Quince tesis sobre el partido-movimiento

Naipes Los claustros, ca. 1475-80. (Colección Met)
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por BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS*

En este momento de luchas defensivas, es importante defender la democracia liberal representativa para neutralizar a los fascistas y radicalizar desde allí la democratización de la sociedad y la política.

1 – No hay ciudadanos despolitizados; hay ciudadanos que no se dejan politizar por las formas de politización dominantes, sean partidos o movimientos de la sociedad civil organizada.

Los ciudadanos no están hartos de la política, sino de esta política; la inmensa mayoría de los ciudadanos no se movilizan políticamente ni salen a las calles a manifestarse, sino que están llenos de ira en casa y simpatizan con quienes se manifiestan; en general, no están en condiciones de afiliarse a partidos o participar en movimientos o tener algún interés en hacerlo, pero cuando salen a la calle, solo sorprenden a las élites políticas que han perdido el contacto con “las bases”.

2 – No hay democracia sin partidos, pero hay partidos sin democracia.

Una de las antinomias de la democracia liberal en nuestro tiempo es que se basa cada vez más en los partidos como forma exclusiva de agencia política, mientras que los partidos son cada vez menos democráticos internamente. Al igual que la democracia liberal, la forma de partido tradicional se ha quedado sin tiempo histórico. Los sistemas políticos democráticos del futuro deben combinar la democracia representativa con la democracia participativa en todos los niveles de gobierno. La participación ciudadana tiene que ser multiforme y multicanal. Los propios partidos deben estar constituidos internamente por mecanismos de democracia participativa.

3 – Estar a la izquierda es un punto de llegada y no de partida y, por tanto, está probado en los hechos.

La izquierda tiene que volver a sus orígenes, a los grupos sociales excluidos, que olvidó hace mucho tiempo. La izquierda dejó de hablar o de saber hablar con las periferias, con los más excluidos. Quien habla hoy con las periferias y con los más excluidos son las iglesias evangélicas pentecostales o los agitadores fascistas. Hoy, el activismo de izquierda parece limitarse a participar en una reunión del partido para hacer (casi siempre escuchando a los que lo hacen) un análisis de coyuntura. Los partidos de izquierda, tal como existen hoy, no pueden hablar a las voces silenciadas de las periferias en términos que comprendan. Para cambiar eso hay que reinventar la izquierda, o más bien las izquierdas.

4 – No hay democracia, hay democratización.

La responsabilidad de la izquierda radica en el hecho de que es la única que está realmente al servicio de la democracia. No lo limita al espacio-tiempo de la ciudadanía (democracia liberal). Por el contrario, lucha por ello en el espacio de la familia, la comunidad, la producción, las relaciones sociales, la escuela, las relaciones con la naturaleza y las relaciones internacionales. Cada espacio-tiempo convoca a un tipo específico de democracia. Sólo democratizando todos los espacios-tiempos es posible democratizar el espacio-tiempo de la ciudadanía y la democracia liberal representativa.

5 – El partido-movimiento es el partido que contiene en sí mismo su contrario.

Para ser un pilar fundamental de la democracia representativa, el partido-movimiento debe construirse a través de procesos no representativos, sino participativos y deliberativos. Este es el paso de la forma de partido tradicional a la forma de partido-movimiento. Consiste en aplicar a la vida interna de los partidos la misma idea de complementariedad entre democracia participativa/deliberativa y democracia representativa que debe orientar la gestión del sistema político en general. La participación/deliberación atañe a todos los dominios del partido-movimiento, desde la organización interna hasta la definición del programa político, desde la elección de candidatos para las elecciones hasta la aprobación de líneas de acción en la coyuntura actual.

6 – Ser miembro de la clase política siempre es transitorio.

Tal calidad no debe permitir ganar más que el salario medio del país; los parlamentarios electos no inventan temas ni posiciones, transmiten los que surgen de los debates en las estructuras de base; la política de partidos debe tener rostros, pero no está hecha de rostros; idealmente, debe haber mandatos colectivos que permitan la rotación regular de representantes durante una misma legislatura; la transparencia y la rendición de cuentas deben ser completas; el partido es un servicio que prestan los ciudadanos a los ciudadanos y por lo tanto debe ser financiado por estos últimos y no por empresas interesadas en conquistar el Estado y vaciar la democracia.

7 – El movimiento-partido es una contracorriente contra dos fundamentalismos.

Los partidos convencionales padecen un fundamentalismo de movimiento antisocial. Consideran que tienen el monopolio de la representación política y que ese monopolio es legítimo, precisamente porque los movimientos sociales no son representativos. A su vez, muchos movimientos sufren de un fundamentalismo antipartidista. Consideran que cualquier colaboración o articulación con los partidos compromete su autonomía y diversidad y siempre termina en un intento de cooptación.

Mientras la democracia representativa sea monopolizada por los partidos antimovimiento y la democracia participativa por los movimientos sociales, o asociaciones antipartidistas, no será posible la articulación entre democracia representativa y participativa, en detrimento de ambas. Estos dos fundamentalismos deben ser superados.

8 – El partido-movimiento combina la acción institucional con la acción extrainstitucional.

Los partidos tradicionales favorecen la acción institucional, dentro de marcos legales y con movilización de instituciones, como parlamento, tribunales, administración pública. Por el contrario, los movimientos sociales, aunque también utilizan la acción institucional, recurren con frecuencia a la acción directa, a las protestas y manifestaciones en calles y plazas, a sentadas, la difusión de agendas a través del arte (artivismo). Ante esto, la complementariedad no es fácil y hay que construirla con paciencia.

No podemos generalizar las condiciones de la acción colectiva: hay condiciones políticas en las que las clases que están en el poder son muy represivas, muy monolíticas; hay otros donde son más abiertos, menos monolíticos, y hay mucha competencia entre ellos. Cuanta más competencia entre élites, más brechas se abren para que el movimiento popular y la democracia participativa entren a través de ellas. Lo importante es identificar las oportunidades y no desperdiciarlas. A menudo se desperdician por razones de sectarismo, dogmatismo, arribismo.

La práctica de los movimientos muchas veces tiene que oscilar entre lo legal y lo ilegal. En algunos contextos, la criminalización de la protesta social está reduciendo la posibilidad de lucha legal tanto institucional como extrainstitucional. En estos contextos, la acción colectiva pacífica puede tener que enfrentar las consecuencias de la anarquía. Sabemos que las clases dominantes siempre han utilizado la legalidad y la ilegalidad según sus conveniencias. No ser una clase dominante radica precisamente en tener que hacer frente a las consecuencias de la dialéctica entre legalidad e ilegalidad y protegerse lo más posible.

9 – La revolución de la información y las redes sociales no constituyen, en sí mismas, un instrumento incondicionalmente favorable para el desarrollo de la democracia participativa.

Por el contrario, pueden contribuir a manipular la opinión pública hasta tal punto que el proceso democrático puede quedar fatalmente desfigurado. El ejercicio de la democracia participativa requiere hoy, más que nunca, de encuentros y discusiones cara a cara. Hay que reinventar la tradición de las células partidarias, los círculos ciudadanos, los círculos culturales, las comunidades eclesiales de base. No hay democracia participativa sin interacción de proximidad.

10 – El partido-movimiento se basa en la pluralidad despolarizada y en el reconocimiento de competencias específicas.

La pluralidad despolarizada es aquella que permite distinguir entre lo que separa y lo que une a las organizaciones y promover articulaciones entre ellas a partir de lo que las une, sin perder la identidad de lo que las separa. Lo que los separa solo se suspende por razones pragmáticas.

El partido-movimiento tiene que saber combinar lo generalista con lo sectorial. Los partidos tienden a homogeneizar sus bases sociales y enfocarse en temas que abarcan a todos oa grandes sectores de ellas. Por el contrario, los movimientos sociales tienden a centrarse en temas más específicos, como el derecho a la vivienda, la inmigración, la violencia policial, la diversidad cultural, la diferencia sexual, el territorio, la economía popular, etc. Trabajan con lenguajes y conceptos diferentes a los que utilizan las partes.

Los partidos pueden sostener una agenda política con más permanencia que los movimientos. El problema de muchos movimientos sociales radica en la naturaleza de su irrupción social y mediática. En un momento dado tienen una enorme actividad, salen en la prensa todos los días, y al mes siguiente ya están ausentes o empiezan a menguar con gente que no va a reuniones o asambleas. La sostenibilidad de la movilización es un problema muy serio porque, para lograr una cierta continuidad en la participación política, se necesita una articulación política más amplia que involucre a los partidos. A su vez, los partidos están sujetos a transformar la continuidad de la presencia pública en una condición para la supervivencia de los cuadros burocráticos.

11 – El partido-movimiento prospera en una lucha constante contra la inercia.

Se pueden generar dos inercias: por un lado, la inercia y reflujo de los movimientos sociales que no logran multiplicar y densificar la lucha y, por otro lado, los partidos que no modifican en nada sus políticas están sujetos al estancamiento burocrático. Superar estas inercias es el mayor desafío para construir el partido-movimiento.

Trabajando con experiencias concretas, se advierte que los partidos, cuando tienen vocación de poder, suelen tratar bien el tema de los desequilibrios en el espacio público. Pero como compiten por el poder, no quieren transformarlo, quieren tomarlo. Los movimientos sociales, por el contrario, saben que las formas de opresión provienen tanto del Estado como de actores económicos y sociales muy fuertes. En algunas situaciones, la distinción entre opresión pública y privada no es demasiado importante. Los sindicatos, por ejemplo, tienen una experiencia notable en la lucha contra los actores privados: patrones y empresas. Tanto los movimientos sociales como los sindicatos están hoy marcados por una experiencia muy negativa: los partidos de izquierda nunca rompieron tanto sus promesas electorales cuando llegaron al poder como últimamente. Este incumplimiento provoca que la deslegitimación de los partidos sea cada vez mayor en más países. Esta pérdida de control sobre la agenda política sólo puede recuperarse a través de los movimientos sociales tal como se articulan en los nuevos partidos-movimientos.

12 – La educación política popular es la clave para sostener el partido-movimiento.

Las diferencias entre partidos y movimientos son insalvables. Para ello, es necesario promover el interconocimiento a través de nuevas formas de educación política popular: círculos de conversación, ecologías del saber, talleres en la Universidad Popular de los Movimientos Sociales; discusión de posibles prácticas de articulación entre partidos y movimientos: presupuestos participativos, plebiscitos o consultas populares, consejos sociales o de gestión de políticas públicas. Hasta ahora, las experiencias son principalmente a escala local. Es necesario desarrollar la complementariedad a nivel nacional y mundial.

13 – El partido-movimiento va más allá de la articulación entre partido y movimiento social.

Después de más de cuarenta años de capitalismo neoliberal, de colonialismo y patriarcado siempre renovado, de escandalosa concentración de la riqueza y destrucción de la naturaleza, las clases populares, los trabajadores, cuando estallan o estallan en indignación, tienden a hacerlo al margen de los partidos y de la sociedad. movimientos Unos y otros tienden a sorprenderse y van tras la movilización. Además de fiestas y movimientos, es necesario contar con movimientos espontáneos, con presencias colectivas en las plazas públicas. El partido-movimiento tiene que estar atento a estas irrupciones y ser solidario con ellas sin pretender dirigirlas o cooptarlas.

14 – Vivimos en un período de luchas defensivas. Corresponde al partido-movimiento detenerlos, sin perder de vista las luchas ofensivas.

La ideología de que no hay alternativa al capitalismo –que, de hecho, es una tríada: capitalismo, colonialismo (racismo) y patriarcado (sexismo)– resultó ser interiorizada por gran parte del pensamiento de izquierda. El neoliberalismo logró combinar el supuesto fin pacífico de la historia con la idea de una crisis permanente (por ejemplo, la crisis financiera). Por eso vivimos hoy bajo el dominio del corto plazo. Sus demandas deben ser satisfechas porque cualquiera que tenga hambre o sea víctima de violencia doméstica no puede esperar al socialismo para comer o ser liberado.

Pero no se puede perder de vista el debate civilizatorio que plantea la cuestión de las luchas ofensivas y de mediano plazo. La pandemia, al convertir el corto plazo en máxima urgencia, creó la oportunidad de pensar que hay alternativas de vida y que si no queremos entrar en un periodo de pandemia intermitente tenemos que hacer caso a los avisos que nos va dando la naturaleza. Si no cambiamos nuestras formas de producir, consumir y vivir, nos dirigiremos hacia un infierno pandémico.

15 – Sólo el movimiento-partido puede defender la democracia liberal como punto de partida y no como punto final.

En un momento en que los fascistas se acercan al poder, cuando ya no están en el poder, una de las luchas defensivas más importantes es defender la democracia. La democracia liberal es de baja intensidad porque es poca. Acepta ser una isla relativamente democrática en un archipiélago de despotismos sociales, económicos y culturales. Hoy, la democracia liberal es buena como punto de partida, pero no como punto final. El punto de llegada es una profunda articulación entre la democracia liberal representativa y la democracia participativa y deliberativa. En este momento de luchas defensivas, es importante defender la democracia liberal, representativa para neutralizar a los fascistas y radicalizar la democratización de la sociedad y la política. Sólo el partido-movimiento puede librar esta lucha.

*Boaventura de Sousa Santos es profesor titular en la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra. Autor, entre otros libros, de El fin del imperio cognitivo (Auténtico).

 

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