Cuestión nacional y marxismo en América

Imagen: Guillaume Meurice
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por YURI MARTINS-FONTES, SOLANGE STRUWKA & PAULO ALVÉS JUNIOR*

Algunos aportes fundamentales sobre la cuestión nacional de pensadores latinoamericanos

A principios del siglo XX, el espíritu transformador de la Revolución Rusa (1917) irradió por todo el mundo y conmovió a las sociedades de toda América. Durante la década de 1920, se organizaron partidos comunistas en varias naciones del continente. En medio de este proceso organizativo, la Tercera Internacional (Internacional Comunista, de 1919) colocó a las naciones americanas en su agenda, comenzando a promover reflexiones sobre sus respectivos problemas nacionales.

 

pensadores latinoamericanos

En este ensayo presentamos algunos de los principales aportes sobre la cuestión nacional de pensadores latinoamericanos que se destacarían como los marxistas más relevantes del siglo pasado, quienes, en diálogo con la tradición crítico-dialéctica de su tiempo, ayudaron a configurar y consolidar el materialismo histórico en nuestra América. Entre los intelectuales-militantes más expresivos de este período, tratamos aquí algunas ideas de los siguientes: el cubano Julio Antonio Mella (1903-1929), el peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) y el brasileño Caio Prado Júnior (1907- 1990).

Vale señalar que la producción intelectual de este período no es obra del genio de individuos aislados, sino que expresa las luchas colectivas y conquistas sociales libradas en los países americanos, e impulsadas por el contexto internacional, tales como: la profundización de las contradicciones generada por el avance del poder en los Estados Unidos, que subyuga a los países latinoamericanos; la Reforma Universitaria de Córdoba (1918), la organización de los trabajadores en sindicatos y la creación de partidos políticos socialistas y comunistas; la organización autónoma de los pueblos originarios y las alianzas realizadas con los trabajadores urbanos (mineros, ferroviarios, etc.); y el eco vigoroso de la Revolución Rusa, cuyo impacto pronto sería universal, especialmente a través de la creación de la Internacional Comunista (IC), proceso que, desde una perspectiva latinoamericana, culminaría con la Conferencia Comunista de Buenos Aires (1929). .

Estos hechos fueron decisivos para la construcción de redes de apoyo, solidaridad política e intelectual, comunicación de masas y militancia entre movimientos populares y partidos socialistas de diversa índole.

Al centrarnos en el análisis de este pequeño grupo de pensadores militantes originales –surgidos del movimiento intelectual obrero, político y crítico– no pretendemos sugerir que exista una homogeneidad teórica entre ellos. Nuestra intención es, más bien, relacionar sus ideas, sus interpretaciones radicales y amplias sobre nuestras realidades sociales, subrayar ciertos conceptos que confluyen en puntos fundamentales y que se tornaron decisivos en los procesos insurgentes que buscaron y buscan la construcción de sociedades menos desiguales y más soberanías y en el continente americano.

 

Cuestión nacional y consolidación del pensamiento marxista

Con los impactos de la Revolución Rusa de octubre de 1917 se crea la Internacional Comunista, que tendría un papel mediador central en los debates sostenidos desde entonces en el campo del marxismo. En consecuencia, se profundizaron las discusiones centradas en la realidad de los pueblos de América, en las que jugaron un papel fundamental algunos grandes pensadores críticos. Estos son los primeros esfuerzos por concebir estas sociedades de manera auténtica, propia, analizándolas a través del método marxista, según la concepción dialéctica de la historia.

En el período inicial de la posguerra, cuando comenzaron a construirse los partidos comunistas estadounidenses, la Tercera Internacional estuvo dirigida por Lenin, jugando un papel protagónico en la consolidación de la reflexión sobre los problemas nacionales de los pueblos de América. Dos documentos de la Internacional Comunista, pioneros en el tema, impactaron el debate en el campo del marxismo, a saber: “Sobre la Revolución en América: un llamado a la clase obrera de las dos Américas” (1921); y “A los obreros y campesinos de América del Sur” (1922/1923).

En ellos, la unidad entre el proletariado y el campesinado se concibe como la estrategia revolucionaria en los países americanos; Además, se defiende la idea de que un partido obrero-campesino de vanguardia dirija la lucha por el socialismo de los pueblos latinoamericanos, poco industrializados y dependientes, para que dichas naciones prescindan de pasar por la supuesta etapa histórica previa de un “ capitalismo nacional” y “democrático”. Además, es importante resaltar que estos documentos no hablan de “feudalismo” –idea controvertida que pobló varios debates marxistas–, sino que se refieren al problema de la lucha en el campo como un choque crucial contra el “capitalismo agrario”. Además, los textos -sorprendentemente vanguardistas- destacan la complicidad que se había establecido entre las burguesías nativas, internas y el imperialismo, que negaba la idea de la existencia de una supuesta “burguesía nacional” (tesis equivocada de que durante el estalinismo ganar centralidad en los partidos comunistas americanos).

En este momento, cuando se estaba formando un auténtico pensamiento comunista en América, algunos intelectuales de orientación marxista –como Julio Mella, JC Mariátegui y Caio Prado Jr. – desarrollar ideas relacionadas con esta línea de pensamiento cuestionadora, luego promovida por la Internacional Comunista. Sin embargo, tal corriente de interpretación de nuestros problemas nacionales tardó en ganar cierta hegemonía teórica, lo que recién comenzó a darse en la década de 1960, con el esfuerzo de una nueva generación de marxistas latinoamericanos, a partir de los graves reveses que sufriría el campo socialista. sufren en países de la mayor parte del continente.

Un punto básico para empezar a abordar este debate es entender que en ningún momento de nuestra historia existieron en nuestra América las llamadas “burguesías nacionales”, es decir, las élites que se suponía tenían intenciones “nacionalistas”.. Por el contrario, nuestras burguesías siempre han sido aliadas –socios minoritarios, dicho sea de paso– del imperialismo; aunque muchas veces mestizos, tenían y tienen el pretexto de ser “blancos”, creyendo que descienden de una etnia tan “europea” como “pura”; y lo que es más grave, se identifican con los valores y la cultura de Europa occidental, despreciando a su propio pueblo y cultura.

Veamos ciertas características de la interpretación de la cuestión nacional por parte de estos tres importantes pensadores, Julio Mella, José Carlos Mariátegui y Caio Prado Júnior, conceptos elaborados al calor de la Revolución Bolchevique y la consolidación organizativa del comunismo norteamericano.

 

Julio Mella y la cuestión nacional

Julio Antonio Mella McPartland fue uno de los fundadores del movimiento estudiantil en América. Estudió filosofía, derecho y trabajó como periodista. Su marxismo apuntaba fuertemente al ejemplo de Lenin – “un hombre de hierro y luz de la Rusia Roja”, “un superhombre que supo dar un poderoso impulso a la transformación de una civilización con el poder de su genio” (MELLA, 1999, traducción nuestra). “La causa del proletariado es la causa nacional” – afirma en “Los nuevos Libertadores”, al criticar la rendición de la Enmienda Platt: “hipoteca” con la que Cuba se sometió a Estados Unidos para lograr su independencia de la metrópolis española.

El proletariado – dice: “es la única fuerza capaz de luchar con posibilidades de triunfo por los ideales de libertad, en la época actual”; así, como un “nuevo Espartaco en los campos y en las ciudades”, se levanta para “luchar por todos los ideales del pueblo”, siendo su objetivo la construcción de “un régimen de hombres del pueblo”, porque los proletarios saben que esta es la “única garantía de justicia social”. Para Mella (1999), por tanto, el fin de la organización política de los trabajadores es “socializar” la riqueza, según los “principios” que Karl Marx “erigió en axiomas teóricos”, y que Lenin desarrolló como “magníficos monumentos de belleza y belleza”. justicia” – un proceso transformador que sólo “profesionales fosilizados” y “burgueses descerebrados luchan”.

En una mirada en perspectiva –a través de la cual el tiempo nos ofrece un ángulo más certero para comprender el conjunto histórico–, es importante percibir a Mella como una pieza fundamental que constituye la “continuidad revolucionaria” cubana, que se inicia con el socialismo idealista de José Martí, y que triunfaría casi un siglo después con la revolución encabezada por Fidel Castro Ruz (MELLA, 1975).

En el Primer Congreso Revolucionario de Estudiantes Cubanos, organizado por el propio Mella en sus días universitarios, el marxista cubano condena con vehemencia al imperialismo, enaltece la Revolución Rusa y expresa su apoyo a los movimientos de liberación nacional africanos y asiáticos. Junto a otros importantes luchadores marxistas, como Carlos Baliño (obrero), Miguel Pérez (maestro) y Alfonso Bernal (psicólogo), fundó el primer Partido Comunista de Cuba en 1925 (SILVA GARCÍA, 2016).

En su efímera obra destacan los siguientes escritos: “La guerra de clases en Cuba”, y “El proletariado y la liberación nacional”. El primero de ellos, de 1926, es una vehemente protesta contra el asesinato de varios de sus compañeros, dirigentes obreros, a manos de agentes de la dictadura de Gerardo Machado; al inicio de este texto, ante la lucha de clases que se recrudecía y de una burguesía cubana que se mostraba aliada del imperialismo, afirma que la “guerra de clases estalló brutal, violenta, sanguinaria”: “No hay más patria”, sino sólo “clases enemigas”.

Sobre Gerardo Machado, su análisis es que el tirano no es más que un “renacuajo incompleto”, miembro de una “clase nacional que aún no ha nacido”; que utiliza el “fascismo” como un instrumento conservador, un “remedio temporal” contra la democracia, práctica pero incapaz de resolver el “mal social” cubano. También observa que, a pesar de su doctrina reaccionaria, no es capaz de detener la marcha de los acontecimientos: “la sangre es el abono de la libertad”. En este proceso histórico, Mella invoca el “pasado heroico” socialista que sirve de “guía” a la clase proletaria, desde el “grito de las víctimas inmoladas en las cunetas de la Comuna de 1871”, hasta el “clamor mundial de la Comuna de 1917”. revuelta” de los bolcheviques (MELLA, 1971).

El otro texto mencionado, de 1928, es una crítica al nacionalismo populista, corriente que ganó fuerza popular en toda América a través del influyente APRA de Haya de la Torre. Mella reitera su idea de que no existe una “burguesía nacional” latinoamericana, ya que tales élites nativas son socias y, por tanto, aliadas del imperialismo. En su argumentación, cita un pasaje de Lenin (de una tesis al II Congreso de la Internacional) en el que el bolchevique afirma -en oposición al "izquierdismo" ingenuo- que en los "países y colonias atrasadas", la Internacional debería más bien apoyar “movimientos nacionales”. de liberación”, enfatizando por otro lado que tal alianza sólo debe darse “temporalmente” y que el movimiento proletario no debe “fundirse” con la “democracia burguesa”, lo que sería comprometer su autonomía, sino salvaguardar siempre “expresamente su independencia”.

Esta opinión de Lenin sobre el “frente único” –dice Mella– lo muestra como el más “práctico y exacto intérprete de Karl Marx”. Para Mella (1971), el “frente único” propuesto por el APRA, al no establecer explícitamente el papel político del proletariado, se reduce a una propuesta “abstracta”: y por tanto “no más que el solo frente a favor de la burguesía”, esta clase siempre “traidora de todos los movimientos nacionales de verdadera emancipación”. Y agrega categóricamente: si el imperialismo es el “ladrón extranjero”, las burguesías en América Latina son los “ladrones nacionales”.

 

Mariátegui y la cuestión nacional

Otro pensador influyente en la cuestión nacional americana –y uno de nuestros marxistas más universales– fue José Carlos Mariátegui La Chira. Específicamente sobre la Revolución Rusa, escribió decenas de escritos, en los que trata temas que van desde la situación política, hasta el proceso de organización institucional, pasando por el análisis de personajes revolucionarios bolcheviques –como Lenin, a quien considera líder de “visión panorámica y derecho” que entendió bien la “dirección de la historia contemporánea”.

Mariátegui ve a la Revolución Soviética como un ejemplo a seguir, no como un “modelo” (a copiar), sino como una “guía” en la toma de decisiones que cada pueblo debe tomar por sí mismo. En posesión de esta brújula, polemizó con los revisionistas, con la socialdemocracia reformista de la Segunda Internacional (paralizada por su “pacifismo estático” evolucionista) y, más tarde, con el eurocentrismo que encontró en algunas tesis de la Tercera Internacional.

Si bien apoyó y participó, hasta su muerte, en la Internacional Comunista –a la que está vinculado el Partido Socialista Peruano, del cual es fundador–, Mariátegui rechaza la concepción de esta organización, según la cual los comunistas deben promover la creación de “repúblicas nativas independientes” (MARTINS-FONTES, 2011). En esta tesis ve una lectura equivocada de las tesis de Lenin sobre la autodeterminación de los pueblos. Para él, el problema del Perú era precisamente la “cuestión agraria” no resuelta (MARIÁTEGUI, 1971; 1989). La realidad peruana era muy diferente a la europea, y diferente a las naciones más industrializadas de América (como Brasil y Argentina).

En su país andino, las tres cuartas partes de la población eran indígenas; por lo tanto, asevera, estas personas, en su mayoría campesinos, tienen que ser protagonistas del proceso revolucionario. La revolución, dice, es el nuevo “mito” de lo contemporáneo, el “antídoto” del “nihilismo burgués”, la “esperanza” que levanta y anima al pueblo, al indígena: una utopía concreta. Con esto, Mariátegui rechaza la idea “mecanicista” –que cobraba dimensión en ese momento– que tenía el Perú de impulsar una revolución democrático-burguesa. Con abundante y precisa argumentación, desmonta la hipótesis de la existencia de una “burguesía nacional”: la burguesía peruana había fracasado en su momento en llevar a cabo la tarea revolucionaria que le correspondía, por lo que ahora es tarea del movimiento socialista. de los trabajadores rurales y urbanos lleven adelante este proceso.

En estas reflexiones también destaca ciertas características históricas del pueblo inca, quienes construyeron un modo de producción que conceptualiza como “comunismo agrario”, defendiendo que la Revolución Peruana podría dar un paso directo (sin etapa capitalista), que tomaría esa economía incluso bastante comunitaria y no afectada por el individualismo occidental, una sociedad comunista –idea similar a la de Marx, en su correspondencia con Vera Zasulich, texto que, sin embargo, Mariátegui no había leído (MARTINS-FONTES, 2018).

 

Caio Prado y la cuestión nacional

Finalmente, veamos algunos apuntes sobre el tema de la cuestión nacional presente en la obra del historiador y filósofo Caio da Silva Prado Júnior, pensador crítico que fue uno de los máximos exponentes del marxismo brasileño, y pionero en el desarrollo de una teoría contrariamente a la concepción etapista y aliancista que, a partir de la década de 1930, prevaleció en los debates de la Internacional (y, en consecuencia, de los partidos comunistas de todo el mundo).

Según él, la lectura que afirma que las economías coloniales latinoamericanas tienen un carácter “feudal” es errónea. En una correspondencia de 1933 con el trotskista Lívio Xavier, Caio Prado argumenta que en la evolución histórica de Brasil no hubo condiciones para establecer un régimen feudal, en vista de la escasa población del Brasil colonial. Este diálogo tiene lugar durante el inicio de la elaboración de una de las principales tesis de Caioprada –la del “sentido histórico”–, teoría sistematizada y profundizada en obras clásicas como, entre otras, Evolución política de Brasil (1933) y Formación del Brasil Contemporáneo (1942), y que sería objeto de varias controversias en el ámbito del PCB y de la Internacional. Esta concepción, actualmente considerada una de sus mayores contribuciones al marxismo, afirma que Brasil, desde sus inicios, se organizó como una empresa destinada a satisfacer las demandas del mercado europeo. En sus palabras: “una vasta empresa comercial” destinada a “explotar los recursos naturales de un territorio virgen” (PRADO JÚNIOR, 2000; 1980).

Esta tesis se extendió luego a América Latina en su conjunto, en un artículo –poco conocido debido a las obstrucciones de los derechos de autor– titulado Zonas Tropicales de América (PRADO JOVEN, 1936). En este texto, Caio Prado afirma que “América Latina”, después de “cuatro siglos de evolución”, sigue siendo, como al comienzo de la colonización, un “apéndice tropical”, es decir: “el complemento económico de las regiones templadas donde se ubican las grandes potencias industriales” (MARTINS-FONTES, 2018).

Entusiasta de la Revolución Rusa -si bien ha criticado en determinadas ocasiones las posiciones soviéticas-, entiende que los bolcheviques ofrecieron al socialismo y al mundo una “experiencia acumulada”, que, contrariamente a lo que se suele afirmar, no constituye una “receta”. o “dogma”, sino “una experiencia orientadora de la transformación [social]” (PRADO JÚNIOR, 1967).

Así, en los debates sobre la “Revolución Brasileña”, ya en la década de 1930, discrepaba de ciertas tesis del PCB sobre la supuesta necesidad previa de una “revolución burguesa” en Brasil: porque lo que era válido para Rusia, no lo sería para Rusia. a nosotros. En una carta al Comité Central de São Paulo del PCB –inédita en portugués, pero publicada en una reciente antología castellana de su obra–, Caio afirma con firmeza que no ve ninguna “inminencia” ni “síntoma” de una “inminencia burguesa”. revolución” en Brasil, como supuso su partido (PRADO JÚNIOR, 2020). Décadas después, en las polémicas sobre el tema en la década de 1960 -tras el golpe militar de 1964-, declara que la posición del PCB de haber apoyado una “revolución nacional” cuya base social era la “burguesía” fue un error (SECCO, 2020) .

Según Caio Prado, no le corresponde a un pueblo copiar ideas y modelos históricos externos, sino que a partir de experiencias revolucionarias victoriosas, cada nación debe construir su propia interpretación del proceso histórico, y de la forma más certera posible, ya que de esa manera será posible “movilizar” en grado suficiente las “verdaderas fuerzas” y los “impulsos revolucionarios” de su pueblo (PRADO JÚNIOR, 1966).

En resumen, además de negar la suposición de que aún quedaban “remanentes feudales” en Brasil –dado que nuestra realidad anterior a la consolidación del capitalismo era “esclavista” y no “feudal”–, el marxista brasileño también afirma que extranjeros y nacionales El capital en nuestro país y en América Latina estuvieron históricamente “combinados”, de tal manera que no existió, ni existe, una “burguesía nacional”. En otras palabras: no existe una supuesta porción “nacionalista”, “antiimperialista” de las clases dominantes, como imagina la teoría mayoritaria sobre nuestra Revolución Brasileña.

 

Consideraciones sobre el presente

Además de los marxistas aquí tratados, otros ineludibles pensadores de nuestra América seguirían el mismo camino de negar la tesis de una “burguesía nacional”, como es el caso del argentino Sergio Bagú, considerado por Florestan Fernandes (1981) como uno de los más grandes intelectuales americanos, junto a Caio Prado y Mariátegui.

Sin embargo, si bien hoy tal concepción ha perdido mucho espacio en los análisis teórico-científicos, en el siglo XXI, con la decadencia de los desgastados regímenes neoliberales, retomaría su influencia en las políticas de los gobiernos social-desarrollistas que, a pesar de haber impulsado reformas en sus países imprescindibles y de urgencia humanitaria, terminaron siendo desplazados -ante los primeros fuertes vientos en contra- por su excesiva confianza en las “buenas intenciones” de los sectores menos conservadores de la burguesía, con quienes se tejieron alianzas demasiado “subalterno”, lo que terminó por entorpecer la conciencia de organización clasista y popular necesaria para una superación efectiva del sistema.

Este error histórico ya ha sido acusado por grandes pensadores marxistas, como se muestra aquí, pero no fue tomado lo suficientemente en serio por muchos gobernantes en el campo socialprogresista. Pues bien, desde hace cerca de una década este descuido ha ido pasando factura a la miseria de las tierras y pueblos de nuestra América.

El problema se puede resumir en un binomio, del cual deriva la frágil situación política que vivimos actualmente: (i) por un lado alianzas políticas que, electoralmente necesarias, en la práctica sometieron exageradamente los intereses de los trabajadores a los de fracciones menos reaccionarias ( pero nunca "nacional") de la burguesía interna, imposibilitando así urgentes transformaciones económicas estructurales (reformas agrarias, urbanas, etc.); (ii) por otra parte, la negligente distancia entre los gobiernos populares y las organizaciones obreras en el campo y en la ciudad, bases a las que no se pudo acudir, en consecuencia, cuando se produjo la traición política de las élites.

Como se sabe desde hace mucho tiempo: es importante observar la historia no sólo para pensar el pasado, y con ello conocernos mejor, sino para extraer de él lecciones pertinentes a la urgente tarea de transformar el presente, reorientando nuestro pasado histórico. sentido – con miras a la utopía concreta que exige el futuro.

*Yuri Martins-Fontes Doctor en Historia Económica (USP/CNRS). Autor, entre otros libros, de Marx en América: la praxis de Caio Prado y Mariátegui.Alameda).

*Solange Struwka Doctorado en psicología social por la USP.

*Paulo Alves Jr., doctor en sociología por la Unesp, es profesor de historia en la Unilab (BA).

Versión revisada del capítulo del libro. La dimensión cultural en los procesos de integración entre los países latinoamericanos (Prolam-USP).

 

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