sala de desalojo

Dalton Paula, Esperanza Rita, 2020.
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por MICHEL AIRES DE SOUZA DÍAS*

Comentario al libro de María Carolina de Jesús

Detrás de la historia del mundo occidental que conocemos por los libros, hay otra historia subterránea, que actúa en el sentido de transformar el cuerpo en cosa, en objeto de dominación. Es la historia del destino del hombre que tuvo sus instintos y deseos reprimidos y deformados por la civilización. El diario de Carolina María de Jesús, sala de desalojo, es uno de esos cuentos subterráneos que cuentan la historia del cuerpo cosificado y subyugado.

El título del diario surge de un contraste entre la ciudad iluminada y resplandeciente, con sus plazas comerciales y edificios espejados, y la favela, como un vertedero, donde el olor a excremento se mezcla con el del barro podrido. En ese ambiente, Carolina se sentía como un desecho, como un objeto que ya no servía: “Y cuando estoy en la favela tengo la impresión de que soy un objeto fuera de uso, digno de estar en un basurero”. . […] Soy basura. Estoy en el trastero, y lo que hay en el trastero o se quema o se tira a la basura”.[i] (P. 37).

Carolina María de Jesús no es un personaje ficticio, es una persona real que solo estudió hasta segundo grado de primaria. Su diario, escrito en la década de 1950, describe la vida cotidiana de los habitantes de una de las primeras grandes favelas de São Paulo, la favela de Canindé, ubicada a orillas del río Tietê. El diario relata los hábitos de los pobladores, la violencia, la miseria, los prejuicios que sufrían y la gran dificultad para alimentarse. Es una obra extemporánea, que todavía resuena en la vida cotidiana de muchas favelas de todo Brasil.

La historia de una mujer negra, pobre y de barrios marginales, que vive en condiciones infrahumanas, a mediados del siglo XX, es un indicio de que las promesas de la razón de la Ilustración no se cumplieron. El avance técnico-científico, que debería hacer posible el fin de la lucha por la existencia, poniendo fin al hambre, la miseria y el sufrimiento, se ha convertido en una nueva forma de esclavitud. Los controles técnicos se convirtieron en instrumentos de dominación de una poderosa minoría sobre el resto de la población, obligando a las personas a llevar una vida dura y agresiva en las ciudades. El hombre ha retrocedido al estado de naturaleza. Se vio obligado a movilizar todos sus instintos en la lucha por su supervivencia. Carolina, en el colmo de su lucidez, supo percibir esta regresión: “Para mí, el mundo, en lugar de evolucionar, vuelve a ser primitivo” (p. 38).

Este sentimiento se debe a su brutal experiencia de hambre y miseria. Su vida penosa en la favela contrasta con el confort, la riqueza y el lujo de la gran ciudad. Para ella, “el único perfume que se respira en la favela es el barro podrido, los excrementos y el goteo” (p. 47). La gente vive allí de las sobras de la ciudad y de su comida en mal estado: “Ayer me comí esa pasta de la basura por miedo a morirme” (p.39). En otro pasaje, al comer pan, evalúa: “¡Qué efecto tan sorprendente tiene la comida en nuestro organismo! Antes de comer, vi el cielo, los árboles, los pájaros, todo amarillo, después de comer, todo volvió a la normalidad en mis ojos” (p. 44).

El alimento más común en la favela de Canindé fue el hueso con restos de grasa. En varios pasajes, Carolina relata su búsqueda de huesos: “Cuando pasé por el matadero, el camión de los huesos estaba estacionado. Le pedí al conductor algunos huesos. Me dio uno que yo elegí. Había mucha grasa” (p. 119). Hoy, casi 70 años después, esta vergonzosa escena se sigue repitiendo en los grandes centros urbanos. El hambre sigue siendo un grave problema en Brasil, aunque sea el granero del mundo. Esto demuestra que la experiencia del hambre no solo representa la condición de miles de personas que viven en las favelas, sino que representa la tragedia y el fracaso de la civilización misma. En lugar de que el hombre alcanzara un estado verdaderamente humano a través del progreso, cayó, a través de estos nuevos poderes alcanzados, en un nuevo estado de barbarie y regresión social.

Lo que nos impacta en los relatos del papelero no es solo la experiencia del hambre, sino también las adversidades que enfrentan los pobladores. Carolina relata todo tipo de experiencias trágicas, como violencia, alcoholismo, enfermedad, inseguridad, discriminación, conflictos, injusticias y muertes. Ella sabía que gran parte del drama y el sufrimiento que enfrentaban los residentes era culpa de los políticos. A lo largo del diario, reflexiona sobre el abandono de los habitantes de las favelas por parte de la clase política: “Quien debe conducir es quien tiene la capacidad. Que tiene piedad y amistad por el pueblo. Los que gobiernan nuestro país son los que tienen dinero, los que no saben lo que es el hambre, el dolor y la aflicción de los pobres. Si la mayoría se rebela, ¿qué puede hacer la minoría? Estoy al lado del pobre, que es el brazo. Brazo desnutrido. Necesitamos librar al país de políticos acaparadores”. (pág. 39).

A pesar del disgusto de vivir en la favela, la mayor felicidad de Carolina era poder alimentar a sus hijos. Ella se regocijó en esto: “Cuando hago cuatro platos creo que soy alguien. Cuando veo a mis hijos comiendo arroz y frijoles, la comida que no está al alcance de los habitantes de los barrios marginales, sonrío por nada. Como si estuviera viendo un espectáculo deslumbrante” (p. 49). Aun viviendo en la pobreza, Carolina era una mujer orgullosa, no dependía de la Iglesia ni del Estado para alimentar a sus hijos: “Mis hijos no se sostienen con el pan de la Iglesia. Me enfrento a cualquier tipo de trabajo para mantenerlos” (p. 16). En cada diario se puede ver en sus palabras la fuerza moral, la dignidad y la rectitud de su carácter. Era consciente de su propio valor: “Solo llevo dos años en la escuela, pero he tratado de formar mi carácter” (2014, p. 16). También entendió la condición humana y la analizó y extrajo lecciones de ella. Cuando se le preguntó sobre lo que estaba escribiendo, respondió sin dudar: “Todas las memorias que practican los favelados, estos proyectos de personas humanas” (p. 23).

El mayor arrepentimiento de Carolina no fue vivir como recolectora de papel, sino vivir en la favela: “No estoy descontenta con la profesión que ejerzo. Estoy acostumbrado a estar sucio. He estado recogiendo papel durante ocho años. Lo que detesto es vivir en la favela” (p. 22). Lo que buscaba la papelera era un poco de dignidad, un poco de respeto, no quería sentirse un objeto inútil. Su sueño era vivir en la ciudad, tener una casa, alimentar a sus hijos y comprar ropa bonita: “Cuando voy a la ciudad tengo la impresión de estar en el paraíso. Me parece sublime ver a esas mujeres y niños tan bien vestidos. Tan diferente de la favela” (p. 85). La única vez que podía soñar era cuando escuchaba telenovelas en la radio. Fue sólo en las telenovelas que la burguesía toleró la realización de sus ideales humanistas. A través de la industria cultural, la burguesía produjo el sueño en la mente de los oprimidos y supo justificar la explotación de clase que sufría la gran mayoría en el trabajo automatizado, la administración burocratizada y la cotidianidad miserable.

Carolina también relató en su diario los prejuicios y la discriminación que sufrió. Ser negro, pobre y vivir en la favela eran motivos suficientes para producir un gran estigma. La discriminación era común en su vida diaria. Pero eso no la desanimó. Esto es lo que ella demuestra en este pasaje: “Los blancos dicen que son superiores. Pero, ¿qué superioridad tiene el blanco? Si el negro bebe gotea, el blanco bebe. La enfermedad que ataca al negro, ataca al blanco. Si los blancos tienen hambre, los negros también. La naturaleza no selecciona a nadie” (p. 64-5). Al reflexionar sobre el prejuicio que sufrió, Carolina mostró una gran sensibilidad y resiliencia para no verse afectada.

Para escapar de su realidad de miseria y discriminación, buscó un poco de consuelo en el arte. Leyó libros clásicos de literatura que encontró en la basura, escuchó el vals vienés en la radio y escribió sobre el drama de su vida. Nietzsche dijo una vez que “tenemos arte para no morir de la verdad”. La verdad para Carolina fue su vida cruel y miserable, que tuvo que mantener a tres hijos como recogepapeles, para no pasar hambre. La verdad es objetiva. Es histórico y social. De esta manera, Carolina escribió para dar voz al sufrimiento como condición de su verdad: “Puesto que el sufrimiento es objetividad que pesa sobre el sujeto, lo que experimenta como su elemento más subjetivo”.[ii]

En pleno siglo XXI, la sociedad capitalista sigue produciendo las condiciones objetivas para la proliferación de las favelas. Cada día nace una nueva Carolina, que debe afrontar una vida de desempleo, hambre y miseria. De acuerdo a Instituto de locomotoras en asociación con Data Favela y la Central Única de Favelas (CUFA), ahora hay al menos 17,1 millones de personas viviendo en favelas. La población negra corresponde al 67% de sus hogares. En la actualidad, el mayor símbolo de miseria y discriminación lo representan los bajos índices socioeconómicos y el acceso de esta población a posiciones en la pirámide social.

Las investigaciones han demostrado que la población negra tiene los salarios más bajos, sufre más el desempleo y tiene menos educación. Según datos de la última Encuesta nacional por muestreo de hogares (PNAD), aunque los negros representan la mitad de la población brasileña, representan el 64,2% de los desempleados, o sea, dos tercios de la población brasileña. También son los que más sufren la informalidad, representando el 47,3% del trabajo informal. En las regiones Norte y Nordeste esa tasa llega al 60%. En cuanto a los ingresos, también ganan menos que los blancos. En 2018, mientras los blancos recibieron en promedio R$ 2.796,00, la población negra o parda recibió en promedio R$ 1.608,00. La mujer negra, por ser mujer, por ser negra y por ser pobre, es triplemente discriminada. Mientras que un hombre negro gana en promedio el 56,1% del salario de un hombre blanco, las mujeres negras ganan menos de la mitad, el 44,4%.

La gran pregunta que surge es ¿cómo resolver el problema de la desigualdad racial? En nuestra opinión, el problema es principalmente político. Es necesario desarrollar políticas públicas más afirmativas para promover la igualdad racial. Es necesario ofrecer igualdad de oportunidades para volver a la representación negativa de las personas negras. Corresponde al Estado y los municipios promover la inclusión socioeconómica de la población negra históricamente privada del acceso a oportunidades. También es necesario promover el respeto, la protección y el cumplimiento de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de las personas afrodescendientes, reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Lo más importante es la formación académica. No se trata solo de calificar mejor a las personas para el mercado laboral, también es necesario educar a las nuevas generaciones dando visibilidad a la cultura, la historia, la música, los valores y la religión de los afrodescendientes. El currículo no es un elemento neutro, sino que está constituido por relaciones de poder, en tanto difunde conductas y formas de pensar, actuar, sentir y valorar. La escuela, como espacio privilegiado de reflexión sobre nuestra formación e identidad cultural, debe promover un mayor reconocimiento y respeto por el patrimonio diverso, la cultura y la contribución de los afrodescendientes al desarrollo de la sociedad brasileña. La ausencia en el currículo de la cultura e historia de la población afrodescendiente contribuye a una mayor desigualdad racial. Esta omisión afecta la formación y construcción de la identidad del niño negro, dañando su autoimagen y autoestima.

*Michel Aires de Souza Días Doctor en Educación por la Universidad de São Paulo (USP).

 

referencia


María Carolina de Jesús. Sala de desalojo: diario de un habitante de tugurios. São Paulo: Ática, 2014, 200 páginas.

 

Notas


[i] Los errores portugueses se mantuvieron para asegurar una mayor fidelidad al diario original.

[ii] ADORNO, Teodoro. Dialéctica negativa. Trans. Marco Antonio Casanova. Río de Janeiro: Jorge. Zahar, 2009, pág. 24

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