ES 40 años – ¿Y ahora?

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Por Julián Rodrigues*

Las interpretaciones sobre el período 2003-2016 que ignoran el peso de nuestra herencia esclavista, la naturaleza depredadora y subalterna de las élites nacionales, la dependencia externa y la influencia de los Estados Unidos no son académica ni políticamente relevantes.

La historia oficial, el “mito fundacional” sobre el surgimiento del PT destaca como diferencial la construcción de un partido de izquierda organizado desde abajo y dirigido por los propios trabajadores. También se enorgullece del carácter plural, democrático y no doctrinario de esta organización fundada el 10 de febrero de 1980 en el Colégio Sion, en São Paulo.

A pesar de cierta arrogancia y triunfalismo de tal narrativa fundacional del PT –que no pocas veces cae en la ignorancia histórica, reproducción del sentido común y/o una buena dosis de anticomunismo–, lo concreto es que la singularidad, las singularidades y el proceso de compleja y formación plural del Partido de los Trabajadores son realmente extraordinarias.

El PT surgió en un país latinoamericano, un gigante periférico, con un importante nivel de industrialización, una economía fuerte y una mala distribución del ingreso; organizados desde el legado de la esclavitud, al final de una dictadura militar que casi diezmó a todos los grupos y militantes organizados de izquierda, en un momento en que el mundo capitalista viraba hacia el neoliberalismo –y el mundo socialista comenzaba a dar signos de crisis y agotamiento de tu modelo

De manera imprevista, insólita y única, a partir de las gigantescas movilizaciones de los trabajadores de ABC y la dirección de Lula, se unieron bajo un mismo rubro personas y organizaciones de las más diversas concepciones, territorios, orígenes sociales y experiencias.

Campesinos, bancarios, metalúrgicos, maestros, petroleros, estudiantes, intelectuales y artistas tan expresivos y diversos como Sérgio Buarque de Holanda, Antônio Candido, Mário Pedrosa, Lélia Abramo, Helio Pelegrino, Eder Sader, Paulo Freire, Marilena Chauí, Florestan Fernandes, Henfil, Fray Beto. Sacerdotes, teólogos, religiosas, miles de católicos de la teología de la liberación, corrientes trotskistas de distintas IV Internacionales; comunistas de muchos, muchos orígenes y organizaciones, los nuevos movimientos feministas, negros, indígenas, LGBT, muchos demócratas y progresistas. Un frente tan heterogéneo como dinámico y democrático.

La identidad del PT se constituyó a partir de la idea de un partido genuinamente clasista de lucha contra la dictadura y por la redemocratización, comprometido con el pluralismo interno, con la defensa intransigente de las reivindicaciones obreras y con el socialismo democrático.

Destaco estos elementos para reforzar que esta amalgama, si bien no fue capaz de generar un programa y una estrategia socialista con claros contornos y densidad, especialmente en sus primeros años, sí proporcionó el surgimiento de síntesis y formulaciones muy innovadoras, unificadoras y movilizadoras, que crearon los cimientos del inmenso crecimiento del Partido.

Aunque en su mayoría nunca ha sido un partido de tipo marxista/comunista/revolucionario/leninista, el PT nació y reafirma, hasta hoy, su carácter socialista en todas sus resoluciones, es el núcleo de su proyecto histórico. En su originalidad y diversidad, nunca se caracterizó como un partido socialdemócrata de tipo ideal, especialmente en el período anterior a la elección de Lula. También porque no hay lugar para la tradicional socialdemocracia europea en tierras latinas –como, de paso, la reacción golpista de las élites y EE.UU. a los embriones de Estado de bienestar sembrada por los gobiernos del PT se hizo evidente.

Años 1980: V Encuentro y Asamblea Constituyente

El tránsito de la dictadura al régimen liberal-democrático, cuyos hitos son la Constitución de 1988 y las elecciones de 1989, constituyen elementos inseparables de la formación y lucha del Partido de los Trabajadores. En este sentido, la propia historia del PT se confunde con el proceso de establecimiento y desarrollo en el período histórico que se inició a fines de la década de 1980 –y terminó con el derrocamiento de Dilma Rousseff–, momento en el que las clases dominantes y el imperialismo rompieron con un Principio liberal-democrático elemental: aceptar el resultado del sufragio universal.

Las luchas populares y sindicales en ascenso, la fundación de la CUT, el MST, los paros, las marchas, las movilizaciones fueron fundamentales para dar formato a la Constitución de 1988. Un texto muy avanzado, no sólo en cuanto a los derechos fundamentales, sino también en el establecimiento de derechos. social (el SUS, por ejemplo), laboral y en la concepción del modelo económico – la parte que fue desmantelada primero, ya a principios de la década de 1990.

Al mismo tiempo que se organiza en todo el país, la disputa dentro del PT está en ebullición, con feroces debates teóricos, programáticos y tácticos. El gran referente de la década fue el V Encuentro Nacional del Partido en 1987, el punto álgido de la elaboración del partido – aún insuperable. [Una actualización y reapropiación de las resoluciones de la V Reunión, por cierto, tal vez podría contribuir a armar al PT para los tiempos que corren].

Además del análisis detallado y preciso de la situación del momento, de la táctica, de la política de partido y de las alianzas sociales (la idea del bloque democrático-popular), el núcleo de la formulación se concentró en establecer el poder popular-democrático. programa democrático (PDP), clave de la estrategia.

El PDP se implementaría a partir de la conquista del gobierno federal por un candidato socialista y obrero: “lo que está en juego es la posibilidad de conquista de un gobierno democrático y popular con tareas eminentemente antimonopolio, antiimperialista, antilatifundio, de democratización radical del espacio y de la sociedad, tareas que se articulan con la negación del orden capitalista y con la construcción del socialismo” [1].

En ese momento, el PT resolvió, por sólida mayoría, los grandes dilemas táctico-estratégicos, asumiendo -sin mencionarlo- la “vía chilena” para la construcción del socialismo. Jugar a las elecciones como una forma de tomar fuerzas para llegar al gobierno federal, realizar reformas estructurales e iniciar un convulso proceso de transición al socialismo. Por lo tanto, se descartaron formas insurreccionales de tomar el poder, como la huelga general revolucionaria, el foquismo, la guerrilla urbana o la guerra popular prolongada.

Se elaboró ​​una mediación que luego se conoció como la “estrategia de las pinzas”, una combinación de lucha social y lucha institucional, con prioridad en la conquista del gobierno federal (Lula lá), símbolo-palanca del bloque democrático-popular y materialización de el proyecto transformador. [Táctica, por cierto, que puede resetearse y actualizarse en tiempos bolsonaristas, como muestran las últimas encuestas. João Pedro Stédile lo define así: “Lula es el candidato permanente del pueblo a la presidencia de la República”. Máxima expresión de la fuerza popular acumulada y de la posibilidad de cambio.

Mayor ironía, volviendo al V Encuentro: ya se preveía la probable reacción de las clases dominantes a esta estrategia de reformas estructurales. El campo democrático y popular debe prepararse para una reacción golpista del imperialismo y las oligarquías a la implementación de nuestro programa de reformas radicales. A partir de este enfrentamiento estarían en el horizonte tanto la ruptura socialista liderada por la izquierda como la restauración neoliberal liderada por la derecha. degradado y evitado los enfrentamientos frontales].

Las bases táctico-programáticas-estratégicas aprobadas en 1987 (sumadas a la resolución sobre la derecha de tendencia –que organizaba la convivencia entre los grupos internos) allanaron el camino no sólo para la consolidación y expansión del Partido sino también para el huracán que fue el campaña lula 1989, el casi allí.

Institucionalización progresiva y nueva estrategia

Aunque el primer Congreso del partido -que tuvo lugar en 1991 bajo la égida del choque neoliberal, el inicio de la crisis del gobierno de Collor, pero, sobre todo, bajo los escombros del muro de Berlín (que golpeó e hirió a muchas cabezas comunistas, al tiempo transmutado con entusiasmo en cerebros liberales)- ha promovido largos debates, al final, hubo un empate entre los sectores más moderados, los que querían dar un giro liberal y los más de izquierda. Nada ha cambiado mucho realmente.

Después de la destitución de Collor y la dolorosa derrota de la FHC en 1994, el punto de inflexión de la década fue el X Encuentro Nacional del PT, en Guarapari (1995:). Zé Dirceu fue elegido, por estrecho margen, presidente del Partido. Comienza a implementar otra estrategia y otra concepción de la organización, muy diferentes a las definidas en 1987.

En sintonía con el aire de aquellos años neoliberales de decadencia de la lucha de masas, y considerando los crecientes espacios institucionales entonces ocupados por el PT –en parlamentos y gobiernos municipales, principalmente–, la Dirceu opera según la lógica de construir una sociedad más institucional, electoral, Partido menos militante (abandono de la política de nucleación y formación del personal). Actos para restringir la influencia de los sectores socialistas, comunistas, radicales o de izquierda del PT.

Sin abandonar el socialismo como horizonte estratégico, ni negar su visión estructural del mundo y su chip comunista (a diferencia de muchos otros exponentes del partido que giraron filosóficamente hacia el liberalismo), José Dirceu lideró la adopción por parte del PT, en el II Congreso, en 1999, del concepto de “revolución democrática”. Años más tarde, esta formulación –en su momento una moderación programática en reemplazo de la idea-síntesis del programa popular-democrático articulado con la transición socialista– pasó a ser adoptada por segmentos relevantes de la izquierda partidaria.

Dirceu diseñó y construyó la arquitectura política y organizativa que hizo posible la victoria electoral de Lula. Se trataba de forjar una alianza con sectores del empresariado a partir de un programa basado en el crecimiento económico, el mercado de masas, las políticas sociales, pero también la coexistencia pacífica con los monopolios, el imperialismo, el agronegocio y hasta el rentismo (ver Carta a los brasileños).

Un programa reformista moderado, que promueva amplias e innovadoras políticas sociales, encaminadas a modificar el presupuesto público, aumentando la parte asignada a los pobres, pero sin gravar a los ricos. Otra política de alianzas, otro concepto, otra estrategia (de centro-izquierda); la ruptura objetiva con el programa democrático-popular de 1987-1989, que se basaba en reformas estructurales (las antiguas Reformas Básicas del gobierno de João Goulart).

en el gobierno federal

La estrategia de Dirceu y Lula fue exitosa. En todos los sentidos. Tuvo su apogeo, sus avances, pero también su techo. Dejando a un lado las tensiones con la política económica paloccista inicial, el hecho es que los dos gobiernos de Lula y partes del primer gobierno de Dilma son un caso atípico en la historia nacional. Resulta que los límites de esta estrategia aparecieron y derrotaron de manera decisiva la experiencia que se había llevado a cabo.

El PT creció mucho durante este período, tanto en términos de afiliados, como de parlamentarios, gobiernos federal, municipales y estatales. En este movimiento acentuó su carácter de partido puramente electoral, reformista, institucional. Abandonó la formación de cuadros, se alejó cada vez más del papel de líder y organizador de las luchas sociales.

El PT se desvinculó de la juventud y de las nuevas generaciones de militantes –especialmente de las vanguardias feministas, antirracistas, universitarias, activistas digitales– hoy polarizado por el PSOL y otras organizaciones menores. Las referencias al socialismo disminuyeron. Las ilusiones sobre el carácter democrático y generoso de la clase dominante prosperaron. Muchos sectores de izquierda abandonaron el Partido.

Algunos líderes del PT no solo se adaptaron al sistema de financiamiento electoral burgués, sino que en realidad se corrompieron. Antonio Pallocci es el mayor símbolo de esta degeneración. Pero, regístrate. Contrariamente a lo que se ha convertido en sentido común, el número de cuadros del PT que se corrompieron personalmente es mucho menor que los que solo se adaptaron a la lógica de la relación con las grandes empresas y el financiamiento privado. Lava-Jato no puede ser un parámetro para la gente de izquierda.

El debate político y académico sobre los gobiernos del PT, aunque ya extenso, apenas comienza. Desde la existencia real y significado del concepto de “Lulismo” hasta las innumerables controversias sobre políticas económicas, políticas públicas, reformas, límites, errores, aciertos y todo lo demás.

Sin embargo, las interpretaciones del período 2003-2016 que desestiman el peso de nuestra herencia esclavista, el carácter depredador y subalterno de las élites nacionales, la dependencia externa, la influencia estadounidense, las debilidades teórico-programáticas-organizativas del conjunto de fuerzas progresistas, el mundo socialista defensa desde 1989, los enormes avances en términos de política pública y apoyo popular logrados no contribuyen realmente a generar síntesis y/o explicaciones académica o políticamente relevantes.

Probablemente el núcleo de la concepción que llevó a la derrota de la estrategia Lula-Dirceu, y envejeció/burocratizó/debilitó al Partido, es el siguiente: la mayoría gobernante fue engañada por el carácter supuestamente democrático de la burguesía y el aparato estatal. El concepto de “republicanismo” –vestimenta pseudosofisticada para cierto idealismo liberal pequeñoburgués– ganó el estatus de paradigma de partido, elevando a un nivel supuestamente teórico y estratégico lo que era sólo sentido común, ilusión, despolitización, moderación y adaptación.

Ninguno de los gobiernos encabezados por el PT se movió hacia la realización de reformas estructurales – agrarias, urbanas, políticas, tributarias o de medios de comunicación. La política “republicana” considera que el estado y sus instituciones son neutrales y técnicos, desprovistos de carácter e intereses de clase. Así, bastaría con fortalecer y prestigiar a las Fuerzas Armadas, al Ministerio Público, a la Policía Federal (independiente), al Supremo Tribunal Federal, etcétera…

Siguiendo esta concepción, la estructura del Estado y sus instituciones no se alteró, ni siquiera parcialmente: la policía militar, la Policía Federal, las Fuerzas Armadas, el Tribunal de Cuentas Federal, el Ministerio Público o el Poder Judicial -protagonistas de la ruptura con la democracia comenzó 2016.

Después del golpe, la destrucción provocada por Lava-Jato, la detención de Lula, la victoria de Bolsonaro, el ascenso de la derecha en América Latina, es imposible no darse cuenta: el PT tiene el desafío de discutir en profundidad el carácter del Estado capitalista en Brasil y volver a debatir verdaderamente una estrategia-programa. Más aún: necesitará actualizar su comprensión de las clases sociales, del proceso de constitución de la nueva vanguardia y del bloque histórico que liderará la conquista del gobierno federal, de la implementación de reformas estructurales y de la transición socialista.

¿Habrá otros 40?

PT es muy, muy grande. Arraigado, representativo y bastante fuerte, para disgusto de sus enemigos de derecha y de sus adversarios de izquierda.

Aunque envejecida y debilitada, bastante enyesada, un poco desanimada, sigue siendo la principal fuerza progresista y popular de Brasil. Lula y el PT seguirán polarizando la disputa política en el país por algún tiempo.

Sin embargo, son cada vez más evidentes las dificultades del Partido como herramienta para liderar la superación del ciclo bolsonarista, enfrentar el neofascismo y operar eficientemente dentro de este nuevo régimen político (Estado de excepción). El VII Congreso del PT no supuso un salto cualitativo en cuanto a diseño de programas, tácticas o lineamientos organizativos. Sin embargo, mantuvo una táctica y una postura combativa y polarizadora, implementada/sostenida por Lula y Gleisi desde 2017: algunos sectores del campo mayoritario más centrista y moderado fueron derrotados.

Lula es el punto dinámico, el líder de las masas y el mayor líder de facto del PT. El cuadro más afinado, preparado, apoyado, que le habla a millones -una dirección popular rara y genial- de hecho, hoy está más a la izquierda que la mayoría de los cuadros dirigentes- de diferentes agrupaciones internas.

El Partido de los Trabajadores como lo conocemos hoy es el resultado del proceso político que se inició con la promulgación de la Constitución de 1988. Resulta que el mundo y el país están entrando en un nuevo período histórico. Ya no vivimos bajo un régimen liberal-democrático. El gobierno de Bolsonaro es ultraliberal y neofascista.

¿Podrá el PT reconstruirse como la principal fuerza organizada de izquierda? ¿Sabrá combinar su fuerza electoral con la movilización social y las batallas cultural-ideológicas? ¿Seguirá siendo la principal herramienta del bloque popular, socialista y democrático en la lucha contra las fuerzas bolsonaristas y contra los ultraliberales?

¿Será capaz de constituirse nuevamente como un eje que une a los jóvenes, forma cuadros, organiza la lucha social, moviliza a las masas – reconectado con el pueblo, tensionando el orden capitalista, disruptivo, polo principal del orden ideológico-político-cultural? disputa en el país?

Estas son definitivamente preguntas abiertas. Las respuestas que se construirán en los próximos años definirán la existencia y/o relevancia del PT en las próximas cuatro décadas.

Felicitaciones por su 40 aniversario Partido de los Trabajadores. ¡Vida larga y próspera!

*julian rodrigues, militante del PT-SP, es activista del movimiento LGBTI y de Derechos Humanos.

Notas

[1] Resolución Política V Encuentro Nacional del PT. En: Jorge Almeida (org.). Resoluciones de Juntas y Congresos: 1979-1998. São Paulo, Fundación Perseu Abramo.

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