por EUGENIO BUCCI*
Sí, es posible confiar. Críticamente, es posible confiar. Si la sociedad sabe que no es un actor de reparto, sino un protagonista
Esperanza no es una buena palabra, y tal vez no sea un buen sentimiento. El educador Paulo Freire solía decir que prefería el verbo “esperar” al sustantivo “esperanza”, que tiene ahí su lógica. El verbo es acto, no mera sensación. “Esperar” no es esperar en el camino, con resignación, sino actuar para cambiar el camino: una actividad, no una pasividad.
En el siglo XVII ya lo había advertido el filósofo Baruch de Spinoza. En su Ética, la esperanza aparece como la contrapartida del miedo: un mal afecto que, como el miedo, debilita el espíritu. En un resumen apresurado, Spinoza decía que, así como el miedo rebaja la voluntad de actuar, al intimidar y confinar al sujeto, la esperanza hace innecesaria la acción, al embriagar al sujeto con la muchedumbre un tanto supersticiosa de que todo saldrá bien.
Definitivamente, no es con esperanza que debamos brindar por el 2023. Confianza es quizás la palabra adecuada. El país tiene una posibilidad real de enderezarse, no porque tenga una esperanza incorregible, sino porque los ciudadanos, que han trabajado políticamente para revertir el auge del autoritarismo, no lo dejarán pasar. “Confiar” se ha convertido para nosotros en un verbo político, una acción que brota de la militancia democrática y conduce al compromiso público.
La confianza no se traduce en sumisión incondicional, en dar un “cheque en blanco” a nadie. La confianza no es decir “amén” a un supuesto “mito” – oa un mitómano. Más bien es una postura racional: es saber que la palabra asegurada sólo define acciones colectivas cuando se fundamenta en hechos. Significa rechazar la mentira como gramática y rechazar la negación elevada a razón de Estado. La confianza es lo contrario del fanatismo: es confiar en la democracia, no en los salvadores de la Patria. La confianza que cuenta vive en la relación, en el diálogo entre iguales, en el debate abierto, y sólo es válida cuando se comparte; si es unilateral, se pierde. Si no movilizas a la sociedad, se desvanecerá en el aire.
Está claro que el año 2023 será duro. Tenemos cuellos de botella en educación, salud, comunicación pública. Las perspectivas económicas no alientan pronósticos optimistas. Ahí está el centro, más allá de todo. Y todavía está el grupo que ruega de rodillas por un golpe militar, por no hablar de los que proyectan y financian el terrorismo, como aquel plan de atentado con bomba en Brasilia para provocar el caos y fomentar un golpe de Estado. ¡Qué loco! Hay quienes se creen patriotas inflamados, pero no son más que idiotas inflamables.
Para tan grandes desafíos, el nuevo gobierno tendrá que estar a la altura de la confianza y, al menos hasta ahora, nadie sabe si prevalecerá el discernimiento, la prudencia, la grandeza y la sabiduría. No será nada fácil. Aun así, tenemos elementos objetivos para confiar en que 2023 será mejor, en todos los aspectos, que 2022, 2021, 2020 y 2019 juntos. Y tú, sin importar por quién hayas votado, sabes que 2023 realmente puede ser mejor. Tu sabes que es verdad.
La palabra “verdad” no nos llega por casualidad. Será nuestra prueba de nueve. No es una verdad épica, visionaria o epifánica, sino simplemente la que definió Hannah Arendt: la verdad de los hechos. Sólo ella, la que cualquier ciudadano reconoce como propia. No más gobernantes que manipulan datos de vacunación, deforestación, encuestas electrónicas y cracks. Basta de fanatismos parlantes. Que entren en escena agentes públicos que no vandalicen la ciencia, el saber, la historia, la justicia y los hechos. Que salgan del campo los que detonan bombas simbólicas, todos los días, en los cimientos del edificio de la razón.
La verdad que necesitamos, como la confianza que aprendemos a cultivar, no tiene nada que ver con el dogma religioso. Las “verdades” bíblicas en los cargos públicos y en las plataformas electorales ya han producido demasiado daño. El descaro con el que los mentirosos invocan la fe (que ellos mismos no tienen) solo sirvió para dejar aún más claro que, en los tiempos modernos, el uso de la religión en la política sólo interesa a los engañadores. Que la fusión entre iglesias, partidos políticos y estaciones de radio y televisión disminuya, o comience a disminuir.
Además, no se puede entender cómo un representante que se declara religioso pueda, a propósito, pagar por la difusión de mentiras tan demoledoras como las que desacreditaron la vacuna. Los falsos mesías desafían, diariamente, al menos dos de los mandamientos de Moisés: el tercero (“no invoques el nombre de Dios en vano”) y el noveno (“no des falso testimonio”). ¿Cómo se explica esto? ¿Consideran Diez Mandamientos una forma de censura? ¿No saben que la verdad es un pilar de toda ética, en cualquier momento?
Ahora llega. Deja el Nochevieja. Que los días del uso del poder de la República para difundir “falsos testimonios” sobre todos los temas estén contados. Sí, es posible confiar. Críticamente, es posible confiar. Si la sociedad sabe que no es un actor de reparto, sino un protagonista, si confía en sí misma, este verbo vengará y nos vengará. La confianza nos ayudará. Verdadero feliz año nuevo.
*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de La superindustria de lo imaginario (auténtico).
Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo.
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