rastros de felicidad

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Por TARSO GENRO*

Los fascistas, sus partidarios, aliados y sus inventores demuestran que no conocen la felicidad.

Rastrear un poco el concepto de felicidad, fuera del juicio de los comerciales de autoayuda en el mercado, puede no sustentar a muchos. Si daña, sin embargo, daña a unos pocos, contrariamente a la mayoría de los libros sobre el tema, que circulan en el mercado de la infelicidad colectiva. En un mundo cada vez más extraño y en un país al borde del desastre, la pregunta de Bauman – “¿Es posible la ética en un mundo de consumidores?” - Tiene perfecto sentido. La ética y la felicidad están unidas como la piel y el cuerpo, para quienes no han perdido los lazos básicos de solidaridad que nos unen -como especie- a nuestros hermanos de viaje en la pequeña nave Tierra que flota en el infinito.

El hecho histórico de que el planeta es acosado por la violencia permanente y las incertidumbres radicales de la pandemia hace que la orquesta infinita alterne solos. Y hablan con sorpresa y dolor. Es una repetición atormentada: ¿viviré? ¿Cuánto tiempo viviré? ¿Hice lo que pude, por la gente que amo? ya los ojos furtivos que me siguen por los rincones de la ciudad vacía, ¿les ofrecí algo de energía y compasión? ¿Qué más puedo hacer antes de que sea demasiado tarde?

Estas son las preguntas que ya no nos separan por edad, sino por convicciones éticas, de las que es imposible eludir. Nos unen interrogantes, a través de dudas más amplias sobre el sentido de la vida y sobre nuestro destino, que nos ha traído hasta aquí, cerca del borde del abismo o de una nueva redención.

Entiendo que cuando Baumann dice que el concepto de “solidaridad” es capaz de fundar un “Estado social” -socialista o capitalista regulado- nos advierte, en mayor o menor medida, contra los “dobles horrores de la miseria y la indignidad: este es decir, del terror a ser excluido; de caer o ser arrojado fuera del vehículo acelerado del progreso; de ser condenado al despido social; de ser negado el respeto debido a los seres humanos y ser clasificado como 'basura humana'”.

La solidaridad humana transformada en política de Estado contra el “orden del egoísmo”- debe articularse, por tanto, como cultura e institución, “inspiradora de confianza e igualdad”. En cualquier hipótesis, se trataría de la gestación de un “nuevo modo de vida”, no subyugado por las relaciones de mercado, guiado conscientemente por las propias necesidades y por las necesidades del “otro”, concebido como ser individual y colectivo.

La felicidad, compuesta como la historia de una vida, sólo puede disfrutarse plenamente al final del camino, cuando el sentimiento de la despedida es ya la traducción de muchas experiencias cotidianas, de manera que podemos contrastar todo el guión del pasado, con el recuerdo que nos queda. Los significados de cada momento, ya pasado, pueden entonces volverse plenos: seguro que nadie se despedirá con alegría, pero todos podrán despedirse sin rencores y con el equilibrio de quien no ha vivido en vano.

El fascista es taciturno y rencoroso. Sus partidarios y aliados, sus inventores -ya sea dentro de su régimen político o en los espasmos de la "excepción"- muestran, a través de las miradas oscuras de sus tecnócratas bandoleros, que no conocen la felicidad. Los impulsos de alegría súbita que los mueven, cuando se deleitan en la violencia y el dolor de los demás, son sólo “suficientes para ellos mismos”. Contrariamente al tipo de felicidad propuesto por Montaigne –en el que “la calma y el coraje impiden que el placer se vuelva espasmódico”–, los fascistas se mueven por la cobardía que se expresa en la intolerancia y la violencia.

Ellos, los fascistas, experimentan la necesidad de los cobardes que, como en una violación, tienden a desangrarse en un goce enfermizo, a través de la tortura y la humillación de un otro eliminable. Nuestras preguntas, sin embargo, nos llevan más allá de su mundo: de nuestro “lado”, vemos la felicidad por una ética de la responsabilidad fecundada, por la moral de la resistencia. La palabra puesta en movimiento abre espacios en la memoria del futuro: allí los hombres se recomponen para dar un paso más sobre el abismo.

En este paso, la felicidad desinteresada es el pasaporte a todo acto cotidiano de justicia: contra la rutina de la sumisión, la parálisis del miedo y el conformismo renegado. En la valentía de la solidaridad -no en el mercado de la exclusión- buscamos la victoria de la especie humana contra los prejuicios, las guerras y las sombras necrófilas del fascismo.

Esta construcción es una ecología del afecto. Sucede destruyendo y recreando momentos en los que se disuelven las barreras de la intolerancia y se recrean las condiciones de humanidad, en lugar del odio, así como la fraternidad en la lucha por la razón y los sueños. Es cuando las utopías “inalcanzables” se convierten en pequeños episodios que, cosidos a lo largo de la vida, ayudan a tejer la felicidad de toda la especie humana, en cada hora de cada día.

John Cassavetes en su película “Así habla el amor” retrata una particular relación amorosa -entre Minnie y Moskowitz- con una sucesión de acontecimientos agresivos, en los que la pareja vive un proceso caótico, donde “ninguna crisis se enmascara, sino que se acaba aprovechando”. de su inestabilidad fundamental para construir una verdadera emoción”. Las verdaderas emociones en el campo social, para quien busca una vida feliz que sea sinónimo de “paz con su conciencia”, sólo pueden provenir de una ética de la responsabilidad. Se traduce en resistencia moral y lucha de la especie en pos de un destino común.

La moral de la resistencia, frente a las políticas bandoleras del fascismo, es una cosmovisión que nos lleva a considerar que, si no hay perspectivas para nadie en el presente inmediato, hay un futuro por construir. La palabra, como punto de partida, nos impulsa a mostrar a los demás que es necesario tener perspectivas para ofrecer a todos, para superar las miserias del presente. Así se compone una felicidad siempre provisional, pero que construye –de palabra y obra– su permanencia definitiva.

El gran Fernando Pessoa resuelve este dilema, con la grandeza de la palabra convertida en poesía, en sus versos de “O Guardador de Rebanhos”:

En un día muy claro,
Día en que sentí que había trabajado mucho
Para no trabajar nada en él,
vislumbré, como un camino ante los árboles,
Lo que es quizás un Gran Secreto,
Ese Gran Misterio del que hablan los falsos poetas.
(...)
Desde lo alto de mi ventana
Con un pañuelo blanco me despido
A mis versos que parten para la humanidad
Y no estoy feliz ni triste.
Este es el destino de los versos.

El gran Milton Santos nos enseñó que “la gran ciudad es un enorme espacio banal, el más significativo de los lugares (…)” En los tiempos de hoy –continúa el Maestro– “la gran ciudad es el espacio donde los débiles pueden subsistir”. Es de ellos, de los débiles conscientes y rebeldes, “en un día sumamente claro”, que partirá la palabra conmovedora y el llamado a la felicidad colectiva. El puente sobre el abismo.

*tarso-en-ley fue Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, Alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia, Ministro de Educación y Ministro de Relaciones Institucionales de Brasil.

 

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