¿Cuántas manos “empujaron” a Miguel?

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por PATRICIA MAEDA e JORGE LUIZ SOUTO MAYOR*

¡Las vidas de los negros son importantes! Y la impunidad de los delitos cometidos contra la integridad de los ciudadanos negros, incluso por parte del propio Estado, es un factor decisivo para negar este reconocimiento esencial y obligatorio.

Miguel Otávio Santana da Silva tenía cinco años. Su madre, Mirtes Renata Souza, es empleada doméstica y tuvo que llevar a Miguel al trabajo, ya que se requería la continuidad de su trabajo incluso durante la pandemia y durante este período las guarderías están cerradas. En el trabajo, salía a pasear al perro de sus jefes, Sari Corte Real y Sérgio Hacker (alcalde de Tamandaré/PE por PSB). Miguel estaba al cuidado de su jefe, en el apartamento del quinto piso de un edificio de lujo en Recife/PE, parte del complejo conocido como “Torres Gemelas”. Y mientras la madre atendía las necesidades fisiológicas del perro, Miguel cayó del noveno piso del edificio y murió.

No nos corresponde, en el ámbito de este texto, adentrarnos en las minucias de los hechos, examinar conductas, evaluar culpabilidades y fijar sanciones. No es que esto no sea importante, todo lo contrario. Es necesario que así se haga, para el debido castigo de todos los culpables, porque muertes como la de Miguel nunca más pueden quedar impunes. ¡Las vidas de los negros son importantes! Y la impunidad de los delitos cometidos contra la integridad de los ciudadanos negros, incluso por parte del propio Estado, es un factor decisivo en la negación de este imprescindible y obligatorio reconocimiento.

Nuestro propósito es ir más allá y proponer reflexiones sobre lo sucedido a fin de visibilizar los diversos determinantes que aparecen en el hecho y las innumerables responsabilidades históricas, de múltiples caracteres, por lo ocurrido. La necesidad de llegar a la imputación de culpas y al castigo de los culpables directos no puede servir para generar un falso sentido de justicia ampliada borrando y, con ello, preservando todas las condiciones sociales, culturales, económicas, políticas y jurídicas que se reflejan en la situación y mantener impunes a tantos otros “culpables”.

Entonces, comencemos hablando de la igualdad de derechos para los trabajadores domésticos.

Hasta hoy, 2020, no hemos podido decir, con todas las letras y con consecuencias prácticas, que las empleadas domésticas (que son, de hecho, íntegramente mujeres y, en su gran mayoría, negras) tengan los mismos derechos que los de todas otros empleados masculinos y femeninos. No lo hicieron los constituyentes de 1987 y, desde siempre, congresistas, funcionarios, juristas y magistrados, quienes en esta materia se posicionan como auténticos patrones de servicio doméstico para la defensa de sus intereses directos, negando plena subjetividad jurídica a quienes les presta un servicio, un servicio que, dicho sea de paso, sólo ahora, de una forma un tanto cínica, se les presenta como esencial.

Los argumentos son múltiples y escurridizos y terminaron reforzándose cuando, a raíz del tema del Convenio 189 de la OIT, del 15/11/11, se puso en la agenda el tema de la elevación de los derechos de las trabajadoras del hogar. La resistencia organizada de gran parte de la sociedad se hizo presente y fue intensamente reproducida en los grandes medios de comunicación, que insistían en mostrar el sufrimiento que tendrían los empleadores y las trabajadoras del hogar para garantizar todos esos derechos, que además, como siempre se ha dicho, eran injustificado, ya que en ese tipo de relación no se formaba una relación de trabajo, sino una relación familiar. “La criada es un miembro de la familia”, argumentaron.

Aun así, el 2/4/13, la Enmienda Constitucional n. 72, que establecía, aunque sólo formalmente, esta igualdad. Los argumentos en contra de la elevación de derechos (cabe recordar que incluso los exiguos derechos existentes nunca fueron efectivamente cumplidos) se presentaron de manera aún más fuerte y articulada y el resultado fue que, prevaleciendo la lógica esclavista, en 2015 se aprobó una Ley Complementaria (n. 150), publicado el 2 de junio (exactamente el día de la muerte de Miguel), vino a derogar la Reforma Constitucional y el Convenio 189 de la OIT, negando esta igualdad y esto se hizo frente a generalizaciones jurídicas, sociales y políticas. aceptación.

La precariedad jurídica de la relación de trabajo doméstico, la negación de la organización sindical de la categoría de trabajadoras del hogar (con posibilidad concreta de negociación), la supresión de los órganos de inspección del Estado sobre el cumplimiento de los derechos laborales de estos profesionales y la consiguiente consagración (e incluso el incremento) de la formación de una relación de poder y sumisión constituyeron las conformaciones sociales y jurídicas que, puestas en práctica, impidieron que Mirtes se negara a ir a trabajar en tiempos de pandemia y aún así tuviera que llevar al trabajo a su hijo Miguel. .

Estas son algunas de las realidades jurídicas reflejadas en el caso y que, por tanto, atraen, por lo menos, la responsabilidad de todos aquellos que, históricamente, “lucharon”, en una acción consciente y organizada (no habiendo sido, por tanto, “meros omisión”), negar a los trabajadores domésticos una condición mínima de ciudadanía en las relaciones laborales.

Este inmovilismo social e incluso el recrudecimiento de la explotación laboral en los últimos años han tenido un impacto decisivo en la vida de tantos niños como Miguel. La precariedad de la vida es también un sello distintivo de la infancia de los niños negros, sin expectativas para el futuro. Y, además de las condiciones materiales que muestran las estadísticas (acceso a salud y educación, vivienda, saneamiento básico), el hecho es que los niños y adolescentes negros no tienen necesidades e intereses propios garantizados por la sociedad y el Estado brasileño, aun cuando, formalmente, la Constitución Federal, que también condena toda forma de prejuicio y discriminación (art. 3, IV), ha prometido garantizar a todos, sin distinción, “el derecho a la vida, a la salud, a la alimentación, a la educación, al esparcimiento , profesionalización, cultura, dignidad, respeto, libertad y convivencia familiar y comunitaria, además de ponerlos a salvo de toda forma de negligencia, discriminación, explotación, violencia, crueldad y opresión”.

La Constitución Federal, en materia de asistencia social, también se compromete a proteger a la familia (art. 203, CF), dada la relevancia social que se le atribuye. Pero cuando se trata de los excluidos, de manera concreta, se les niega incluso la entidad familiar.
Desarrollamos una discriminación naturalizada contra los niños, niñas y adolescentes negros cuando, por ejemplo, a pesar del derecho a la protección integral, se les “permite” realizar pequeños trabajos de manera gratuita, bajo la excusa de promover la ayuda y anclados en el argumento de que “es mejor estar trabajando que robando”.

Y así, punto a punto, día tras día, durante años y décadas, se fueron eliminando oportunidades de integración, preparación, ocio y estudio para millones de niños como Miguel, que al no integrarse en una situación coyuntural de visibilidad social, llevan la peso de estereotipos (“recogida”, “rebelde”, “incapaz”) y, por tanto, no son vistas como personas en desarrollo, que merecen prioridad y protección, tal como prevé el Estatuto del Niño y del Adolescente.

Debido a que la Constitución Federal no fue cumplida en su totalidad y no se aplicaron todas las normas del Estatuto del Niño y del Adolescente, muchas manos dejaron sus huellas en la muerte de Miguel (así como las de Ágatha Félix, João Pedro Matos Pinto y tantos otros negros y negros). niños y adolescentes).

Y todas estas responsabilidades deben ser investigadas, para que podamos evitar que tragedias como estas sigan formando parte de la vida cotidiana de millones de personas en Brasil, sometidas a un racismo estructural persistente, incluso si la Constitución declara que la práctica del racismo es un delito no sujeto a fianza ni exigible, sometiéndose al infractor a la pena de prisión (art. 5, XLII), y ello, sobre todo, por la táctica jurídica de remitir al tipo penal el hecho de agresión de carácter individual de injuria racial (art. 140, párr. 3, del Código Penal), que tiene penas previstas para el racismo, en la forma prevista en la Ley n. 7.716, del 5 de enero de 1989.

Pensemos entonces en los demás aspectos culturales (que también son jurídicos, políticos, económicos y sociales) presentes en el caso.

En este sentido, el primer impulso es preguntarse “¿quién dejaría a un niño de cinco años solo en un ascensor?”.
Si pensamos, como estamos proponiendo, que la cuestión no es sólo la falta de humanidad de esta “amante” en concreto, necesitamos ampliar el horizonte de análisis de la tragedia, vista, incluso, como el retrato de una más amplia y tragedia más obstinada.

Contexto de la tragedia

El Estado de Pernambuco tiene una de las cifras más altas de contagios y muertes por COVID-19 y entre el 16 y el 31 de mayo se instituyó una cuarentena (“lockdown”), que se relativizó para que las trabajadoras domésticas y cuidadoras continuaran trabajando en los domicilios cuyos empleadores realizaban actividades esenciales o formaban parte de un grupo de riesgo.

La principal medida recomendada por la Organización Mundial de la Salud para contener la pandemia de COVID-19 es el aislamiento social. El aislamiento social es por tanto una medida de salud pública y no debe ser un lujo de clase, pero en la práctica solo es factible si existe la posibilidad del trabajo remoto improvisado o la garantía de ingresos para que los trabajadores se queden en casa. Irónicamente, en la sociedad que proclama la Revolución 4.0, las grandes medidas para contener la pandemia son quedarse en casa y lavarse las manos. Nada muy tecnológico, pero tampoco fácil de implementar. Y es en la vida cotidiana donde se manifiestan las desigualdades sociales. Gran parte de la población no tiene trabajos formales, viviendo de trabajos precarios e intermitentes, sin los cuales el gran riesgo se convierte en morir de hambre. ¿Cómo hacer el aislamiento social sin ingresos garantizados? El déficit habitacional imposibilita el aislamiento social para otra (o la misma) porción de la población, que también carece de acceso a agua y saneamiento básico. ¿Cómo lavarse las manos sin correr agua limpia?

Es cierto que la pandemia pone de manifiesto la centralidad de la reproducción social para el mantenimiento de la vida, sobre todo porque, obligada (o privilegiada) a quedarse en casa, una parte de la sociedad empieza a ver que no es posible vivir sin preparar alimentos, limpiar la casa, lavar la ropa y cuidar a los niños, ancianos y enfermos. Si el trabajo reproductivo es indispensable, al no tener la posibilidad de mantener la vida sin su ejecución, lo cierto es que, en general, puede ser asumido por los habitantes de la casa para brindar el derecho al aislamiento social a las trabajadoras domésticas.[i], quienes también tienen sus necesidades guiadas por la situación actual (cierre de guarderías y escuelas, suspensión repentina de la red de apoyo por aislamiento, etc.).

​La muerte de Miguel se produjo el día en que se "celebrarían" los cinco años de la Ley Complementaria n. 150/2015, que regula el trabajo doméstico, pero mantiene la desigualdad legal. Desde la promulgación de la CLT, en 1943, las trabajadoras del hogar han luchado por superar la invisibilidad social de su trabajo, marcada por la interseccionalidad de la opresión de clase, género y raza, buscando el reconocimiento de la nunca alcanzada igualdad de derechos con otras categorías profesionales.

En medio de la grave crisis sanitaria, el trabajo doméstico y el cuidado remunerado salieron de la condición de invisibilizados para ser catalogados como actividad esencial en algunos estados, como Pernambuco y Pará, para garantizar la continuidad de la prestación de servicios por parte de los trabajadores , en su mayoría mujeres negras, a pesar de la cuarentena instituida en municipios con curvas de contagio alarmantes como Recife y Belém. Este reconocimiento falaz de la esencialidad del trabajo doméstico remunerado no es más que una expresión de la colonialidad del poder y del ser, en el sentido de reflejar una sociedad clasista, sexista y racista de raíces coloniales esclavistas.

Somos conscientes de la carga que pesa sobre las mujeres por la superposición de cargas físicas, psíquicas y psicológicas en el contexto de la pandemia y el confinamiento. Entendemos que es una oportunidad para repensar la reproducción social y la división sexual del trabajo. Al mismo tiempo, no podemos ignorar que la situación de pandemia pone en riesgo la vida misma. Y, si el coronavirus no es selectivo, golpeando indistintamente a quienes se interponen en su camino, no podemos decir lo mismo de los efectos de la pandemia, que golpea con mayor dureza a la población más vulnerable, observando los marcadores sociales de clase, género, raza, edad, estado de salud, etc.

A pesar de todo esto, el artículo en G1 informa que Miguel, Mirtes y su madre (y la abuela de Miguel) estuvieron en contacto con su jefe infectado con COVID-19 y efectivamente contrajeron la enfermedad, afortunadamente con síntomas leves. La muerte de Miguel, sin embargo, va más allá del tema de la salud pública y la invisibilidad del trabajo reproductivo.

Vida doliente y necropolítica

A partir del duelo, la filósofa Judith Butler ve una jerarquización de la vida: la humanidad del Otro radica en su capacidad de duelo, lo que configura las cuestiones de la precariedad y la vulnerabilidad humana. Según ella, “las vidas se sostienen y mantienen de manera diferente, y existen formas radicalmente diferentes en las que la vulnerabilidad física humana se distribuye en todo el mundo. Ciertas vidas estarán altamente protegidas y la anulación de sus pretensiones de inviolabilidad será suficiente para movilizar las fuerzas de la guerra. Otras vidas no encontrarán un apoyo tan rápido y feroz y ni siquiera se calificarán como "desconsoladas".[ii]. Así, las muertes de jóvenes negros de la periferia, si son invocadas como tales, sin rostros ni nombres, no pasan por el duelo. La ausencia de duelo es el fin de una vida precaria.
En cierto modo, parece que es de esta diferencia de la que quiere hablar Mirtes, la madre de Miguel, imaginando cómo sería si la hija del jefe fuera víctima de su omisión en el deber de cuidado: “Si fuera yo, tendría la cara estampada, ya que he visto varios casos en la televisión. Mi nombre estaría enyesado y mi cara estaría en todos los medios. Pero el de ella no puede estar en los medios, no puede ser publicitado".

La jerarquización de vidas y personas, basada en una lógica de género y raza, todavía organiza la sociedad brasileña y el Estado. Es la persistencia de la colonialidad del poder, que permea las desigualdades históricamente establecidas, contra la cual el enfrentamiento comienza por develarlas, desnaturalizándolas. Significa admitir que la subjetividad jurídica de toda persona natural o la dignidad de la persona humana, fundamento expreso de nuestra República, no se realiza en su plenitud en el día a día, ya que la sociedad se encuentra dividida entre humanos y no humanos.

El filósofo camerunés Achille Mbembe desarrolló el término necropolítica para rescatar la idea de biopoder de Michel Foucault, según la cual la soberanía de los Estados nacionales se expresa en el poder de decidir “hacer vivir o dejar morir”. La necropolítica va más allá al decir quién puede vivir y quién debe morir, en un ejercicio de violencia y poder de muerte.[iii]. En el neoliberalismo, el Estado decide sobre los cuerpos y vidas de las “masas superfluas”, subyugando la vida al poder de la muerte, como forma de gestión de la sociedad. Se preservan y protegen vidas “dignas”. Las vidas precarias son desechables. O en palabras de Rubens Casara: “En el Estado posdemocrático, lo que importa es asegurar los intereses del mercado y la libre circulación de capitales y mercancías, con el control o incluso la exclusión de individuos disfuncionales, desprovistos de valor de uso. o enemigos políticos.”[iv] En este contexto, la población pobre y mayoritariamente negra es vista como un “enemigo interno” por parte del Estado necropolítico.

Solo desde un lugar de privilegio social, seguridad sanitaria y pleno acceso a los recursos sanitarios es posible pensar en flexibilizar las normas de aislamiento, retomar la actividad comercial y negar el riesgo de muerte al que está expuesta la mayor parte de la población. Más aún, es observando la lógica de disposición de ciertas vidas a favor del mercado (más que un dato natural, como si éste fuera un sujeto) que opera el Estado. La mala gestión ante una grave crisis sanitaria, con sus mandatos y excesos, no es ignorancia, sino una forma deliberada de gestionar los indeseables.

Del negacionismo estatal a la relación de trabajo

La distopía brasileña, marcada por el darwinismo social disfrazado de negacionismo, no es obra de una mente malévola. No podemos cometer el error de personalizar la maldad de esta sociedad racista y sexista; esto sólo es posible porque se conforma con una élite que no renuncia a sus privilegios y finge no ver al Otro.

La élite, así como los puestos de poder en las instituciones, tienen un rostro: son hombres blancos, adultos, heteronormativos y autoproclamados religiosos, lo que marca su cosmovisión e intereses. La blanquitud y la masculinidad son construcciones históricas y sociales hegemónicas en los lugares de poder y toma de decisiones e informan la ideología neoliberal. Esta perspectiva desde la cúspide de la pirámide social invoca una neutralidad falaz, asumiendo su punto de vista como universal, objetivo, racional y civilizado (como el colonizador eurocéntrico), y degradando al Otro como parcial, subjetivo, irracional e incivilizado. Además, los estereotipos conducen a etiquetar al Otro como perezoso, ignorante, violento, resistente y peligroso. Con esta construcción de su subjetividad, la élite logra mirar a la clase obrera y no verla; mirar a la trabajadora del hogar y verla como un mero equipo familiar; mira al hijo de la criada y míralo como una molestia.

Cualquiera que se identifique con la ideología neoliberal observa, sin preocupación alguna, el desmantelamiento de las leyes laborales en medio de un estado de calamidad, cuando la prioridad de la vida humana debería exigir el reforzamiento de los derechos y garantías fundamentales previstos en la Constitución Federal y no su “flexibilización” (eufemismo de reducción), y se adhiere fácilmente al discurso autoritario. Ve natural la inclusión de la empleada doméstica en la nómina del ayuntamiento que maneja el patrón.

En esta lógica, por un lado, parte de la clase privilegiada (autodefinida como meritócrata) protesta contra el aislamiento social como restricción a su libertad de ir y venir y obstáculo a la libertad económica; por otro lado, se ve como natural que el trabajador sea llamado a través de una aplicación para hacer entregas a domicilio por un salario magro y sin la debida protección y el trabajador cuidando el perro de los patrones mientras nadie cuida a su hijo .

Como se ve, para enfrentar con la debida dignidad el sufrimiento de la familia de Miguel, es necesario ir más allá del castigo a los responsables directos y juzgarnos con la autocondena de comprometernos, como mínimo, a promover ¡los cambios necesarios para que las vidas negras en Brasil importen efectivamente!

Como advierte Ana Cristina Santos:

“Superar el racismo solo será posible si somos capaces de reconocer privilegios, de revisar actitudes consuetudinarias, pero principalmente, depende de nuestra capacidad de pensar juntos en temas como la economía y la raza, entendiendo que la clase tiene color y que eso es un imposible. relación estructural a analizar desde el punto de vista de la fragmentación.

La historia de Mirtes, más allá de la tragedia y el horror que jalonaron su Blackout Tuesday, permanecerá naturalizada y anónima mientras insistamos en mirar este hecho como la historia de una mujer y no la de miles de mujeres, como una pieza extraordinaria de noticia en el periódico, siempre y cuando pensemos que castigando a una persona, cumpliendo nuestro justo y estacional anhelo de justicia, se solucionará este lacerante dolor que reposa en el pecho de los negros día tras día, a través de los siglos.”[V]

Ante esta situación concreta, la pregunta que debemos hacernos es: si no fuera por la muerte prematura, ¿qué sufrimientos estarían todavía reservados para Miguel en la realidad social brasileña?

Cuando enfrentamos este problema, nos vemos obligados a darnos cuenta de que aún queda mucho por hacer para cambiar esta trágica realidad. Necesitamos, por lo menos, reconocer que las promesas vacías de una vida mejor para todos ya fueron hechas en las leyes y en la Constitución Federal. Nos toca ahora, de una vez por todas, exigir y poner de nuestra parte para que estas promesas se cumplan. ¡Y este es el momento!

*Patricia Maeda es estudiante de doctorado en derecho laboral en la Facultad de Derecho de la USP.

*Jorge Souto Mayor es profesor de derecho laboral en la Facultad de Derecho de la USP.

Notas

[i] Sobre la necesidad de garantizar el aislamiento social de las trabajadoras del hogar y del cuidado, vid. https://www.cartacapital.com.br/blogs/sororidade-em-pauta/na-pandemia-por-que-servico-domestico-e-classificado-como-essencial/

[ii] BUTLER, Judit. vida precaria: Los poderes del duelo y la violencia. Belo Horizonte: Auténtico, 2019.

[iii]  MBEMBE, Aquiles. necropolítica: biopoder, soberanía, estado de excepción, política de la muerte. 3ra ed. São Paulo: ediciones n-1, 2018.

[iv] CASARA, Rubens. Estado posdemocrático: neooscurantismo y gestión de los indeseables. Río: Civilização Brasileira, 2017. p. 133.

[V]. SANTOS, Ana Cristina. La muerte de Miguel y la invisibilidad de muchas Mirtes en Brasil. Viomundo:

https://www.viomundo.com.br/voce-escreve/o-protesto-diante-das-torres-gemeas-do-recife-e-a-invisibilidade-de-mirtes.html?utm_medium=popup&utm_source=notification&utm_campaign=site.

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