por LISZT VIEIRA*
Argentina es presa fácil para cualquier demagogo de extrema derecha. Esta película ya la hemos visto en Brasil.
Argentina tiene la inflación más alta del G-20 en 2023. La tasa acumulada de enero a octubre fue del 120%. En 12 meses alcanzó el 142,7%. El número de personas en situación de pobreza aumentó y superó el 40% de la población en el primer semestre de 2023, según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), organismo vinculado al Ministerio de Economía. Actualmente, el 9,3% de la población vive por debajo del umbral de pobreza, en una situación de indigencia, cuando las personas no tienen ingresos suficientes para cubrir los costos de alimentos básicos.
Ante esta situación, la mayoría quiere un cambio. No tiene sentido decir que el cambio podría ser para peor. La palabra cambio, en general, conlleva una carga valorativa de esperanza. Esta carga de valor positivo ayuda a explicar, por ejemplo, por qué la expresión “cambio climático” nunca asustó a nadie, al menos hasta hace poco. Hubiera sido mejor usar la palabra “crisis” en lugar de cambio, pero la psicología no es el punto fuerte de los científicos del clima. En esta situación actual de crisis dramática, Argentina es presa fácil para cualquier demagogo de extrema derecha. Esta película ya la hemos visto en Brasil.
El candidato “antisistema” obtuvo el 55,7% de los votos, ganando en 21 de las 24 provincias. Es el presidente mejor elegido desde el regreso de la democracia en 1983. La regla de oro para ganar las elecciones es decir alto y claro que estás en contra del sistema. La gran mayoría de la población no sabe realmente qué es el “sistema”, pero entiende que significa cambio y quiere cambiar porque vive mal en la situación actual. Por tanto, el candidato no necesita perder el tiempo con un programa de gobierno ni con proyectos elaborados, sólo media docena de palabras clave, empezando por la crítica al sistema, por supuesto.
Hay muchas explicaciones para esto. Una de las principales, en mi opinión, es la crisis de la llamada democracia representativa o, si se prefiere, de la democracia burguesa. Después de todo, el “sistema” aprendió a manipular las elecciones a través de diversos mecanismos, incluido el uso de los medios de comunicación y, más recientemente, dominando las redes sociales en Internet con robots disparando. noticias falsas para millones de personas. Como resultado, la mayoría de la población no se da cuenta de las pérdidas que sufre a causa de la política neoliberal dominante y ve a su enemigo en el gasto público del Estado.
La propuesta de recortar el gasto público en nombre del “déficit cero” o “equilibrio fiscal” pretende debilitar al Estado, convirtiéndolo en un Estado Mínimo, para canalizar más fácilmente los recursos públicos al mercado. Por supuesto esto no se explica ni se dice de esa manera. Es más fácil atacar el gasto público impopular, como los altos salarios de parlamentarios, jueces o la corrupción que, en todos los gobiernos, aparece en las licitaciones públicas. Hay muchos otros argumentos con apariencias técnicas, pero en esencia se trata de reducir el peso del Estado para asignar más fácilmente los recursos públicos a los bancos y a todo el mercado financiero.
Hace muchas décadas, quienes hablaban contra el “sistema” eran la izquierda, atacando la democracia burguesa. Cuando llegó al poder, la izquierda implementó importantes políticas sociales, pero se vio obligada a concertar acuerdos en nombre de la gobernabilidad. El actual gobierno de Lula es un buen ejemplo. Con un Congreso dominado por la derecha, llega a acuerdos y nombra a políticos de derecha para altos cargos en el aparato del Estado que, en un año electoral, apoyarán a los candidatos de derecha contra los candidatos apoyados por el gobierno que los nominó.
Las concesiones no se limitan a nombrar políticos fisiológicos del Centrão. El gobierno, a través de su Ministro de Economía, hace concesiones a la tesis neoliberal del déficit cero para complacer al mercado financiero y a los medios de comunicación que defienden sus intereses.
A pesar de las diferencias entre Argentina y nuestro país, la victoria de Javier Milei en las elecciones argentinas encendió la luz amarilla para Brasil. No hay duda de que se trata de un refuerzo importante para el avance de la extrema derecha en el mundo. Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil, Trump en EE.UU. -que, pese a estar procesado, ya supera en las encuestas a Joe Biden-, Modi en India, Zelenski en Ucrania, Meloni en Italia y la extrema derecha fuera del poder, pero avanzando en varios países europeos, serán puntos de apoyo para Javier Milei en Argentina. Quizás incluso Vladimir Putin, con su sueño de ser un autócrata zarista.
En Europa, el fortalecimiento de la ultraderecha es preocupante. En el caso de Francia, por ejemplo, el Partido Comunista obtuvo el 2% de los votos en las últimas elecciones y el Frente Nacional, 22%. Se sabe que muchos votantes del PC votan hoy por la extrema derecha. Lo mismo ocurrió con los manifestantes de los “chalecos amarillos” (Chalecos Amarillos): empezaron a protestar contra el impuesto ecológico a los combustibles fósiles porque aumentaría el precio de la gasolina, acabaron votando casi todos a favor Frente Nacional más a la derecha.
La elección de Javier Milei se explica en gran medida por la erosión del peronismo y la crisis económica que este no pudo superar. Un ingeniero diría que el peronismo sufrió una suerte de “fatiga material”. A pesar de las diferencias en relación al clima político de la elección de Jair Bolsonaro en 2018, el loco discurso de Javier Milei tiene muchos puntos en común con el loco discurso de Jair Bolsonaro.
Ambos acusan a la izquierda, a la democracia y, directa o indirectamente, señalan la dictadura como solución. En el caso de Argentina, sin embargo, Javier Milei tendrá más dificultades para gobernar, debido a su minoría en el Parlamento y también por la falta de Centrão o de un grupo de apoyo evangélico. Ya hay analistas políticos vaticinando que, ante una oposición agresiva, si Javier Milei cumple lo prometido y recorta los servicios públicos, no terminará su mandato.
En el caso de Brasil, el debilitamiento del presidencialismo frente al creciente semiparlamentarismo, con la derecha ocupando altos cargos en el aparato del Estado, así como concesiones al mercado y sus medios de comunicación en términos de déficit cero y equilibrio fiscal. , apuntan a un futuro incierto y preocupante. Con Jair Bolsonaro no elegible, el bolsonarismo busca un nuevo líder que ocupe su espacio político, que no debería permanecer vacío por mucho tiempo.
*Vieira de Liszt es profesor jubilado de sociología en la PUC-Rio. Fue diputado (PT-RJ) y coordinador del Foro Global de la Conferencia Rio 92. Autor, entre otros libros, de La democracia reaccionaGaramond). Elhttps://amzn.to/3sQ7Qn3]
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