Pasado y futuro

Imagen: Gabriela Palai
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por GUILHERME COLOMBARA ROSSATTO*

¿Cuál es la diferencia entre la experiencia histórica del socialismo y lo que soñé?

“El tiempo, si podemos intuir esta identidad, es una ilusión: la indiferenciación e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy basta para desintegrarlo” (Jorge Luis Borges, historia de la eternidad).

Ante la pregunta sobre la función del historiador, mucha gente, creo, no sabría ni por dónde empezar: “guardián de las tradiciones”, maestro de vida o sujeto que nos advierte de tales repeticiones, siempre al acecho de la vida en sociedad. Mientras tanto, varios otros ciudadanos serían ajenos al papel del historiador, después de todo, todo esto sucedió hace tanto tiempo, ¿por qué sería importante?

En todo relato, incluso en los que hablan del pasado más remoto que uno pueda imaginar, hay mucho de presente, ya sea en el discurso o en las intenciones. Si la palabra escrita no indica significados profundos, pasando por nuestros ojos en tan solo una lectura desatendida, algo de un minuto o menos, los significados detrás de la semántica gramatical tienen mucho que mostrarnos. No diría que están “ocultos a la vista”, pues no se trata de un cuento de Edgar Allan Poe, pero se necesita una mirada atenta, propia del historiador, para descifrar los enigmas de lo ya pasado, más aún cuando conocemos el futuro de los que ya vinieron.

Pasado y futuro son dos caras de una misma moneda, aunque innumerables historiadores condenarán el anacronismo y sus variantes, eligiéndolos como la categoría de enemigo público n°1 de toda historia comprometida con los datos científicos. Los evitamos, por supuesto, pero somos anacrónicos por naturaleza, condenados a repetir hechos y analizar situaciones cuyas conclusiones ya esperamos, aunque sea a pequeña escala. Es imposible ocultar nuestros sentimientos e incluso, por qué no, las ilusiones sobre el pasado: muchas veces, cuando iniciamos una investigación, esperamos un resultado determinado (aunque juremos por la objetividad) y terminamos con algo inesperado, una sorpresa. para todos los implicados en esos largos meses de lectura y contemplación. Después de todo, somos humanos, no podemos eliminar los rastros de sentimentalismo de nuestra mente; solo podemos controlarnos, exigir mayor objetividad a nuestra escritura, aunque inconscientemente, parte de ella esté condicionada por nuestras emociones.

Así, la historia nace de una contradicción entre la ciencia y la literatura fáctica (muchos dirán que hemos superado la segunda, pero yo no estoy de acuerdo). Aunque las notas a pie de página, las referencias ordenadas hasta el último pelo y los archivos son la clave de cualquier historia bien contada, todavía hay mucha deducción en el proceso, por la manía del estudioso de alargar algunos momentos, suprimir algunos datos. (para mostrarlos más tarde); todo siempre de forma sutil.

Si el historiador no es un científico, ¿qué es? Un mero narrador, sin perdonar el juego de palabras o algo diferente, entre la organización de los hechos y esa mirada afilada, el deseo de lo que nos une como seres humanos. Como maravillosamente definió Bloch, para que ya nadie pudiera dudarlo y solo poder citar: “Los hechos humanos son, por esencia, fenómenos muy delicados, entre los cuales muchos escapan a la medida matemática. Para traducirlos bien, por lo tanto para penetrarlos bien... es necesaria una gran delicadeza de lenguaje, [un color correcto en el tono verbal]. Donde el cálculo es imposible, es necesario sugerir”.[i]

El estudioso del pasado, por lo tanto, trabaja “en los bordes”, en los márgenes de lo que llamamos análisis racional, siempre dispuesto a romper los límites de lo científico y entrar en el campo de la imaginación. No se trata de una sugerencia que surge del vacío, de irrealidades o de los caprichos del historiador, sino de indicios que nos transmiten los propios documentos. Al “rellenar” los huecos, calculamos los riesgos y entramos en un cierto imaginario, teniendo en cuenta las condiciones materiales de lo que estudiamos, porque, como me centraré en los próximos párrafos, una dosis de materialismo es fundamental para un buen -Historia escrita.

Entre los casos más ilustres de mestizaje con la literatura, dotados de un profundo rigor teórico y documental, por supuesto, podemos mencionar a Edward Palmer Thompson y CR James, porque ¿qué serían sus libros sin el toque poético de su prosa? Es a través de la belleza de las palabras, escogidas y utilizadas con rigor estético, que el mensaje nos llega en su máxima forma, dispuesto a penetrar en el corazón de quienes contarán las nuevas historias. Son textos únicos en la medida en que sus autores, queriéndolo o no, tienen una fuerte conexión con lo que investigan, con los temas que buscan descifrar, aunque necesiten ser científicos. Sus visiones del presente y por qué no, los sueños que tienen sobre el futuro, terminan entrando en la forma en que investigan y describen el pasado. Toda historia, sea material o no, tiene mucho de presente.

De esta forma, analizar el pasado se convierte en una tarea bellísima, rodeada de construcciones retóricas y de un idealismo excesivo. Estamos garantizando que nada será eterno, por el contrario, las instituciones, los gobiernos, las ideologías (estos son más difíciles) y las clases dominantes, con el paso del tiempo, pierden su lugar, porque el proceso histórico no perdona a nadie, aunque las huellas quedan para aquellos a los que les gusta mirar este tipo de cosas. Incluso otros estudiosos de las llamadas ciencias humanas avalan este tipo de afirmación, demostrando, ya sea en una investigación sobre cine o en un texto sobre el papel de la sociedad en la constitución de la moral individual, que los elementos se presentan en constantes choques, en cambio eterno, garantizando nuevos objetos para ser analizados y nuevas situaciones para ser experimentadas, después de todo, ante los investigadores, somos seres vivos, curiosos por naturaleza.

Los cambios, sin embargo, están lejos de ser pacíficos, aunque sean graduales. La transición, por definición, presenta choques entre los viejos sujetos y los nuevos modos de vida, construidos a partir de necesidades y medidas concretas. “Porque no hay desarrollo económico que no sea al mismo tiempo desarrollo o cambio de una cultura. Y el desarrollo de la conciencia social, como el desarrollo de la mente de un poeta, nunca puede planificarse en última instancia.[ii] De esta forma, polos que son tratados de manera tan diferente por muchos historiadores, cuando juntos, revelan mucho sobre la mirada que debemos dirigir al pasado y los factores detrás de las transformaciones que nos cuesta comprender.

 

socialismo real

La era capitalista, cuya consecuencia directa son las experiencias socialistas que ocupan el subtítulo de este ensayo, es aún más compleja, ya que la era burguesa está marcada por una agitación permanente y una profunda inseguridad, a través de la cual, en el momento de su cristalización, las relaciones sociales se desvanecen, volviéndose anticuadas antes de que tengan tiempo de osificarse.[iii] Así, es difícil buscar una historia definitiva, sustentada en hechos indiscutibles, mientras el mundo se deshace y se rehace a cada segundo, generando nuevos desafíos para quienes lo están viviendo e involucrando a los futuros estudiosos en una bruma interpretativa, atractiva y peligrosa en sí misma. la misma medida El historiador debe organizar esta agitación, reestructurar las relaciones sociales y lanzar hipótesis sobre tales escenarios.

Del otro lado de este quehacer histórico, está el materialismo dialéctico, generado también por sus contradicciones y alimentado por los elementos que nos faltan como seres humanos. Somos incompletos por naturaleza: es justo que nuestra historia también sea incompleta, llena de vacíos para que el profesional la entienda. Tratándose del estudio del llamado “socialismo real”, muchas veces el estudioso, así como el sentido común, está condenado a la eterna pugna entre las contradicciones de los proyectos reales y el idealismo de los discursos. El socialismo puede incluso plantear buenas preguntas, sin embargo, ha asesinado a millones, ha censurado a artistas geniales y ha aislado civilizaciones enteras.

Al levantar estos datos, varios análisis olvidan el escenario caótico y bélico que enfrentan los países socialistas, después de todo, el mundo entero ha volcado sus cañones hacia las amenazas al sistema financiero. Con eso, cualquier idealismo o pacifismo son meros esfuerzos retóricos, grandiosos para nosotros los intelectuales, pero sin sentido para la preservación de gobiernos, ideologías y vidas humanas, amenazadas por inminentes invasiones externas (la Bahía de Cochinos en el caso cubano, por ejemplo, por citar sólo uno más conocido).

No se trata de defender ningún tipo de experiencia o discurso socialista, ocultando datos, dolor y cadáveres en nombre de un argumento. Al contrario, buscamos una forma de analizar revoluciones y procesos tan conflictivos con el mundo que los rodea y sus agentes, que marcan la historia de todo el siglo XX y son fundamentales para las discusiones que nos presenta el siglo XXI. , imponiendo un neoliberalismo cada vez más depredador. El historiador se ocupa de la cultura material, de los hechos, de lo sucedido en un contexto determinado.

La frase puede parecer simplista a cualquiera que haya leído tantos libros, sin embargo, cuando hablamos de socialismo, estos elementos terminan marginados, rehenes de críticas vacías y ahistóricas en esencia, al ser incapaces de situar determinadas situaciones en su respectiva concreción. El universo en torno a las experiencias socialistas dialoga con ellas y ellas responden, creando una relación difícil de desentrañar para los historiadores, por buenas que sean sus intenciones.

El sujeto, al leer sobre realidades pasadas, se frustra con las relaciones que él mismo creó en su cabeza, alejándose de cualquier salpicadura de materialismo dialéctico y cayendo en la contradicción de mirar sólo al inicio del proceso, llevado por esa pasión revolucionaria, responsable del fin de todo lo malo y ausente de cualquier discurso concreto sobre la nueva sociedad por venir. “El cambio solo se consolida de forma más limitada, pero eso sigue siendo real… Es absurdo querer comparar el momento mágico del coro al unísono en el transcurso de la lucha contra el antiguo régimen a derrocar con la siguiente fase , prosaica y difícil, de lo nuevo que hay que construir en medio de dificultades y contradicciones de todo tipo, incluidas las derivadas de la inexperiencia”.[iv]

En consecuencia, el socialismo que soñó no tiene ninguna relación con el socialismo real y con eso, el sujeto cae en depresión, sacudido por el mundo que juró construir, al condenar todo lo anterior. De nuevo, como en el caso del historiador, entran en juego las subjetividades de algo tan complejo como la mente humana, mezclándose con los deseos de un factor racional político conectado a elementos mucho mayores que la crisis de conciencia de una sola persona. Es en este choque entre lo general y lo particular que debe ubicarse el materialismo histórico, generando un análisis que dé cuenta de los matices y contradicciones de la experiencia humana.

Así, es obligación del historiador situar las cosas de manera concreta, entre las posibilidades que se encuentran en su horizonte, viendo el pasado como lo que pasó, no como lo que pudo haber pasado. Pronósticos y alternativas, aunque esto perjudique a los soñadores e idealistas (ya mencionados antes), no forman parte del trabajo historiográfico. El azar sí, esto es parte de la historia, por mucho que las condiciones materiales traten de negarlo en todo momento, imponiendo cierto racionalismo desorbitado. Aun así, no se trata de un choque, sino de una especie de simbiosis entre las leyes del caos que rigen lo que realmente sucede y las manifestaciones materiales de una determinada época, sociedad o nación; Juntando todo esto, tenemos el pasado, un cúmulo de información y datos que deben ser analizados teniendo en cuenta lo que fue posible en tales condiciones, por muy malas que sean para quienes aún se atreven a soñar.

Como sugiere la sexta tesis de Benjamin: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo 'como realmente fue'. Significa apropiarse de una reminiscencia, tal como destella en el momento del peligro. Corresponde al materialismo histórico fijar una imagen del pasado, tal como aparece, en el momento del peligro, al sujeto histórico, sin que éste sea consciente de ello.[V]

Tal imagen no es muy clara, no resolverá todas nuestras dudas sobre el potencial del socialismo en el pasado, presente o futuro, pero sigue siendo lo mejor que tenemos, presentándose como una ayuda para aquellos que están dispuestos a escuchar. otro tipo de perspectivas. A partir de ahí, se puede retroalimentar hasta el agotamiento un movimiento, una ideología, construyéndose a partir del diálogo entre seres concretos, materiales hasta los huesos y dispuestos a escuchar lo que el tiempo les tiene que decir.

En ninguno de estos tiempos controlamos las condiciones, quedando a la deriva, por así decirlo, de lo que la existencia material nos ofrece y de lo que hacemos con ellas, ya que, aunque de forma limitada, el ser humano elige y controla sus propias acciones. En el caso del historiador, queremos controlarlo doblemente: como un pequeño dios que mira lo que ya pasó y da fe de la última palabra sobre ello, sin darnos cuenta de que estamos tratando de replicar el proceso en nuestra vida cotidiana, por extraño que sea. y aterradora como tal práctica puede parecer. Por lo tanto, la Historia es muy peligrosa, tanto para quienes la escriben como para las sociedades que los rodean, y puede cambiar rasgos fundamentales de un país, un conflicto armado o incluso el alma de quienes buscan comprender.

*Guilherme Colombara Rossatto es estudiante de historia en la Universidad de São Paulo (USP).

Notas


[i]Bloch, Marc. Apología de la historia o El oficio del historiador. Río de Janeiro: Zahar, 2002, págs. 54-55.

[ii] THOMPSON, EP Costumbres en Común: Estudios sobre la cultura popular tradicional. São Paulo: Companhia das Letras, 1998, p. 304.

[iii] ENGELS, Friedrich; MARX, Carlos. Manifiesto del Partido Comunista. Porto Alegre: LEPM, 2001, pág. 7.

[iv] LOSURDO, Domenico. ¿Escapar de la historia? La revolución rusa y la revolución china vistas hoy. Río de Janeiro: Revan, 2004, pág. 73.

[v] BENJAMÍN, Walter. Trabajos seleccionados. vol. 1. Magia y técnica, arte y política. Ensayos sobre literatura e historia cultural. Prólogo de Jeanne Marie Gagnebin. São Paulo: Brasiliense, 1987, pág. 223.

 

El sitio web de A Terra é Redonda existe gracias a nuestros lectores y simpatizantes.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
Haga clic aquí para ver cómo 

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES

Suscríbete a nuestro boletín de noticias!
Recibe un resumen de artículos

directo a tu correo electrónico!