por ADEMAR BOGO*
No es Paulo Freire que los poderosos temen, sino el poder de generar palabras
Hay al menos dos formas de convertirse en humano, la primera es por nacimiento; emergemos como obra de la naturaleza y, la segunda, por el conocimiento. Nos convertimos en expertos en la memoria colectiva y creadores de nuestras propias ideas e invenciones. En la primera forma, no podemos hacer nada más que esperar el evento del nacimiento. Del segundo, mucho se puede decir, escribir y contar.
Paulo Freire es un gran educador. Esta afirmación adjetivada lo diría todo y sería suficiente para que sus detractores callaran y reflexionaran cada vez que escuchan algún elogio indiscutible a su favor. Pero sólo saben poner a Dios, la patria y la familia “por encima de todo” y no han aprendido las buenas maneras del respeto y el cuidado de no pronunciar el nombre de nadie en vano.
Los detractores son como buitres de plaga para que el ganado aún viva y muera con salud. En el caso de Paulo Freire, rezan para que sus hazañas, ejemplos y conquistas, que gozan de un respeto mundial impresionante, desaparezcan con un simple graznido de sus apestosos picos. Deben respetar a este señor formulador de verdades, porque al menos aprendieron a decir, aunque hagan lo contrario de la explicación evangélica de que: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,32).
Cuando Josué de Castro publicó su libro geografía del hambre, en 1946, Paulo Freire enseñaba portugués en el Colégio Osvaldo Cruz y enseñaba Filosofía de la Educación en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Federal de Pernambuco. Pero, ¿qué tiene que ver el hambre con la educación? Todo. Principalmente porque los dos se meten con la sensibilidad humana. Una vez satisfecha el hambre, las Bellas Artes no solo forman profesionales, sino que reinventan a la propia especie humana.
Hay mucha ignorancia en la mente de las personas rapaces y prejuiciadas, incapaces de percibir cuándo la humanidad, a través del genio de sus más destacados representantes, da un salto adelante. Sócrates, el filósofo griego, en 400 años antes de Cristo inventó la “mayéutica”, un método de aprendizaje facilitado por el diálogo cotidiano. Arquímedes, 200 años antes de nuestra era, inventó la palanca y creó la expresión: “Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra”. Sigmund Freud, ya en el siglo pasado, descubrió el método de la “Asociación libre” y encontró la forma de entrar en el inconsciente humano a través del habla y la escucha. Paulo Freire formuló el “método de alfabetización de adultos” y, como podría haber dicho Arquímedes: “Dame un adulto analfabeto y yo, con 40 horas de clase, lo haré capaz de leer el mundo y escribir sobre él”.
Podríamos destacar a tantos otros genios e inventores, como Copérnico, René Descartes, Charles Darwin, Isaac Newton, Albert Einstein, Karl Marx, etc., pero ese no es nuestro objetivo. Volvamos a Josué de Castro, para que los poseídos por la incompetencia gubernamental y los incultos aprendan que hay diferentes tipos de geografía, se interesó por geografía del hambre y, para Paulo Freire, el analfabetismo social. El noreste del país en ese momento en la década de 1940 estaba poblado por 15 millones de personas y, además del hambre, la mitad de la población no sabía leer ni escribir. Ante tal peso que mover, Paulo Freire podría haberse hecho beato como lo había hecho Antonio Conselheiro 50 años antes que él, y recurrir a la predicación religiosa. Podría haber seguido el ejemplo de Lampião, que murió menos de 10 años antes de su graduación universitaria, y continuar el cangaço, haciendo uso de las armas de fuego como mediación para la liberación. No. Como Arquímedes buscó un punto de apoyo para colocar la palanca, y encontró la educación.
Como vemos, había otras alternativas. Sólo en el párrafo anterior vimos tres posibilidades y las tres eran tan inquietantes que los protagonistas de las dos primeras iniciativas escogidas para enfrentar la pobreza fueron decapitados y sus cabezas tomadas como prueba de la victoria de la opresión sobre la libertad. Paulo Freire, aunque hoy lo quieren decapitar, ganó miserablemente la oportunidad, acompañado de su familia, de salir del país en 1964.
La peligrosidad de Paulo Freire, si se quiere que sus detractores usen palabras religiosas, fue haber arriesgado, como lo había hecho Ezequiel, ir al “valle de los huesos” y escuchar allí la orden: “Profetiza a estos huesos y diles: Huesos secos, oíd”. la palabra... haré entrar en vosotros un espíritu y tendréis vida. Pondré tendones sobre vosotros, haré aparecer carne sobre vosotros y os cubriré con piel; Pondré en ti un espíritu y vivirás…” (Ez, 37,4-6). Y los huesos creyeron.
El arte de la recreación humana solo puede provenir de aquellos que creen en posibilidades imposibles. La muerte por hambre, descrita por Josué de Castro, en esas circunstancias, servía para motivar la vida. No fue ni es el silencio de los muertos lo que estremeció y estremece el ya desestabilizado orden de los que ostentan el poder, sino la reacción de los caídos. Paulo Freire supo sintetizar esta relación en la “Pedagogía del Oprimido”: “No es en el silencio que se hacen los hombres, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción-reflexión”. Esos “huesos humanos” podrían tener vida si en ellos se recrearan carne, palabras e ideas. Y así se hizo, los canallas se levantaron e hicieron sus propias conciencias banderas rojas que ahuyentaron el coronelismo, cerraron los corrales electorales y borraron la ignorancia de repetir que “todo es voluntad de Dios”. Y, si la forma envuelve a la región, al país y al mundo, es porque aún faltan algunas palabras por encarnar, asimilar, expresar y practicar.
Con motivo de la conmemoración del centenario de la vida de Paulo Freire, resuena en la conciencia del mundo el mensaje: “Nadie libera a nadie, nadie se libera a sí mismo”. Este legado quedó para orientarnos en que la liberación sólo puede ocurrir junto con la recreación que hacemos de nosotros mismos. La cooperación es el secreto para ser cada vez más humanos. Son las “palabras generadoras” que enseñan a leer el mundo ya comprender la explotación y la humillación. Paulo Freire molesta a los arrogantes porque supo sumergirse en el abismo de la miseria y salir de allí con los brazos llenos de personas seguras de sí mismas capaces de liderar su propio destino.
Hoy, el adulto alfabetizado por el método de Paulo Freire, sabe que la palabra “genocidio” es un delito y detrás se esconde el “genocidio” que necesita ser detenido, juzgado y condenado para hacer justicia. La palabra “derechos” se escribe en plural, porque están interrelacionados y garantizarlos no es un favor que se paga con votos.
Paulo Freire se hizo inmortal por enseñar a recrear al ser humano, con palabras que generan transformación: comida, ladrillo, derechos, justicia, cooperación, insurrección. Hay muchas personas alfabetizadas que saben escribirlas, pero no saben defenderlas y ejercerlas. Hay muchos que necesitan agarrarlos, deletrearlos, practicarlos y escribirlos, lo que falta es organización.
No es a Paulo Freire a quien temen los poderosos, sino al poder de las palabras generadoras. Tienen el poder de encarnar los huesos, recubrirlos de piel sana y llenar los cuerpos de conciencia y rebeldía. Mostró que la palanca de la liberación tiene su apoyo en la educación y el apoyo de la palanca de la dominación es la ignorancia. Al final, el que es más inteligente y, organizado, pone más fuerza, gana.
*Ademar Bogotá Doctor en Filosofía por la UFBA y profesor universitario.