por ALBERTO HANDFAS & EVERALDO DE OLIVEIRA ANDRADE*
La Asamblea Constituyente de 1988 nació de la transición conservadora acordada por las élites
La defensa de la educación superior, la investigación, la extensión, la cultura y la ciencia ha sido siempre un gran desafío en un país que nunca ha superado el subdesarrollo. Pero en la actual y difícil trampa en la que fue emboscado Brasil, el desafío se vio agravado por obstáculos legales e institucionales adicionales impuestos especialmente después del golpe de 2016. Estos son obstáculos que sofocarán la acción de cualquier gobierno que gane las elecciones. Superarlos requiere un camino de ruptura democrática para que un futuro gobierno progresista tenga las condiciones mínimas para implementar un programa que recupere la Universidad y la educación pública en Brasil.
Los movimientos sociales, sindicales y democráticos -que incluyen amplios sectores de la comunidad universitaria y científica- deben retomar la lucha en todo el país para derrotar, ahora electoralmente, a Bolsonaro y sus políticas. ¡Y la forma de hacerlo es la participación total en la campaña para elegir presidente a Lula!
Es necesario reconocer, sin embargo, que el Lula electo enfrentará enormes obstáculos (mayores que los encontrados en 2002), incluso constitucionales, para revertir todo el daño causado en los últimos años, además de garantizar la transformación del país hacia la conquista de la soberanía nacional, la justicia social y el desarrollo – de los cuales la universidad pública, libre, autónoma y socialmente referenciada es parte integrante y esencial. Parte de estos obstáculos ya existían en 2002. Frustraron la implementación de reformas estructurales, a pesar de los avances logrados en los gobiernos del PT, y terminaron desembocando en el golpe de Estado de 2016, antisocial y antinacional que comenzó a implementarse en el “Puente a la Tierra” de Temer. Futuro” y profundizado con las “boiadas” pasadas por Jair Bolsonaro y su Centrão.
La Asamblea Constituyente de 1988
Pero el problema viene de lejos. La Carta de 1988, a pesar de los derechos económicos y sociales consagrados formalmente en varios de sus artículos, mantuvo intactos, en los capítulos de la organización del poder del Estado, las instituciones reaccionarias, corruptas, antidemocráticas, guardianas históricas de los intereses de las oligarquías, de el latifundio, del financiero rentista y del gran capital, incluido el capital internacional. Son instituciones especializadas en la opresión del pueblo, especialmente de los pobres y negros, en un país con élites que nunca han superado su pasado atávico esclavista, autoritario, violento y colonizador.
Después de todo, recordemos, precisamente por eso el grupo parlamentario del PT votó en contra de la Constitución de 88, declaró su voto a través de su líder, Lula – aunque firmando su texto, obviamente, por haber participado en el proceso (Revista Perseo, PAG. 184-5).
La Asamblea Constituyente de 1988 nació de la transición conservadora acordada por las élites, quienes acordaron poner fin a la dictadura a condición de que el proceso fuera controlado y seguro para sus intereses. Las reglas de la constituyente fueron impuestas y protegidas por las propias instituciones de la dictadura, aún intactas. La Carta fue así redactada por los propios diputados y senadores (elegidos, por cierto, por las mismas reglas casuísticas y antidemocráticas existentes anteriormente), con una amplia mayoría conservadora, fisiológica y oligárquica – dominada por el “Centrão” en ese momento.
Si esta mayoría reaccionaria aceptó varias enmiendas populares que respondían, al menos formalmente, a demandas sociales (resultado de la presión de las luchas callejeras de los años 1980), sólo lo hizo porque sabía que garantizaría, con mano de hierro, la preservación de la organización del poder del Estado, que nunca fue realmente democrático en nuestro país. En los capítulos del orden del poder se conservaron todas las instituciones amoldadas a los intereses de las clases dominantes, para seguir siendo utilizadas como sus instrumentos históricos privados de control sobre el pueblo y contra él.
Por ejemplo, se mantuvo el monopolio de los medios de comunicación, la intervención de las Fuerzas Armadas –el infame artículo 142–, incluyendo la policía militar y el aparato represivo (arts. 143 y 144). Se garantizaron todos los instrumentos para la preservación del latifundio en el campo, así como el sistema de Justicia elitista, podrido y golpista que tan bien conocemos. También se mantuvo la estructura político-partidista, con un sistema electoral manipulado por el poder económico y mediático: el voto de los votantes de los estados más urbanizados y populosos vale mucho menos que el de los representantes de los rincones rurales; las candidaturas no son programáticas de lista, sino personales (uninominales) [i] y con financiamiento de campaña multimillonario.
Todo ello aseguró la perpetuación de la mayoría oligárquica, conservadora y fisiológica, que se divide en el Congreso, su mostrador empresarial, entre las “bancas BBB”: Bala, Boi, Bible, además de la de Banqueros y Media (muy endémica y ecuménico). La izquierda, aglutinando a todas las asociaciones vinculadas a los movimientos sociales (PT, Psol, PCdoB, sectores progresistas del PDT, PSB, etc.), a pesar de ser mucho más representativa entre las masas populares, nunca logró obtener más del 20% de la Cámara (y bueno excepto el Senado). Y ni siquiera podrá, si tales reglas no se modifican y democratizan profundamente.
Las demandas sociales nunca se implementaron por completo
Una vez preservadas las instituciones reaccionarias que, al fin y al cabo, eran responsables de la implementación de los lineamientos constitucionales, parte de las conquistas sociales consagradas en la Carta de 88 nunca pudieron realmente despegar. Otra parte, si salió, lo hizo de forma limitada y sesgada. Las leyes reglamentarias para implementar tales logros nunca fueron aprobadas o terminaron limitando su alcance.
Por tanto, aunque sean formalmente obligaciones constitucionales, las banderas sociales y democráticas -como la Educación o la Salud (SUS), públicas, gratuitas, universales y de calidad, las Reformas Agraria y Urbana (garantía de la “función social de la propiedad”) – hasta la fecha no se han realizado, ni mucho menos, en su totalidad. Por eso, otro ejemplo, buena parte de los fondos constitucionales de la Seguridad Social (aportes del Estado a las rentas de la Seguridad Social, garantizados en los artículos 194 y 195) nunca han sido destinados, desde la promulgación de la Constitución en 1988 (FAGNANI, pp. 19-20). Por ello, otras reformas estructurales, como las que garantizarían la progresividad fiscal o la soberanía nacional –escritas formalmente en la Carta– no despegaron. Por lo tanto, nos mantenemos entre los campeones mundiales en desigualdad de ingresos y regresión fiscal.
Ni siquiera las garantías democráticas previstas en la Constitución son respetadas, y mucho menos cuidadas, por dichas instituciones. El STF, el Poder Judicial, el TSE, el Ministerio Público, el Congreso (ni hablar de las FFAA) actúan descaradamente como zorros cuidando el gallinero. Fue, de hecho, lo que presenciamos en el golpe de Estado de 2016, en la farsa Lava Jato o en la condena penal sin pruebas y posterior encarcelamiento político de Lula, una parte neurálgica de la manipulación electoral que acabó llevando a un criminal y su banda a la presidencia de la República. Tal actitud está en el ADN de estas instituciones que, desde el Brasil colonial, siempre han cumplido este papel. Fueron ellos, por poner sólo dos ejemplos, quienes avalaron el envío de Olga Benário embarazada a la Gestapo, o el propio golpe de Estado de 1964.
120 enmiendas constitucionales
La preservación en la Constitución de las instituciones reaccionarias, heredadas del período anterior al 88, fue fundamental para la burguesía, no sólo para mantener sus riendas del poder y para (permitirse el lujo de) evitar la implementación (plena, al menos) de logros sociales y personas inscritas en la Carta. Tal preservación fue también fundamental para sustraer por completo gran parte de estos derechos sociales de la propia Constitución, neutralizando e incluso anulando logros producidos por el enorme esfuerzo de las luchas populares.
Poco después de la promulgación de la Constitución, varios de los derechos sociales y económicos comenzaron a ser borrados de ella a través de las reformas constitucionales (CE) propuestas por gobiernos y legislaturas parlamentarias -especialmente en los períodos FHC y posgolpe de 2016- que han sido aprobadas. La gran mayoría de ellos son regresivos, eliminan derechos y garantías sociales o son contrarios a la soberanía nacional.[ii]. La siguiente tabla muestra solo algunos ejemplos más relevantes de tales CE.
Educación, Universidad y recortes presupuestarios
Las universidades públicas en general se han convertido en un foco de resistencia y movilización desde el golpe de Estado de 2016. Pero esto no ha frenado el avance no solo de profundos recortes en el financiamiento y financiación de la investigación -que hoy amenaza directamente al sistema nacional de investigación en el país-, sino el desguace y destrucción de la infraestructura conquistada hasta ese momento. Es un proyecto de profunda subordinación de la nación brasileña, de enajenación de nuestro pueblo a las grandes corporaciones del mercado, de inviabilidad de la ciencia nacional y de degradación de nuestras auténticas y originales formas de expresión cultural.
Las diversas CE que separan los ingresos del gasto social han llevado a la reducción de los límites mínimos constitucionales para la Educación, lo que permite a los gobiernos reducir los fondos por debajo de dichos límites a merced de las demandas del mercado financiero. Esto es una afrenta al principio básico del desarrollo nacional, que presupone recursos estables al menos para Educación y Salud, independientemente de la fase del ciclo económico.
EC-95 es la última y más perversa de tales retiradas. Ella, en nombre de congelar el gasto público durante 20 años para realizar el ajuste fiscal (austericidio) y el pago de los intereses de la deuda rentista, desvinculó los ingresos (impuestos) que la Constitución obligaba a destinar a Salud y Educación.
El gasto mínimo en Educación quedó así congelado en el monto de 2017, que era el mínimo constitucional que el gobierno (Temer) debía cumplir (antes de la PEC): 18% de los Ingresos Netos de la Unión. A medida que la recesión (2015-17) alcanzó su punto máximo en ese año, los ingresos netos (y, por lo tanto, ese 18 %) ya eran bastante bajos. Durante los próximos 20 años, dado que EC-95 evita cualquier aumento real en el gasto y que el PIB y la recaudación de impuestos crecerán de forma natural, la cantidad mínima obligatoria para Educación disminuirá como proporción de los ingresos fiscales. Las proyecciones conservadoras apuntan a que se reducirá del 18 % al 11 % para 2037 (DWEK et al, p. 33).
Esto implica una enorme caída en el gasto educativo en relación con la población (creciente) y el PIB. Para colmo, hay una parte considerable del gasto federal en mantenimiento y desarrollo de la educación que en 2017 quedó fuera del piso; por lo tanto, puede reducirse aún más en los años siguientes (ídem, 32).
Este “Tope de Gastos” no solo impedirá nuevas inversiones (construcción y mantenimiento de edificios y laboratorios, o adquisición de equipos) por parte de universidades y escuelas públicas. Condenará el propio funcionamiento de dichos establecimientos, incluido el pago de las facturas de luz, agua, limpieza o seguridad. Los reajustes en los salarios de profesores y técnicos (ya muy desfasados) son inviables, por no hablar de los imprescindibles nuevos concursos. En conjunto, la asignación actual (2022) en el Presupuesto Federal para la Educación Superior es un tercio inferior a su valor de 2015.
Autonomía universitaria y democracia
La autonomía universitaria se inscribe y sólo se hará viable en el marco general de la democracia y la soberanía nacional. Con la democracia en jaque, en la coyuntura actual de amenazas cotidianas a las conquistas y libertades democráticas, se abren posibilidades y precedentes de injerencias externas en el funcionamiento de las instituciones: nombramientos ilegítimos (o incluso ilegales), como el nombramiento de decanos y gerentes, ataques sobre la libertad académica y científica, o la persecución y hostigamiento tendientes a desvirtuar los presupuestos de la vida universitaria. Y sin universidades libres, democráticas y autónomas, no es posible dialogar con la sociedad, absorber las demandas de la nación en materia de ciencia, conocimiento, profundización cultural para que pueda generar y brindar los aportes centrales, estratégicos y fundamentales al desarrollo económico y social que la gran mayoría de la población espera. No debemos olvidar el famoso movimiento por la autonomía de las universidades, nacido en Córdoba, Argentina en 1918, y que fue expresión de esta lucha por la soberanía y la democracia de las naciones de América Latina y que sigue vigente.
Además de los CE regresivos aprobados en los últimos años, el dominio reaccionario del Congreso y otras instituciones estatales llevó a la composición de un marco legal frágil (o incluso desfavorable) a la democracia y la autonomía y al financiamiento de las universidades públicas. La LDB, por ejemplo, no garantiza el pleno respeto de los procesos electorales internos. Además, especialmente después del golpe de Estado de 2016, la acción arbitraria, irrespetuosa del debido proceso legal y reaccionariamente politizada por los órganos de Justicia, fue abierta y difundida, incluso atacando la autonomía universitaria -la repugnante e injusta persecución que condujo a la trágica muerte del querido rector Cancellier (UFSC) es sólo uno de tantos ejemplos que comenzaron a multiplicarse en todo el país.
La Universidad frente a la inmovilización de la soberanía popular
Además, la imposibilidad total de aprobación por el Congreso de una Reforma Tributaria progresista perpetúa una enorme injusticia en la distribución del ingreso nacional, limitando la capacidad de financiamiento de la Educación Pública. Más aún, alimenta también la industria del fácil lucro de la Educación Privada, casi siempre irrespetuosa en el trato laboral y académico-pedagógico de su profesorado, además de profundamente intransigente frente a las inseparables misiones de docencia, investigación y extensión. Porque se desvían ingentes cantidades de fondos públicos, con indebidos incentivos fiscales y tributarios, a grandes grupos empresariales, altamente financierizados y multinacionalizados, cuyo poderoso lobby no deja de crecer.
La legislación cambiaria y la “Independencia” del Banco Central (BC) es otro grave limitante. Las leyes 14.286/2021 y LC-179/2021, ambas aprobadas en la oscuridad de la noche y sin debate público, significarán que el nuevo gobierno, elegido por voluntad popular, ya no tendrá prácticamente ningún control sobre las acciones de BC. Su presidente y directorio, designados por Bolsonaro y visceralmente vinculados a los grandes banqueros privados, ahora ganaron un mandato garantizado hasta principios de 2025 y tendrán poderes, antes solo atribuidos al Ejecutivo y al Legislativo, entre ellos permitir aperturas completas a la dolarización. de la economía y liberalización de los flujos especulativos. Así, sin mayor control sobre la autoridad monetaria y cambiaria (ahora transferida a la banca privada), el nuevo gobierno apenas contará con instrumentos de política económica, fiscal y de desarrollo. Y sin ellos, todos los programas y proyectos sociales tienden a convertirse en meras ilusiones. Qué ilusorio será también la recomposición de recursos y condiciones de trabajo de los organismos de promoción de la investigación y las universidades, su democracia y autonomía, además de la necesaria continuación de la expansión –interrumpida en el golpe de 2016– de la educación superior pública o de la formación de un nueva generación de científicos, investigadores, intelectuales de todas las áreas del conocimiento cultural y científico.
¿Por qué es necesaria una Asamblea Constituyente?
Para tener en sus manos las riendas de la política económica e implementar programas sociales que permitan recuperar y transformar la nación -y en ese contexto, salvar nuestra Universidad- el nuevo gobierno necesitará revocar todo este conjunto de decenas (quizás cientos) de leyes y CE que se impusieron desde 1988 (y particularmente desde 2016) para bloquear su acción. También tendría que enfrentarse a instituciones profundamente golpistas y antipopulares, lo cual sólo sería posible con una Reforma de las instituciones que las democratizara. Habría que aprobar una serie de otras CE y leyes que regulen lo que nunca estuvo en la Carta del 88 ni en la legislación ordinaria, pero que es necesario para garantizar las grandes Reformas estructurales: Agraria, Urbanística, Tributaria, de Medios, Fuerzas Armadas, Judicial. etc.
Pero tales tareas, mucho más que hercúleas, son imposibles en el marco del actual Congreso (con las reglas electorales vigentes) y las demás instituciones que impondrán el garrote representado, entre otros, por el infame “presidencialismo de coalición”. La mayoría parlamentaria está visceralmente en contra de cualquier reforma democratizadora que amenace sus privilegios e intereses y los de las clases dominantes con las que se compromete. La bancada pro-Lula (que une a todos los partidos progresistas) – por mucho que nos esforcemos para que crezca en estas elecciones – en ningún caso tendrá nada que se acerque a la mitad, mucho menos a los 3/5 necesarios para aprobar (o derogar) , respectivamente de billetes y ECs.
Sólo una Asamblea Nacional Constituyente, Exclusiva, Originaria y Soberana puede realizar tales tareas, incluyendo la reforma integral de las propias instituciones de poder del Estado. Asamblea que nunca existió en la historia de Brasil. Nuestras Constituciones fueron otorgadas (1822, 1891, 1937, 1967) o escritas por quienes no tenían mandato para hacerlo: los parlamentarios (elegidos por reglas previas, viciados y bajo la tutela de poderes preinstituidos) eran ( ilegítimamente y sin soberanía, por tanto) investida del poder constituyente (1946 y 1988). La constitución de 1946, por ejemplo, si bien estableció los derechos individuales, el derecho de huelga y la novedad de la estabilidad en el empleo después de diez años, manteniendo la tutela estatal sobre los sindicatos, creó nuevos obstáculos al uso de la propiedad para el bienestar social y eliminó una propuesta anterior de las constituciones de 1934 y 1937 para la nacionalización progresiva de bancos y compañías de seguros, minas y yacimientos minerales.
Fue la expresión en su momento de los intereses de la minoría, ya que más de la mitad de la población no podía votar por ser analfabeta o por dificultades de participación. Si bien la constituyente de 1988 tuvo mayor participación popular en la votación, no fue excluyente, no logró una ruptura profunda y definitiva con las instituciones autoritarias de la dictadura, limitándose a que los diputados compartieran su mandato con las tareas ordinarias de legisladores
Por tanto, los miembros de una verdadera Asamblea Constituyente, por supuesto, no pueden ser los diputados y senadores, ni cualesquiera otros dignatarios de las demás instituciones vigentes.
¿Cómo sería una verdadera Asamblea Constituyente soberana?
Lejos de pretender presentar aquí un folleto prefabricado, sugerimos las siguientes líneas generales sobre cómo se puede desarrollar una Asamblea Constituyente, a partir de experiencias históricas recientes, conscientes de que tal proceso está determinado por la propia dinámica del movimiento de masas. en su lucha y por la correlación de fuerzas en la sociedad.
Dicho esto, es natural que los integrantes de una Asamblea Constituyente sean representantes populares elegidos única y exclusivamente para este mandato específico: redactar la nueva Carta Magna, votarla por mayoría simple y promulgarla. Una vez hecho esto, terminan sus mandatos y se disuelve la Asamblea.
Siendo original, la Asamblea tendrá el poder (y el deber) de recrear (desde los orígenes) las demás instituciones y poderes del Estado: cuando termine su trabajo, permitirá convocar nuevas elecciones (parlamentarias, presidenciales, etc.) disposiciones constitucionales, que también definirán el establecimiento de las nuevas instituciones, incluidos los plazos y procedimientos transitorios.
La Asamblea será soberana en tanto sus trabajos no sufran injerencia, tutela o vigilancia de ningún tipo por parte de los demás poderes previamente establecidos (judicial, medios de comunicación, Congreso, FFAA, gran capital, etc.). Para ello, por ejemplo, la elección de la Asamblea Constituyente debe realizarse con (campañas de) financiamiento exclusivamente público, unicameral, con votación en lista-programática, proporcional (el voto de cada elector, independientemente de su estado, cuenta el mismo) y con representación de los pueblos indígenas.
Hay varias posibilidades en cuanto a cómo convocar a la Asamblea Constituyente. Pero sabemos que ninguno de ellos será fácil (dada la oposición carnal de los medios de comunicación y otros poderes) y todos requerirán de una creciente lucha popular. Lula, una vez elegido, puede presentar la propuesta y, con el apoyo de la movilización y la presión popular al inicio de su mandato, puede abrir no sólo el debate en la sociedad, sino también el camino para garantizar efectivamente su convocatoria.
¿La correlación de fuerzas permite una Asamblea Constituyente progresista?
La lucha en cuestión exige una gran movilización popular que vincule las demandas y reclamos sociales concretos y urgentes (reposición de pérdidas salariales, empleo para todos, derogación de las reformas laborales y de seguridad social, fondos para la Educación y la Salud Públicas, renacionalización de Eletrobras, retorno del monopolio y control de precios de Petrobras, desmilitarización de la policía y cese de la matanza de negros y periferias, etc.) con la necesidad de una Asamblea Constituyente que garantice su cumplimiento. Esto permitirá explicar a las amplias masas el sentido y la urgencia de una Asamblea Constituyente, así como popularizar la campaña para su convocatoria inmediata.[iii] Y, dada la situación crítica y repugnante en que se encuentra el sufrido pueblo trabajador brasileño, tal movilización es latente y totalmente factible.
Y esto no es algo nuevo, ni aislado. Movimientos similares han tenido lugar en toda América Latina, siendo el caso más reciente las poderosas movilizaciones populares en Chile. Recordando que en el pasado reciente también hubo grandes procesos similares (unos más otros menos avanzados) en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Perú, poniendo en debate el camino de la constituyente como instrumento democrático de movilización y transformación democrática estructural de las sociedades. En Francia, el candidato mayoritario de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, presentó la propuesta de Asamblea Constituyente.
La lucha ya comenzó: ¡Asamblea Constituyente con Lula!
El 2 de julio pasado acto para una “Asamblea Constituyente Soberana con el Presidente Lula” tuvo lugar en São Paulo, con más de mil presentes, activistas de movimientos sociales, jóvenes, sindicalistas y militantes del PT.[iv] El debate dentro del PT y entre la militancia de izquierda comienza a desarrollarse.
El enorme descontento popular con las agotadas y quebradas instituciones del país favoreció el estallido de una campaña por la Asamblea Constituyente. Pero, obviamente, se vería muy facilitado por el compromiso del PT, otros partidos de izquierda y movimientos sindicales y populares. Las elecciones generales de este año, por cierto, son un importante punto de apoyo. El matrimonio de las campañas Lula Presidente y Constituyente, al ayudar a señalar una salida real y factible para el pueblo, creará una simbiosis mutua que fortalecerá a ambas. Permitirá liberar y potenciar las fuerzas sociales de fondo que reclaman cambios estructurales en el país.
Y serán estas fuerzas, con Lula, las que crearán las condiciones para convocar una verdadera Asamblea Constituyente. Fuerzas que, de ponerse en marcha, deberían también cambiar considerablemente la correlación de fuerzas a favor de las clases trabajadoras, la democracia y la soberanía nacional. Esto permitirá, una vez convocada una Asamblea Constituyente, lograr enormes victorias y conquistas populares y estructurales.
*Alberto Handfas Profesor del Departamento de Economía de la UNIFESP.
*Everaldo de Oliveira Andrade Es profesor del Departamento de Historia de la USP..
Referencias
Ficha de datos: https://datafolha.folha.uol.com.br/opiniaopublica/2013/07/1304513-maioria-defende-constituinte-para-reformar-politica.shtml, 01 / 07 / 2013.
DWEK, E., OLIVEIRA, A., ROSSI, P. (Coord). Austeridad y regresión: impactos sociales de la política fiscal en Brasil. São Paulo: Fundación Friedrich Ebert, v. 1, 2018.
FAGNANI, E. (Org.). Seguridad Social: ¿Reforma para excluir? Dieese/Anpif, 2017.
“El PT y la Asamblea Constituyente: 1985-1988”. Revista Perseo, No. 6 – Año 5. págs. 184-6. Centro FPA Sérgio Buarque de Hollanda.
Notas
[i] En Brasil, el voto en las elecciones parlamentarias está en la persona del candidato (uninominal). Esto facilita la votación despolitizada y personalista, favoreciendo las candidaturas de personajes mediáticos famosos que ocultan su programa (en general favorable a la agenda reaccionaria de los monopolios mediáticos). Un claro ejemplo es el caso de Tiririca. En su campaña dijo: No tengo idea “de lo que hace un diputado. Pero vota por mí. Siendo un actor de televisión muy famoso, fue el más votado en Brasil con 1,3 millones de votos (2010). En varios países, con un sistema más democrático y politizador, la votación es por lista. El elector no vota por la persona, sino por la lista (chapa) de candidatos de partidos o coaliciones, según su plataforma programática colectiva.
[ii] Una de las pocas CE progresistas, excepción que confirma la regla, fue la que garantizó los derechos laborales a las “Domésticas”, CE-72/2013. Pero la mayor parte de sus efectos fueron anulados por la reforma laboral (2017 – 2021).
[iii] En 2003, respondiendo a las movilizaciones de junio de ese año, Dilma propuso en red nacional la convocatoria de una Asamblea Constituyente por la Reforma Política. A sus espaldas, en las horas siguientes, su diputado Temer conspiró y apuñaló la propuesta, obligando al presidente a abortarla. Es interesante notar, sin embargo, que Búsqueda de datos realizada en la misma semana señaló que el 68% de la población estaba a favor de tal medida. Desafortunadamente, ningún colegio electoral ha repetido nunca esta encuesta. Pero esto muestra el enorme potencial de una campaña de masas por una Asamblea Constituyente Popular y Soberana.
[iv] https://www.brasil247.com/blog/nao-queremos-lula-engessado-diz-vicentinho-em-ato-pela-constituinte