por JOANA SALÉM VASCONCELOS*
La revuelta popular en Cuba refleja insatisfacciones de dos naturalezas: económica y política.
Antes de calificar el levantamiento popular que tuvo lugar el 11 de julio en distintos puntos de Cuba como una “revolución de color” o como una maniobra imperialista, es necesario mirar de cerca los problemas internos del país y las contradicciones actuales de la revolución.
Con la pandemia, el PIB cubano cayó un 11 % y el turismo se paralizó. Las divisas que traen los turistas se han agotado. Estos eran los encargados de irrigar una parte importante de la vida económica de la población de las grandes ciudades (La Habana, Santiago, Santa Clara, Trinidad, entre otras). Ante la escasez de divisas, el gobierno decidió adelantar una reforma monetaria y cambiaria que unifica las dos monedas emitidas por el Estado y reforma la estructura del ingreso nacional. El paquete se llama Tarea de clasificación y promulgada en diciembre de 2020. A pesar de las buenas intenciones, la medida generó desequilibrios y distorsiones difíciles de corregir.
El levantamiento popular del domingo (11/07) refleja un descontento de dos índoles: económico y político. Antes de etiquetarlos, es fundamental entenderlos.
Insatisfacciones económicas: impactos de la Tarea Ordenamiento en la vida de los cubanos
El objetivo principal de Tarea de clasificación y la unificación monetaria es corregir las desigualdades sociales y acabar con el desincentivo a la productividad que genera la frontera interna de las dos monedas en la economía cubana. Entonces el Tarea de clasificación borró el CUC (moneda convertible o “dólar cubano”, con paridad aproximada con el dólar estadounidense) y unificó la moneda nacional en el peso cubano (25 a 1). Como colchón transitorio, el gobierno creó el Moneda libremente convertible (MLC), que tiene valor de moneda (1 MLC vale 25 pesos cubanos) y solo existe en forma de tarjeta. Es un "almacén de valor transitorio", que debería cerrarse pronto. Junto a esto, el gobierno eliminó los subsidios a productos y artículos de uso cotidiano, elevó los aranceles y multiplicó por cinco los salarios.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que la medida puede desencadenar inflación y generar desequilibrio cambiario en el mercado paralelo. En un contexto de escasez de productos, la medida exige una liquidez monetaria que no parece existir en la sociedad y puede crear un caldero de insatisfacción. Pero ahora, a diferencia de 1994, este descontento se expresa a través de las redes sociales y teléfonos inteligentes.
En resumen, la Tarea de clasificación se suponía que era un medicamento, pero impactó directamente en el poder adquisitivo de los cubanos y mostró severos efectos secundarios en la vida cotidiana. Si bien el gobierno creó el MLC, no parece haber sido suficiente para reorganizar la capacidad de consumo popular a nivel inmediato.
En la vida cotidiana, la relación entre necesidad popular, disponibilidad de productos y poder adquisitivo se ha desequilibrado desde 2020. El fin abrupto del CUC provocó un aumento del mercado paralelo de divisas y zonas de desequilibrio cambiario, producto de las necesidades inmediatas de las personas en consumir algunos artículos en un contexto de escasez. No estamos hablando de lujo o consumismo. Son los alimentos, la electricidad, el gas, el combustible y otros elementos básicos los que se han vuelto más difíciles de encontrar y comprar durante la pandemia.
El bloqueo estadounidense representa una parte importante de esta crisis, de eso no hay duda. Pero es un error atribuir el problema únicamente al bloqueo. Parte de la izquierda brasileña comete reiteradamente este error y no examina las contradicciones internas de la sociedad cubana. La longevidad de la revolución sólo puede explicarse por su fuerza interna. Negarse a ver las fisuras internas también es una forma de negación.
La crisis económica (bloqueo, pandemia, turismo casi nulo, escasez de divisas y productos, fin abrupto del CUC, presión inflacionaria del mercado paralelo, desequilibrio entre necesidades e ingresos) es una trampa de la que es difícil salir. Además, en junio y julio Cuba enfrentó el recrudecimiento de la pandemia, arriesgándose a la escasez de jeringas para administrar la vacuna y al aumento de la curva de contagios. El gobierno cubano ha controlado la pandemia de manera ejemplar hasta el momento, más eficientemente que Bélgica o Suecia, que tienen la misma población y respectivamente 10 y 20 veces más muertos por covid. Pero el reciente intento de reactivar el turismo en la isla ha abierto el camino a nuevas variantes, generando récord de muertes diarias (47 en un día). Quizás la aprobación de la vacuna Abdala, 100% cubana, sea la única buena noticia del año para la isla.
Insatisfacción política: crisis del poder popular
Como en otros momentos de su historia, Cuba pudo atravesar la crisis económica con unidad popular. Pero todavía hay un problema político que no debe pasarse por alto. Hay una rigidez o ruptura de los canales del poder popular en las estructuras políticas del socialismo cubano. Desde hace años, algunos cubanos de izquierda advierten sobre la necesidad de recrear las formas del poder popular. El poder popular de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la CTC-Revolucionaria, la Federación de Mujeres Cubanas, las organizaciones juveniles comunistas y otras ramas del Partido está burocratizado, ha perdido representatividad histórica y se ha vuelto insuficiente. Son demasiado oficiales y ya no absorben las contradicciones internas de la sociedad, para vocalizar a la población en sus diferentes matices. De hecho, muchos de ellos se han convertido en órganos de representación del Estado ante la sociedad, y no de la sociedad ante el Estado.
Fernando Martínez Heredia, amigo del Che Guevara fallecido en 2017, dijo que la política popular de la revolución fue la base de su fortaleza y que construir una cultura de solidaridad orgánica fue una batalla constante. Algunos cubanos de izquierda han indicado durante mucho tiempo que el gobierno necesita crear nuevos mecanismos de toma de decisiones y poder popular más allá de las elecciones bianuales. La revolución no puede sobrevivir sin el apoyo popular, y ese apoyo no es automático. En un proceso revolucionario, la relación entre el Estado y la sociedad necesita ser constantemente reinventada y reconstruida. Eso es lo que hace de una revolución una revolución: poder recrear revolucionariamente los mecanismos del poder popular, para que los gobiernos representen procesos sociales de decisión real y directa de la población sobre su país.
Si Raúl Castro se comprometió decididamente a reformar la economía de la isla mediante la expansión de formas de empresa privada, el reformismo no afectó de la misma manera a las estructuras políticas del país. Los órganos representativos están burocratizados y, con excepción del período constitucional 2018-2019, no se crearon métodos alternativos de decisión popular. El levantamiento del 11 de julio expresa esto: un pueblo que se siente enojado y experimenta dificultades económicas, pero no tiene suficientes canales de expresión y poder. El resultado es esta olla a presión.
Protesta legitimidad X oportunismo imperialista
La población cubana tiene legitimidad para protestar. Al darse cuenta de que sus demandas e insatisfacciones no son escuchadas por el gobierno, que los espacios de diálogo entre el Partido y la sociedad ya no son tan efectivos como antes, o incluso han desaparecido, la población puede eventualmente salir airada a las calles.
Tampoco debemos pasar por alto la movilización cultural de noviembre de 2020 y el manifiesto del 27N –que pretendía estar dentro de la constitución, por tanto, del socialismo. Firmado por más de 300 trabajadores de la cultura, el manifiesto exigía más canales de poder de decisión política para la población y nuevos espacios de diálogo en los que sea plenamente posible discrepar. El 27N es la cara más organizada de los trabajadores de la cultura, que anticipa amistosamente un sentimiento más amplio de insatisfacción.
Por supuesto, el imperialismo “hará su parte” y los cubano-estadounidenses en Miami tratarán de apropiarse del sentimiento en las calles del 11 de julio. Desde 07, la derecha cubana radicada en EE.UU. no ha tenido una oportunidad política tan fértil para su militancia contrarrevolucionaria. Los “Algoritmos” están habilitados. El imperialismo produce la crisis y se beneficia de las dificultades internas del país.
Dentro de Cuba hay un sector popular en contra de la revolución, que considera al gobierno una dictadura. Ellos son los que gritaron “abajo la dictadura” y “libertad” el 11/07. No pudimos medir con precisión el tamaño de este sector, pero históricamente fue una minoría.
Sucede que el imperialismo y la militancia contrarrevolucionaria se mezclan con el pueblo cubano en su descontento y tratan de encauzar su ira hacia una lógica antisocialista. Los cubanos en las calles no deben ser etiquetados y generalizados como “manipulados” o “liberales” o “contrarrevolucionarios”. Se debe tener cuidado para examinar lo que siente la gente enojada. Tiene legitimidad su enfado y si el gobierno no crea mecanismos económicos rápidos para solucionar el problema del consumo de los productos básicos de uso cotidiano, si no abre canales eficientes de diálogo y no produce nuevos órganos de decisión popular, esto la ira puede no pasar tan fácilmente. Y eso es lo que quieren los enemigos de la revolución cubana.
Por fin
Finalmente, no podemos pasar por alto el papel de las reformas económicas del propio Raúl Castro en el tipo de revuelta que ocurrió el 11 de julio. Desde 07, el gobierno cubano ha facilitado la creación de empresas individuales por cuenta propia, que han pasado de 2011 50 a más de 500 2010 entre 2020 y 700. La creación de cooperativas se ha visto obstaculizada por trámites burocráticos y falta de incentivos, con no más de XNUMX las nuevas unidades creadas en el mismo período.
Una economía que crece con la empresa privada y no con las cooperativas fomenta una subjetividad individualista, que la revolución cubana (especialmente el Che Guevara y Fidel Castro) luchó por combatir. El trato desigual del Estado para la creación de empresas privadas y cooperativas ha sido señalado como un problema por investigadores aliados a la revolución desde hace una década.
Si la fuerza de la revolución cubana es su capacidad de cohesión popular y de subjetividad solidaria, es hora de abrir nuevos canales de representación y dinamizar la relación de escucha y diálogo entre la sociedad y el Estado. El gobierno necesita ser más convincente, no solo con palabras, sino con medidas económicas de emergencia, para que la población enojada se sienta verdaderamente escuchada.
Joana Salem Vasconcelos es doctora en historia por la USP. Autor de Historia agraria de la revolución cubana: dilemas del socialismo en la periferia (Avenida)
Publicado originalmente en Revista Movimiento, el 12/7/2021.