Por un diccionario crítico del neoliberalismo

Imagen: Suzy Hazelwood
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por JUAREZ GUIMARIES*

Para comenzar a superar el neoliberalismo, es necesario desafiar abiertamente su narrativa, romper con su lenguaje y formar un nuevo diccionario de emancipación.

Si para Karl Marx el lenguaje es una forma de “conciencia práctica”, la forma en que los pensamientos se manifiestan en la vida social, es en Antonio Gramsci donde la relación entre emancipación y lenguaje se desarrollará más plenamente en relación con el concepto de hegemonía. Visto así, leer un diccionario de marxismo es un placer: ahí están, como expresión de crítica al capitalismo ya la praxis socialista, palabras, relaciones, figuras de expresión, imaginaciones, metáforas de otra civilización posible.

Este es también el caso del neoliberalismo: leer su diccionario es tomar conciencia de las formas de dominación y explotación del capitalismo contemporáneo. Hoy, este diccionario forma un sentido común de la época: después de cuatro décadas de dominación, el lenguaje del neoliberalismo está en cada poro de la vida social, legitimando, naturalizando, seduciendo cuerpos y mentes y dando sentido a todo un orden de dominación. Como conciencia práctica, como referencia a cómo son o deberían ser las cosas, este lenguaje busca involucrar incluso a quienes se presentan como sus opositores o críticos.

Los intelectuales de la lingüística y la educación, en particular, ya han realizado interesantes estudios sobre el lenguaje del neoliberalismo, como el libro de Marnie Halborow, Lenguaje y neoliberalismo (2015), y el ensayo Explorando lenguajes, discursos e identidades neoliberales, de Christian Chun (2016). Aquí nos interesa principalmente destacar tres dimensiones centrales del lenguaje de la dominación neoliberal.

La primera dimensión es la fuerte economía del lenguaje general. Como tiene su epicentro en la apología de la vida mercantil, el vocabulario del neoliberalismo generaliza a otros ámbitos de la vida social -e incluso a la formación de identidades y subjetividades- las expresiones propias y corporativas del negocio de la acumulación de capital, en particular en su aspecto financiero. No se trata, por tanto, de un “liberalismo económico”, es decir, de un circuito de un lenguaje cerrado y especializado hecho por y para los capitalistas. Es exactamente lo contrario: muy cercano a las más avanzadas formas de comunicación en permanente proceso de transformación, a los eslóganes, a las marcas, a las imágenes, este lenguaje es metafóricamente expansivo: ¡hasta el propio ser es ahora un “capital humano”!

La segunda dimensión es el movimiento universal hacia la anglicización de las lenguas nacionales. En su gran narrativa histórica neoliberal de la formación de la libertad, encuentra su apogeo civilizador en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX y en los Estados Unidos en los siglos XX y XXI. Nunca, en toda su historia, la lengua y la cultura de los brasileños estuvieron tan fuertemente marcadas por la presión del inglés, sus expresiones, su popularización. Si durante mucho tiempo ha existido el cosmopolitismo de los ricos, ahora existe masivamente un “cosmopolitismo de los pobres”, como tan acertadamente lo denominó Silviano Santiago. Incluso las casas comerciales populares anuncian “ventas"precios"off.

Una tercera dimensión radica en el carácter pasivo atribuido al individuo en los engranajes del mercado que domina cada vez más ámbitos de la vida social y de las propias relaciones humanas. En la imagen utilizada por Friedrich Hayek, el mercado sería un cosmos, autorregulado por sus propios dinamismos y fuerzas, inaccesible al conocimiento y a la propia voluntad colectivamente formada, que se presenta al individuo en su aventura de autorrealización.

Si un Estado fuerte se concibe como garante de las reglas de funcionamiento de este mercado –derechos de propiedad, garantía de los contratos, regulación de la estabilidad de la moneda– no puede pretender establecer el mínimo de planificación democrática de la economía. Por muy activo que sea el individuo inserto en este cosmos de mercado, al final es un peón sometido a fuerzas que no controla. El lenguaje del neoliberalismo se cierra a la ciudadanía activa ya las voluntades colectivas democráticamente formadas.

 

naturalizaciones

Una palabra clave que forma parte del lenguaje general del neoliberalismo, aunque tiene un origen anterior en la cultura occidental (ver la Escuela de Élites, formada a fines del siglo XIX como reacción al republicanismo democrático, el socialismo democrático y la soberanía popular) es “ élites”. En su sentido original, expresó el veredicto de que las “masas” nunca podrían autodeterminarse, con el poder circulando siempre entre las “élites”. Ahora bien, el centro del ataque del neoliberalismo a la democracia es precisamente la soberanía popular: es necesario contenerla, neutralizarla o incluso eliminarla para que el mercado funcione plenamente. De ahí el uso generalizado del término “élites” en el vocabulario actual.

En su ambigüedad, élite es una palabra positiva, pero puede designar de forma genérica y acusadora a los de arriba, a los ricos, a los poderosos, a los privilegiados. Es en este sentido crítico genérico que la palabra ha frecuentado una cultura de denuncia de la desigualdad, como en los trabajos recientes de Jessé de Souza, quien ciertamente la utiliza desde su trasfondo weberiano, un liberal que actualizó el uso del término en su política. sociología de la dominación término “élites”.

¿Qué se pierde cuando los socialistas democráticos usan el término “élite”? Primero, la crítica clasista al capitalismo, que se diluye e indetermina en un término que puede aplicarse, por ejemplo, a las clases medias oa los líderes de los partidos políticos. También pierde su capacidad de análisis, al no diferenciar las distintas fracciones de las clases dominantes, sus contradicciones, en un momento de claro dominio del capital financiero. Y, finalmente, el lenguaje democrático del socialismo, que tiene en su centro el concepto de soberanía popular y autogobierno de los trabajadores.

Otra expresión ubicua en el lenguaje general del neoliberalismo, pero que también frecuenta las expresiones de izquierda, es el “libre mercado”. El neoliberalismo no es, como suele decirse, una ideología de “libre mercado” sin “intervención estatal”. Toda la crítica de la economía política de Karl Marx se centra en su crítica de la idea de que el mercado capitalista no era un lugar de "contratación libre". El capital, para Marx, es dueño de la “esclavitud asalariada”, expresión que tiene un origen anterior, en la lucha de los artesanos independientes contra la introducción de una nueva relación salarial. Como ya advertía Antonio Gramsci, en el prisión cuadernos, el llamado “libre mercado” liberal es también una forma de regulación, negándose a pensar el mercado como un resultado espontáneo de la interacción de los individuos.

Hay en Friedrich Hayek el interesante pensamiento de que los sufrimientos de las personas causan menos indignación cuando no pueden ser atribuidos a determinados poderes o grupos, sino a hechos que tienen la impronta de la impersonalidad, pertenecen a un dinamismo que se acerca a los hechos de la naturaleza. El mercado, concebido apologéticamente como el sitio de coordinación óptima de las interacciones de los individuos en la economía, es así una fuerza impersonal.

Es interesante que en su proceso de formación, el neoliberalismo abandonó paulatinamente la idea de la necesidad de regular los monopolios (tal como aparecía en la primera tradición alemana del neoliberalismo, denominada ordoliberalismo) y, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, había ya construyó un lenguaje para combatir la tradición antimonopolio formada en el New Deal Norteamericano. Los monopolios, según la escuela neoliberal de Chicago, traerían beneficios de innovación y eficiencia, con su poder diluido en el mercado mundial. Solo los monopolios estatales deben ser criticados como un signo de ineficiencia, corrupción y una amenaza a la libertad.

En los lenguajes recientes del neoliberalismo, las grandes empresas y corporaciones son vistas como ciudadanos de derecho, como guardianes del orden mercantil frente a las leyes y acciones del Estado que lesionan sus intereses, incluso manifestando sentimientos y emociones como los de una persona. “El mercado está nervioso”, “el mercado está confiado”, “el mercado aplaudió”!

Estos dos ejemplos de cómo el lenguaje general del neoliberalismo moldea incluso los discursos de quienes se le oponen sirven como introducción a un desafío central: es necesario recrear un nuevo lenguaje de emancipación. Está en la tradición viva del marxismo, en la conciencia de clase de los trabajadores y en los nuevos movimientos sociales anticapitalistas.

*Juárez Guimaraes es profesor de ciencia política en la UFMG. Autor, entre otros libros, de Democracia y marxismo: crítica a la razón liberal (Chamán).

Para acceder al primer artículo de la serie haga clic en https://dpp.cce.myftpupload.com/por-uma-teoria-critica-do-neoliberalismo/

 

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