Raymundo Faroo, un pensador de la democracia

Marina Gusmao, Fragmentos.
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por RODRIGO GHIRINGHELLI DE AZEVEDO*

Respuesta al artículo de Leonardo Avritzer.

publiqué en el blog rostros de la violencia, del diario Folha de São Paulo, artículo donde presento tres aspectos que considero relevantes en el debate sobre la Operación Lava Jato en el ámbito de las Ciencias Sociales, centrando mi análisis en la posición expresada por Leonardo Avritzer, quien sostiene que detrás de las violaciones procesales y la actividad mediática de sus operadores sería una visión pro mercado y punitiva, inspirada en la obra de Raymundo Faoro.

Avritzer respondió a mi artículo en el sitio la tierra es redonda (El legado de Raymundo Faroo). Considero pertinente discutir el trabajo de Faroo y su relevancia, por lo que presento aquí la dúplica, continuando el debate. Pero, desafortunadamente, antes de llegar a lo que realmente importa, es necesario despejar el terreno sobre algunas preguntas preliminares planteadas por Avritzer. Tal vez como resultado de una lectura apresurada del artículo, el profesor de Minas Gerais comienza presentando dos argumentos que no tienen base en lo que escribí.

Avritzer afirma que lo critico "en primer lugar, por faltarle el respeto a los clásicos". Y en consecuencia, me vincula con la “tradición muy arraigada de ensayos laudatorios en Brasil, que intenta hacerse pasar por ciencias sociales”. Cualquier lector más atento se dará cuenta de que en ningún momento mi crítica estuvo dirigida a “faltar el respeto a los clásicos”, lo que sería cuanto menos ridículo. Y desde esta lectura de lo no escrito, querer vincularme a una tradición laudatoria es una forma retórica de descalificar al interlocutor, sin discutir sus argumentos. Un estilo argumentativo que no contribuye a matizar el debate sobre el contenido de lo que se discute, pero muy en boga en la era de la posverdad. Propongo retomar el debate de ideas, dejando de lado las etiquetas que desvían el debate de una racionalidad argumentativa éticamente sostenible entre investigadores que deben respetarse (que es lo que propongo, por el respeto que tengo a la persona y la obra de Avritzer).

Más grave aún, al leer el nombre de Joaquim Falcão en mi artículo, Avritzer comienza a considerar que, al ser mencionado, automáticamente respaldaría sus opiniones sobre la Operación. Incluso afirma que sería “este corporativismo de un poder judicial que desprecia la democracia y el estado de derecho, lo que defienden Ghiringhelli y Falcão”. Para luego afirmar que estaría entre los que apoyan “prácticas liberales en conversaciones de bar y artículos de prensa, pero se abstienen de apoyar el derecho a la defensa y el debido proceso legal o la ascensión social a través de la educación”. En cuanto a la primera afirmación, cualquier lector más atento se dará cuenta de que mi referencia a Falcão, así como a Cláudio Beato, fue en un sentido crítico de su enfoque, presentando, entonces, lo que denominé “otra clave de lectura”, presentada, entre otros, por Roberto Kant de Lima y Pedro Heitor Barros Geraldo (Jota, 05.03.21), y por mí y Arthur Costa (Faces da Violência, 01.04.2021). En cuanto a la segunda, me permito no contestar, ya que la considero un atentado sin fundamento alguno, como puede atestiguar cualquiera que ya haya leído lo que escribí sobre la Operación Lava Jato.

Si yo fuera un representante del ensayismo laudatorio, y un defensor de las normas procesales de Lava Jato, todo estaría resuelto, Faoro sería condenado y la disputa estaría cerrada. Hay que reconocer que no es así. El subtítulo del artículo de Avritzer se refiere a la “academia cordial” (trayendo a colación a otro de nuestros intérpretes de Brasil). Avritzer no aclara qué quiere decir con esto, pero creo que lo que caracteriza a la “academia cordial” es la dificultad de llevar a cabo un debate público franco y honesto entre pares, cuando el desacuerdo se toma como un ataque personal, y el resultado siempre es el intento de descalificar al oponente, con argumentos ad omnim. Dejemos esta “cordialidad” de lado, y hablemos del contenido, que es lo que importa.

En contenido, Avritzer busca fundamentar (ahora sí) su “tesis” sobre la obra de Faoro. En resumen, Avritzer cuestiona la permanencia del patrimonialismo y el estatus burocrático forjado en el origen del Estado portugués y su transposición al Brasil Imperial. Señala un error fundamental en el análisis de la independencia y el Imperio de Faoro, porque, según él, Faoro trata a los granjeros esclavistas como liberales. Pero al citar a Faoro queda claro que lo que está diciendo es que existe una contradicción entre el monarca absolutista y los intereses privados de los terratenientes, lo que implica un “impulso liberal, asociado a la hacienda y unidades locales de poder”. El propio Faoro aclara que se trata mucho menos de un ideal liberal que del interés particularista de los terratenientes ricos y poderosos por reducir el poder del rey, pero “sin generalizar la participación política de las clases pobres”.

De esta y otras interpretaciones, al menos apresuradas, de extractos de la obra de Faoro, Avritzer concluye que habría inaugurado un liberalismo simplificado y defendido por los no liberales, implicando únicamente el rechazo del Estado. Y añade que el autor de Os Donos do Poder identifica liberalismo con privatismo, sin igualdad civil en relación a la mujer, el voto y las relaciones laborales. Tanto el trabajo de Faoro como su trayectoria política contradicen la tesis, pero para sustentarla en su accionar, Avritzer acusa a Faoro de haber colocado “a la OAB en 10 lugares diferentes de la Constitución, abriendo espacio para un corporativismo legal y para estructuras de protección entre pares que vemos todos los días y que generan distorsiones en el proceso penal”. Cómo hizo esto Faoro, habiendo sido presidente de la OAB solo de 1977 a 1979, Avritzer no lo aclara. Tampoco está claro cómo las referencias a la OAB en la Constitución distorsionan el proceso penal (aunque es un debate necesario). Pero estos son argumentos presentados para descalificar al autor atacado, no a su obra.

El argumento de Avritzer es, de hecho, demasiado tenue para dar cuenta de una obra tan compleja e influyente en el debate sobre el Estado brasileño, sus orígenes y proceso histórico. Otros ya lo han hecho con más competencia, entre ellos Juarez Guimarães, citado por mí en el artículo anterior. Pero me refiero aquí a otro artículo, de Fábio Konder Comparato (Raymundo Faoro Historiador, 2003). Recordando que desde un principio “la interpretación que hizo Faoro de la Historia de Brasil irritó profundamente a los críticos marxistas, ya que hacía innecesario el recurso metodológico a la lucha de clases”, Comparato muestra que, para Faoro, “la sociedad brasileña –como la portuguesa, además – estuvo tradicionalmente conformado por un grupo patrimonialista, formado, primero, por los altos funcionarios de la Corona, y luego por el grupo funcional que siempre rodeó al Jefe del Estado, en el período republicano. Contrariamente a lo que erróneamente se decía en la crítica a esta interpretación, el grupo funcional gobernante, destacado por Faoro, nunca correspondió a esa burocracia moderna, organizada en carrera administrativa, y cuyos integrantes actúan de acuerdo a estándares bien establecidos de legalidad y racionalidad. No se trata, por tanto, de ese estrato de funcionarios que se encuentran en situaciones de “poder legal con entramado administrativo burocrático” de la clasificación weberiana, sino de un grupo de estrato correspondiente al tipo tradicional de dominación política, en el que el poder es no una función pública, sino un objeto de apropiación privada”.

En otras palabras, en Raymundo Faoro, la historia brasileña no es examinada como una simple sucesión de luchas de clases, ni de ajustes y desencuentros entre grupos sociales. Introduce las nociones de estatus, casta y clase social de manera innovadora, arrojando luz sobre los diversos aspectos de nuestra formación, en la que nuestra "modernidad" parece estar ligada a las formas tradicionales de organización social y mental: un estado-oligárquico y substratum cultura esclavista que aún manda en el presente.

Haciendo un uso original de conceptos weberianos, Faoro comparte con él la preocupación por la configuración y el camino seguido por sus respectivas sociedades nacionales, la constitución de actores políticos relevantes capaces de dirigir la sociedad y el contraste entre rigidez y plasticidad de las relaciones sociales. Pero como afirma el propio Faoro, en el prólogo de la 2ª edición de Os Donos do Poder (1973), “cabe señalar que este libro no sigue, a pesar de su estrecha relación, la línea de pensamiento de Max Weber. No pocas veces, las sugerencias weberianas siguen un camino diferente, con nuevos contenidos y colores diferentes. Por otra parte, el ensayo se distancia del marxismo ortodoxo, sobre todo al defender la autonomía de una capa de poder, no diluida en una infraestructura esquemática, que daría contenido económico a factores de otra naturaleza”. Volviendo a Guimarães (Raymundo Faoro, Pensador da Liberdade – 2009), es posible afirmar que “en Faoro, la crítica al Estado patrimonialista no se hace desde un paradigma elitista de la democracia, que se encuentra en Weber, sino desde una lógica de universalización de derechos y deberes. Es decir, existe una tensión permanente entre su sesgo analítico y su horizonte normativo”.

Para Faoro, la Dinastía Avis, formada en 1385 para dar inicio al Estado portugués, representa una simbiosis entre los intereses de la realeza y el comercio y constituye un poder estatal centralizado, con una base económica en la propiedad de la tierra, representando una “modernidad temprana”, cuya persistencia termina siendo fatal, ya que se desarrolla económicamente como un capitalismo políticamente orientado, una forma patrimonial de organización del poder. En la línea de Weber, lo que Faoro quiere enfatizar con la noción de capitalismo políticamente orientado es un tipo de empresa mercantil y lucrativa que crece no en la formalización e impersonalización de las reglas de competencia, producción, comercio y distribución, sino a través del privilegio, la el acceso privilegiado, la renta de incorporación privada y la carga absorbida por el Estado. Cualquier parecido con el Brasil contemporáneo no es mera coincidencia.

Respecto al estamento burocrático, es Gabriel Cohn quien nos advierte que, “si bien los comerciantes y financieros se habían beneficiado, surgió un nuevo actor para ocupar una posición ventajosa en la estructura social y de poder que se estaba constituyendo: el de los expertos en leyes y técnicas de mando. . . Asociados a un grupo que resultó indispensable para el gobierno del rey propietario, sus integrantes sentaron las bases para la formación de un ente social capaz de reproducirse indefinidamente, mediante la aplicación de un principio de aglutinación interna y de diferenciación externa según una concepción de honor asociado a la pertenencia al grupo. Aquí tenemos un caso de lo que Faroo, siguiendo a Weber, llama el patrimonio. (Gabriel Cohn, 2008, pág. 4)

Asumir un carácter burocrático, con la incorporación de rasgos de un organismo orientado a la gestión, es lo que le garantiza una relativa independencia de la sociedad, a través de la cual adquiere poder sobre ella, actuando, fundamentalmente, en interés de su propia perpetuación. Como configuración social específica que cubre a la sociedad como un caparazón y no permite el surgimiento de antagonismos, la plena definición y expresión de los actores sociales fundamentales es amortiguada por el estrato burocrático, que no se convierte en clase, pero bloquea el surgimiento de los emprendedores. clase burguesa liberal. En este sentido, Faoro interpreta la dictadura militar como una nueva etapa de fortalecimiento y perpetuación del estatus burocrático, percibiendo el militarismo como expresión del estatus burocrático y garantizando el monopolio del poder político para la distribución de cargos.

A fines de la década de 70, Faoro ve en Lula y en el surgimiento del nuevo sindicalismo una perspectiva de modernización y ruptura con el aparato burocrático. Frente a la histórica primacía o monopolio de las iniciativas de la sociedad política sobre la sociedad civil, Faoro pronto percibió la novedad, pues trajo a escena nuevos actores políticos en el campo institucional en las décadas de 80 y 90. Faoro falleció en 2003, lo que nos impide sabiendo cómo interpretaría a los gobiernos del PT, en su mayor o menor cercanía y compromiso con el estatus burocrático y con las prácticas patrimonialistas de relación entre el Estado y los intereses privados.

Finalmente: de la obra de Faroo podemos buscar importantes elementos analíticos, así como una perspectiva política comprometida con la afirmación de la democracia en Brasil. La necesidad de romper el cascarón del establishment burocrático a través de la burguesía liberal (siempre que esté constituida como tal), así como a través de la radicalización democrática, con la movilización de quienes históricamente han estado al margen de las estructuras de poder, como la nueva clase obrera en auge a partir de la década de 70. Y destacando la dimensión cultural, de las relaciones sociales ligadas a una moral de Estado (ésta es muy esclarecedora para pensar las relaciones entre delegados, fiscales y jueces en Lava Jato). En cualquier caso, las cuestiones planteadas en Os Donos do Poder y en los escritos de Faoro no permiten una lectura apresurada, ya que, como puede verse, siguen sirviendo de referencia importante para todo el campo democrático, con miras a romper con estructuras tradicionales de poder patrimonial y estamental que se empeñan en reproducirse y perpetuarse.

*Rodrigo Ghiringhelli de Azevedo, sociólogo, es profesor de la PUC-RS.

 

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