por Alexandre Aragão de Albuquerque*
Un profeta, cuando muere, es como una semilla enterrada en la tierra. A su debido tiempo brotará y crecerá y dará nuevos frutos.
De sacerdote cursillista a obispo exponente de la Teología de la Liberación latinoamericana, el español Pedro Casaldáliga (1928-2020) conforma, junto a José Maria Pires, Paulo Evaristo Arns y Hélder Câmara, una constelación de religiosos-obispos de la Iglesia Católica – de profundo compromiso con las causas populares y dimensión profética. Una vez Paulo Freire personalmente me comentó que el profeta, por ser alguien con los pies sumergidos en el presente, logra anunciar el futuro con anticipación. Pedro tenía un lado, nunca estuvo, ni permaneció, encima de los muros: “la evangelización, que es buena noticia para los pobres, viene de abajo, en la realidad concreta de la vida cotidiana”, decía.
Para él, “el latifundio agrario sigue siendo un pecado estructural en Brasil y en toda Nuestra América. Recordando la palabra de Jesús de Nazaret: no se puede servir a Dios y al Dinero; así no se puede servir al Latifundio ya la Reforma Agraria”. Pedro estaba profundamente convencido de la necesidad de un nuevo tipo de socialismo capaz de viabilizar una verdadera reforma agraria y agrícola en consonancia con la forma de una nueva América Latina, como lo dejó constancia en su mensaje por el 25 aniversario del Movimento dos Trabalhadores Rurais. Sem Terra – MST. Debido a esta postura política, en la década de 1980, reemplazando la dictadura militar, tuvo que enfrentar la ira fundamentalista armada de la UDR, bajo el mando de Ronaldo Caiado. En el programa Roda Viva, de TV Cultura, del 31/10/1988, afirmó: “Yo he excomulgado incluso haciendas, porque les cortaban las orejas a los campesinos, como en los momentos más dramáticos que motivaron el surgimiento del cangaço. Y sigo negándome a celebrar misa en ciertas fincas, si no tengo la libertad de celebrar y sigo atrapado en la presencia controladora del administrador”.
Pedro estuvo al frente de la defensa de los derechos de un pueblo rural, amenazado por el trabajo esclavo, entrando en duros enfrentamientos con los grandes terratenientes, empresas agroindustriales, mineras, madereras y con aquellos políticos que se vendían a los operadores de la degradación de la medio ambiente, como tan bien lo hace ahora en el momento presente, al anunciar alto y claro en la reunión ministerial sobre blasfemias, del gobierno de Bolsonaro, el 22 de abril, el ministro Ricardo Sales: “vamos a pasar el ganado de cara a la distracción de la población e instituciones con la pandemia del Covid-19”.
En una Carta Pastoral, todavía en 1971, Pedro se puso claramente del lado del mensaje de Jesús de Nazaret: “Nosotros –obispo, sacerdotes, hermanas, laicos comprometidos– estamos aquí, entre el Araguaia y el Xingu, en este real y concreto mundo, marginado y acusatorio, que acabo de resumir. O hacemos posible la encarnación salvífica de Cristo en este ambiente al que fuimos enviados, o negamos nuestra Fe, nos avergonzamos del Evangelio y traicionamos los derechos y la esperanza agonizante de un pueblo sertanejos, peones, invasores, este trozo brasileño de la Amazonía, que también es Pueblo de Dios. Debido a que estamos aquí, debemos ceder. Claramente. Hasta el fin".
El 31 de julio de 2020, Casaldáliga fue uno de los 152 obispos que firmaron una carta manifiesto contra el gobierno de Bolsonaro: “Cómo no indignarnos por el uso del nombre de Dios y de su Santa Palabra, mezclado con discursos y posturas prejuiciosas, ¿Quiénes incitan al odio, en lugar de predicar el amor, para legitimar prácticas que no son consecuentes con el Reino de Dios y su justicia?”. Para nosotros personalmente, esta perplejidad lógicamente se extiende a los obispos católicos, sacerdotes, religiosos y laicos, votantes y simpatizantes de Bolsonaro y su desgobierno de rendición. Que no son pocos, por cierto.
A diferencia del Papa Inocencio III (1198-1216), que determinó que los anillos episcopales fueran todos de oro con incrustaciones de piedras preciosas, Don Pedro Casaldáliga lució el Anillo de Tucum. Él mismo explica el significado de este símbolo: “Tucum es una palmera del Amazonas, por cierto, con unas espinas silvestres. El anillo de Tucum es una muestra de la alianza con la causa indígena y las causas populares. Quienes portan este anillo suelen significar que han asumido estas causas y sus consecuencias. Muchos, muchos, por esta causa, con este compromiso, fueron a la muerte. Nosotros mismos, aquí en la Iglesia de São Félix do Araguaia, tenemos el Santuario de los Mártires de la Caminata” (en O Anel de Tucum, película de Conrado Berning, 1994).
Un profeta, cuando muere, es como una semilla enterrada en la tierra. A su debido tiempo, brotará, crecerá y dará nuevos frutos. Que vengan muchos profetas y profetisas con sus anillos de Tucum a poblar la Tierra. ¡Gracias, Pedro Casaldáliga!
*Alexandre Aragão de Albuquerque Maestría en Políticas Públicas y Sociedad por la Universidad Estatal de Ceará (UECE)