por ARTURO NESTROVSKI*
Comentario al libro de Rubem Fonseca
Y si alguien hiciera la pregunta obvia: después de todo, ¿a quién le están hablando todas estas criaturas? ¿Es porque? Toda esta multitud de neuróticos grandes y pequeños, farsantes grandes y pequeños, envueltos en farsas propias y ajenas, sufriendo dolencias de amor y odio, a ritmo de comedia y tragedia, en el laberinto de voces de los cuentos de Rubem Fonseca, todos esa gente que no se cansa de hablar, que no se avergüenza de confesar las peores cosas... pero ¿confesar a quién?
“El mejor narrador no es más que un ventrílocuo”, dice un aspirante a autor (en “O Bordado”), luego de tatuarse en el pene el nombre completo de su novia, María Auxiliadora, mientras espera que su poesía llegue a su fin. duro. Y el lector-confidente sospecha inmediatamente de la ventriloquia, ya que ningún tatuador Denílson en vida y ninguna celosa Mara dirían “pene” cuando el tema es “polla”. Y si el narrador tiene oído para hacer reflexionar a dos ancianas burlonas sobre las diferencias entre la palabra ofensiva “artritis” y la simpática “artrosis” (en “Virtudes Teologias”), es claro que las sutilezas del registro roto no pueden ser gratuito.
No siempre funciona, pero ese estilo transversal, que corta un discurso en otro –ya sea en términos de lenguaje, o en términos de personajes y acontecimientos– es característico de Rubem Fonseca, quien también baraja sus referencias literarias, con la misma estrategia sentido. Así, los terrores del encierro, por ejemplo, la clásica obsesión de Edgar Allan Poe, reaparecen ahora (en “Oscuridad y lucidez”), en un contexto que saca a la luz toda la sexy noche oscura del alma. Y aludiendo, quizás, a las seductoras teorías de la lectura de Paul de Man, autor de Ceguera y perspicacia (1971), donde se lee la no menos clásica predicción de que “la interpretación no es más que la posibilidad de error”.
La frase podría servir como epígrafe para pequeñas criaturas; si no fuera por el hecho de que el libro ya tenía uno mejor, extraído del Vida de Samuel Johnson (1791) de Boswell: “Nada es demasiado pequeño para una criatura tan pequeña como el hombre. Es a través del estudio de las pequeñas cosas que logramos el gran arte de tener las menores desgracias y la mayor felicidad posible.” Haz el gran dr. cita de johnson Un gran arte del Dr. Fonseca, doscientos años adelantado, no tiene nada de soberbio o escalofrío académico: es sólo una de las muchas pequeñas gracias de un cuentista que domina sus ironías. Todas estas figuras son como un tablero, o un teclado, donde viene a improvisar, con diferentes estados de ánimo y sin demasiada preocupación, algunas tramas de nuestra “pequeña vida” (como dice otro candidato a Rubem Fonseca, en el libro).
No toda trama es un trauma; pero “todo trauma es un drama, y viceversa”. La gran metáfora del libro, si no es el teatro del mundo, es al menos el teatro de Brasil (o de Río de Janeiro, que no es lo mismo, pero sirve de emblema). Pero, entonces, ¿para quién hablan las pequeñas criaturas de estas tres docenas de cuentos? Posible respuesta: a la audiencia. Un libro de monólogos y diálogos, para un público de lectores-espectadores.
Una hipótesis que gana peso cuando se piensa en el primer cuento, “The Choice”, casi un homenaje a Samuel Beckett, con acentos locales. “Es difícil para un chico tener que elegir entre dos que realmente quiere. Pero así es la vida", monologa un desgraciado anónimo, oscilando entre dos felicidades posibles: una nueva dentadura postiza (comer "un sándwich de filete y queso sobre pan francés crujiente y tostado") o la silla de todos ("andar por el patio que está frente a mi casa, ir a la cancha donde los niños juegan fútbol…”). La “elección” también adquiere otras connotaciones cuando su hija le pregunta si puede traer a su novia a vivir con ellos. El cuento es un triunfo cómico de lo no dicho, coloreando el timbre del discurso con refinamientos dignos de un gran director.
Lo mismo ocurre con tantos otros cuentos donde: (a) los personajes dicen tanto o más por el tono que por el significado de lo que dicen; y (b) el lector es colocado generosamente, por el autor, en condiciones de comprender mejor lo que está en juego que los propios personajes. Pero siempre vale la pena recordar que (c) el autor sabe más que nosotros.
A los 77 años, llegando a su decimonoveno libro (sin contar las antologías), Rubem Fonseca escribe como el maestro consumado de su propia escuela. Incluso se da el gusto de inventar uno o dos casos con final feliz, “feliz” con la dosis adecuada de absurdo, pero también con una sincera cuota de cariño. Esto ya era cierto en algunos de los Historias de Amor (1997) o ciertos amores de Secreciones, Excreciones y Errores (2001), para quedarse solo en ese departamento. Gana una continuación, ahora, en las inversiones suburbanas de “Família é uma Merda”, o en el Dom-Giovanesque “Caderninho de Nomes”, o en la telenovela “Miss Julie”. Que nadie se engañe: el error, la locura y la estupidez grosera, tríada sagrada en el origen de las lenguas, siguen obrando maravillas y daños, también aquí, en los ojos bonachones del escritor.
Hay una diferencia, sin embargo, entre las ambiciones de los primeros libros, de las décadas de 1960 y 1970 -censurados por el régimen militar, integrados desde entonces en el canon popular, escolar y universitario- y cierta serenidad, o aparente tranquilidad de los más jóvenes. unos. pequeñas criaturas parece escrita a un ritmo televisivo, más que el habitual cinematográfico. Incluso el realismo brutal de ciertos casos se ajusta a límites tanto formales como estilísticos. Como si el autor hubiera decidido que a estas alturas le tocaba a él escribir libremente, con la natural intensidad de su arte, sin tener que pelear cada palabra por un lugar al sol de la literatura.
Cualquier cosa que sea desigual en el resultado, y ciertos relatos (al principio y al final del libro) son obviamente más fuertes que otros, será acomodado por el contexto. El gran esfuerzo es recoger, para luego exhibir, con rasgos exagerados, esta aberrante galería de voces. Una especie de antología de caricaturas, o cuaderno de bocetos de un escritor Daumier, cultivando el arte de caminar por las calles de Río de Janeiro sin exigencias supremas. Y con derecho a practicar también la autocaricatura.
¿Aberrante? ¿Pero no está siempre ahí, en silencio o gritando, en todas partes, para cualquiera que tenga oídos para escuchar? ¿Y nadie escucha? Nadie, coma. No es nada increíble que, al fin y al cabo, Rubem Fonseca tenga el deber, o la responsabilidad, de dar voz a los locutores ya los mudos. Ha sido su deber desde hace casi cuarenta años, desde que se dio a la tarea de registrar, con la debida dosis de comprensión e indignación, las palabras de las criaturitas que hablan, y también de las que no hablan, en beneficio de los que pueden.a leer.
*Arthur Nestrovski, ensayista, crítico musical y literario, es director artístico de la OSESP y autor, entre otros libros, de Todo tiene que ver. literatura y musica. São Paulo: Sin embargo, 2019.
referencia
Rubén Fonseca. pequeñas criaturas. São Paulo, Compañía de las Letras, 2002.
Publicado originalmente en Folha de S. Paulo, Revista de reseñas, el 11/05/2002 y reeditado el Palabra y sombra: ensayos críticos (Estudio).