por NOÉ JITRIK*
La Universidad es un potro difícil de domar
desplazamientos
En la antigüedad, el conocimiento –hubo sabios en la antigüedad, antiguos tal vez, pero buenos– antes de ser escrito, era oral: Sócrates, sin ir más lejos, hablaba y sus discípulos escuchaban, salvo Platón, que escribió lo que Sócrates –es un suposición - dijo. Esta práctica de lo que ahora llamaríamos "extensión" le costó la vida al viejo filósofo y, a quienes le precedieron, la humillante designación de presocráticos.
Un poco más tarde, todavía dentro de lo que generalmente se llama Antigüedad, el conocimiento quedó confinado a dolorosos libros escritos a mano en hojas de papel proto; los libros, por otro lado, se encerraban en las bibliotecas en parte porque eran valiosos y útiles, en parte también porque se corroían prematuramente; quizás por eso, en tristes viajes, a veces eran incendiados, como sucedió con la inolvidable Alejandría. Se dice, y es probable que sea cierto, que esto retrasó el desarrollo científico de la humanidad durante varios siglos, pero qué importancia puede tener el tiempo para un pirómano.
Poco a poco, y quizás como resultado de estos cálidos antecedentes, el conocimiento, entendido como producción de conocimiento, se refugió, en forma de libros, en lugares más secretos, propicios para su conservación; Me refiero a los monasterios, aunque no es muy seguro que los monjes los leyeran o, si no fuera por falta de información por mi parte, los escribieran. Algunos lo hicieron, sin duda, como San Agustín y los llamados “padres de la iglesia”, pero ciertamente su propagación no fue más allá de los muros de los lugares santos. Umberto Eco, como seguramente recordarán, describió esta situación libresca en el nombre de la rosa, utilizando una ardua metáfora sobre el carácter letal de la palabra escrita, por más celosamente custodiada que esté.
Como presintiendo que la Edad Media estaba a punto de terminar, muchos -unos religiosos, otros mundanos- idearon estructuras, llamadas “Universidades”, destinadas no sólo a preservar el conocimiento sino también a producirlo y, además, a difundirlo. , con una convicción: este sistema podría ser muy útil para ayudar a la sociedad turbulenta y mal formada a entenderse a sí misma, a organizarse, a salir de la oscuridad que la adormecía; la filosofía, la medicina, la teología, la gramática, podrían salvar a la humanidad de los evidentes riesgos que corría, de los abusos imperiales, las pestes, las utopías de Jerusalén, las místicas suicidas, la ignorancia absoluta, las iniquidades sociales y tantas otras calamidades; De alguna manera poco clara, estas instituciones democratizaron el conocimiento, pero esto, precisamente el hecho de que intentaron crear una red sobre la que se sustentara la vida social, les dio un poder que, en los primeros momentos, no pudo emerger porque no podía competir. con el poder de los imperios o monarquías y de la Iglesia, cada uno por separado o ambos juntos. Ambos habían entendido el potencial de las Universidades y, por tanto, asumieron que debían ponerse a su servicio.
En esta situación, al poder que otorga la producción, reproducción y difusión del conocimiento, no le quedó más remedio que volverse sobre sí mismo, consolidarlo se convirtió en un programa, y uno de sus puntos fue la apasionante tarea de darle una orientación. él, dirigiéndolo, usándolo, controlándolo: ser rector de una Universidad se convirtió así en una meta, aunque exteriormente no pudiera competir con los demás poderes.
La disposición de un poder interno, en consecuencia, determinó un desplazamiento cuyos efectos aún se sienten; en otras palabras, si el conocimiento fue el objeto de la creación de las Universidades y éstas se convirtieron en el recinto del saber, rápidamente lo más importante fue el recinto y no el saber que en él se almacena. La institución, cuyo núcleo de significado básico es la voluntad de perdurar, aunque su objeto esencial no sea ese, se centra en su estructura y en lo que la estructura requiere, lo que, a su vez, genera una multiplicidad de preguntas que imitan las luchas por el poder, muchas veces por uno mismo, muchas veces, como diría Nietzsche, por la voluntad de poder.
En otras palabras, dentro de las Universidades hay una vida propia y peculiar, con relaciones propias y peculiares, con formas y modos que se distinguen como propios y peculiares, con conflictos diferentes a cualquier otro, con relaciones históricas muy significativas. situaciones; por ejemplo, la Universidad como isla democrática, como refugio privilegiado de ciertos privilegiados, al servicio de la comunidad o indiferente a las demandas de la sociedad, como lugar deseable para establecerse y desde allí predicar la sabiduría o la competencia, como una cueva misteriosa en la que algunos investigan y, en determinadas ocasiones, como premio a sus hazañas, emigran de sus países llevados por gobernantes benévolos que quieren ser generosos con los de otros países; también como poseedores de bibliotecas, que son como restos de antiguas tradiciones, que los une a la Edad Media, cuando las Universidades comenzaban a ver la luz y a emitir sus primeros gemidos. En definitiva, las Universidades son micromundos en los que suceden muchas cosas que, precisamente, provocan la curiosidad de quienes no están en ellas, casi morbosas, objeto de indagación y ficción, un lugar secreto lleno de rincones, propicio para la fantasía, también para la enseñanza. y buscar, aunque no parece tener ningún secreto interesante.
Ficción
La vida interna de las Universidades ha sido, desde sus inicios, un enigma para los de afuera, quienes podían imaginar que dentro de sus muros ocurrían las cosas más extrañas, e intrigantes o problemáticas para los de adentro. La literatura ha sido bastante sensible a una posición u otra. Para lo primero, basta recordar que el mito de Fausto salió de la Universidad de Wittenberg, que, desde antes de Goethe, impregnó toda la literatura universal, o que la siniestra biblioteca de la Universidad de Arkham, en Providence, donde se encontraba un desfavorable Lovecraft había instalado una copia de Necronomicon, un libro demoníaco dotado de poderes y explicaciones sobre el origen cetáceo de los habitantes de esta tormentosa región.
Para el segundo, de François Villon a Cervantes, el estudiante se convierte en un personaje, casi en un héroe picaresco, el estudiante es un hambriento que inventa todo tipo de trucos para comer, violar sirvientas, ganar dinero que inmediatamente pierde en juergas y, por último , para perder el tiempo en lugar de estudiar. No sabemos cuándo, cómo y qué estudian, aunque podemos suponer que se fueron Trivium y cuadrivio o las preguntas pétreas de la teología o la cábala, pero es posible saber qué hacían para tolerar el inclemente frío de las aulas: de tanto moverse durante las clases de Fray Luis de León, en Salamanca, dejaban marcado el suelo de madera, lleno de heridas, así como debieron recibir las enseñanzas de aquel monje angelical, a quien imaginamos diciendo constantemente, como un disco rayado, “como dijimos ayer”, máxima expresión de continuidad académica.
Granujas estos estudiantes, amantes de la vida nocturna y autores de canciones procacas, como el famoso “Estudiantes navarros/ chin pun/ comen pan y queso/ chorizo y jamón/ y el porrón”, como si no tuvieran nada más que hacer. Asumiendo este orden de relaciones, aparece la llamada “fiesta académica”, esa bella obra de Brahms, cuyos versos ensalzan la alegría de la juventud pero también la fugaz existencia, y que aún celebran algunos melancólicos universitarios, en detrimento del rock, que poco o nada tiene que ver con la vida universitaria, aunque se refiere a los riesgos de la juventud.
La vida canalla, el desborde, el desafío, la puja secreta, los amores aventureros quedan eclipsados en el imaginario de la Ilustración, posterior al descubrimiento cartesiano que modifica evidentemente el esquema intelectual de las Universidades: la razón se abre dolorosamente y las tinieblas medievales retroceden. no sin resistencia, pero en el siglo XIX la melancolía romántica retoma el tema con toda la tristeza del caso: escribe Espronceda El estudiante de Salamanca, Chéjov, El estudiante, uno de sus mejores textos, e incluso el mañoso Raskolnikov es estudiante, aunque no se sabe a qué universidad asiste. Quienes, en cambio, no despiertan el interés por la literatura son los profesores, de poco interés para los escritores, su vida debió ser monótona, como la del profesor Fausto antes de su pacto con el diablo, o la del profesor Unrath. , antes de caer en las redes del encantador y perverso “ángel azul”, la divina Marlene Dietrich, aunque, en ese momento, no tenía la figura estilizada que la hizo famosa.
La literatura tardó un tiempo, en el siglo XX, en descubrir material narrativo en la Universidad; los estudiantes son diferentes, están los que antes se llamaban “beadles” y últimamente los no docentes, y también, Por último, pero no por ello menos, los reyes de la creación, los maestros, de manera que las relaciones entre todos ellos, además de integrar distintas comisiones y lugares de salario, enfrentamientos ideológico-políticos y espacios destinados a instalar adictos y excluir desamores, dan lugar a figuras interesantes para la literatura. En este contexto, no puedo dejar de mencionar algunos textos importantes o, si no tanto, que al menos llamaron la atención de un público no universitario. Mi lista no será exhaustiva, pero espero que sea indicativa.
Comencemos con una obra de teatro que dio mucho que hablar en su época, en los años 1950: ¿Quién le teme a Virginia Wolf?, por Edward Albee. Pone en juego la figura tradicional de un decano, pero, y este es el punto, este decano tiene una hija y la hija tiene una relación con un profesor que no le gusta al decano. Me imagino al decano: muy parecido a los retratos de ex decanos estadounidenses que ensucian las paredes de las salas de juntas; abrigo de tweed, pantalón de franela gris, pajarita sobre camisa celeste, tupido bigote gris, y un aire de impenetrabilidad irreductible, tanto para los que llaman a su puerta como para la histeria de la hija a la que poco le importa su investidura del padre y su ciencia, así como no parece importarle el riesgo de incesto que se cierne como un pájaro sobre enconadas disputas.
Así, inferimos que en las Universidades deben existir conflictos que no pasan por los descubrimientos científicos, pero también, en otros textos posteriores y en las películas, los descubrimientos científicos pueden matar, además de, por supuesto, provocar envidias, resentimientos, intrigas que son objeto de narraciones más fantasiosas y divertidas, como en el caso de las novelas con las que nos entretiene David Lodge.
Este autor fue muy célebre porque se burló del universo mental de los universitarios, particularmente de los especialistas en ciertos temas incombustibles, como Shakespeare, Adam Smith, Dickens y otros miembros de un grupo prometido a la eternidad. Lodge propone, a modo de hipótesis, tres razones para entender por qué los profesores van a los Congresos. 1. hacerse escuchar por los 200 o 2000 participantes, cada uno tratando de hacer lo mismo; 2. conseguir un trabajo mejor que el que tienen; 3. a ver si tienen suerte y consiguen embarcarse en alguna aventura extramatrimonial. La ciencia, el conocimiento, se convierte, a partir de ahora, en un medio, somos de carne y hueso, aunque seamos universitarios.
El ambiente universitario comienza a ser reclamado por quienes buscan temas interesantes y proliferan novelas que fantasean con crímenes entre clases, profesores malvados que manipulan en secreto la vida de los demás, investigaciones que van de beneficiosas a letales, como muestra el famoso diálogo entre Niels Bohr. y Werner Heisenberg en la exitosa Copenhaguedelitos nocturnos como crímenes discretos, la narración inteligente de Guillermo Martínez, alumnos astutos que desmantelan las oscuras maniobras de los maestros traicioneros, abusos en las evaluaciones, mi propia novela evaluador, y laboratorios que trafican órganos humanos, compra de votos y ambientes favorables de la noche a la mañana, como muestra la novela Filo de Sergio Holguín, para desarrollar actividades guerrilleras o, como en el caso de Amuleto, la novela del chileno Roberto Bolaño, habitantes clandestinos de baños universitarios, sin olvidar la fauna de vendedores de baratijas y también, por qué no, de drogas.
¿Podemos interpretar este interés por lo que sucede en la Universidad como un propósito desviado, perverso, un intento no confesado de ridiculizar lo que significa la Universidad para la sociedad? Puede ser así, puede ser que esto no sea cierto y que lo que ocurre dentro de los muros tenga características atractivas, matices tan ricos como los que ofrece cualquier esfera social y, en consecuencia, tan susceptible como cualquier otra, la aviación, la exploración, los viajes, la discriminación, el hampa, la vida pomposa de la aristocracia, la corrupción política, hacer volar la imaginación y producir obras, si no siempre trascendentes, al menos, en muchos casos, divertidas, incluso, en ocasiones, críticas.
la vida cotidiana
En principio, los que están en la Universidad parecen de siempre, son como el agua y el aire. Pero no es así; Existen diferentes sistemas de contratación de docentes, estudiantes y personal no docente. El caso de estos últimos es el menos problemático: asumen su trabajo como lo harían en cualquier otro lugar, aunque sus habilidades pueden variar. Los estudiantes ingresan muchas veces a través de exámenes o cursos preparatorios o por simple solicitud, dependiendo de la estrategia de ocupación de las respectivas Universidades. Lo más complicado ocurre en el contexto de la enseñanza. Podríamos decir que existen tres formas de admisión: la licitación, el contrato y el dedo. En todo caso, lo que cuenta es el mérito, y, en el caso del concurso, actúan los llamados “pares” que previamente fueron admitidos por el mismo procedimiento. Como los méritos son interpretables, la instancia de impugnación fue creada, a veces justificada, a veces sólo producto del resentimiento por no haber ganado. Sea como fuere, los resentimientos que esto produce adoptan formas muy diversas, desde el ataque hasta la hipocresía. El contrato es una forma de sortear las desventajas de la competencia y su celebración ya no depende de los pares sino de las autoridades; a veces no hay otro remedio, a veces es una forma de bloquear concursos y el acceso de profesores que no son valorados intelectual, ética o políticamente. Efectivamente, un problema. El dedo es interesante pero su acción se bifurca; en el primer sentido, puede responder a una política de prestigio, la Universidad tiene el honor de contar con una figura clave en su plantel; el segundo es el reino de la arbitrariedad. Cuando Spinoza recibió una carta del Rector de una Universidad invitándolo a ingresar en ella, se negó cortésmente porque ese Rector le escribió por recomendación de tal o cual príncipe o duque, admirador del filósofo, pero no porque él personalmente y espontáneamente quiso tomar esta iniciativa.
Lo más importante, lo que es permanente en la vida de la Universidad, es lo que sucede entre profesores y alumnos, aunque en los últimos tiempos los ex bedeles, hoy no profesores, se han incorporado a este esquema y alterado un poco el carácter de bajo continuo que tenía. tiene esa relación. En su forma primitiva, los profesores eran todopoderosos en cuanto a conocimiento y prestigio –en Francia, los titulares de las cátedras eran llamados “patrones”– y los estudiantes los temían o reverenciaban o se jactaban de haber sido sus seguidores, ese era un título; las cosas han cambiado para mejor en las últimas décadas, por lo que incluso los maestros no son los "sumo” de conocimientos ni alumnos son sumisos folios en blanco; por el contrario, muchos de ellos, incluso antes de haber contribuido a un libro, se enfrentan a los profesores, los refutan con convicción y, a partir de esa certeza, logran, en ocasiones, orientar la vida académica, el universo de la investigación y el destino de los antiguos dueños de la sabiduría.
Es evidente que la relación profesor-alumno es básica e imprescindible en la Universidad y, en principio, está bien vista y es objeto de pasión, cuando no de expectativas de futuro: un buen alumno puede ser apreciado por un buen profesor. y esto puede ser algo bueno para más adelante. Pero también tiene aspectos oscuros. Por ejemplo, lo que se ha designado como “acoso sexual”, una figura que causó furor hace unos años, sobre todo en las universidades norteamericanas y que, previsiblemente, se extendió casi de inmediato a las nuestras. Como práctica, como actitud, debe haber existido siempre, no hay forma de negar las tentaciones fáusticas en los mayores, por mucho que los tenga el espíritu de seriedad de la ciencia, de los maestros o profesores frente a jóvenes atractivos y deslumbrados.
A partir de ahí, es sólo un paso, ciertamente reprochable, ya que implica un uso menos que delicado desde una posición de superioridad. Además, el acoso estaba vinculado a cuestiones académicas, es decir, si el joven se resistía a la mano temblorosa del acosador, su ascenso estaría en gran riesgo. Esto dio mucho que hablar y tuvo consecuencias prácticas: muchos docentes, acusados o sorprendidos en flagrante delito, tuvieron que emigrar, otros dejaron las puertas de sus aulas abiertas, por si acaso, y, finalmente, a muchos alumnos les hizo gracia acusan sin razón a los profesores antipáticos, con el fin de simplemente hacerles la vida imposible u obligarlos a modificar las notas que les corresponden o les parecen injustas. Rumores apagados de esta situación corrieron por los pasillos de modo que muchos profesores, para acabar con ellos, recurrieron al único medio adecuado, a la mejor defensa, y, aplicándolo, organizaron, de paso, sus vidas; Me refiero al matrimonio entre profesores y alumnos, rara vez entre profesores y alumnos.
Las relaciones entre los alumnos tienen múltiples posibilidades. En primer lugar, en las grandes ciudades latinoamericanas, los estudiantes del interior del país suelen vivir en determinadas zonas, en pensiones que les recomiendan, a veces compartiendo apartamentos, en otros lugares, en residencias donde, de vez en cuando, surgen conflictos. debido a diversas prohibiciones como, por ejemplo, visitar las habitaciones del otro sexo: como recordamos, esta prohibición generó el movimiento conocido como “Mayo del 68”, con grandes consecuencias sociales y, quizás, una enorme producción infantil.
Luego, en otro plano, se agrupan para estudiar, dando lugar a todo tipo de rivalidades, especialmente las vinculadas a las citas: hubo casos de alumnos que consiguieron un determinado libro y que, cuando se lo prestaron para que también pudiera ser citado, responder con todo tipo de argumentos para dejar huérfano al que no consiguió el libro de ahorro. En una etapa posterior, luego de haber llegado al medio, se integran, al menos en América Latina, en grupos políticos, la razón de ser de la Universidad cambia radicalmente o, al menos, se matiza mucho más; muchos descubren, en ese momento, una fuerte vocación pictórica y/o gráfica, no figurativa, sino lírica, siguiendo una corriente importante de la pintura contemporánea que pinta letras. Finalmente logran intervenir en el gobierno de la Universidad, pero todo eso termina cuando se gradúan y les espera el arduo camino de las decisiones: “el” estudiante se va alejando y, a veces, la actitud ante la vida que va tomando forma es muy diferente de lo que era durante el período de estudiante.
Conclusión
La Universidad es un potro difícil de domar; en sus recintos hay hábitos diversos, se ha infiltrado cierta corrupción, política y vendedores de baratijas, y, superpuestos estos apuntes, vocaciones de enseñar, vocaciones de aprender, espacio de crítica y termómetro de temas, relaciones que tienden a establecerse de por vida. Fuera de su recinto, los prejuicios contra ella son numerosos y se expresan con la franqueza que suele ser característica de los prejuicios; además, es una presa codiciada y una película sensible, siempre que tiene algún problema surgen ideas para abandonarlo o destruirlo. Pero la Universidad sigue, no hay, por ahora, nada mejor. Después de todo, defenderlo no es una tarea vana. Espero que el relato que acabo de dar surja de esta idea y que lo vean como coherente con lo que me he esforzado en mostrar.
*Noah Jitrik, crítico literario, es director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Historia crítica de la literatura argentina (Emece).
Texto leído en la apertura del V Encuentro Nacional y II Latinoamericano: “La Universidad como objeto de investigación”, en Tandil, el 30 de agosto de 2007.
Traducción: Fernando Lima das Neves.