Reich […] poderes excepcionales” (LOUREIRO, 2005, p. 112) siempre que “la seguridad y la seguridad y el orden público están seriamente perturbados o amenazados [para que] pueda tomar las medidas necesarias a fin de restaurar la seguridad y el orden público [propios]” (BOLSINGER, 2001, p. 62), y para que esto sea efectivo puede intervenir el presidente incluso “con el apoyo de las fuerzas armadas” (Ibidem)- tenía en el horizonte un país y una situación política muy conflictiva.

Cuando la ciencia política mira los problemas de los sistemas políticos multipartidistas y la forma en que gobiernan a través de coaliciones vacilantes, frívolas, indecisas y precarias: la imagen inquietante que se les ocurre es la de Weimar en el período 1919-1933. Alemania todavía tendría que enfrentarse, incluso con la relativa estabilización proporcionada por la defensa de la República de Weimar de la política parlamentaria moderada de la socialdemocracia mayoritaria, con la acción de marzo. Esta fue en realidad la ofensiva convocada por el KPD hacia “la huelga general y la preparación de la resistencia armada” (ALMEIDA, 1990, p. 36), sin embargo, resultó en la derrota de quienes la emprendieron: la “represión cayó sobre el partido que perdió unos 200.000 militantes, descontentos con la línea seguida” (Ibidem, p. 37) y con la detención y muerte de sus compañeros.

En este contexto, la figura de los judíos juega un papel fundamental. En el marco de la crisis de Weimar, los judíos, que eran un grupo cultural y lingüístico distinto incrustado en la propia sociedad alemana, fueron construidos como enemigos de la nación. El nacionalismo germánico, que dio forma espiritual al Estado en Alemania desde los tiempos de la unificación de 1866 articulado a “asociaciones secretas paramilitares” (Ibidem, p. 35) vio en los pueblos hebreos la razón de sus problemas. El desempleo masivo, la deuda pública (derivada de las obligaciones por la derrota en la Primera Guerra Mundial), la inflación y la pobreza desorbitada hicieron que los judíos con la historia que traían -que tan bien describió la propia Hannah Arendt en la primera parte del Los orígenes del totalitarismo. – en los pseudoresponsables de ese estado de cosas con la narrativa construida por la élite nazi.

El estado de ánimo era explosivo. Y lo que angustió a muchos sectores de la sociedad alemana fue la incapacidad de las instituciones estatales para hacer frente a los problemas derivados de este escenario político y social. Una de las razones de la incompetencia institucional en Alemania para resolver la crisis se originó en el vaciado de valores y prácticas parlamentarias. Por lo tanto, en relación con los intereses de las élites económicas, políticas, intelectuales y culturales alemanas. (y teniendo que incluir allí también sectores judíos) su posición era la de anti-juno: porque cortejando al conjunto de las sociedades germánicas y europeas se transformaban en figuras democráticas, adeptas de las virtudes de la república, cultivadoras de la igualdad entre los grupos sociales , proclive al consenso de naciones y convicciones sobre la importancia de las leyes en la vida política.

Sin embargo, con el recrudecimiento de la crisis, las opciones de las clases dominantes en Alemania se restringieron o bien a convivir con el riesgo de un Octubre en su propio país o bien a la convergencia de intereses con el hitlerismo. No tardaron en optar por atacar la “democracia de Weimar” (ALMEIDA, 1990, p. 110). Hindenburg, que había sido reelegido en 1932, destituyó al “líder del gobierno”, el socialdemócrata Braun, el conservador católico, el barón de Von Papen fue nombrado “como comisionado del Reich para Prusia” (Ibíd. p. 111) y gobernó por decretos basados ​​en el artículo 48 de la constitución de Weimar, que, como dijimos anteriormente, fue introducido en el documento final por insistencia de Hugo Preuss y Max Weber – “junto al Reichstag estaba el Presidente del Reich, cuyo cargo y función fueron muy controvertidos en las deliberaciones sobre la Constitución […] el presidente fuerte propuesto por los […] [dos], elegidos directamente por el pueblo, debería ser un auténtico contrapeso al Reichstag [ya que estaría actuando en base al] artículo 48 , tan controvertido” (RÜRUP, 1992, p. 150 y 152) – y se puede decir que el destino de los alemanes (y de los judíos) quedó sellado cuando se legalizó la SA, provocando una ola de asesinatos y violencia, demostrando lo se convertiría en el terror nazi apoyado por las élites.

Para efectos de este artículo, es importante decir que los judíos y los judíos alemanes fueron inicialmente expulsados ​​de sus cargos (trabajo, partidos políticos, universidades, vida cultural); y en los años posteriores al inicio de la Segunda Guerra Mundial, sin derechos y vistos como enemigos de la nación, fueron enviados a campos de concentración nazis. A principios de 1933, Adolf Hitler se hizo cargo del estado alemán, después de revoluciones y contrarrevoluciones. Se arruinó el destino de la clase obrera alemana, la revolución mundial y el socialismo. Quizás la comprensión de las dificultades que enfrentamos hoy en la búsqueda incansable de un horizonte libre de toda explotación, opresión, racismo, homofobia y machismo, en definitiva, una existencia emancipada libre del orden burgués y del capital, radique en el trágico destino de la revolución alemana de 1918.

*Ronaldo Tadeu de Souza es investigadora posdoctoral en el Departamento de Ciencias Políticas de la USP.

Referencias


Alex Callinicos- La venganza de la historia: el marxismo y las revoluciones de Europa del Este, Jorge Zahar Editor, 1992;

Ángela Mendes de Almeida – La República de Weimar y el ascenso del nazismo, Paz y Tierra, 1990;

Eckard Bolsinger – El ejercicio del poder estatal en tiempos de crisis política: una aproximación teórica desde Carl Schmitt y la República de Weimar. En: Graciela Medina y Carlos Mallorquín – Hacia Carl Schmitt: irresuelto (Coord.) Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2001;

Eric Hobsbawm- Era de los extremos: el breve siglo XX 1914-1991, Compañía de las Letras, 2007;

Isabel Loureiro- La revolución alemana: 1918-1923, Unesp, 2005;

Perry Anderson - La derecha intransigente de fin de siglo. En: Perry Anderson- Afinidades selectivas, Boitempo, 2002,

Reinhard Rürup – Génesis y Fundamentos de la Constitución de Weimar. En: Juan José Carreras Ares (Ed.), El Estado alemán (1970-1992), Marcial Pons, 1992;

León Trotsky - En Camino; consideraciones relativas al avance de la revolución proletaria. En: León Trotsky – La teoría de la revolución permanente, CEIP, 2000;

Walter Benjamin – Sobre algunos temas en Baudelaire. En: Columna. Los pensadores (Theodor Adorno, Walter Benjamin, Max Horkheimer, Jürgen Habermas), Abril Cultura, 1975.


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