políticas de desconfianza

Imagen: Hamilton Grimaldi
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por RONALDO TADEU DE SOUZA*

Vladimir Lenin, Erik Olin Wright y Luis Felipe Miguel

En los últimos fines de semana hemos sido testigos de dos procesos electorales en dos de las mayores y principales democracias de Occidente. Las elecciones en Estados Unidos para presidente (vicepresidente, cámara y senado) y en Brasil para alcaldes y concejales en todo el territorio nacional marcan un contexto, cada uno en sus circunstancias, de profundas incertidumbres sobre la política en los respectivos países. No sabemos, por ejemplo, si la intransigente derecha estadounidense y Trump seguirán siendo una fuerza política efectiva, e incluso si la entrada de Biden y Harris en la Casa Blanca supondrá una época de verdadero progresismo. En el caso brasileño, por un lado, la pregunta que intriga es si la izquierda después de las elecciones municipales podrá volver a colocarse como un actor político relevante luego de su desmembramiento por la derecha nacional y su proyecto de refundación del país (de hecho, un proyecto capitalista de devastación de lo que queda del Estado brasileño de 1988), esto al menos en términos de algunos señalamientos, tendencias que aún son frágiles, etc.; por otro lado, la nueva perspectiva organizacional con mandatos colectivos, así como una serie de candidatos negros (especialmente mujeres negras) genera expectativas positivas en el marco conservador de nuestras instituciones políticas. Si tenemos muchas incertidumbres e incertidumbres sobre los escenarios postelectorales de estos dos países-continentes con matriz social esclavista, una certeza es posible. Es que en el próximo período para una perspectiva crítica, de izquierda y emancipadora, en el ámbito de la política electoral y su explicación concreta e inmediata en los Ejecutivos y, sobre todo, en la conformación de la representación política, es sugerente que estemos bajo la señal de desconfianza. Políticas de desconfianza, de sospecha (dirá Foucault), son las que se sugieren como la única certeza que, eventualmente, tenemos que cultivar.

La desconfianza atañe al aspecto de la política que se ha convertido en el único factible desde la tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama. Esta tesis fue reelaborada en las ciencias sociales (ciencia política y teoría política), la filosofía y la historia de las formas más variadas y multifacéticas; algunos más claramente como Samuel Huntington (El tercero de la democratización), otros con un horizonte más crítico, pero suscribiendo la implicación inmanente de la tesis. En este punto específico, sin mucha precisión obviamente, se encuentran nombres tan fundamentales en el debate académico y público sobre la democracia como Bernard Manin, Nádia Urbinatti, Jürgen Habermas y Pierre Rosanvallon. Aquí es necesario observar “que existe un coeficiente de fricción inherente a todo orden hegemónico”[ 1 ], de manera que se establece, en términos transversales, asimétricamente fuerza-ideas[ 2 ]. En cuanto al hacer historia y el espíritu de la época, la tesis se siguió fielmente; en el panorama político occidental, buena parte de los gobiernos siguieron el ordenamiento de la democracia organizada por los mecanismos de disputa electoral, por el procedimiento de representación y por las formalidades internas del parlamento[ 3 ]. Tomando prestada la noción de Urbinatti: la defensa democrático tiene loci y propia historia a seguir.

Nos interesa la coyuntura histórica y política actual, atenuada por la fuerza del guante de hierro a través del cual el debate público y en ocasiones académico aprehende sus problemas, desconfiando de esta narrativa y práctica. No se trata de proponer una crítica teórica y política destructiva, un rechazo inútil y a veces peligrosamente ingenuo tanto a la democracia organizada basada en las disputas electorales, la representación y el parlamento, como a los partidos, grupos y figuras que actúan o tienden a actuar, con cierto predominio, dentro de este arreglo político-institucional y político-estatal. Ocurre que si no reflexionamos (y “actuamos” para los que lo hacen –la militancia en el sentido más amplio, digamos) con miras a una estrategia de la política de la desconfianza, estamos desperdiciando, una vez más, nuestros impulsos, energías y oportunidades Si algo aprendimos de Maquiavelo: es que no siempre es posible rehacer la fortuna. Tres teóricos de diferentes momentos de la historia social, política e intelectual de la izquierda pueden leerse ejerciendo la política de la desconfianza. En sus respectivos tiempos, Lenin, Erik Olin Wright y Luís Felipe Miguel fueron artífices de la sospecha política.

Discutiendo intensamente con Kautsky sobre las condiciones para ir al socialismo, o incluso para lograr la realización concreta de las conquistas de los trabajadores, Lenin argumentará que aún asumiendo la posibilidad de la democracia en la realización de éstas, no se puede lanzar al campo del olvido la “estrechez y relatividad del parlamentarismo […]”[ 4 ], lo que entra en “flagrante contradicción [con] la igualdad formal” dificultando la realización de las más simples propuestas relativas a la mejora de la vida de los trabajadores. Es como si Lenin advirtiera que los arreglos de la “democracia” bloquean la realización misma de la democracia. Así, era (y es) necesario sospechar insistentemente del “viejo aparato […] [estado], [de] la burocracia, [de] los privilegios de la fortuna [que deambulan por los pasillos del parlamento] [y de] las relaciones [intrínsecas entre] ”[ 5 ] la élite política y los grupos de interés. (Que Schumpeter en uno de sus aforismos[ 6 ] dijo que quienes los poseían podían prescindir del partido político.) Es evidente que nadie está obligado política e intelectualmente a asegurar a Lenin (Iná Camargo Costa, quien este año publicó un libro sobre el ruso y Brecht, tiene razón al ironizar que intelectual –hoy decimos los técnicos del saber práctico– tiene terror a la revolución); sólo se sugiere que percibamos la desconfianza que expresó al debatir cuestiones de democracia como un discurso político y teórico descuidadamente ingenuo. Que los diversos mandatos colectivos, feministas y negros, políticos de izquierda que se inician en el oficio de político e intérpretes, dejen un compartimiento de sus mentes (y convicciones) vacío para que entre la sospecha crítica y nos haga reflexionar sobre las consideraciones de Lenin.

En esta pista, Erik Olin Wright en Clase, Crisis y Estado propone una interpretación que combina, por un lado, las críticas a la teoría sociológica y la revolución sobre la relación entre democracia, parlamento, representación y burocracia, y por otro, cómo desde esta condición la izquierda puede actuar políticamente. Uno ve en Olin Wright la sospecha de la acción política en el marco del estado capitalista. Los enredos institucionales y el laberinto organizacional son analizados por el sociólogo norteamericano, teniendo al agente burocrático como principal expresión efectiva. De ahí que construcciones teóricas que nos ayuden a quitarnos el polvo de la ingenua confianza –obviamente no de todos y en las circunstancias que estamos debatiendo– es fundamental para el debate político progresista. Así, entender “el problema de la burocracia”[ 7 ] tiene que estar en el horizonte de quienes se proponen llevar a cabo la “lucha [política] […]” en el contexto de la “estructura interna del Estado”[ 8 ]. Y en la primera mitad del siglo XX, varios teóricos sociales, intelectuales, sociólogos y políticos se enfrentaron en el mundo práctico con el problema de la relación de la burocracia con el parlamento (y la representación).

Fue a través de dos de ellos que Erik Olin Wright estimuló su mente creativa – y eso nos provoca desconfiar de las instancias constitutivas del Estado moderno. Wright dirá que en las intervenciones teóricas y políticas de Max Weber y Vladimir Lenin, quienes estudiaron con preocupación la burocracia y su forma de interactuar en la política frente a otras instituciones, podemos encontrar sugerentes reflexiones que incitan a nuestras sospechas críticas. Ahora bien, Olin Wright captó precisamente lo que estaba en juego en la sospecha de Weber sobre la relación organizativa entre la burocracia y el parlamento: el sociólogo alemán entendió, desde el principio Ética protestante y espíritu del capitalismo, el avance inexorable de la administración pública racional y sus “aspectos puramente técnicos”[ 9 ]. En esta medida; el resultado práctico fue o será “la impotencia del parlamento”[ 10 ]. ¿Por qué? El conocimiento específico intransferible, la rutina aburrida en el manejo de montones de documentos, la indiferencia ante la facticidad de la política y el ethos corporativo exacerbado, espíritu de cuerpo, hacen que el agente burocrático esté más “bien preparado” en la gobernabilidad del Estado moderno. Y cada vez más, dice Olin Wright (a través de Weber), la burocracia tiende a concentrar en sus manos las decisiones político-estatales. Este ejercicio monopolizado del gobierno es un “peligro creciente”[ 11 ]; según el cual “la cuestión fundamental [del] problema”[ 12 ] residía en cómo controlar la burocracia dentro del estado.

Si los políticos conservadores y liberales, de derecha, por así decirlo, que siempre están inclinados a dejar las cosas en la vida social y política como están y en cierto modo son más capaces, tienen más competencia y preparación, para hacer frente a estas circunstancias que rodean la burocracia, ¿y los nuevos sujetos y subjetividades políticas, y su perspectiva transformadora? La desconfianza política es bienvenida en el actual escenario brasileño de cierta reorganización de las fuerzas de izquierda, al menos a nivel institucional. Un discurso y una acción que se rinda sin cuestionar las condiciones de la política representativa-parlamentaria puede ser deletéreo en un futuro cercano. La sociología weberiana atemperada por la utopía real de Erik Olin Wright nos inspira sobre la sospecha política. Ya he abordado las preocupaciones de Lenin en el punto anterior. Aquí solo vale mencionar el camino abierto por Olin Wright que el teórico y político ruso no entendió 1) la burocracia como si sólo entorpeciera los negocios de la élite dominante: la administración técnica, rutinizada y especializada del Estado “es funcional por el capitalismo”[ 13 ] (ya que fortalece la máquina estatal). Y que 2) la lucha, enfatiza Lenin, no debe ser contra las instituciones representativas y el principio electivo[ 14 ] (estos son insustituibles), lo que se necesita es “rechazar” las casa matas regimentales y la colusión “inocua” del parlamento – hay que hacerlos, efectivamente, órganos de todo el pueblo. (En la parte final, Erik Olin Wright presenta algunas elaboraciones sobre las estrategias socialistas de izquierda para actuar en el estado capitalista; solo señalo su preocupación por no abandonar las calles, si no por otra razón, por el apoyo político y la organización de la izquierda en el gobierno y evitar su aislamiento[ 15 ].)

Nuestro último teórico de la sospecha, artífice de la política de desconfianza, es el politólogo Luís Felipe Miguel. el maestro de Universidad de Brasilia-UNB ha estado contribuyendo durante algún tiempo a abrir grietas en la densa niebla del establecimiento político y académico. Algunos de sus artículos, publicados en revistas científicas de la disciplina de las ciencias políticas, intentan indagar en los mecanismos de funcionamiento de la democracia liberal-representativa y de sus teóricos contemporáneos. Aquí solo pasaré por alto una de sus obras; Mecanismos de exclusión política y los límites de la democracia liberal. Felipe Miguel, un pájaro raro entre sus pares por no elogiar fácilmente la democracia liberal y la representación política -ya que no acepta la "naturalidad de la corriente principal de la ciencia política" al tratar de eso- propone un enfoque que parte de la relación entre democracia y dominación[ 16 ]. En sus términos: la reflexión política y teórica no puede dejar de dar un tratamiento detallado al “problema de la dominación”[ 17 ] De lo que nos interesa específicamente, sospecha elocuentemente tanto de la igualdad formal como de la eficacia de las instituciones representativas. Para demostrar a quienes no cuestionan los límites que la dominación impone a la democracia liberal y sus instancias de representación política, Felipe Miguel moviliza tres nociones de la teoría social crítica, a saber: la selectividad institucional (Claus Offe), el campo político (Pierre Bourdieu) y la estructura material (violencia) del Estado (Nicos Poulantzas).

Ahora bien, quienes actuarán en los próximos términos, ya sea el consejo colectivo, las feministas y negras (que ganaron mayor proyección y vida práctica), o el individuo, y aquí estamos hablando de la izquierda efectivamente, deben tener la desconfianza política de que el Estado y las instituciones representativas no sean única y exclusivamente gestoras y garantes de los planes de bienestar, hoy política pública, la contraseña mágica del reino de los cielos. Entre las “funciones del Estado”[ 18 ], dice Luís Felipe Miguel, es la “garantía de la continuidad de la acumulación capitalista y [los mecanismos] de legitimación del sistema”[ 19 ] a través de leyes, discursos, proyectos de gobierno, etc. Esto implica la limitación misma del Estado: sus acciones se vuelven selectivas. Siguiendo al politólogo de UNB, el carácter meticuloso parcial de las instituciones del Estado se fragua precisamente para reducir medidas que favorezcan la causa popular, de modo que las demandas y acciones (incluso institucionales) de “transformación social son las más comprometidas por la demanda de negociación y la producción de consensos”.[ 20 ]: dos aspectos prácticos de la selectividad. Además, la democracia representativa como campo de “lucha” exige ciertos comportamientos – en el vocabulario de Pierre Bourdieu, movilizado por Luís Felipe Miguel, el campo político quiere “adaptar las formas de […] expresión”[ 21 ] y desempeño “bajo pena de segregación”[ 22 ] por los ritos y habitus (rutinizado) del campo. En efecto, Felipe Miguel desconfía de ciertos procedimientos institucionales que se consideran naturales y fundamentalmente necesarios, digamos el establecimiento y la corriente principal de la disciplina, para el funcionamiento de la democracia. Lo que se impone, en efecto, a los grupos, partidos e individuos que quieren políticas efectivas para solucionar los problemas del pueblo (subalternos), es una “adaptación al patrón discursivo dominante”[ 23 ] por un lado, y “los efectos necesarios de la propia estructura [política], funcional para la […] reproducción y definición de los significados socialmente dominantes de la política y la acción política”[ 24 ] Por otro.

Finalmente, las sospechas de nuestro politólogo se dirigen específicamente a la propia organización estatal, vista acríticamente por los teóricos liberales, socialdemócratas y eurocomunistas. Con un enfoque poulantziano, Miguel alerta sobre “los códigos de la violencia pública organizada”[ 25 ] con un importante “sesgo de clase”[ 26 ]. Por lo tanto, quienes actuarán en los próximos años en los consejos y ejecutivos municipales de todo Brasil siempre deben desconfiar del Estado como una fuerza organizada y un poder que utiliza la violencia. Ahora; “los sectores pobres de la población, para los habitantes de las periferias, para los miembros de minorías étnicas [especialmente en una sociedad esclavista como Brasil] y, en cierta medida, también para la juventud, la materialidad [y eficacia] del Estado sigue apareciendo, sobre todo, en la forma de su aparato represivo”[ 27 ].

La izquierda atraviesa un incipiente proceso de reorganización. Fue aplastado por las fuerzas de la derecha y su plan para el capitalismo de saqueo (Robert Brenner[ 28 ]) altamente violenta, que tiene como punta de lanza al bloque bolsonarista. Pero incluso los grupos y proyectos más sólidos pueden “desmoronarse”. En las elecciones municipales de 2020 tenemos un evento decisivo, en el que la izquierda tal vez inició una nueva subjetividad (con mujeres, negros, negras feministas, políticos verdaderamente populares, LGBTQ+ y partidos queriendo ser objeto de transformación social y política). sedimentar lo que Gramsci llamó espíritu dividido con el orden actual; es sugerente mirar las políticas de desconfianza de Lenin, Erik Olin Wright y Luís Felipe Miguel.

*Ronaldo Tadeu de Souza es investigadora posdoctoral en el Departamento de Ciencias Políticas de la USP.

 

Notas


[ 1 ] Configuración Perry Anderson – Fuerza y ​​Consenso. En: Counterstrikes: selección de artículos de revisión de la nueva izquierda. Boitempo, 2006, pág. 76.

[ 2 ] En la formulación de esta construcción de Anderson dice que: “una discrepancia está incrustada en la armonía [hegemónica] que es su función instalar” (Ibidem).

[ 3 ] Hay una diferencia entre los teóricos políticos citados en este extracto.

[ 4 ] Configuración Vladímir I. Lenin – La revolución proletaria y el renegado Kautsky. Editora Ciências Humanas, 1979, p. 109.

[ 5 ] Ibidem, p. 110.

[ 6 ] Véase Joseph Alois Schumpeter – Aforismos 24. En: Richard Swedberg – Schumpeter: una biografía. Prensa de la Universidad de Princeton, 1991, pág. 201.

[ 7 ] Configuración Erik Olin Wright- Clase, Crisis y Estado. Editores Zahar, 1981, p. dieciséis.

[ 8 ] Ibid.

[ 9 ] Ibidem, p. 163.

[ 10 ] Ibid.

[ 11 ] Ibidem, p. 165.

[ 12 ] Ibid.

[ 13 ] Ibidem, p. 175.

[ 14 ] Ibidem, p. 177.

[ 15 ] Ver Ups. cit. pp 199-224.

[ 16 ] Configuración Luís Felipe Miguel - Mecanismos de Exclusión Política y los Límites de la Democracia Liberal. Nuevos Estudios Cebrap, nº 98, 2014, pág. 146.

[ 17 ] Ibid.

[ 18 ] Ibidem, p. 149.

[ 19 ] Ibid.

[ 20 ] Ibidem, p. 154.

[ 21 ] Ibidem, p. 152.

[ 22 ] Ibid.

[ 23 ] Ibidem, p. 153.

[ 24 ] Ibid.

[ 25 ] Ibíd., pág. 156. El pasaje es en realidad de Nicos Poulantzas.

[ 26 ] Ibid.

[ 27 ] Ibid.

[ 28 ] Sobre la noción de capitalismo de saqueo, véase Robert Brenner - Escalanting Plunder. Nueva revisión a la izquierda, nº 123, mayo/junio de 2020. capitalismo devastación de los derechos sociales y de las organizaciones públicas, en detrimento de los marginados del sistema, con miras a sustentar, mediante ingenierías público-estatales y leyes específicas (en el caso estadounidense, votadas por republicanos y demócratas) la liquidez del sector financiero, bancario y grandes conglomerados sacudidos desde 2008 y ahora impactados por el Covid-19, también funciona en el contexto del planteamiento de Brenner. En el caso americano del coronavirus tratado en el texto, el valor de las absorciones por parte del FED de Bonos de las corporaciones privadas y el orden de lo inimaginable y escandaloso para cualquier mente que aún pueda razonar.

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