Por una educación con fiesta

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por VINÍCIO CARRILHO MARTÍNEZ*

Cualquiera que se decida por el camino de la ciencia, del conocimiento, de la educación, sólo por haber aceptado este rumbo para su vida, ya se ha tomado partido.

“La lucha científica es una lucha armada” (Pierre Bourdieu).

Nuestra premisa indica que la educación debe ponerse del lado de la ilustración, la emancipación, la autonomía y, en particular, actuar en la lucha contra todas las formas de oscurantismo, estultificación y opresión.

Entonces, antes que nada, debemos entender qué se define por partido. Si decimos que hay o debe haber educación sin un partido político que la oriente en términos de postulados, objetivos, significados, contenidos validados, entonces sí, la respuesta es positiva: la educación pública no puede estar dominada por un partido político. No debe existir ningún partido político que guíe la universalización de la educación, ya que nuestra guía debe alimentar el pluralismo, la diversidad, el saber laico, ético y científico.

Sin embargo, si pensamos estrictamente, podemos decir que los partidos políticos tienen el plausible derecho de organizar sus cursos de formación política – y, en este caso, obviamente, la “escuela resultante de esto tendría un partido de origen”.

Mientras no promulguen alegatos ilegales, inmorales y ofensivos contra la humanidad, el Estado democrático de derecho, los partidos políticos están legitimados -a izquierda y derecha del espectro político- para formar sus cuadros.

Por otra parte, si postulamos que la educación no debe tomar partido frente a la realidad, los hechos y los actores de la historia y de la propia política, entonces la respuesta es la contraria. La educación debe ponerse del lado de la libertad, la ilustración que formule postulados propios de la emancipación y la postulación por la igualdad de oportunidades, así como buscar la eliminación de las condiciones que promuevan la desigualdad, los prejuicios y la discriminación.

No hay neutralidad en el conocimiento, la educación, la ciencia, mucho menos la habrá, incluso en la indicación de los principios, fines, lógicas y procesos trazados.

La neutralidad, porque no existe, ya indica la selección de las premisas, el punto de partida, los temas seleccionados, el objeto y el objetivo al que apuntamos: la elección del objeto ya indica el marco conceptual e ideológico que tenemos: la cosmovisión que nos dirige, consciente o inconscientemente, es una puerta abierta por la que entramos continuamente.

No hay neutralidad porque nadie es tabula rasa, ni los bebés están marcados por su herencia genética, genética que se articulará con la herencia cultural y con el entorno social presente en su sobrevivencia.

El científico, el profesor, el investigador, el lector –cualquiera–, todos hacen elecciones todo el tiempo, es decir, toman partido en todo momento. Relaciones, negocios, educación deseada, compromiso, búsqueda de trabajo, tener hijos o no, obviamente, todo eso es tomar partido, el que le interesa a cada uno en determinados momentos, en circunstancias necesarias, determinadas, interdependientes de nuestras voluntades.

La natalidad y la mortalidad infantil son aspectos específicos de la gestión pública que están vinculados o reflejan elecciones, opciones personales. La regulación del aborto, el mantenimiento o la expansión de statu quo legales son decisiones políticas – la utilización (o no) de un referéndum de una PEC para modificar la Constitución Federal de 1988, en este aspecto y en otros del espacio vital, es, igualmente, una decisión política que incurre en consecuencias políticas. Es decir, todo esto apunta a la cosmovisión que tenemos y que monitorea el lado que tomamos en estas situaciones, como individuos y como sociedad.

Si anunciamos que las niñas visten de rosa y los niños solo de azul, estamos tomando partido, el lado de una norma conservadora y reaccionaria para la práctica del control social. Si exigimos que la clase obrera tenga garantizado el acceso a la educación pública, pero para adquirir conocimientos técnicos, tomamos partido. Sin embargo, si por el contrario abogamos por la diversidad social y el acceso a contenidos de calidad en las escuelas públicas, como requisito previo para la formación de una ciudadanía consciente, tomamos partido.

Tomamos partido cuando optamos por la escuela militar y la educación religiosa o financiera –para jóvenes que sólo tienen como fuente de alimentación la merienda escolar–, y sin la menor noción de lo que es la pacificación social, sin ofrecer educación sexual. Aún sabiendo que cientos, miles de niñas y adolescentes quedan embarazadas sin cuidados, sin condiciones estructurales para ser madres, insistimos en la misma fiesta. Y aunque mueran en abortos clandestinos...

Nos posicionamos cuando, en este llamado liceo “nuevo”, sustituimos el portugués y las matemáticas por “senderos que llevan a descubrir 'lo que pasa por ahí'”. Algunos todavía se preguntan, ¿por qué la sociología y la filosofía?

Tomamos partido cuando desviamos, sobrevaloramos, millones de reales en la adquisición de kits de robótica; tomamos partido cuando robotizamos a los estudiantes.

En esta misma línea, si luchamos para que la clase obrera sea su propia vocera, formando sus intelectuales orgánicos – unificando la Homo sapiens con faber gay en posiciones de clase social-, como quería Antonio Gramsci (2000), entonces, nos pusimos del lado de la emancipación de la clase obrera.

Tomamos partido como humanidad, como seres sociales que nos hemos desmarcado de las determinaciones de la naturaleza, precisamente porque provocamos inflexiones políticas en todas las dimensiones de nuestro “ser social”. La elección de tener (o no) la forma de Estado determina lo que será un determinado grupo social, y es claramente una decisión política del grupo o de sus líderes, como enseña la antropología política (BALANDIER, 1969).

O, en otras palabras, somos animales políticos; nuestra sociabilidad nace del “hacer política”, es decir, de la toma de decisiones, y de las influencias/consecuencias que se transmiten a los demás.

Como decíamos, la elección del objeto de investigación, su tratamiento y cómo desarrollarlo, en sí mismo, ya remiten a la toma de decisiones a priori. El “a priori técnico es un a priori político”, nos diría Herbert Marcuse,[i] tanto como “la lucha por la ciencia es una lucha armada”, en palabras de Pierre Bourdieu (2004).

Por tanto, hay un gravísimo error conceptual y metodológico en el mero supuesto de que la elección por la ciencia, por el saber, por la educación, puedan ser actos no determinados por efectos externos a la condición misma de su agente.

Por supuesto, resistir la presión también es el resultado de tomar partido (o no). Si el mercado es altamente competitivo y premia la producción acelerada y acumulada, participar (o no) en este juego de patentes depende de cada individuo: muchos de ellos entran por desconocimiento de esta lógica mercantil, muchas veces de las condiciones objetivas que definen sus áreas de actividad o, simplemente, porque anhelan participar en este juego –que no está exento de ser un juego de poder, muchas veces brutal y embrutecedor.

Por lo tanto, resistir estas presiones significa tomar partido, recordando que, cualquiera que sea el lado que tome, en estas situaciones, existen costos y beneficios, efectos y responsabilidades inherentes.

Cualquiera que se decida por el camino de la ciencia, del conocimiento, de la educación, sólo porque ha aceptado este rumbo para su vida, ya ha tomado partido. Aquí se tomó partido contra el oscurantismo, el negacionismo, las ideologías dominantes en la mayoría (o en todos) los discursos apologéticos, como los que defienden la tierra plana, la no vacunación, el negacionismo, la resignación irracional ante cualquier supuesto destino.

Por lo tanto, adoptar la ciencia, el camino del conocimiento, la educación que se pone del lado de la libertad, la autonomía, la inclusión, que denuncia el capacitismo elitista (discursos de la meritocracia), frente a realidades absolutamente desiguales y opresivas (para el lado débil de la ecuación social), todo eso es evidentemente una toma de decisiones, del lado de la elucidación, de la búsqueda de conciencia, para el mantenimiento de la inteligencia social y su racionalidad.

Decíamos que no hay neutralidad frente a los hechos y eso es correcto, al fin y al cabo, la negativa, el escapismo frente a la obligación de actuar, por ejemplo, implican e inciden en la omisión –y la omisión puede incluso configurarse como delito.

No hay delito de enajenación -a menos que se piense en un Estado de partido único-, pero sí hay delito de lesa patria para quien invierte contra la vacunación pública, la democracia, los derechos humanos, contra los pobres, los negros y los oprimidos.

Queda aún una tesis por evaluar, que la Constitución Federal de 1988 sustenta el Derecho a la conciencia, especialmente en el capítulo dedicado a la educación, además de cuando enumera los principios que nos rigen constitucionalmente, como el pluralismo, la diversidad, la teleología, el derecho mismo a tener derechos en el Estado ambiental del siglo XXI, el proceso civilizatorio, los paradigmas de la inclusión, de la elucidación social como resultado de la emancipación a través del conocimiento; además del respeto y la obediencia plena a la dignidad humana.

Además, y hay mucho más, en este resumen podemos pensar que todo y todos los que niegan el derecho a la conciencia adoptan el camino antipopular, antidemocrático, jugando en contra de la más mínima idea de ciudadanía ampliada por el acceso al conocimiento, la educación y el alcance de la ciencia.

Pues defender este derecho a la conciencia es el partido que estamos tomando en este momento, defendiéndolo como soporte del civismo, de la inteligencia social mediada por individuos activos, ya que somos seres sociales en articulación con las diversas autonomías, animales políticos conscientes de “hacer política”, y como soporte íntimo de cada uno de los que estamos reunidos en busca de la convivencia democrática y del saber que nos agrega y transforma como seres en formación, en progreso, para conocernos un poco más.

Como diría Max Weber (1979), tomé el camino de una vocación por la política, de vivir para la política – y no de la política; así hice o programé la vocación de la República, del espacio público vital.

Este es el lado que tomo todos los días tan pronto como me despierto, y es el último lado que tomo cuando me voy a dormir.

*Vinicio Carrilho Martínez Es profesor del Departamento de Educación de la UFSCar.

Referencias


BALANDIER, Georges. Antropología Política. São Paulo: Difusión Europea del Libro y Editorial de la Universidad de São Paulo, 1969.

BOURDIEU, Pierre. Los usos sociales de la ciencia: hacia una sociología clínica del campo científico. São Paulo: Editora UNESP, 2004.

GRAMSCI, Antonio. COUTINHO, Carlos Nelson (Org.). Cuadernos de prisiones. Río de Janeiro: Civilização Brasileira, 2000.

MARCUS, Herbert. Tecnología, guerra y fascismo: colección de artículos de Herbert Marcuse. São Paulo: Editora da UNESP, 1999.

WEBER, MÁX. Ensayos de sociología. Río de Janeiro: Zahar Editores, 1979.

Nota


[i] “La máquina adorada ya no es materia muerta, sino que se convierte en algo parecido a un ser humano […] El comportamiento racional se identifica con la factualidad que predica la sumisión razonable […] Pero esta 'interiorización' de la coerción y la autoridad ha reforzado, más que atenuado, los mecanismos de control social […] El carácter objetivo e impersonal de la racionalidad tecnológica dota a los grupos burocráticos de la dignidad universal de la razón […] Para tales individuos la sociedad aparece como una entidad objetiva […] es Himmler, Göring o Ley, pero la Gestapo, la ' armas de aire', el frente de trabajo” (MARCUSE, 1999, p. 81-119).


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