por PIERO DETONI*
Si la constitución de las sociedades se presenta como resultado de la creación colectiva, se requieren formas de responsabilidad colectiva.
La educación, considerada por Paul Ricoeur como una praxis activa, tiene como objetivo, entre otros, conducir a la acción humana ética, siendo un camino posible para que la persona descubra un camino, aunque sea provisional, hacia el conocimiento, así como establecer formas de reconocimiento de sí mismo, o una forma de orientación en el mundo. La pequeña ética del filósofo francés, llamada así en El yo como otro (1990), además de propiciar una “buena vida” basada en el binomio autoestima y preocupación mediada por la justicia y la amistad, aparece como una mentalidad actual.
En esta dirección, se produce un encuentro entre educación y política, resultando en una operación educativa en la que la huella de la responsabilidad social aparece de manera significativa. Paul Ricoeur llama a los hombres y mujeres a la acción, es posible avanzar en esta dirección, puntal de una parte considerable de su pensamiento filosófico, que busca promover la educación política. Según el pensador de Valence, las personas deben buscar, de una manera u otra, una posición activa en relación con sus destinos. Se habla de algo así como una “escuela colectiva”, un movimiento capaz de implementar formas de intervención pública.
en tu libro Alrededor del político Se destaca el alcance de la praxis del educador político, que en última instancia se daría a través de la preparación de las personas respecto de la “responsabilidad de la toma de decisiones colectivas”. Se puede decir que esta preparación tiene una función de denuncia, de impugnación de la statu quo subordinado a las injusticias de la sociedad capitalista, tanto pasadas como presentes. De esta manera, la preocupación de Paul Ricoeur son las diversas formas de violencia e injusticia.
El educador político, que debe ser partícipe de los planes locales, nacionales y globales, tiene la tarea, así lo pensó el filósofo, de incrementar la conciencia sobre las responsabilidades colectivas, algo que dialoga con su proyecto ético construido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Es un llamado, en este sentido, a la participación ciudadana en relación con el dominio público. Paul Ricoeur desea, al mismo tiempo, ampliar la participación ciudadana en la toma de decisiones, lo que haría posible un movimiento hacia la democratización de la democracia.
En este sentido, la práctica de este tipo de educador, y pensar la educación en un sentido sensu lato, se centra en resaltar aquellas decisiones que señalan intereses económicos, que están al servicio del capital. La propuesta política de Ricoeur es, cabría señalar, confrontar la dinámica del capitalismo, en la que se vislumbran modos (im)posibles de imaginar, muy en un sentido solidario y comunitario, otros modelos de sociedad. Esto queda claro en su intención de promover lo que él llama “democracia económica”.
Aún en esta dirección, el estudioso francés habla en términos de la propuesta de una “economía racional”, que sería capaz de ser marcada desde una perspectiva ética que tenga en cuenta los destinos futuros de las sociedades. Incluso activando una perspectiva de pensamiento todavía moderna, Paul Ricoeur tiene en mente las ideas de “previsión” y “consecuencia”, que resultarían de deliberaciones, sobre todo colectivas. Podemos seguir su reflexión: “(…) el desarrollo de una economía racional representa un logro de la decisión sobre el azar y el destino” (RICOEUR, 1995, p. 155). La educación política propuesta busca trascender la lógica de competencia e individualismo propia del régimen social y económico del liberalismo, en el que opera una especie de utopía del colectivismo.
Paul Ricoeur es claro en su pedagogía política: las decisiones colectivas, que se mueven a través de juegos a escala local-regional-global, se presentarían como una condición para cuidar de los demás, para cuidar del mundo. Una vez más recurrimos a sus consideraciones: “es hora de repetir que el educador político de los tiempos modernos tendrá cada vez más la tarea de iniciar a los ciudadanos en el ejercicio de la elección colectiva” (RICOEUR, 1995, p. 155). No sólo queremos una economía basada en un retributivismo justo, sino también la formación de comunidades organizadas y personas solidarias.
En este sentido, se plantean algunas preguntas proposicionales: ¿qué queremos entonces? ¿Una economía de consumo, de poder, de prestigio? ¿Qué tipo de persona queremos construir? ¿Qué queremos con estas opciones, pensando en las generaciones futuras? El desafío político de Paul Ricoeur, un autor aún poco conocido y debatido en Brasil, responde a una economía democrática, lo que implicaría una educación política que posibilite el establecimiento de subjetividades extracapitalistas, que sólo serían viables con la maximización de la inclusión de sectores de la sociedad. en las deliberaciones públicas.
Es todo un trabajo de toma de conciencia, que en última instancia podría llevarse a cabo a través de la problematización del capitalismo, el conocimiento de sus memorias injustas, su impacto en la vida de las personas en un proceso de dealienación y la imaginación de otros mundos posibles. ellos rodeados de participación popular, que ciertamente incluiría a todos los marginados y silenciados históricamente. Como dejó claro: “La única manera, de hecho, de compensar los cambios en la libertad –de la zona de iniciativa individual a la zona de decisión colectiva– es hacer que tantos individuos como sea posible participen en la discusión y la decisión” ( RICOEUR, 1995, p, 155).
El problema de Ricoeur como educador político apunta a hacer que la gente sea consciente de las pérdidas de la sociedad capitalista, así como a hacer imaginable un mundo diferente en el futuro, en el que el solidarismo y el colectivismo aparecerían como una especie de contraproyecto. Como se ve, es algo que pasa, de una forma u otra, por el plano individual, por la constitución de la subjetividad, hasta llegar al ámbito de la acción colectiva, es decir, social. En última instancia, queremos una sociedad educada para tomar decisiones colectivas democráticamente informadas, y que estas deliberaciones se constituyan en acciones beneficiosas para la humanidad.
Es una apuesta de futuro, siendo, por tanto, una disposición atravesada por una clara perspectiva utópica. De esta manera, el proyecto político del filósofo se proyecta como una actitud de confrontación contra el capitalismo, con importantes consecuencias para la deslegitimación del engranaje neoliberal. Es en este sentido que tenemos presente su idea de democracia económica. Luego, señala el autor de Tiempo y narrativa: “(…) este problema de la democracia económica será el gran problema de las próximas décadas, porque, en verdad, no existe en ninguna parte” (RICOEUR, 1995, p. 155).
El educador político se mueve entonces estratégicamente, siendo importante la siguiente definición: la búsqueda de la transformación de los valores humanos, que podríamos concebir como subjetividad neoliberal, pero también de lo que el estudioso llama utensilios, es decir, los mecanismos mediante los cuales que esta sociedad se vuelve practicable. Este movimiento va de la subjetividad a la acción, lo que implica una revisión de la moral actual.
En otras palabras, si la constitución de las sociedades se presenta como resultado de la creación colectiva, se requieren formas de responsabilidad colectiva. De ahí la necesidad de crear, precisamente, instrumentos de responsabilidad colectiva (formal e informal), lo que implicaría, a través de la máxima apertura de la pluralidad de voces que componen las sociedades, desarrollar la democracia económica.
Esta oportunidad le dará a Paul Ricoeur la oportunidad de hablar sobre la relación entre ética y política, apuntando a lo que él llama “salud colectiva”, algo que implica la justa medida entre dos formas de elaboración moral, a saber, la moral de convicción y la moralidad. de responsabilidad. En su opinión, lo deseable sería un equilibrio entre ambas perspectivas, dado que por separado –al estar inmersas en las formas de percepción de la acción social– parecen basadas en la violencia y, por tanto, alejadas de la justicia en su sentido más amplio. .
El filósofo valenciano aclara luego su punto de vista: “La tarea de la educación es, en mi opinión, mantener una tensión viva en este punto; porque si reduciéramos la moral de la convicción a la moral de la responsabilidad caeríamos en el realismo político, el maquiavelismo, que resulta de la constante confusión de medios y fines. Pero, por otra parte, si la moral de convicción pretendiera tener una especie de acción directa, caeríamos en todas las ilusiones del moralismo y del clericalismo. La moral de convicción sólo puede actuar indirectamente, a través de la presión constante que ejerce sobre la moral de responsabilidad y de poder; A diferencia de este último, no está vinculado a lo posible y lo razonable, sino a lo que podríamos llamar “deseable humano”, a óptimo ético” (RICOEUR, 1995, p. 157).
La apuesta de Paul Ricoeur, siguiendo sus argumentos, se dirige a la retomada de significados utópicos en lo que respecta a la política. Este instrumento sería una forma de desarrollar algo así como una imaginación política, ya que como objetivo humano resultaría en un objetivo combinado para el establecimiento de otro mundo posible en términos económicos, sociales y políticos que friccione la totalidad y la singularidad: “(…) es necesario luchar en dos frentes: por un lado, reunir a la humanidad, que siempre está amenazada de ser fragmentada por grupos rivales; por el otro, salvar a cada persona del anonimato en el que se hunde la civilización moderna” (RICOUER, 1995, p. 158).
Paul Ricoeur avanza, de este modo, hacia una especie de democracia intercultural. Si queremos promover un efecto mediador de las políticas democráticas disponibles para lograr críticamente un pluralismo social en el que la dialéctica entre conflicto y participación pública pueda desarrollarse a través de la conciencia de responsabilidad colectiva, avanzar hacia el diálogo intermitente como forma de estimular la heteroglosia política.
Pero para que esta disposición se realice, el filósofo reflexiona en términos de valores, en los que el educador político actúa con miras a “(…) integrar la civilización técnica universal con la personalidad cultural, como la definí anteriormente, con la singularidad histórica de cada grupo”. Pero el filósofo es prudente bajo los efectos de la heteroglosia, porque, en el ámbito de los valores, no todos deben sobrevivir, pero se refuerzan aquellos capaces de imponer responsabilidad a la acción social democrática. El cuidado de Ricoeur (1995, p. 159) se sitúa, además, en el ámbito de proteger las singularidades sociales y culturales frente a la “civilización universal”, pues ésta, como él sostiene, “(…) ejerce sobre el núcleo de cada uno de los grupos históricos una acción de erosión, una destrucción sutil”.
Lo que el académico ve es la posibilidad de que lo universal y sus tecnologías globales deshilachen las singularidades, lo que inicia una discusión sobre los impactos de este movimiento en términos temporales. En su opinión, hay una confrontación temporal que permea el problema. Esto se debe a que el mundo de la tecnología, de la civilización tecnocrática, carece de estabilidad; no tiene pasado, dado que con cada nuevo invento el anterior se borra de tal manera que parece establecer una condición futurista. Por otro lado, según el estudioso, “(…) sólo tenemos verdaderamente personalidad individual y cultural en la medida en que abrazamos plenamente nuestro pasado, sus valores y sus símbolos, y en la medida en que seamos capaces de interpretar completamente” (RICOUER, 1995, p. 160). El educador político debe actuar en pos del arbitraje entre las diversas temporalidades disponibles y en circulación/interacción, gesto que constituye, por tanto, un problema importante en la cultura.
La equiparación de temporalidades, en un camino que apunta a recuperar pasados ocultos o latentes y desactivar el presentismo tecnocrático, sería capaz de imprimir operaciones de conciencia frente a la realidad, que pretende ser intercultural con un enfoque en la lucha por la democracia económica. , en el enfoque justo del binomio universal/singular, enfatizando siempre la dignidad humana de la persona y la reinterpretación y activación de temporalidades alternativas ante el fenómeno de la sociedad de consumo.
El proyecto ricoeuriano de educación política se establece, al menos, a partir de cinco ejes complementarios, a saber: la problematización de la sociedad de consumo, obligando a una comprensión de la colectividad en la que la economía no sea el vector dominante, en un claro intento de frenar la constitución de subjetividades neoliberales; la apertura a una democracia no sólo representativa, sino participativa; el compromiso con el diálogo cultural; la urgencia de la autogestión, que implicaría espacios no formales de participación política (pero con ellos en diálogo); el establecimiento de una educación autónoma y creativa, que abriría espacio para el surgimiento de la imaginación política.
El desafío de Paul Ricoeur es proporcionar un modelo de educación en un sentido amplio, una perspectiva que no la conciba como atomizada, sino que, por el contrario, la perciba como un modo de acción social. La educación política se presentaría, en este sentido, como un instrumento capaz de ofrecer condiciones para la afirmación del ser, un medio para hacer significativo el propio proceso educativo, dado que está centrado en la interacción con el mundo.
El proyecto de hermenéutica de la condición histórica que el filósofo desarrolla durante su vida gira hacia la educación, porque es allí donde la persona toma conciencia de los posibles modos de socialización, conociendo, entonces, cuáles son sus condiciones de acción, las que la defiende. de los modos de alienación que implican las ideologías disponibles que dan forma al tejido social.
Podríamos decir, entonces, que Paul Ricoeur parte, correlativamente, hacia una hermenéutica de la condición social, en vista de su deseo de poner a disposición de los estudiantes las capas de discursividad que configuran las sociedades, los dispositivos de poder en acción en ellas, las ideologías. que se forman y dirigen hacia la configuración de la vida humana. La persona, entonces, se convierte en un hermeneutista social, lo que la hace competente en la escucha y la comprensión del Otro, en la orientación crítica hacia la realidad, lo que redunda, en el límite, en la posibilidad de imaginar otros mundos políticos posibles y, sobre todo, con la realidad social. justicia.
*Piero Detoni Tiene un doctorado en historia social por la USP..
Referencias
BAGGIO, Giomar. Ética, persona y educación en Paul Ricoeur. Tesis de Maestría (Programa de Postgrado en Ciencias), Universidad Regional del Noroeste del Estado de Rio Grande do Sul, 2016.
RICOUER, Pablo. En torno al político. Lecturas 1. São Paulo: Edições Loyola, 1995.
RICOEUR, Pablo. El yo como otro. Traducido por Ivone Benedetti. São Paulo: Martins Fontes, 2014.
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