Precariado al estilo sueco

Imagen: Efrem Efre
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por JOÃO DOS REIS SILVA JUNIOR*

En el contexto de las transformaciones estructurales del siglo XXI, el marco regulatorio sueco mantiene invariable ciertos derechos laborales frente a las presiones económicas y los cambios sociales.

Un aspecto notable que pone de relieve la singularidad del capitalismo en Escandinavia son los debates entre el capital y el trabajo que tuvieron lugar a nivel mundial en la década de 1980. Este fenómeno se manifestó en la interacción entre sindicatos y empleadores en Suecia durante este período, ejemplificando cómo las presiones sindicales y las contraposiciones de los empleadores dieron forma no sólo a la economía sueca, sino también a los debates internacionales sobre el trabajo, el capital y la justicia social.

Durante la década de 1980, Suecia estuvo envuelta en intensas controversias sobre la democratización económica, alineada con el modelo socialdemócrata que fomentaba el diálogo tripartito entre sindicatos, empleadores y Estado.

La Organización Central de Trabajadores Suecos, el principal sindicato, encabezó las demandas de una mayor participación de los trabajadores en la gestión y propiedad de las empresas, materializadas en el Plan Meidner (1976). La propuesta preveía la creación de fondos de inversión colectiva, denominados fondos de asalariados – financiado mediante impuestos sobre las ganancias corporativas, con el objetivo de transferir gradualmente acciones a manos de los trabajadores y ampliar su poder de decisión.

Entre los objetivos sindicales estaban: reducir la concentración de la riqueza, redistribuir equitativamente las ganancias productivas, crear mecanismos legales para la adquisición de acciones por parte de los sindicatos a través de fondos colectivos y garantizar puestos en los consejos de administración, práctica conocida como codeterminación.

En 1983, tras un intenso debate, se aprobó una versión limitada de los fondos, con un plazo de 20 años y restricciones a la adquisición de acciones (limitada al 7% del mercado bursátil). Sin embargo, el proyecto fue suspendido en la década de 1990 debido a la intensificación de la presión empresarial y la reconfiguración del modelo económico hacia preceptos neoliberales.

La Confederación de Empresas Suecas encabezó dicha resistencia, argumentando que la participación activa de los trabajadores podría comprometer tanto la eficiencia de las empresas como su competitividad en el escenario global. Los empresarios temían perder el control sobre decisiones estratégicas (como inversiones y fusiones), así como sufrir interferencias políticas en la gestión.

La oposición a los fondos colectivos movilizó campañas públicas que los caracterizaron como instrumentos del “socialismo de Estado”, alegando riesgos para la autonomía del sector empresarial. Al mismo tiempo, los grupos empresariales incrementaron las inversiones en articulación política para neutralizar las iniciativas sindicales, asociando tales esfuerzos a advertencias sobre desinversiones masivas y posible descapitalización del país. Este escenario fortaleció la adhesión de las élites económicas a las agendas neoliberales, que comenzaron a defender la desregulación de los mercados financieros, la reducción de impuestos a las corporaciones y la flexibilización de las normas laborales como respuestas a la presión por reformas distributivas.

La presión ejercida por los empresarios, junto con las crisis fiscales y el fenómeno de la globalización, culminó con la adopción por parte de Suecia de reformas neoliberales en los años 1990: se implementaron privatizaciones de empresas estatales; Hubo una desregulación del sector bancario y financiero; Hubo una reducción significativa del papel del Estado en el bienestar social. La liberalización financiera ha llevado a la especulación inmobiliaria y al crecimiento de la deuda privada. Entre 1991 y 1992, el colapso del mercado inmobiliario asociado a la crisis bancaria provocó una grave recesión y las tasas de desempleo aumentaron del 2% al 10%.

Aunque los fondos destinados a los trabajadores fueron abandonados, dejaron un legado importante en las discusiones sobre la democracia económica. Suecia ha conservado aspectos del modelo social; Sin embargo, se ha vuelto más receptivo a la dinámica del mercado. El conflicto expuso la disputa entre los enfoques colectivistas (representados por los sindicatos) y los enfoques individualistas (defendidos por los empresarios). La integración global ha restringido la capacidad del Estado sueco para aplicar políticas heterodoxas.

El hecho conocido como “paradoja sueca” en el proceso de transición neoliberal que se dio en el país continuó mostrando altos niveles de igualdad social, demostrando que las reformas orientadas al mercado pueden coexistir armoniosamente con las redes de protección social. Este episodio ilustra cómo las presiones de los sindicatos combinadas con las respuestas empresariales han dado forma no sólo a la economía sueca, sino también a los debates globales sobre el trabajo, el capital y la justicia social.

La agenda sindical priorizó la desconcentración de la riqueza y la ampliación del poder de decisión de los trabajadores en la esfera económica, articulando la redistribución de ganancias como mecanismo para mitigar las asimetrías sociales. Como estrategia para materializar estos objetivos, las entidades laborales defendieron la institucionalización de fondos colectivos, posibilitados por una legislación específica, capaces de permitir la adquisición de acciones empresariales y la inclusión de representantes de los trabajadores en los consejos de administración – la mencionada codeterminación.

Os fondos de asalariados (los fondos de trabajadores) surgieron como un instrumento estructural para ampliar la influencia laboral en la esfera económica, con énfasis en la participación activa en los procesos de toma de decisiones empresariales. Estos fondos, operados mediante la adquisición progresiva de acciones de empresas, tenían como objetivo transferir parte del capital social al control colectivo de los trabajadores, garantizándoles asientos en los consejos de administración y voz en las estrategias de gestión. Al mismo tiempo, buscaron reorientar la distribución de ganancias, mitigando las asimetrías socioeconómicas mediante reinversiones en formación profesional e infraestructura productiva. Parte de los recursos se destinaron a programas de protección social –salud, seguridad social y asistencia–, reforzando las redes de seguridad para la clase trabajadora.

La combinación de políticas de accionariado, codeterminación y redistribución estaba vinculada a un proyecto más amplio: reconfigurar las relaciones económicas de poder, vinculando las ganancias de productividad a mejoras concretas en las condiciones de vida. A pesar del ambicioso alcance, su implementación se restringió a mecanismos limitados, lo que refleja las tensiones entre los preceptos de la democracia económica y la resistencia del capital.

Los conflictos estructurales entre las organizaciones sindicales y los conglomerados empresariales tuvieron un profundo impacto en la dinámica legislativa. En el centro de los enfrentamientos parlamentarios, la agenda de la democratización económica –especialmente la demanda de codecisión de los trabajadores en la gobernanza corporativa– polarizó los espacios de toma de decisiones y se convirtió en un catalizador de tensiones ideológicas. LO, como entidad sindical hegemónica, movilizó esfuerzos para asegurar el apoyo institucional a fondos de asalariados, un mecanismo diseñado para redistribuir el poder accionario.

Por el contrario, SAF (Derecho laboral sueco), en representación de la comunidad empresarial, organizó una resistencia coordinada y describió la propuesta como una intrusión estatal incompatible con los principios del libre mercado. El parlamento se convirtió así en escenario de un antagonismo irreconciliable: por un lado, proyectos de emancipación económica a través de la participación laboral; Por otro lado, la defensa intransigente de las jerarquías tradicionales entre el capital y el trabajo. La virulencia del debate expuso no sólo divergencias tácticas, sino contradicciones sistémicas inherentes al actual modelo de acumulación.

El Parlamento sueco se convirtió en escenario de acalorados debates, con los socialdemócratas defendiendo las propuestas sindicales y los partidos de derecha, junto con diversos segmentos de la sociedad, expresando su oposición. Estos diálogos resaltan la tensión entre las perspectivas colectivistas e individualistas, así como la búsqueda de un equilibrio entre la eficiencia económica y la justicia social.

En defensa y reconocimiento de los trabajadores, los sindicatos fomentaron debates públicos y políticos con el objetivo de ganar apoyo en el parlamento y entre la población en general. Incluyeron movilizaciones laborales a través de campañas educativas y manifestaciones públicas, destacando la necesidad de una distribución más equitativa de las ganancias y una reducción de la concentración del capital.

Como ya se ha mencionado, la estrategia sindical consistió en defender la codecisión, es decir, la representación de los trabajadores en los consejos de administración, para garantizar una voz activa en las decisiones empresariales. Además, se enfatizó la importancia de fortalecer la protección social y los derechos laborales como medio para promover una economía más justa y equitativa.

Las disputas entre sindicatos y representantes de los empleadores a lo largo del período analizado tuvieron un impacto significativo en la configuración de los derechos laborales. La demanda de una mayor participación de los trabajadores en la gobernanza y la estructura accionaria de las organizaciones ha estimulado reflexiones sobre su inclusión en los órganos de decisión, con énfasis en la discusión de modelos de codeterminación empresarial. Al mismo tiempo, las negociaciones influyeron directamente en los criterios de asignación de excedentes, ampliando el debate sobre la equidad en la división de resultados entre inversores y trabajadores.

En última instancia, la presión de los líderes empresariales y la cambiante dinámica económica mundial llevaron a la adopción de políticas neoliberales en la década de 1990, que dieron lugar a importantes reformas en la economía sueca: la desestructuración normativa de los circuitos financieros y la erosión institucional de las garantías contractuales laborales.

En otras palabras, la reconfiguración del mercado laboral sueco, alineada con las directrices neoliberales consolidadas en la década de 1990, introdujo modificaciones estructurales orientadas a la adaptabilidad económica y la competitividad sistémica.

En este contexto, destaca la progresiva atenuación de la rigidez regulatoria, facilitando los procesos de contratación y terminación de contratos, así como la expansión de modalidades de empleo atípicas, como los contratos temporales y el trabajo a tiempo parcial. Estas medidas permitieron a las corporaciones ajustar dinámicamente sus equipos de producción en respuesta a las fluctuaciones de la demanda, con el objetivo de optimizar la eficiencia operativa.

Al mismo tiempo, se produjo una progresiva desregulación de los mecanismos de fijación de salarios, estableciéndose criterios variables vinculados a la productividad individual y al desempeño sectorial.

El paradigma de la flexibilidad también catalizó la movilidad laboral intersectorial, a través de políticas públicas de capacitación profesional y mecanismos de transición asistida entre segmentos económicos.

Si bien estas reformas han aumentado la competitividad y la eficiencia económica, también han puesto de manifiesto desafíos importantes, como las condiciones de trabajo precarias y la inseguridad laboral de ciertos segmentos de la población. La liberalización del mercado laboral buscó equilibrar la necesidad de crecimiento económico con la preservación de los derechos de los trabajadores.

La aparición de un precariado en un contexto históricamente vinculado a los pactos socialdemócratas expone contradicciones del capitalismo tardío. La dinámica desencadenada en la década de 1990, a través de las reformas neoliberales, reconfiguraron las estructuras laborales y económicas a través de tres vectores: la flexibilización del mercado de trabajo, la desregulación económica y la privatización de las empresas estatales.

Estos cambios institucionalizaron mecanismos de inseguridad laboral, convirtiendo los derechos sociales en mercancías volátiles. La erosión progresiva del empleo estable y la naturalización de la inestabilidad productiva revelan la transmutación de Estado de bienestar en un modelo híbrido, subordinando las protecciones colectivas a la racionalidad comercial.

Con esta flexibilidad en el mercado laboral surgieron los contratos temporales y a tiempo parcial, lo que resultó en una mayor inseguridad laboral para muchos trabajadores. La desregulación económica ha provocado una intensificación de la precariedad de las condiciones de trabajo, caracterizada por una reducción de las protecciones de los trabajadores y por una marcada variabilidad de los salarios debido a la productividad individual.

La reconfiguración del patrimonio mediante la transferencia de activos estatales al sector privado resultó en la eliminación de empleos históricamente estables y remunerados según estándares colectivos, aumentando el contingente sujeto a precariedad estructural.

El colapso financiero de la década de 1990 actuó como catalizador de esta dinámica, estableciendo ciclos recurrentes de vulnerabilidad socioeconómica que sentaron las bases para la expansión cuantitativa del precariado. Datos recientes indican que alrededor del 15% de la fuerza laboral nacional está actualmente incluida en esta categoría, lo que constituye una ruptura paradigmática en el equilibrio tradicional entre eficiencia comercial y protección social característico del modelo sueco.

El surgimiento del precariado en Suecia se ha manifestado en múltiples sectores de la economía, con variaciones en las proporciones de trabajadores en situaciones de empleo precario. En el sector servicios existe una alta concentración de estos trabajadores, especialmente en las áreas de comercio, hoteles y restaurantes; Las características estacionales y las fluctuaciones de la demanda en estos segmentos son factores que contribuyen a la precariedad del trabajo.

En el sector de la construcción también se da una alta tasa de trabajadores temporales o con contratos parciales, debido al carácter cíclico de los proyectos y a la constante necesidad de ajustar la plantilla a las demandas emergentes.

Aunque el segmento industrial registra menores tasas de precariedad laboral en comparación con los sectores de servicios y construcción, persisten modalidades contractuales atípicas –como el trabajo a tiempo parcial y los contratos temporales–, sobre todo en sectores industriales sujetos a fluctuaciones de la producción.

En el sector agrícola, el predominio de trabajadores temporeros se deriva de la estacionalidad intrínseca de las actividades agrícolas y de la demanda cíclica de mano de obra complementaria durante las fases críticas de producción. Estos sectores se configuran como núcleos estructurantes del precariado en el contexto sueco, expresando tanto las especificidades sectoriales como los efectos acumulativos de las políticas orientadas a la desregulación progresiva de las relaciones laborales. La convergencia entre las particularidades económicas locales y los preceptos neoliberales de flexibilidad regulatoria consolida así un escenario de precaria heterogeneidad en el mercado de trabajo.

En el contexto de las transformaciones estructurales del siglo XXI, el marco regulatorio sueco mantiene invariablemente ciertos derechos laborales frente a las presiones económicas y los cambios sociales. Garantías como el período mínimo de cinco semanas de vacaciones anuales pagadas siguen siendo innegociables, independientemente de las fluctuaciones cíclicas. La licencia parental remunerada persiste como un hito institucional, garantizando la continuidad de los vínculos laborales durante el periodo de cuidado parental.

Al mismo tiempo, las negociaciones colectivas siguen siendo centrales para la mediación de conflictos laborales, garantizando la preservación de los derechos básicos a través del consenso tripartito. Las normas para la protección de la integridad física y mental en los entornos de producción siguen aplicándose estrictamente, resistiendo las tendencias desreguladoras. Estos pilares normativos constituyen elementos críticos para sostener los estándares civilizatorios en el mundo del trabajo, operando como antídotos institucionales contra la completa erosión de los logros sociales frente a la hegemonía neoliberal.

También es de suma importancia el hecho de que en Suecia se siguen organizando sindicatos. La densidad sindical sigue siendo alta, aunque existen brechas crecientes relacionadas con la categoría social y el origen nacional. Los sindicatos desempeñan un papel crucial en las relaciones laborales al negociar convenios colectivos y defender los derechos de los trabajadores. Las “brechas crecientes” se refieren a las disparidades en la representación y protección de los trabajadores, que varían según su categoría social u origen nacional.

Estas brechas son evidentes en sectores donde la densidad sindical es menor, como entre los trabajadores administrativos, los inmigrantes y los empleados temporales; Estos grupos a menudo enfrentan mayores desafíos a la hora de organizarse y negociar mejores condiciones de trabajo.

Precariado en Portugal

El concepto de precariado en Portugal, que se refiere a una fracción de la clase trabajadora surgida después de 2008 y que se caracteriza por la precariedad con condiciones de trabajo inestables y desprotegidas, ha adquirido cada vez más relevancia en el contexto sociopolítico actual. La transformación de las relaciones laborales y la creciente flexibilización del mercado de trabajo han incrementado el número de trabajadores en situación precaria, caracterizada por la incertidumbre, la falta de derechos laborales sólidos y la vulnerabilidad socioeconómica. En este escenario, la acción de los sindicatos y la intervención del Estado se vuelven fundamentales para mediar las relaciones entre capital y trabajo, buscando minimizar los efectos negativos de la precariedad.

Los sindicatos en Portugal han desempeñado un papel importante en la defensa de los intereses de los trabajadores precarios. Históricamente centrados en proteger a los empleados con contratos estables, los sindicatos se han ido ajustando para incluir en sus agendas la lucha por los derechos de esta nueva fracción de la clase trabajadora. Esta adaptación es una respuesta necesaria a la fragmentación del mercado laboral, donde cada vez son más frecuentes los empleos temporales, a tiempo parcial e informales.

La acción sindical busca ampliar la negociación colectiva, impulsando políticas que garanticen mayor seguridad laboral, mejores condiciones de trabajo y acceso a derechos esenciales como la salud y la seguridad social. Sin embargo, la representación de los trabajadores precarios aún enfrenta desafíos importantes, como dificultades de organización colectiva en un entorno marcado por la alta rotación y la informalidad.

La mediación estatal en las relaciones laborales entre el capital y el precariado también es crucial. Mediante la formulación de políticas públicas y leyes adecuadas, el Estado puede influir directamente en las condiciones de trabajo y en la distribución de derechos entre los diferentes segmentos de la fuerza de trabajo. En Portugal, las leyes laborales han sido objeto de disputa entre los intereses del capital –que busca maximizar la flexibilidad y reducir costos– y las demandas de los trabajadores por seguridad y justicia social.

Los programas de apoyo al empleo, la formación profesional y las medidas de protección son algunas de las herramientas que utiliza el Estado para mitigar los impactos de la precariedad. Sin embargo, la eficacia de estas iniciativas a menudo se ve limitada por la lógica del sistema capitalista que prioriza la acumulación financiera sobre el bienestar social.

La globalización y la intensa competencia internacional ejercen una presión adicional sobre los mercados laborales locales, lo que dificulta la implementación de políticas efectivas para proteger al precariado. Además, las crisis económicas, las medidas de austeridad y las restricciones presupuestarias reducen la capacidad del Estado para actuar como mediador eficiente. Estos factores contribuyen a mantener un escenario de inestabilidad y desigualdad donde los trabajadores en condiciones precarias son los más afectados.

A pesar de los esfuerzos realizados por los sindicatos y el Estado, existen grandes desafíos para combatir la precariedad. La disparidad de poder entre el capital y los trabajadores en esta situación vulnerable –combinada con la resistencia de los sectores empresariales a los cambios necesarios–, así como la volatilidad económica, son obstáculos que impiden un progreso más significativo. En este contexto, la solidaridad entre los trabajadores, la movilización social y la conciencia política surgen como elementos esenciales para fortalecer esta resistencia frente al fenómeno del precariado. La construcción de redes de solidaridad y la presión por reformas estructurales se convierten en formas necesarias para abordar las desigualdades que genera la precariedad.

Por tanto, el futuro de las relaciones laborales en Portugal dependerá de la capacidad de los sindicatos para adaptarse a las nuevas realidades del mercado de trabajo combinada con la voluntad del Estado de implementar políticas que concilien los intereses económicos con la justicia social. Sólo mediante un enfoque colaborativo que involucre a los sindicatos, el gobierno y la sociedad civil será posible garantizar que los derechos de los trabajadores precarios sean reconocidos y protegidos adecuadamente. La lucha contra la precariedad va más allá de las cuestiones laborales; Es también un imperativo ético-social hacia la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

Al comparar el precariado sueco con el portugués, se identifican similitudes como contratos temporales y parciales, inseguridad laboral y dependencia de beneficios sociales. Ambos países enfrentan desafíos vinculados al empleo precario, particularmente en los sectores de servicios, construcción y agricultura.

Sin embargo, existen diferencias notables: en Suecia, el sistema de bienestar es más consistente y ofrece una red más amplia para los trabajadores precarios; Mientras que en Portugal existen programas de apoyo a la protección social menos amplios. Además, la mayor densidad sindical en Suecia puede proporcionar una representación más efectiva en la defensa de los derechos laborales.

Dondequiera que exista, no hay duda de que el precariado es una consecuencia del agotamiento capitalista que destruye para acumular riqueza.

Obviamente, los estudios sobre el precariado global deben considerar las especificidades culturales inherentes a cada país; Sin embargo, todavía hay una enorme falta de investigaciones que analicen esta cuestión, considerando las particulares culturas nacionales involucradas.

Por cierto, la dinámica de la lucha de clases en Brasil –incluida la precariedad del trabajo– difiere mucho de la observada en Portugal y, más aún, en Suecia. ¿Quién está entonces dispuesto a seguir desentrañando esta espinosa cuestión?

*João dos Reis Silva Júnior Es profesor del Departamento de Educación de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar). Autor, entre otros libros, de Educación, sociedad de clases y reformas universitarias (Autores asociados) [https://amzn.to/4fLXTKP]


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