por MARCOS AURÉLIO DA SILVA*
Una visión fragmentada de las luchas sociales es incapaz de presentarlas dentro de los grandes colectivos que surgieron con las luchas del mundo moderno.
Un sector de la izquierda brasileña se ha lanzado a criticar las llamadas luchas “identitarias” −más correctamente definidas como luchas por el “reconocimiento” de los derechos civiles− como si ese fuera el meollo del problema de la militancia posmoderna. Bueno, esto es solo un resultado, un punto de llegada, cuyas raíces hay que rastrear si lo que queremos es presentar el problema de una manera justa y políticamente efectiva.
A modo de pensar El posmodernismo se fundamenta en la ruptura total con la idea de “unidad de la historia”, lo que resulta en una visión fragmentada de las luchas sociales, incapaz de presentarlas dentro de los grandes colectivos que surgieron con las luchas del mundo moderno. Una “falsa conciencia”, para recordar el concepto de ideología de Engels, una conciencia fijada en la “parte”, incapaz de aprehender la realidad como una “totalidad”. Pero eso no quiere decir que esta “parte” signifique “nada”, una “ilusión”. Recuérdese lo que escribió Gramsci cuando habló del “valor intrínseco de las ideologías”, recordando a Benedetto Croce que las nociones de “ley natural” y “Estado de naturaleza” fueron tomadas por Marx en su sentido de “utilidad de clase”, “complemento ideológico de el desarrollo histórico de la burguesía”, y no una mera apariencia quimérica[ 1 ].
Corresponden a la primera etapa de esas luchas, equivalente a un “cierto respeto” por la “vida privada” del que hablaba el liberal Isaiah Berlin al definir la noción de “libertad negativa”[ 2 ]. Nada impide, sin embargo, que aparezcan también como una de las determinaciones de la lucha de clases tal como la concibe el marxismo, lo que es aún más cierto en formaciones sociales con trayectoria dentro del Tercer Mundo, cuyos legados coloniales se traducen en diferentes formas de obstrucción de la la vida civil y laica. De hecho, Domenico Losurdo ya había señalado el carácter impuro de esta categoría, que por eso mismo no tiene una dimensión puramente económica, también en lo que se refiere a las “luchas por el reconocimiento”. [ 3 ]. Y es precisamente por “esta falta de pureza” que la lucha de clases “puede conducir a una revolución social victoriosa”[ 4 ].
También podemos pensar estas cuestiones a la luz de lo que sucede en el gran exponente del socialismo hoy −y vanguardia de la lucha contra el imperialismo−, la nación china. Para el “socialismo con peculiaridades chinas”, los “derechos civiles” y las “libertades personales” que marcan el mundo occidental son considerados como “muy importantes”, al mismo tiempo que, buscando ir más allá de esta formulación (pero sin rechazarla, uno debe -si se insiste), propone una noción de derechos humanos que remite a “la persona en sus relaciones con los demás, el individuo en relación con la sociedad, en suma, el hombre como ser social”[ 5 ].
En suma, “emancipación”, pero también “reconocimiento”, la superación de del camino occidental hacia un forma más avanzada lo cual, sin embargo, no es pura liquidación de la forma sustituida. De ahí que no sea de extrañar que la superación de la pobreza en China, resultado indiscutible de la capacidad de mantener un desarrollo sostenido de las fuerzas productivas materiales, se haya apoyado también en políticas afirmativas dirigidas a las minorías étnicas, beneficiándose de la “discriminación positiva” respecto de a la “admisión a la universidad, promoción a cargos públicos y planificación familiar.[ 6 ].
Y he aquí que la citada izquierda es la que, cualquiera que sea la dimensión de las luchas en cuestión, propone con frecuencia que no sólo se tire “el agua sucia del baño”, sino incluso “el niño” −sí, incluso el “niño!”, lector sorprendido. Y es aquí donde conviene recordar las lecciones del viejo Hegel sobre el absurdo de tomar la historia como un mero matadero, una historia desprovista de todo progreso. El mismo Hegel cuya idea del Estado, consciente del “valor y la libertad del individuo”, fue asumida positivamente por Jean Jaurès, bárbaramente “asesinado por un fanático chovinista” al comienzo de la Primera Guerra Mundial, “como un sinónimo de socialismo”.[ 7 ].
Incapaces de comprender estas formulaciones, pero incluso de observar su encarnación histórica, no es de extrañar que esa misma izquierda se vea como su tarea ajustar cuentas con las luchas del movimiento negro, de mujeres, ambientalistas, movimientos por el reconocimiento de género -todas expresiones de un fuerte atraso político, argumenta. Un retraso capaz de destruir la lucha del proletariado revolucionario contra el capitalismo y la dominación imperialista. En este ímpetu queda la teoría de la conspiración, escasea el marxismo −o el marxismo consciente de la escolta de Hegel, como propone Losurdo[ 8 ].
Al fin y al cabo, estamos ante un “giro de ida y vuelta” perfecto, un giro que lleva a este tipo de militancias hacia posiciones muy conservadoras. Una especie de neosocialchovinismo, el traducir en la actualidad y en condiciones espaciales particulares, elementos de lo que se desarrolló incluso dentro de la izquierda europea en la época de la Primera Guerra Mundial, que desvirtuó por completo la importante cuestión nacional -en sentido estricto una cuestión popular- dentro del marxismo[ 9 ].
Así como el socialchovinismo de principios del siglo XX, que al aprobar créditos de guerra terminó oponiéndose a la lucha de los pueblos oprimidos (incluido el proletariado de sus propios países, como carne de cañón en las trincheras), éste también, alejándose de las luchas populares y democráticas que representa cada una de estas fracciones, y sobre todo incapaz de integrarlas a las luchas de los grandes colectivos que emergen con la modernidad, se pasa peligrosamente al campo contrario, asumiendo posiciones tan conservadoras como él.
Vueltas y vueltas para no salir del mismo sitio. Vueltas y vueltas para asumir posiciones revisionistas muy cercanas a un posmodernismo de derecha, absolutamente intransigente frente al “culto a la mayoría numérica que se expresa en la democracia y en la creciente presencia de las masas” en la vida política[ 10 ]. Y no es de extrañar que ahora incluso Lenin sea presentado infielmente como un discípulo de Oswald Spengler, apareciendo como el líder de un “socialismo prusiano”, un argumento ideológico, abiertamente manipulador, que hasta hace poco solo la derecha liberal se atrevía a usar. Obstinados críticos del legado del mundo moderno, Steve Bannon, Donald Trump, Bolsonaro y todo el mundo de la llamada neopopulismo − que, al igual que el populismo latinoamericano clásico, sólo tiene el nombre, abiertamente reaccionario y lejos de un soplo de reformas modernizadoras y de cualquier llama antiimperialista−, se congratulan por el dominio del amplio espectro de la nueva Zeitgeist, fagocitando la propia izquierda.
No cabe duda que en vez de una lucha unida contra el gran capital y sus ideólogos, lo que se promueve es justamente “la guerra del penúltimo contra el último”.[ 11 ]− una guerra que sólo interesa a la derecha. Un camino, sabía Gramsci, a través del cual no es posible superar la condición subordinada. Y es todavía con Gramsci que vale la pena concluir: en ese camino, lo que hace la izquierda no es otra cosa que operar en el campo del “sentido común”[ 12 ]− como siempre se sabe que es “incoherente”, “contradictorio”, “inconsecuente” −, ya que acepta asociar las ideas universalistas que son suyas −un universalismo que siempre se realiza concretamente, y no de manera abstracta− con misoneistas y abiertamente puntos de vista conservadores.
* Marcos Aurelio da Silva Profesor de Geografía de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC).
Notas
[ 1 ] Gramsci, A.Quaderni del jail. ed. crítica de Valentino Gerratana. Turín: Einaudi, 1975, pág. 441
[ 2 ] Jahanbegloo, R.. Isaiah Berlin: con total libertad. São Paulo: Perspectiva, 1996, pág. 70.
[ 3 ] Losurdo, D. El marxismo occidental. Come nacque, come morì, come può rinascere. Roma: Laterza, 2017, pág. 63.
[ 4 ] Losurdo, D. La clase de la lottadi. Una historia política y filosófica. Roma: Laterza, 2013, pág. 27
[ 5 ] Puncog, Q. Cina: i diritti umani traer viluppo sociale y destino comuna del l'umanita. En: L'egemonia del socialismo. Governa la Cina difende la pace sviluppa l'Europe. Teramo: Centro Gramsci di Educazione, 2018, págs. 279-70.
[ 6 ]Losurdo, D. Escapar de la historia. La revolución rusa y la revolución china vistas hoy. Río de Janeiro: Revan, 2004, pág. 176.
[ 7 ] Losurdo, D. El catastro della Germania e l'immagine di Hegel. Nápoles: Istituto Italiano per gli studi filosofici, 1987, pp. 91, 116 y 118.
[ 8 ] Es interesante notar cómo la familia patriarcal, criticada por Marx y Engels n'La ideología alemanay luego por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, tiene ya su impugnación en Hegel. Como recuerda la reciente biografía de Terry Pinkard, si bien Hegel todavía concebía a la mujer como “ama de casa”, su concepción de la familia no era la patriarcal, siendo estrictamente “igualitaria en su dinámica”, razón por la cual llegó a escribir, en los márgenes de su copia de filosofia del derecho, que el marido debe “Respetar a la mujer como su igual… Igualdad, identidad de derechos y deberes”, y que “el marido no debe contar más que la mujer”. Pinkard, T. Hegel. Il philosofo dellaragionedialettica. Milán: Hoelpi, 2018, págs. 529 y 788 (nota 12) Véase también Marx, K. y Engels, F. La ideología alemana (Feurbach). Trad.JC Bruni y MA Nogueira. São Paulo: Hucitec, 1991, págs. 30 y 46; Engels, F. El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. 5 edición Trans. L. Konder. Río de Janeiro: Civilización Brasileña, 1979, p. 61.
[ 9 ] Azzara, S. G.. ¿'Sovranismo' o questione nazionale? Il washivatichimento social sociovinista nella politica odierna. en: La segunda época del populismo. Sovranismi y lotte di clases. Roma: edición Momo, 2020.
[ 10 ] Losurdo, D. Nietzsche y la crítica de la modernidad. Trans. A. Siedschlag. SP: Ideas y Letras, 2016, p. 27
[ 11 ] Azzará, SG op. cit., pág. 56.
[ 12 ] Gramsci, op. cit., págs. 1396-98.