Puerto de Cajas

Sergio Sister, 1970, ecoline y crayón sobre papel, lápiz y rotulador, 32x45 cm
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por ROBERTO NORITOMI*

Comentario a la película de Paulo César Saraceni

Hay que abandonar toda esperanza al entrar en el pueblo de Porto das Caixas. Paulo César Saraceni advierte justo al comienzo de su película. El encuentro entre Lúcio Cardoso y Oswaldo Goeldi, bajo la mirada de Mário Carneiro y las cuerdas melancólicas de Tom Jobim, no podía ser diferente. O de viaje inicial revela, en la brumosa oscuridad, las huellas de la inmovilidad y el desánimo. La vida se congeló para siempre en los utensilios y ornamentos alineados contra la gastada pared; la pequeña y desierta estación de tren sumergida en las sombras. La luz exigua apenas acompaña a ese ser solitario, que camina encorvado contra el frío. Una condena pesa sobre él.

Desde el puerto no se ve nada, ni siquiera el río. Las ruinas cubiertas de musgo y ocupadas por arbustos son testigos de alguna bonanza de días pasados. Ahora Porto das Caixas es un lugar caído del tiempo, cerrado sobre sí mismo; estancada, enfermiza como el agua estancada. No hay historias, no hay nombres. No importa si algo pasó o no pasó. Las cosas se prolongan. El presente es un cautiverio sin justificación ni perspectivas. Todo el mundo está atrapado en el letargo. El tren pasa periódicamente, pero no pasa nada. La estación opera en vacío. De hecho, todo allí opera en el vacío. No ves el engranaje económico o la lucha política. Eso ya no es un hecho de la realidad. Es un estado de ánimo.

Inmersa en este sopor, vive una pareja miserable y desacertada. Ella se escapa con su amante; es rudimentario y violento. La relación es dura, sin afecto. Pero no hay culpa ni piedad; el juicio moral está ausente. No importa qué los llevó a este deterioro. El hecho, sin embargo, es que algo tenso rodea la choza donde viven. El marido es la encarnación misma de la fijeza; se mimetiza con el pueblo y ese clima insalubre. El amante también. La esposa, por el contrario, es la nota discordante. Ella anhela la libertad y el cambio. Tu intención es romper el círculo e irte.

En un orden patriarcal eminentemente masculino, esa mujer emerge como una figura activa y altiva. Su posición es de resistencia y confrontación con aquellos hombres movidos por el instinto y la tradición. “Yo no soy de nadie”, reitera ante las aspiraciones de posesión que sufre por parte de su esposo y amante. Este desencuentro gana amplitud imaginaria en una escena de la segunda secuencia, cuando, intimidada, la esposa se acerca a su marido y, impasible, lo mira a los ojos. Enmarcados cara a cara, él mira hacia abajo y se retira a la cocina, como un ejército en fuga, mientras ella lo sigue y se para en la puerta, observándolo victoriosa.

Esta postura de confrontación se repetirá a lo largo de la película, en escenas cuyas “marcas” vienen dadas por los movimientos de la esposa dentro del campo visual. En el fondo, es ella quien arma y conduce la narración. El punto de vista siempre es de ella. Es ella quien proporciona el placer. Y aun cuando intentan someterla, a través de la violencia, como en las dos escenas en las que es abofeteada, ella se vuelve a poner frente a la cámara y retoma el papel protagónico. El goce de tu cuerpo no te lo quitan. Asimismo, vuestra conciencia no está subyugada; es ella quien plantea la pregunta fundamental e inquietante a su marido (y a todos los demás): “¿por qué no me dejas?”. Ante el llamado de la razón, surge como respuesta la embestida bestial. No hay duda, con su marido, y con todos los demás, no hay posibilidad de discusión. Sólo la esposa tiene control sobre las instancias de deseo y racionalidad.

Y no habiendo argumento, sólo queda el acto fatal, conclusivo y liberador, resultado de la ira y el cálculo. No le bastaba huir, era necesario romper definitivamente. De ahí el uso extremo del hacha, que te permitirá cortar de raíz ese yugo arcaico y decrépito. De un solo golpe, el más lacerante y atrevido que haya visto hasta ahora la historia del cine brasileño, la mujer, que ya no es la esposa, se abre paso a la luz y a la vida palpitante. Tu destino está afuera, porque solo hay esperanza cuando dejas Porto das Caixas y ese oscuro recinto. Y es en esta secuencia final, en la que Irma Álvarez dice un inapelable “yo quiero” y continúa balanceándose sobre los rieles, que Saraceni se libera de Goeldi y Lúcio Cardoso, y salta de cierto realismo poético a un cine de nueva matriz. . .

puerto de cajas fue un paso importante en la construcción del Cinema Novo, que trajo, en esa primera mitad de la década de 1960, a tantas otras figuras femeninas fuertes e inquietantes.

*Roberto Noritomi Doctor en sociología de la cultura por la USP

referencia

Puerto de Cajas

Brasil, 1962, 115 minutos

Dirigida por: Paulo César Saraceni

Reparto: Irma Álvarez, Reginaldo Faria, Paulo Padilha

Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=iDn_kBpn6yA

 

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