A pesar de que el PT en el gobierno impulsó políticas que permitieron la ascensión social de varios segmentos más pobres, faltó consolidar la adhesión popular a un nuevo proyecto de nación
virtudes originales
“La vida comienza a los cuarenta”, dicen: la experiencia acumulada nos daría las herramientas para, madurar, enfrentar mejor los desafíos de la existencia. Para las efímeras organizaciones partidarias en Brasil, llegar a los cuarenta años es raro – la mayoría muere prematuramente, por la artificialidad. Completar esta edad es válido en el sentido de renovación –o incluso de refundación, en ciertos casos.
En 1995 compuse una samba muy mala, excepto por la melodía que puso Dudu Botelho, compositor de Acadêmicos do Salgueiro. Uno de los versos decía: “PT tiene años aquí, yo canto, después de todo, una fiesta aquí no dura tanto…”. Estuve activo en la leyenda y teníamos quince años.
La samba amateur era precaria pero contenía algo de verdad. La historia de los partidos políticos en Brasil es relativamente reciente. Leyendas de carácter nacional, con cierto alcance doctrinario, sólo surgieron entre nosotros después del Estado Novo, con la democratización de 1945 –a excepción del Partido Comunista, que, fundado en 1922, sobrevivió en medio de la persecución y la clandestinidad. Y movimientos como la Acción Integralista Brasileña (AIB) y la Alianza Nacional Liberadora (ANL), en la década de 1930, una versión aquí, con sus singularidades, del ascenso del nazifascismo y de los frentes de resistencia popular en Europa.
Antes lo que teníamos eran agrupaciones de intereses, sin organización y estatutos programáticos, como el “Partido Brasileño” y “Portugués” en la época de la Independencia, los similares “Liberal” y “Conservador” del Imperio, los partidos republicanos localistas de la Antigua República. Eran expresión de matices o disputa entre sectores de una misma clase dominante.
El Partido de los Trabajadores, nacido en 1980, hace 40 años, fue una novedad en el patrón de siempre: vino de las plazas a los palacios, no fue un pacto de élites políticas. Una novedad también en la izquierda: nació criticando las experiencias autoritarias y burocráticas del “socialismo real”. Afirmó estar comprometido con los intereses populares y con la organización de los desposeídos. No quería ser un mero pie de foto para las contiendas electorales, no quería una mera delegación, no aceptaba sustituir a la ciudadanía consciente, sino representarla y alentarla.
Anticapitalista por definición, el PT proponía una sociedad donde las relaciones sociales se basaran en la cooperación, donde el interés público prevaleciera sobre el del mercado, donde la diversidad se impusiera a la uniformidad consumista (incluyendo el pensamiento), donde la relación con la naturaleza sería uno de integración, donde el trabajo se haga viable como derecho de todos a la realización personal y social
El socialismo del programa del PT sólo sería tal si fuera el trabajo de millones, combatiendo todas las desigualdades de clase. Y la discriminación étnica y de género. Un partido igualitario, libertario, crítico y creativo. con ese carácter distintivo creció y ganó influencia.
Gracias a esa claridad, se ha convertido, hasta el día de hoy, en el partido más reconocido de la masa de leyendas fantásticas, a pesar de la creciente ola de antipolíticas. Según todas las encuestas de opinión, después del abrumador “ninguno” (alrededor de 70 a 75%), el partido que tiene más simpatías entre la minoría que prefiere uno sigue siendo el PT.
piedras en el camino
El crecimiento de la inserción del PT en las instituciones trajo contradicciones. Una parte expresiva de su cumbre fue perder celo por prácticas que apoyaran y dinamizaran los movimientos sociales, asociativos, culturales y gremiales, sin instrumentalizarlos. Con el PT alcanzando protagonismo parlamentario y conquistando gobiernos, sectores de sus direcciones dejaron de considerarlo un actor entre otros actores, con diferentes roles y un texto de elaboración colectiva para ser escenificado -en diferentes escenarios públicos- en el teatro social: el de la construcción. de un nuevo sistema, es decir, una nueva forma de pensar y actuar en política. Creció la hegemonía del PT.
El PT, al ocupar espacios cada vez mayores en el aparato estatal, redujo su dimensión como partido pedagógico. Pedagógica es la que habla a las masas, interactúa con ellas, conversa con la gente en el día a día. Partido pedagógico que -y esto es un desafío para todas las organizaciones de izquierda- reelabora su lenguaje y, con menos burocracia, da sentido colectivista y fuerza política a las inquietudes y angustias populares, que están en el corazón y en los poros de cada militante. Fiestas educativas que aprendan a utilizar los nuevos instrumentos de la tremenda revolución comunicativa que ha traído internet, sin querer domar la rebeldía – trágicamente canalizada por la extrema derecha (no sólo en Brasil).
El PT construyó una hermosa interfaz de acercamiento a los movimientos sociales con inserción en los espacios institucionales. Esto se reflejó en las políticas sociales que desarrolló cuando estuvo en el poder central, con Lula y Dilma. Faltaron reformas estructurantes, democratizadoras, profundas. Desde el Estado, desde la política, desde el sistema tributario, desde la tierra, con sesgo ecológico, desde la ciudad, confrontando la especulación. Del modelo económico.
Justo cuando enfrentaba el mayor desafío de su historia, el de ser el gobierno de la República, el PT se enredó en un ambiente de ambigüedades, pérdida de referentes y hasta olvido de principios: implementó medidas que nunca proclamó en campaña, hizo alianzas -como es imperativo en la política- sin establecer límites éticos, por mero pragmatismo. Había una especie de “corrupción programática”. El exministro y exgobernador de Bahía, actual senador Jaques Vagner (PT/BA), reconoció públicamente que el PT estaba “manchado” de corrupción sistémica, estructural, de quinientos años –que la derecha victoriosa ahora viraliza como inaugurada por PT.
El difunto Chico de Oliveira (1933-2019) definió una “nueva clase” como un grupo dirigente nacido en la era del PT: capitalista moderado, formado por exdirigentes sindicales y profesionales de la política que, desde las cajas de pensiones, las instituciones financieras y los aparatos del Estado, se convirtió en gestor del mercado y mediador de las tensiones políticas a favor de las instituciones conservadoras. Hablar de una “nueva clase” me parece una exageración, pero vale la pena considerar el hecho de que una parte de la “nomenklatura” del PT, alejada de la militancia de base, se adaptó a la dinámica del sistema, enfriando la lucha. contra sus males.
Desde el Sur, donde la identidad programática del PT siempre ha sido fuerte, llegan las críticas a Olívio Dutra y Tarso Genro, reconocidos líderes, que ya ocuparon el gobierno estatal y la alcaldía de la capital, además de ministerios nacionales. Tarso dice que el PT “no puede ser anterior a la hegemonía”, incluso en instancias partidistas (donde él, Tarso, casi siempre fue marginado, por su postura más crítica e independiente). Subraya la urgencia -que vale para toda la izquierda- “de aprender a hablar con este nuevo mundo del trabajo en estos tiempos de relaciones sociales en red”.
Tarso va más allá: “de nada sirve prometer renovar y predicar la restauración de la CLT. Los procesos de trabajo estaban fragmentados y hoy hay autónomos, jornaleros, PJ, precarios, intermitentes... En este caso se trata de organizar otro sistema público de protección que involucre a los cada vez más excluidos de la legislación laboral (...) Además de absorber demandas de tensión social derivadas de cuestiones de género, cultura, prejuicio racial y condición sexual”. Concluye, aguijoneando a todas las fuerzas progresistas: “estamos hablando en vano, con formas discursivas a las que amplios sectores de la sociedad ya no prestan atención”.
La oscuridad y las luces del futuro
La tendencia es que el PT siga siendo un acrónimo razonable para votar, aunque algo “peemedebized”. Su destitución quizás revitalice su rigor con la ética pública, su compromiso con el trabajo de base e incluso, ¿quién sabe? – su mística socialista. Hay exigencias de su militancia en este sentido.
El PT fue un hito histórico para la izquierda brasileña, que no logró democratizar radicalmente las relaciones de poder en el gobierno y arraigar la política como un papel ciudadano que mejora la vida de las personas en el imaginario popular. Nacido para encantar, generó, en varios sectores, diferentes grados de desencanto. Pero también es innegable que trajo avances. Ante el desmantelamiento de las políticas sociales y las continuas manifestaciones de truculencia, odio a los pobres y desconocimiento del poder ahora controlado por la extrema derecha, crece también una especie de “saudosismo” para la era del PT, especialmente para los gobiernos de Lula… Pero el imperativo para no tener un desastre fatal hay que mirar hacia adelante, no consolarse en el retrovisor.
Arrojado a la fosa común de los otros partidos grandes y medianos, con muchos de los cuales hizo alianzas electorales y de gobierno, el PT vio crecer un “anti-PT” de fuerte carácter reaccionario, elitista y prejuiciado. Eso apenas disimula un rechazo a las políticas que permitieron el ascenso social de varios segmentos más pobres. Con el PT, los sectores populares llegaron a los anaqueles de consumo, línea blanca, autos. Lo que faltaba era la consolidación de una nueva conciencia política y ciudadana. Existía también la necesidad de consolidar la adhesión popular a un nuevo proyecto nacional, que el bienestar o el liderazgo carismático, por brillante e intuitivo que sea, no garantizan.
El Partido de los Trabajadores, como cualquier otro que quiera ser cambio, tiene que comprender los cambios que el tiempo promueve: su base de trabajo ya no es, ni numérica ni cualitativamente, la misma que en la década de 1980. La sociedad brasileña ha cambiado mucho en los últimos 40 años! Se extinguieron varias funciones y rubros como la metalurgia y la banca -por citar dos ejemplos- sufrieron una drástica reducción. Hoy el “precariado” cobra fuerza y se expande la “recepción neopentecostal”, de fuerte inserción popular y sesgo conservador. La izquierda no ha podido dialogar con estos fenómenos sociales.
Otro dato para análisis de la “cuarentona”: los jóvenes de 18, 20 y 25 años solo conocían el PT federal, con todo el estrés que trae ser gobierno. El poder político, que no es todo poder, elude y acomoda. La izquierda tardó en reconocer la crisis de participación y movilización, de la que también es víctima. Un partido político ya no será “la vanguardia del proletariado”, mucho menos el “guía ingenioso de los pueblos”. Sigue siendo fundamental, pero hay nuevas formas de representación y expresión. Cualquier transformación social profunda sólo ocurrirá si es impulsada por una miríada de movimientos, que tienen un punto de convergencia, que hoy no existe.
El desafío del momento es buscar, en solidaridad con todas las demás formas organizativas de la sociedad, incluidas las no tradicionales, vinculadas a las artes y las religiones, vías y medios para superar la apatía y el desinterés por el rumbo de la sociedad. Reencantar en torno a proyectos colectivos.
No autocritiques a los demás. Pero esa buena tradición de izquierda necesita ser revitalizada, en todas las organizaciones progresistas, ahí tiene que estar. Sería socialmente útil, y tan importante como constituir un frente democrático, progresista, antineofascista. Para, con ella y con la humildad de quien vuelve a empezar, redescubrir los domicilios de los pueblos.
*chico alencar es profesor, escritor y exdiputado federal por PT y PSOL