Peronismo y antiperonismo

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por FERNANDO NOGUEIRA DE COSTA*

Un candidato surge, en Argentina, con la noción de “inmolarse por la libertad” como sentido literal de proponer la muerte como salvación

En el libro ¿Qué es el peronismo?, Alexandre Crimson distingue tres niveles de análisis para comprender las situaciones políticas. Estas tres dimensiones constitutivas se confunden. En primer lugar, están los actores políticos. En rigor, son los líderes o fuerzas capaces de liderar una situación, con su capital electoral y político, sus capacidades para influir en los acontecimientos en el corto y mediano plazo.

En un extremo, puede haber gobiernos poderosos con oposiciones dispersas. En otro escenario extremo, hay gobiernos con poco capital político y una oposición preparándose para gobernar.

En segundo lugar, de manera relativamente autónoma, está la relación de fuerzas entre los componentes sociales. En el sentido tradicional, sería la “relación de fuerzas entre clases”. Sigue siendo válido, pero no es exhaustivo, porque hoy existen varios movimientos identitarios sociales como el feminismo, los pueblos indígenas, los derechos humanos, el ambientalismo, los estudiantes, el movimiento LGBTQI, entre otros.

La capacidad de un gobierno para imponer un plan, así como la capacidad de movilización social para ampliar derechos o afrontar una determinada medida, no derivan de identidades políticas, sino de esta relación de fuerzas.

En tercer lugar, existen disputas sobre el sentido común de la población. Al mismo tiempo, son cruciales para definir las relaciones de poder para alcanzar y mantener el poder.

La dinámica política de cualquier situación histórica es el resultado del entrelazamiento de estas tres dimensiones, además de los procesos económicos y las tendencias internacionales. Así, el surgimiento del peronismo implica un cambio simultáneo en los tres: (i) en las relaciones de poder, (ii) en los sentidos comunes y (iii) en las identidades políticas.

Finalmente, cabe señalar que la relación entre los intelectuales y el peronismo ha cambiado con el tiempo. En más de setenta años, peronistas y antiperonistas han adquirido “mil caras”. Incluso con múltiples significados (y a pesar de ellos), el populismo peronista surgió en Argentina en diferentes situaciones, como el lenguaje y la identificación de un reagrupamiento opositor o de una organización gubernamental.

ahora el libro Breve historia del antipopulismo: Los intentos de domesticar la Argentina plebeya desde 1810 hasta Macri (Siglo Veintiuno) escrito por Ernesto Semán contrasta con la visión neoliberal de los críticos sistemáticos del populismo. Esta postura crítica proviene de “un pasado perpetuo”.

La obsesión de autoridades y élites políticas o religiosas con las “fuerzas oscuras” capaces de poner en riesgo la armonía de la Nación al descontrolarse y romper el equilibrio interno en busca de una mayor participación de las masas en las decisiones políticas, en la ampliación de derechos o en la distribución de la riqueza. La idea de barbarie siempre ha aparecido en el lenguaje de quienes prometen corregir estas desviaciones “populistas”.

Recientemente, Mauricio Macri fue el primer representante de las élites argentinas en ganar elecciones democráticas. Gobernó durante cuatro años (2015-2019) con una lealtad suicida a su mandato de corregir el pecado original de la política de masas con una agenda antipopulista y neoliberal.

La pregunta central de este ensayo de Ernesto Semán es cómo, en el último medio siglo, una forma específica de antipopulismo, con carga neoliberal y conservadora, prevaleció sobre el resto. Se basó en (y distorsionó) una extensa tradición de concebir formas políticas en las que los gauchos vinculados a la ganadería, los trabajadores manuales o los pobres serían incluidos en el sistema, si esta inclusión no ponía en riesgo el liderazgo de las elites.

Después de las dictaduras militares, otras críticas al populismo –y al peronismo en particular– perdieron protagonismo o relevancia en el debate nacional. Después de todo, el antipopulismo se ha convertido casi en sinónimo de parte del liberismo económico argentino (neoliberalismo).

Ernesto Semán afirma: “el 'populismo' casi nunca ha sido una identidad adoptada por ningún proyecto político, sino la combinación de una descripción, una categoría y una acusación contra formas específicas de imaginar la relación entre política y sociedad. Hoy es, sobre todo, un concepto utilizado más como arma que como categoría de análisis”.

Salvo excepciones aisladas, entre las que destaca la obra de Ernesto Laclau –donde se presenta con el significado de una legítima demanda social–, “populismo” significa ante todo “un problema por resolver”.

Además de la fuerte representación personalista – “hablar en nombre del pueblo” – todos buscaban una mejor participación de las capas sociales más desatendidas en los resultados de la modernización industrial y la economía dentro de los límites del capitalismo de posguerra. Todos respondieron a esta demanda social con instrumentos similares: (a) fuerte intervención del Estado en la economía, (b) nacionalizaciones, (c) más y mejores regulaciones laborales, (d) expansión de los beneficios sociales y económicos, (e) amplia presencia de sindicatos y (f) un control por parte del líder populista sobre el apoyo a las organizaciones políticas y sindicales.

Estos “gobiernos populistas” se formaron en torno a coaliciones multiclasistas: combinaron pragmáticamente dosis de confrontación y negociación.

En el centro ideológico del populismo latinoamericano está la noción de derechos sociales: (1) la creencia de que ciertos grupos han sido privados sistemáticamente de los beneficios económicos de la nación, (2) el gobierno, de manera compensatoria, debe proporcionar beneficios, garantías y derechos adicionales a estos grupos, (3) el reconocimiento de los derechos y cualidades individuales de sus miembros y el desempeño económico de su trabajo.

En el caso del populismo latinoamericano, estos derechos sociales fueron pensados ​​como una forma de aceptar la prominencia de los trabajadores en la sociedad y el poder de su representación sindical en la política. Se alinea con las ideas de la socialdemocracia europea.

Cinco ideas recorren este ensayo de Ernesto Semán para cuestionar esta normalidad “antipopulista”. El argumento central es que Argentina se basa en la invención de un mundo plebeyo amenazante y la promesa de la élite de defenderse de esta amenaza.

En segundo lugar, la prehistoria del antipopulismo es tan importante como su propia historia. Se organiza en torno a una idea de un pasado que se niega a desaparecer y busca obstinadamente revivir en el presente, deformándolo.

El tercer elemento es el carácter transnacional del antipopulismo como identidad política. A partir de la visión prejuiciosa que los forasteros tenían de lo que representaba Perón, se sacaron conclusiones sobre lo que no debería suceder en Argentina.

El cuarto tema, la articulación capaz de unir al populismo argentino con el mundo, es el concepto de transición. Ésta es la idea de que, en diferentes momentos, las masas necesitan algún tipo de guía para evolucionar de fuerzas sociales a sujetos políticos.

Finalmente, se enfrenta a dos paradojas. Una es que el antipopulismo se fortaleció cuando el populismo, como experiencia histórica, desapareció junto con la sociedad industrial en la que germinó. Otro, en la dirección opuesta, a partir de la década de 1980, algunos legados del populismo de posguerra se habrían combinado con la lucha social de la generación del 68 para producir el complejo derechos humanos-derechos sociales, y esta agenda identitaria se convirtió en el verdadero enemigo contemporáneo. antipopulismo.

Desde 1983, cuando terminó la dictadura argentina con la elección de Raúl Alfonsín, el antipopulismo comenzó a proclamar que la Argentina estaba contra el tiempo y el mundo. El triunfo de un consenso profundamente neoliberal sería la única actualización posible.

La reivindicación del individuo como sujeto político por excelencia y como agente económico racional capaz de progresar mediante el mérito y la razón ya no es una alquimia. Se convirtió en una agenda con medidas concretas para desbloquear a Argentina.

Mauricio Macri y su movimiento político Cambiemos ya habían encontrado un universo de empatía con Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil.

Si Estados Unidos y Brasil mostraron las formas psicopáticas de este triunfo de la alianza entre el neoliberalismo y la extrema derecha neofascista, lamentablemente también lo dejaron claro: al fin y al cabo, era posible... De ahí surge un candidato, en Argentina , con esta noción de “inmolarse por la libertad” como significado literal de proponer la muerte como salvación.

*Fernando Nogueira da Costa Es profesor titular del Instituto de Economía de la Unicamp. Autor, entre otros libros, de Brasil de los bancos (EDUSP). Elhttps://amzn.to/3r9xVNh]


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