por JORGE SCHWARTZ*
Un modelo para ser admirado incondicionalmente, pero imposible de imitar.
Del repertorio de chistes que hacía Antonio Cándido, hay uno que repetía con gusto y gracia, cuando recordaba a un amigo que, tras la muerte de su mujer, se había pasado del Partido Comunista al Espiritismo. Al comentar el episodio, Antonio Cándido observó que, si el cielo existiera, su padre, el Dr. ¡Aristides de Mello e Souza, que había muerto a los 57 años, recibiría un hijo casi centenario en el Más Allá!
La muerte solo ha comenzado a ser un tema más recurrente en los últimos años, siempre con sobriedad. Pero cuando llegó a los sesenta años, en el momento de su retiro de la USP, por alguna razón, empezó a pensar que la muerte estaba cerca, y eso lo comentaba con los estudiantes. Fue el único período en el que este tema estuvo más presente.
En octubre de 2018, meses después de la muerte de Antonio Cándido, la revista Piauí (no 145) publicó “O Pranto dos Livros”, texto inédito[i] de Antonio Candido, descubierto por Eduardo Escorel entre más de cien cuadernos –¡ya casi mítico! – que su suegro había acumulado a lo largo de los años. Fue gracias a la amabilidad y sensibilidad de Ana Luísa Escorel, Laura de Mello e Souza y Marina Escorel, hijas del crítico, que este material ahora está archivado en el Instituto de Estudios Brasileiros de la USP, pero aún está en proceso de procesamiento. Fueron ellos, una vez más, los que me permitieron transcribir íntegramente esta breve crónica, adjunta a continuación de este recuerdo afectivo del Profesor.
“O Pranto dos Livros” se divide en dos partes muy simétricas: la primera describe el proceso de su propia muerte, y la segunda, su relación con los libros y los libros con él. El texto bordea la ficción, siendo narrados los muertos, al mejor estilo de las Memorias Póstumas de Brás Cubas:
“Muerto, encerrado en un ataúd, espero mi turno para ser incinerado. El mundo ya no existe para mí, pero continúa sin mí. El tiempo no cambia por mi muerte, la gente sigue trabajando y caminando, los amigos mezclan algo de tristeza con las preocupaciones de la hora y se acuerdan de mí sólo a intervalos. Cuando uno encuentra al otro, el ritual de “mira eso”, “qué vergüenza”, “estaba bien la última vez que lo vi”, “además, ya era viejo”, “en fin, es el destino de todos” .
“Los periódicos darán noticias mixtas de aciertos y errores y habrá información contradictoria, incluidas dudas sobre la naturalidad. ¿Era minero? ¿Era carioca? ¿Era de São Paulo? ¿Es cierto que estudiaste en Francia? ¿O fue Suiza? ¿Era rico el padre? Publicó muchos libros de tirada corta, la mayoría de los cuales estaban agotados. Fue importante como crítica durante algunos años, pero hacía tiempo que estaba obsoleta. Incluidos sus ex asistentes Fulano y Beltrano. A los estudiantes les gustaban sus clases porque era un buen comunicador. Pero lo que más destacaba era cierta amabilidad con la que vivía, pues sabía ser agradable con ricos y pobres por igual. Fue entonces cuando lo podías encontrar, porque era escurridizo y prefería estar solo, especialmente hacia el final de su vida. Unos dicen que era extranjero, otros que era culpable de nacionalismo. Era de izquierda, pero un poco incoherente y demasiado tolerante.
Era poco activo y en el PT trabajaba principalmente como medallista. De hecho, hay quienes dicen que parecía un medallón desde joven. Muy convencional. Pero es cierto que rehuía la publicidad, rechazaba premios y medallas cuando podía, y no le gustaban los homenajes. Contradictorio, como todo el mundo. El caso es que había mucha onda a su alrededor, e incluso se llegó a inventar que era una “unanimidad nacional”. Sin embargo, siempre fue atacado, en artículos, libros, declaraciones, y contra él hubo sectores de mala voluntad, como es normal. Finalmente, murió. Ya es hora de que la tierra le sea liviana.
Pero lo que era ligero no era la tierra pesada, el estímulo de los vagabundeos de la voluntad. Fue el fuego sutil, muy ligero, que consumió mis ropas, mi calva, mis zapatos, mis carnes insípidas y mis huesos frágiles. Gracias a él, rápidamente se convirtió en cenizas, luego se puso en una bolsa de plástico con mi nombre, la fecha de la muerte y la fecha de la cremación. Mientras tanto, había otros seres que pensaban en mí con la tristeza de los amigos mudos: los libros.
Desde varios rincones, de varias maneras, mi cadáver, que evitó la descomposición por combustión, suscita el pesar de los miles de libros que fueron míos y de mis padres, que conocieron el tacto de mi mano, el cuidado de mi celo, la atención con que los limpió, los movió, los encuadernó, los hojeó, los donó en bloques para el servicio de los demás. Libros que se quedaron en nuestra casa o se esparcieron por el mundo, en la Facultad de Poços de Caldas, en Araraquara, en la Católica do Rio, en la Unicamp, en la USP, en la Casa de Cultura de Santa Rita, en la ex Economía y Humanismo de además de los que fueron robados y Dios sabe dónde están, todos sintiendo pena por su amigo desmoronándose en polvo y recordando los tiempos en que vivieron con él, años y años sin parar. Entonces, desde los rincones donde se encuentren, sobre estanterías de hierro y madera, cerradas o abiertas, bien o mal tratadas, usadas u olvidadas, llorarán lágrimas invisibles de papel y tinta, cartón y percalina, piel de cerdo y piel de becerro, de cuero ruso. y marruecos, de pergamino y tela.
Será el llanto mudo de los libros por el amigo pulverizado que los amó desde niño, que se pasó la vida cuidándolos, escogiendo el lugar adecuado para ellos, quitándolos, defendiéndolos de los animales y hasta leyéndolos. No todos, porque una vida no bastaría para eso y muchas estaban más allá de su comprensión; sino miles de ellos. De hecho, los quería para algo más que leer. Los quise como esperanza de conocimiento, como compañía, como vista gozosa, como fondo de vida precaria y siempre de este lado. Por eso, porque los coleccionaba por lo que eran, los libros lloran al amigo que demoraba el pago de la renta para comprarlos, que robaba horas de trabajo para buscarlos, por donde pasaba: en librerías pequeñas y grandes de Araraquara o Catanduva, de Blumenau o João Pessoa, de Nueva York o New Haven; en las tiendas de libros usados de São Paulo do Rio, de Porto Alegre; en las librerías de París y en las librerías de viejo de Lisboa, dondequiera que se vendiera papel impreso. El amigo que, al no ser Fénix, no se levantará de las cenizas a las que está siendo reducido, a diferencia de ellos, que de alguna manera vivirán para siempre”.
La fría enumeración da cuenta de un acelerado proceso de disolución, de evanescencia. Uno de sus comentarios en los últimos años fue que, con la edad, los rostros de las personas comenzaron a parecerse a los animales. De las raras quejas que escuché sobre la edad, fue que sus piernas eran frágiles y el miedo a una fractura dejándolo atado a una silla de ruedas. El destino quiso que eso no sucediera; hasta los últimos días, sorprendentemente, hace los paseos diarios. Digamos que se salvó, ya que nunca siguió, que yo sepa, recetas para una longevidad saludable, como ejercicio, vitaminas o alimentos especiales. Eso sí, fue frugal en todo. La enorme cantidad de fruta en la cocina, que nos sorprendió, en realidad siempre estaba destinada a la criada.
La consideración inicial después de la primera oración; de gran impacto, es que el mundo sigue: “El mundo ya no existe para mí, sino que sigue sin mí”. Me recuerda a la frase inicial del famoso El Alef de Borges, en una traducción de David Arrigucci, cuando el personaje Carlos Argentino Daneri registra la muerte de su amada (y traidora) Beatriz Viterbo: “En la ardiente mañana de febrero en que murió Beatriz Viterbo, luego de una imperiosa agonía que en ningún instante fue rebajada al sentimentalismo o al miedo, noté que las señales de hierro en la plaza Constitución habían renovado no sé qué publicidad de cigarrillos; el hecho me conmovió, porque comprendí que el incesante y vasto universo ya se alejaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.
El texto destaca por las ironías que tiene. En la mirada retrospectiva que le brinda la muerte, Antonio Cándido se ve a sí mismo como “crítico […] superado […] por sus antiguos ayudantes Fulano y Beltrano”. Elegantes hasta el punto de no mencionar nombres, podemos pensar que estos fueron sus primeros asistentes, invitados por él, Walnice Nogueira Galvão, Roberto Schwarz, João Alexandre Barbosa y, posteriormente, Davi Arrigucci Jr. Cuando se presenta a sí mismo como docente, dice que tenía “dotes de comunicador”, como si fuera el protagonista de algún programa de televisión, nada más, y que “lo más sobresaliente era cierta amenidad de socializar, porque supo ser agradable con los demás “pobres y ricos”. De hecho, la elegancia y la afabilidad eran rasgos de su personalidad, y no podían reducirse a nada más que a un gesto “dulce”.
Sí, los taxistas de la parada de la Rua José Maria Lisboa y de la Alameda Joaquim Eugênio de Lima, poco menos que idolatraban al profesor. Cuando se retrata ideológicamente, hay mucho de verdad en medio de sucesivas ironías. Que era de izquierda pero “demasiado tolerante”. En una vieja entrevista en el periódico. Teoría y Debate, comentó que no era político porque respetaba la palabra de los demás. Y siempre resaltó que el verdadero político de su grupo era Paulo Emilio Salles Gomes. Cuando declara que en el PT “trabajó principalmente como medallón”, sabemos que no es cierto. Quien fue muy activo en las juntas que fundaron el partido. Cuando Lula llegó a la presidencia, declaró, de manera muy curiosa, que se retiraría completamente de la actividad política en el PT. Sé que incluso le ofrecieron el Ministerio de Cultura, pero, muy acorde con su cargo, se negó.
En los últimos años, dijo que ya no lee los periódicos, pero Folha de S. Pablo del día siempre estaba en la pila de periódicos y revistas en la sala. También sabemos que nunca rehuyó hacer un acto de presencia cuando lo llamaban a defender alguna injusticia oa apoyar alguna causa oa alguien. Cuando dice que “rechazó premios y medallas”, hay que destacar el hecho excepcional de que nunca accedió a ingresar en la Academia Brasileña de Letras. Le prometieron en tres ocasiones que no tendría que hacer campaña por los votos, pero aun así se negó. Cito aquí al Prof. Walnice Nogueira Galvão: “Indefendible para las asociaciones pero fiel a sus orígenes en Minas Gerais, en la única que accedió a participar fue en la Academia Poços-Caldense de Letras. Al tener que elegir el mecenas de la Cátedra 21, nombró a su maestra de secundaria D. Maria Ovdia Junqueira, quien le había revelado las bellezas de la Biblia y de Shakespeare, a las que estaría apegado para siempre. En tal homenaje de agradecimiento, aparece en alto relieve el sello del maestro”.[ii]
Algo que siempre me llamó la atención fue la rapidez con la que aceptaba o declinaba las invitaciones. Sabía exactamente lo que quería y se mantuvo fiel a su ética. Muchos miembros de nuestra Academia quedarán en el olvido, y no me imagino a Antonio Cándido de uniforme, ni con silla cautiva, ni participando de meriendas, entre los olvidables y los olvidados. Hablando de Academias, el propio comité del Premio Nobel cometió graves injusticias, entre ellas nunca otorgar el premio a Jorge Luis Borges, sino a Neruda, Gabriela Mistral, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Mencioné injusticias pero podríamos recordar otro tipo de página policial.
Se aceptan, sin embargo, algunos títulos Honoris Causa, entre otros, el de la Universidad de la República (Montevideo) y el Premio Alfonso Reyes, en Monterrey (México), en octubre de 2005, ya los 87 años, cuando tuve el privilegio de acompañarlo. También estuvieron Ana Luisa Escorel y Celso Lafer. Por supuesto le preguntamos por su padre, cuando nos contó que en la habitación contigua se había despertado silbando. Hay ciertas intimidades reveladoras de una personalidad a mi modo de ver sui generis.
Esta primera parte del texto, que se abre con la frase afirmativa, se cierra con otra no menos perentoria y macadoana: “De todos modos, murió. Ya es hora de que la tierra le sea liviana”.
De la verdadera montaña de material de homenaje crítico a lo largo de las décadas (la más reciente, Antonio Cándido 100 Años, org. de María Augusta Fonseca y Roberto Schwarz); artículos en diarios y revistas especializadas, pensé que este breve análisis de los últimos inéditos, intercalados con las experiencias personales que me permite mi limitada memoria, podría ser algo interesante para la presentación de hoy. En los últimos años se han intensificado las visitas al maestro junto a Berta Waldman. Nunca dijo que tenía una agenda apretada: sin contestador automático, contestó personalmente el teléfono, fue a verificar la agenda y confirmó. Me tocó, en una de las visitas, presenciar cómo atendía a una chica de telemarketing. Él le explicó, con enorme paciencia y cortesía, que tenía cierta edad, pero que deseaba la mejor de las suertes en la investigación. De hecho, nadie que yo conozca responde a las solicitudes irritantes de esta manera. telemarketing!
Antonio Cándido hasta el final, él mismo abrió la puerta, acomodó los sillones, se sentó siempre frente a nosotros, y luego nos embarcamos, o él se embarcó en largas conversaciones. Una auténtica Caja de Pandora, en la que aparecieron nuevos nombres y hechos, que nunca antes se habían contado. Así como hay un oído total para la música, AC tenía una memoria total y desde niño en adelante. Una memoria inteligente, no meramente acumulativa. Son pocos los testimonios personales que no mencionan este prodigioso recuerdo.
En los primeros años tomábamos el té en el salón o en la cocina, en compañía de D. Gilda, donde ya estaba todo arreglado de antemano. Últimamente, ha comenzado a servir deliciosos vinos de Oporto, lo que evita tener que salir de la habitación. Siempre lamenté no poder grabar las maravillosas conversaciones (y eso nunca lo haría), pero salí de allí con la clara sensación de que se trataba de un ser absolutamente excepcional y que era mi gran suerte compartir su vida. Decía que lo que más le enorgullecía no era el trabajo, sino los alumnos (!), afirmación que siempre nos hacía gracia. Y también dijo que ningún profesor de la FFLCH había formado nunca un grupo como el de sus alumnos. Vivió durante un siglo, trabajando hasta el final, y como dijo Walnice, nos llevará un siglo desentrañar su obra.
Formé parte del último grupo de estudiantes de posgrado, en 1971. Trabajé en el Colégio Objetivo, enseñaba inglés, la peor de todas las experiencias profesionales, donde conocí a Salete de Almeida Cara, y ambos nos inscribimos en el curso de Antonio Candido. . Acababa de llegar de Jerusalén, donde hice la carrera de Literatura Inglesa y Estudios Latinoamericanos. Cuento esto para describir la entrevista de selección de candidatos. La única pregunta que me hizo: qué autores prefiero. Hablé de la poesía de John Donne (un poeta metafísico inglés de finales del siglo XVII), sobre cuya obra acababa de tomar un curso. No preguntó por un proyecto, una demanda que se hace hoy. Cuando fui a ver el resultado, en mi portugués mambembé, confundí “diferido” con “rechazado”.
Aun así, fui a la primera clase preguntando si, a pesar de la negativa, podía asistir al curso. ¡Después de mi insistencia, me pidió que fuera a la Oficina de Graduados! Sólo Freud explica. Fue en ese curso que también conocí a Marisa Lajolo, Antonio Arnoni Prado, José Miguel Wisnik, Norma Goldstein y otros compañeros de lo que ahora es una generación. Al mismo tiempo, comencé a dar clases en el curso de español de la USP y tenía la intención de hacer una maestría sobre los cuentos fantásticos de Roberto Arlt. Sugirió un estudio comparativo con Murilo Rubião, O ex-mago, incluso me trajo los libros.
También quiero aprovechar esta oportunidad para resaltar el verdadero sentido de la libertad en la orientación. Realicé mi investigación doctoral en Yale, por invitación de Emir Rodríguez Monegal. No sabía que Ángel Rama, muy amigo de AC, era enemigo acérrimo de Monegal. ¡Sin embargo, nunca dijo una sola palabra sobre esta disputa, que en realidad tuve que soportar en New Haven con Monegal! El doctorado también siguió una línea de investigación diferente a la suya, estableciendo una tradición poética desde el Modernismo hasta el Concretismo. Tenía mucho más que ver con el payeuma de Haroldo de Campos. Nunca supe si le gustó. Lea todo, haga las correcciones. Como en el máster, había mostrado tal respeto por mi trabajo (por el otro) que probablemente le impedía señalar caminos distintos, o incluso oponerse a ellos; simplemente no era como él. Llegó a orientar las más diversas tesis: desde la historieta, de Antonio Luiz Cagnin, ya fallecido, hasta un doctorado sobre Borges, que no era el autor de su repertorio. Cuando fue necesario, AC sí intervino directamente, como fue el caso de una difícil tesis de un querido colega, hoy también fallecido.
Cuando comencé a ser mentor, le pregunté qué me recomendaba como principiante que era; él fue inflexible: si tienes dudas, ¡no las aceptes!
Una última curiosidad: sabiendo que Marcel Proust era su autor favorito, y que tenía toda una biblioteca dedicada al autor francés, nunca pudimos convencerlo de que nos diera un curso sobre su obra.
Volviendo a la segunda parte del texto, está dedicada a “amigos tontos: libros”; es un canto de amor a los libros de la muerte. Antonio Cándido los personifica autopsia, como amigos que lo lloran, "todos sintiendo pena por su amigo desmoronándose hasta convertirse en polvo". Describe los diversos lugares donde se guardaron sus libros a lo largo de su vida, y el cuidado extremo que se les dio desde la infancia. También hay ironía cuando dice que “se pasaba la vida cuidándolos, eligiendo el lugar adecuado para ellos, sacándolos, defendiéndolos de los animales e incluso leyéndolos. No todos, porque una vida no bastaría para eso y muchos estaban más allá de su comprensión”. Como broma, incluso podemos intentar igualar nuestras propias bibliotecas o intentos de bibliotecas, y el hecho de que los libros nos superan, y siempre nos esperan como fieles amigos. En esta figura creada por Antonio Cándido, la de la fugacidad de la vida y la perennidad del conocimiento a través de los libros, concluye concluyendo en tercera persona que “el amigo que, no siendo Fénix, no resurgirá de las cenizas a las que está siendo reducidos, por el contrario los de ellos [los libros], que de alguna manera vivirán para siempre.”
1o Mayo 2017, última visita
Antonio Candido siguió el camino de Oswald de Andrade desde los primeros trabajos, que reseñaba en un periódico. Pero también a través de ensayos y testimonios diversos, conferencias, programas de televisión, fechas conmemorativas, que culminaron con el gran homenaje de Flip en 2011. En las innumerables conversaciones privadas, el recuerdo fue permanente, siempre con gracia y alegría, aunque fuera por hablar de la vida de Oswald. personalidad difícil. Con el tiempo, hubo idas y venidas, todas registradas por Antonio Cándido, pero la amistad y la admiración mutua se mantuvieron hasta la muerte de Oswald en octubre de 1954 y más allá.
Con la obra completa ahora publicada por la Companhia das Letras, gracias a la iniciativa de Marília de Andrade, la única hija viva del poeta paulista, han surgido nuevas propuestas para cada uno de los volúmenes de esta nueva colección. Las ediciones anteriores fueron de Difel (European Book Diffusion), de Civilização Brasileira (ambas bajo la coordinación de Antonio Candido, su albacea literario), y luego de Editora Globo en São Paulo, por iniciativa de su hijo Rudá de Andrade, en 20 volúmenes. publicado de 2002 a 2014.
Gênese Andrade, coordinadora conmigo de esta nueva serie de la Companhia das Letras, transcribió una de las varias conferencias sobre Oswald que grabó. Antonio Cándido, al leer la transcripción, pensó que era demasiado coloquial; Inmediatamente trajo un texto mecanografiado de la oficina, que consideró listo para su publicación. Solo pidió unos días para hacer una relectura. Semanas después, me entregó el texto mecanografiado “El Oswald de Andrade que conocí”, con correcciones, pidiéndome que por favor las anotara. Cuando volví a visitarlo con el texto limpio, me sacó otro mecanografiado, “Rembrando Oswald de Andrade”, muy parecido, pero, según él, mejor terminado. Ambos tenían ocho páginas cada uno y las diferencias eran mínimas. Entregó la segunda versión con correcciones, que una vez más sería aclarada. Esto ocurrió en la última visita realizada a Mestre, en la tarde del lunes 1ro. 0 de mayo. El viernes recibí la versión limpia de Génesis, sin saber que el día anterior había sido hospitalizado con una crisis de salud, lo que llevaría al desenlace días después.
De la visita que realizó durante las vacaciones, acompañado de Berta Waldman, a quien siempre le daba un fuerte abrazo a la llegada y otro igual o más fuerte a la salida, se mostró muy arropado. Era una de esas tardes frías en São Paulo. Aun así, siguió sacando de su memoria infinita recuerdos que escuchábamos con asombro, por no haberlos oído nunca, a lo largo de los casi cincuenta años de convivencia: él como eterno Maestro, asesor de nuestras tesis, y nosotros como eternos estudiantes. Éramos la “niña”, como le gustaba llamarla, ahora en nuestros septuagenarios. Esa tarde recordó uno de los muchos trucos de Oswald: Otto Maria Carpeaux, el crítico austriaco, sufría una especie de tartamudeo, y al final de su discurso lo afectaba una tos rítmica que imitaba. Magníficas e hilarantes imitaciones de los más variados personajes (personalmente creo que la de Ungaretti fue insuperable). Volviendo al tartamudeo y las toses al final de la frase: Oswald lo apodó Otto Rino Laringo Carpeaux Morse. Maledicencia de una gracia infinita, como otras que tanto costaron en su vida a su amigo Oswald.
Esa tarde, también recordó e imitó una vez más la lectura de Oswald de su propia poesía. Aunque vanguardista, fue imitado por Antonio Candido en un tono grandilocuente propio de un bacharel das Arcadas, con una voz alzada y trémula, propia del siglo XIX, y que, paradójicamente, nada tenía que ver con el espíritu de modernidad de el poema escrito.
Unas semanas antes, en la penúltima visita, acompañé a Marília de Andrade. Tenía en sus manos un documento firmado por Antonio Cándido, después de la muerte de Oswald, sobre la Cuadernos confesionales, aún inédito. Prometió dar pleno apoyo a la publicación. Para mi sorpresa, transcribió ipsis literas el documento escrito por él más de medio siglo antes, e incluso copió su firma. En su momento me llamó la atención que la letra y la firma eran idénticas, como si no hubiera pasado el tiempo. Algo menos que asombroso, para alguien que se acerca a un siglo de antigüedad. Cumplió su promesa esa tarde, enviando a Marília el nuevo documento por correo. Como sabemos, él personalmente fue a la oficina de correos, y en la semana anterior a su muerte incluso fue al banco.
Todo esto lo registro, antes de que yo mismo olvide, por la acción del tiempo, estas visitas que siempre me trajeron mucha emoción. Y, aunque en lo Último continuaba en perfecto estado de salud y lucidez mental, mi temor era que no hubiera más en la siguiente visita.
Viendo a la familia y amigos alrededor, con motivo del velatorio y la despedida final en el cementerio de Horto da Paz, me di cuenta de que todos éramos seres reales. Pero ese Antonio Cándido rondaba en otro ámbito, el de la trascendencia. Un modelo para ser admirado incondicionalmente, pero imposible de imitar. Como decía Ana Luisa Escorel, estaba hecho de una arcilla diferente a la nuestra. Y como observó Laura de Mello e Souza, la segunda de tres hijas, el mundo continúa, pero un mundo se ha ido.
* Jorge Schwartz Es profesor titular de Literatura Hispanoamericana en la USP. Autor, entre otros libros, de fervor de las vanguardias (Compañía de Letras).
Publicado originalmente en el libro editado por Antonio Dimas y Ligia Chiappini Palabras para Walnice (Ediciones Sesc).
Notas
[i] Accesible en https://piaui.folha.uol.com.br/materia/o-pranto-dos-livros/ .
[ii] En “Antonio Candido, 100 Years”, O Estado de S. Paulo, Caderno 2, 18 jul. 2018.