Paradigmas del cambio social – apuntes sobre 1968

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por DANIEL AARÃO REIS*

Lo que impresiona en la década de 1960 es la extensión, amplitud e intensidad de los movimientos sociales y políticos.

Las fechas redondas casi han impuesto una reflexión sobre los procesos sociales considerados relevantes. Yendo a contracorriente, también hay críticas a la fiebre por las celebraciones.

Sin embargo, la opción de evitar los debates asociados a las conmemoraciones puede no ser una buena consejera, ya que las batallas de la memoria suelen ser tan o más importantes que los objetos a los que se refieren, porque tienen la capacidad de reconstruirlos o remodelarlos, confirmando el viejo aforismo. que la versión vale más que el hecho, especialmente cuando no hay consenso sobre la evidencia disponible. Algunos incluso afirman, en el vértigo del relativismo, que la versión es el hecho mismo, en la medida en que lo superpone, modificando los contornos y dando sentido a acciones emprendidas en el pasado. Según esta orientación, los hechos dependerían de las versiones y no debatir sobre ellos sería abandonar los hechos a su propia suerte o al control de quienes imaginan que se apropiarán de ellos.

Se trata, pues, de asumir los riesgos inherentes a la conmemoración, sobre todo cuando somos críticos con la tendencia a conmemorar en el sentido habitual de la palabra, a celebrar acríticamente una fecha o un proceso histórico. En las celebraciones, como es sabido, las contradicciones y disputas tienden a desaparecer, y la historia se narra, según la conveniencia de las circunstancias, y/o de los celebrantes, o de los valores dominantes. Puede pasarles a los llamados veteranos, convertidos en excombatientes, obligados a convivir con los inevitables avatares de este tipo de situaciones. Pero también puede ocurrir, de manera negativa, con aquellos que quieren deshacerse de eventos considerados no deseados. Estos se dedican a celebrar, no la existencia de algo, sino su desaparición. Y esto se aplica a los procesos más nuevos o más remotos.

Apoyo la posibilidad de conmemorar (recordar juntos) sin celebrar, lo que de ninguna manera significa, como se verá, que pretenda entrar en el debate sin premisas ni puntos de vista determinados.

1.

Lo que impresiona en la década de 1960, y especialmente en 1968, es la extensión, amplitud e intensidad de los movimientos sociales y políticos. Un poco en todas partes, y con distintas motivaciones, hubo enfrentamientos y luchas sociales y políticas, de distinta índole.

En Estados Unidos aparecieron con una fuerza inesperada diferentes movimientos: los jóvenes, contra la Guerra de Vietnam; mujeres, por la emancipación femenina; negros y chicanos, por los derechos civiles y políticos; gays, por el derecho a ejercer libremente sus preferencias sexuales; pueblos indígenas, afirmando demandas identitarias. Eran nuevos actores que aparecían en el escenario político con sus propias demandas y reivindicaciones, muchas de las cuales eran ignoradas o subestimadas por los partidos y sindicatos tradicionales.[i]. Cabe mencionar que algunas organizaciones tomarían, en 1968 y en los años siguientes, el camino de la lucha armada contra el[ii].

En Latinoamérica[iii], entre muchos otros, destacan los conflictos ocurridos en México, Argentina y Brasil[iv]. Sus principales protagonistas fueron estudiantes universitarios y secundarios, pero también ganarían expresión entre los estratos populares urbanos. Los dos últimos países vivirían, en los años siguientes, un proceso de guerrillas urbanas e intentos de guerrillas rurales. Asociado a este proceso, y en otra dimensión, se mantuvo vivo el mito del Che Guevara y la saga guerrillera inspirada y estimulada por la revolución cubana, victoriosa en 1959.[V].

En Europa Occidental destacaron los movimientos en Francia, muy intensos, aunque condensados ​​en el tiempo (mayo-junio de 1968), movilizando a estudiantes universitarios y una huelga general, que reunió entre 8-10 millones de trabajadores asalariados; en la República Federal de Alemania/RFA, todavía se hace hincapié en los estudiantes; y en Italia, una combinación de huelgas de trabajadores y luchas estudiantiles. En estos dos últimos países se puede registrar la aparición, en los años siguientes, de una oleada de guerrillas urbanas, especialmente en Italia.

En lo que se llamó Europa del Este, hubo movimientos sociales en Polonia, protestas intelectuales y estudiantiles en otros países y, en particular, un amplio proceso de reformas en Checoslovaquia. Iniciado en enero de 1968 en el ámbito del propio partido comunista, el proceso cobró fuerza y ​​expresión social, delineando la perspectiva de un socialismo con “rostro humano”. Efímero, asfixiado por la invasión soviética en agosto de 1968[VI].

En el otro extremo del mundo, en China, desde la segunda mitad de 1965 se desató la llamada gran revolución cultural proletaria. Movilizando fundamentalmente a los estudiantes pero, en algunas ciudades, como Shanghái, también a los trabajadores de diferentes sectores, el proceso cuestionaría profundamente el orden socialista existente y sus normas de organización política y alcanzaría su punto máximo en el paso de 1966 a 1967 con la proclamación de la Comuna de Shanghái. Sin embargo, a pesar de experiencias innovadoras en los campos de la educación y la organización del trabajo, el movimiento revolucionario retrocedió y, ya en 1969, con la reorganización del Partido Comunista Chino, puede considerarse cerrado.[Vii].

Otro polo revolucionario en Asia estuvo representado por Vietnam. Después de luchar contra los japoneses (1941-1945) y los franceses (1946-1954), y derrotarlos, los vietnamitas, desde 1960, iniciaron una tercera guerra de guerrillas para garantizar la independencia y la unificación nacional. A partir de 1964-1965, la intervención estadounidense se convertiría en un factor relevante y la guerra de Vietnam ocuparía paulatinamente el proscenio de las relaciones internacionales y los medios de comunicación.[Viii]

En este brevísimo repaso se ve la amplitud geográfica y la diversidad política, económica y social de los regímenes afectados por el terremoto de la década de 1960. Se vieron afectados países capitalistas y socialistas, regímenes democráticos y dictatoriales, sociedades desarrolladas y en vías de desarrollo (en su momento , se les llamó sin eufemismos “subdesarrollados”).

2.

¿Por qué la década de 1960? ¿Por qué exactamente el año 1968?

Estrictamente hablando, como varios estudiosos han demostrado[Ex], hay un proceso histórico más amplio en el que se inserta el año 1968, proponiendo distintas “coyunturas mayores” para comprenderlo mejor. Como se puede ver en la revisión anterior, hubo sociedades en las que la temperatura más cálida, social y políticamente, aumentó en años anteriores (China y EE. UU.) o alcanzó su clímax más tarde (Argentina e Italia) en 1968.

La simultaneidad de los procesos evocó la “primavera de los pueblos”, de 1848[X], a una escala aún mayor, pero es importante no perder de vista, además de la innegable internacionalización de los conflictos, su carácter específicamente nacional, cuyas raíces es necesario dilucidar, evitando uniformar aproximaciones de una diversidad que no puede ser subestimada ( M.Ridenti, 2018).

Querer revelar mejor las circunstancias de los conflictos no significa aprisionar la historia en determinaciones estructurales, ni anular los márgenes de libertad de los movimientos sociales y sus direcciones, así como la especificidad de cada proceso o acontecimiento. Tampoco se trata de negar la imprevisibilidad de la historia humana, pero es innegable que la década de 1960 formó parte -y anunció- un período de cambios vertiginosos, propiciados por una gran revolución científica y tecnológica, cuyo dinamismo permanece presente hasta el actualidad, cambiando radicalmente el panorama de las sociedades humanas a todos los niveles: cultura, política, economía, sociedad.

A la “civilización fordista”, propuesta a finales del siglo XIX, y que, en sus términos, alteró también profundamente las sociedades humanas de la época, alcanzando un momento de apogeo en las décadas de 1940/1950, fue seguida por otra revolución que dio lugar a a la “cultura-mundo” (JF Sirinelli, 2017), la “historia mundial”, la “disminución del mundo” o la “aldea global” (M. McLuhan) marcada por la simultaneidad y la instantaneidad[Xi].

Desde la década de 1960 se han abierto tiempos de inestabilidad, las instituciones y corporaciones centralizadas, verticales y piramidales comenzaron a colapsar, pero no sería, como algunos imaginaban, una implosión rápida y catastrófica. Como eran muy densos y pesados ​​y los intereses invertidos en ellos eran diversos, sus escombros siguen cayendo, aún hoy, sobre las sociedades existentes. Basta observar a los partidos y sindicatos, hijos amados del mundo de la segunda revolución industrial, que acapararon la representación de los intereses políticos y sindicales y que, desde hace décadas, atraviesan una profunda crisis estructural, sin poder dar más vida a la voz, a las demandas y al sentir de las poblaciones concernidas, pero aún conservando importancia en el juego político institucional.

Estos procesos de transformación también afectaron cambios en las relaciones entre los individuos y el tiempo. Reinhart Koselleck y François Hartog llamaron la atención sobre el fenómeno al proponer que las concepciones del tiempo también tienen una historia. mientras no Antiguo régimen, prevalecieron nociones que trataban indistintamente pasado, presente y futuro, siendo el futuro una mera proyección del pasado, a partir de las grandes revoluciones atlánticas de finales del siglo XVIII (americana y francesa), como observó H. Arendt, estas nociones cambiaron. radicalmente: el futuro sería la mejora del pasado (concepto de progreso), equiparándose las revoluciones con saltos hacia lo desconocido. En el contexto de la revolución científico-tecnológica a partir de las décadas de 1950/1960, el presente se expande, abarcando el pasado y el futuro, configurándose como “presentismo”.[Xii].

Así, en una perspectiva más amplia, los movimientos de la década de 1960 habrían sido precursores de los terremotos que recién entonces iniciaron su obra y que permanecerían – hasta hoy – sacudiendo y convulsionando el mundo proyectado y construido desde fines del siglo XIX en adelante. Precisamente por eso, los temas planteados en esos años siguen vivos y vigentes, porque la gran coyuntura y la revolución científica y tecnológica que condicionaron esos movimientos continúan desarrollándose con notable dinamismo.

3.

La década de 1960 estuvo marcada por propuestas de cambio, y ellas mismas fueron una expresión de cambio. Las reformas y las revoluciones estaban a la orden del día. En la política, en la sociedad, en las costumbres, en la economía. Se trata de meditar sobre los temas en juego, las disputas y, en particular, sobre los paradigmas de cambio social que suscitaron apoyos, resistencias y manifestaciones a favor y en contra.

En este caldero, es interesante reflexionar sobre la tradicional díada izquierda-derecha[Xiii]. Tradicionalmente, los primeros -la izquierda- se encargaron de luchar por el cambio, desde la perspectiva de la igualdad social, mientras que la derecha, siempre conservadora, se encargó de encarnar el papel de las concepciones antirreformistas y naturalizadas de las desigualdades sociales. En el marco de la revolución científico-tecnológica y los movimientos de la década de 1960, sin perder todo su valor operativo y explicativo, la díada ya no sería capaz de hacer frente a la complejidad de las cuestiones en juego y los movimientos de las fuerzas políticas.

De hecho, en la defensa de la Orden y las tradiciones, sería posible encontrar fuerzas de la derecha y de la izquierda. Llamémoslas fuerzas frías o tradicionales[Xiv].

Los más notorios fueron, sin duda, los de derecha que podríamos llamar pasados ​​o arcaicos. Son las fuerzas reaccionarias en el sentido propio de la palabra, fuerzas frías por excelencia. Se exasperaron frente a los movimientos del 1968, especialmente en relación a las propuestas de revolución en las costumbres. Creían en valores que estaban siendo profundamente cuestionados. Temían por la existencia de una sociedad que se desmoronaba. Podían sentir cómo se derretía el suelo que pisaban. Sin brújula, deambularon sin guía en el tumulto de las protestas. Estaba más allá de la imaginación, no podía ser tolerado. Combatieron con las últimas energías el “desorden” propuesto por las alternativas que salieron a la luz en la década de 1960.

Es por eso que estas fuerzas odian hasta el día de hoy el año 1968. En las celebraciones del año, estas personas no aparecen, solo quieren olvidar.

Sin embargo, probablemente por ser fuerzas frías en el contexto de los enfrentamientos librados, en el contexto de un año caluroso, y vencedores, al no atraer la simpatía que suelen suscitar los perdedores, sobre todo cuando son definitivamente derrotados, tales propuestas no han sido estudiadas. con la importancia que se merece.

Mientras no se evidencien suficientemente sus fundamentos sociales e históricos, el año seguirá siendo relativamente incomprendido, pues sus acciones y reacciones determinaron en gran medida las derrotas de quienes pretendían cambiar el mundo.[Xv].

Por la izquierda, sin embargo, también aparecieron fuerzas defensoras de la tradición y el orden, que luchaban por mantener sus posiciones y mantener situaciones que les daban prestigio y fuerza.

En el mundo capitalista eran izquierdas frías y tradicionales y, con pocas excepciones, el movimiento comunista internacional, en sus diferentes tendencias y, también en sus diferentes rostros, la socialdemocracia internacional. En América Latina, el movimiento nacionalista tradicional también se alzaría contra la creciente oleada de propuestas de cambio y nuevas formas de lucha, que no impedirían que sectores minoritarios se sumaran a las guerrillas urbanas y rurales.[Xvi].

Comunistas, socialistas y nacionalistas, en Europa y América Latina, imaginándose direcciones/vanguardias políticas, fueron sorprendidos por la irrupción y dinámica de los movimientos. Reuniendo fichas, corrieron detrás, tratando de mantener el impulso y/o canalizarlo, o/y controlarlo. Dependiendo de las circunstancias, incluso jugaron un papel, casi siempre moderador en relación a propuestas y pasiones, caracterizadas como de izquierda, sectaria, loca. No sin razón, dieron un suspiro de alivio cuando las ondas de choque tendieron a disminuir. Emblemática, desde este punto de vista, sería la actitud de los socialistas y comunistas franceses que, en mayo-junio de 1968, se esforzaron por encauzar los movimientos hacia cauces institucionales, moderándolos y neutralizándolos.

Los actuales regímenes socialistas se situaron de la misma manera. La represión desatada contra la “Primavera de Praga” es la mejor evidencia del comportamiento frío y conservador de estos regímenes. Temieron el contagio de propuestas reformistas y las reprimieron con violencia. En Checoslovaquia, cuya “Primavera” comenzó en enero de 1968, el proceso democratizador duró poco: en agosto, tropas del Pacto de Varsovia, lideradas por la Unión Soviética, invadieron el pequeño país y pusieron fin a una experiencia que, si bien comenzó en la cima, se extendió por toda la sociedad, movilizando a las personas, haciéndolas proponer y construir formas autónomas de organización política y social. Una oportunidad histórica perdida, con profundas consecuencias a largo plazo. Cabe señalar que la invasión soviética mereció los elogios de Fidel Castro y también el apoyo, o el silencio silencioso, de los demás estados socialistas. Apoyo y omisión compartida por los partidos comunistas de todo el mundo, con la notable excepción del Partido Comunista Italiano.

En Polonia y otros estados socialistas, e incluso en la Unión Soviética, dondequiera que se encontraran, grupos de disidentes fueron igualmente atacados, aunque sus propuestas se limitaran a una tímida defensa de los derechos humanos.

En China, tras algunas vacilaciones, y atemorizados por las tendencias antiautoritarias de los movimientos rebeldes que disolvieron las estructuras partidarias y quemaron los archivos de la policía política (Shanghai Commune), intentaron canalizar las protestas y cuestionamientos a la cama de reorganización del Partido Comunista. y el culto a la personalidad de Mao Dze-Dong. Donde esto no fue posible, reprimieron con violencia, descartando los intentos revolucionarios como “izquierdistas” y “cómplices de los enemigos capitalistas”.

Desde entonces, esas frías izquierdas siguen presentando los movimientos de 1968 como una fiebre intrascendente, un accidente en el camino, algo a tachar del mapa y del calendario.

4.

Entre tendencias favorables al cambio, fuerzas candentes, el panorama no sería menos diverso y complejo. A lo largo de la década de 1960, algunos tendieron a anclarse en el pasado, mientras que otros fueron capaces de abrir horizontes y perspectivas de futuro.

Este es un tema clave, que no ha sido tratado en profundidad ni con la debida calificación. Los movimientos que se desencadenaron fueron sumamente diversos. Ocurriendo al mismo tiempo, a veces en los mismos espacios, se inspiraron en diferentes paradigmas de cambio social, con diferentes propuestas, características y dinámicas internas.

Primero, sería necesario volver a la consideración de la guerra en Vietnam.

Para cualquier observador, incluso el más distraído, sería imposible negar la centralidad de las luchas revolucionarias por la liberación nacional, entre las que destaca, en un lugar destacado, la guerra popular en Vietnam.

Apareció en todas las noticias y medios de comunicación, en las vallas publicitarias, en todas y cada una de las marchas. La guerra entró literalmente en la vida cotidiana de todos y cada uno. Por lo tanto, era muy difícil decir indiferente. O si estaba a favor de la intervención armada estadounidense, o si estaba a favor de la lucha de liberación nacional vietnamita. Una polarización formidable.

En Estados Unidos, en particular, el tema de Vietnam fue decisivo para articular y desencadenar movimientos sociales contra la guerra. Los jóvenes, y en particular los jóvenes negros, comenzaron a expresar sus voces de protesta.[Xvii].

Luego de la ofensiva del Tet, en enero/febrero de 1968, demostrando la imposibilidad de una victoria militar estadounidense, las manifestaciones contra la guerra ganaron dinamismo. El presidente de los Estados Unidos, Lindon Johnson, se vio obligado a renunciar a la reelección y abrió negociaciones de paz casi de inmediato en París (mayo de 1968). Los revolucionarios aún no habían ganado la guerra, lo que sucedería recién en 1975, pero EE.UU. ya la había perdido.

La guerra de Vietnam no sólo merece ser destacada por los intensos combates que se libraron en esa región del mundo y por la polarización que provocó, o por los efectos que produjo, sobre todo, como ya se ha dicho, en EE.UU.

También fue típico del conjunto de movimientos nacionalistas revolucionarios que se habían desplegado en el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, especialmente aquellos con fines socialistas o socializadores. Y, más importante, para nuestros propósitos, propia de cierto paradigma de cambio social, heredado de las revoluciones rusas – la revolución catastrófica, emprendida a través de insurrecciones y/o guerras apocalípticas, con el objetivo de tomar el poder del Estado para, a través de él, , para llevar a cabo profundas reformas sociales, económicas y culturales, entre ellas, la construcción del llamado Hombre Nuevo[Xviii]. En este sentido, la Guerra Revolucionaria de Vietnam tiene lugar a raíz y en el contexto de las revoluciones victoriosas china (1949), cubana (1959) y argelina (1962). En Asia y África en particular, pero también en tierras de Nuestra América, múltiples movimientos cuestionaron la preponderancia de las potencias europeas y de EEUU que, en muchos momentos y lugares, intentaron reemplazarlas, aunque ejerciendo otras formas de dominación. Los viejos imperios coloniales, considerados hasta hace muy poco como inexpugnables, se derrumbaban. Se cuestionaron las políticas neocoloniales y la dependencia en todas sus formas.

En este enfoque, la lucha de los vietnamitas también fue emblemática, porque se insertó en la corriente nacionalista más radical, comprometida con la construcción de proyectos para revolucionar las sociedades en todos los niveles. No sólo querían la libertad, querían la liberación, adquiriendo este último término una connotación revolucionaria en el sentido de la asociación propuesta entre la independencia nacional y la construcción del socialismo en el marco de las dictaduras políticas revolucionarias.

Vietnam en Asia, Cuba en América y Argelia en África. Tres revoluciones victoriosas, a través de guerras catastróficas. Pequeños pueblos que habían luchado con las armas en la mano contra las grandes potencias del mundo de la época. Y habían ganado, construyendo dictaduras políticas revolucionarias. ¿No habría una manera de indicar que valía la pena ser audaz? ¿Aunque ya aparecían sombríos signos de derrota (el golpe que derrocó a Ben Bella, en 1965; la muerte del Che Guevara, en 1967), no siempre, dicho sea de paso, debidamente evaluados?

Estas luchas parecían abrir amplios horizontes para el futuro. Los intentos de formar organizaciones revolucionarias internacionales, como la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), en 1966, y la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), en 1967, para hacer posible la articulación de Las actividades revolucionarias de las luchas en los tres continentes parecían, entonces, prometedoras.[Xix]. Pero no fue el caso.

La revolución vietnamita, aunque victoriosa en 1975, no abrió con ella ningún nuevo ciclo revolucionario, según las normas que le eran propias, como en el caso de las revoluciones cubana y argelina.

Al contrario de lo que se imaginaba en los años 1960, estas victorias, en lugar de abrir, cerraron un gran ciclo, el de las revoluciones catastróficas. Las grandes transformaciones por venir ya no se producirían según los estándares establecidos en 1917.

La situación actual de estas tres sociedades así lo demuestra. Mucho se puede decir que el hecho se debió al aislamiento en que permanecieron, obstaculizados por circunstancias hostiles. Pero también habrá que considerar las implicaciones de los procesos bélicos, de donde surgieron estas revoluciones victoriosas y la calidad de sus propuestas. Por no hablar de las dictaduras revolucionarias, comunes a los tres, con sus Estados hipertrofiados, partidos únicos, predominio de jefes militares, persecución implacable de todo tipo de oposición política.[Xx].

Así, el nacionalismo revolucionario de las décadas de 1960 y 1970, que entonces parecía tan prometedor, perdió muy rápidamente su capacidad de seducción política y de movilización social. Pareciendo innovador en ese momento, tenía más anclas en el pasado de lo que uno podría imaginar. Y fue en el pasado donde anidaron estas revoluciones de liberación nacional, sin abrir perspectivas de futuro.

5.

Mientras tales paradigmas de cambio social, hasta entonces hegemónicos, tendían a “envejecer”, otros, por el contrario, aunque ya existentes, cobraban fuerza y ​​tendían a afirmarse. Se destacaron, en muchos momentos y lugares, en el marco de alternativas radicales de construcción democrática. Criticaron simultáneamente los límites del liberalismo democrático y el autoritarismo de la fría izquierda conservadora. Repudiaron las rutinas tradicionales del liberalismo democrático, centradas casi exclusivamente en calendarios y juegos político-institucionales donde termina prevaleciendo el cretinismo parlamentario, a pesar de las buenas intenciones.

Arenas cerradas, debates previsibles, extrema moderación de propósitos, sentido corporativista de la mal llamada clase política, distancia infranqueable entre representantes y representados, alejando a los primeros de los segundos, a quienes sólo se consulta en momentos electorales. En rigor, la democracia representativa, sustentada en partidos y sindicatos, aunque producto de importantes luchas sociales a partir de la segunda mitad del siglo XIX, ya estaba históricamente minada por ser expresión de un mundo en decadencia. Las décadas de 1960 y 1970 vieron un lento proceso de erosión de este modelo de democracia, cuya crisis se evidenció en las masas cada vez mayores de votos en blanco, nulos y abstenciones. Especialmente entre los jóvenes, existe un desencanto casi universal con las tradiciones de la democracia representativa, desafiada a reinventarse si quiere sobrevivir.

Fue en este sentido que funcionaron los movimientos renovadores de la década de 1960 y esto se hizo evidente tanto en el mundo capitalista como en el mundo socialista.

Propuestas democráticas alternativas radicales surgieron en Europa, Estados Unidos e incluso en Brasil, sobre todo en círculos estudiantiles, pero también, según las circunstancias, formuladas por trabajadores en lucha, como sucedió a veces en Francia, Italia y China. ¿Qué unió estos experimentos democráticos llevados a cabo en latitudes tan diferentes?

La hermosa idea de la autonomía de los movimientos sociales en relación al Estado y los partidos. Crítica radical a las distancias que se crearon entre líderes y dirigidos, entre representantes y representados. Formas participativas de democracia. Instituciones de control sobre representantes y élites gobernantes. Una profunda desconfianza hacia la delegación de poderes. El deseo, que parecía inmenso, de tomar los frenos de los propios destinos en las propias manos. Directamente. Sin intermediarios.

Ensayos, no más que ensayos, aún careciendo de inventarios rigurosos. Experiencias derrotadas, pero no eliminadas de la historia. Si también tuvieron referentes en el pasado, lo que los distingue son las promesas de futuro, y por eso han emergido cada vez que se recrudecen las contradicciones sociales y la gente vuelve a interesarse por Res Publica y el destino de la Ciudad.

Tales críticas aparecían también a la pauta de lo que vendría a llamarse, años después, socialismo realmente existente. Tituladas dictaduras del proletariado, estos regímenes, aunque revolucionarios, de proletarios no tenían nada. Eran, en el mejor de los casos, dictaduras de partido único, en el peor, lo que lamentablemente no era tan raro, dictaduras de líderes carismáticos y sus nubes de adherentes. Apoyados por el pueblo gracias a las reformas sociales y económicas que habían podido emprender, modelaron instituciones libertarias, transformando a los opositores en disidentes, a quienes les reservaron el destierro, las cárceles y los asilos psiquiátricos.

Incorporando estas críticas, dos casos se volvieron emblemáticos: la Primavera de Praga y los primeros movimientos de la revolución cultural en China.

En Checoslovaquia, como se mencionó, se trataba de reformar el modelo soviético imperante hasta entonces, basado en la centralización del poder y la nacionalización de la economía, la represión política y la uniformidad ideológica, reemplazándolo por una sociedad socialista democrática y plural.

En China, en el marco de la revolución cultural, los movimientos sociales escaparon al control del Partido Comunista y construyeron, en determinados momentos (Comuna de Shanghai), formas de organización innovadoras, basadas en principios de democracia participativa y que recuperaron, en distintos momentos, referencias adelantadas por pensadores a favor de la democracia directa. Por no hablar de las críticas mordaces a las tradiciones de gobierno vertical y descontrolado, presentes en la antigua China y mantenidas por el Partido Comunista, con otros rasgos, pero similares características, tras el triunfo de la revolución de 1949.

Aún no suficientemente estudiados, estos movimientos, después de anular la preponderancia del Partido Comunista en muchas ciudades, no fueron, sin embargo, capaces de construir alternativas sólidas. Por el contrario, se perdieron en procesos (auto)destructivos que terminaron brindando condiciones para la restauración del Orden revolucionario dictatorial.

Así, las propuestas democráticas radicales pretendían construir, simultáneamente, alternativas al liberalismo democrático ya las dictaduras revolucionarias. Autonomía, participación y control fueron sus principales lemas. Retos de difícil construcción y realización, demandando tiempos de maduración histórica.

En diferente medida, los llamados “nuevos movimientos sociales” de la década de 1960 recuperaron estas referencias.

Como todo lo que aparece en la Historia, tenían raíces en el pasado, pero aparecieron con una fuerza inusitada en 1968 y no abandonarían la escena en las décadas siguientes. Principalmente en EE.UU., pero también en Europa Occidental, y un poco en todas partes, tales movimientos se articularon en torno a programas específicos, referidos a sus particulares inserciones en la sociedad, por aspectos propios, que los diferenciaban de grupos más grandes.

Así, entre otros, las mujeres y los movimientos feministas, la segunda mitad del cielo, según la metáfora poética china. negros, chicanos y nativos americanos. Los movimientos gay. Llamadas en un principio “minorías”, término no siempre adecuado, cuestionaron viejos programas y formas de hacer política y permanecieron durante algún tiempo (o mucho tiempo, según las condiciones de tiempo y lugar) incomprendidas y/o hostiles por parte de la derecha. ala y organizaciones políticas.

La derecha anticuada los odiaba por la naturaleza audaz de sus reclamos. Simplemente no admitirían haberlos considerado. Sin embargo, las derechas modernizadoras, de las que hablaremos más adelante, estuvieron dispuestas, en no poca medida, a incorporar aspectos importantes de los programas adelantados por mujeres, negros y gays, entre otros. El fenómeno no hizo más que intensificar los prejuicios y la resistencia de la izquierda tradicional que los acusaba de ser divisivos, ya que tales movimientos favorecían programas que les parecían demasiado particularistas.

A pesar de las contradicciones, los nuevos movimientos se establecieron como perspectivas de futuro. Extrajeron su fuerza de reivindicaciones muy concretas que se referían a la vida cotidiana de las personas. Por eso se difundieron por el mundo, cobrando fuerza y ​​amplitud, realizando, en algunos lugares, una parte considerable de sus programas y remodelando sustancialmente la sociedad contemporánea. Se ganaron un lugar bajo el sol y nunca lo perderían, arrastrando a diestra y siniestra y convirtiéndose en actores de primer orden en el juego político actual.

Finalmente, pero no menos importante, también habría que mencionar las propuestas de revoluciones en las costumbres y el comportamiento cotidiano. Íntimamente asociadas a los nuevos movimientos sociales, pero con autonomía propia, tales referencias también contribuyeron a cambiar las tendencias y características de las sociedades contemporáneas.

Cuestionar las rígidas jerarquías que marcaban las relaciones sociales en todos los niveles; la ambición de proporcionar un mínimo de coherencia en la relación entre lo público y lo privado; entre la teoría y la práctica; entre el discurso y la acción. Crítica a las nociones establecidas de representación. El cuestionamiento de la decisiva importancia del poder político central a favor de un nuevo énfasis en cambios aparentemente pequeños, moleculares, pero sin los cuales, como se verificó en el análisis del socialismo realmente existente, las grandilocuentes utopías de nada valían, he aquí, perdían sustancia. en la misma medida en que fueron incapaces de transformar la vida inmediata de las personas. Como si el aquí y ahora mereciera prevalecer sobre un futuro anunciado como glorioso, pero tan lejano que se vuelve intocable para la gente común en su vida actual.

Las propuestas revolucionarias para cambiar las costumbres no se realizaron en su totalidad. Lejos de ahi. Pero han hecho un progreso considerable. Y lo que es más importante: la fuerza bruta de la reacción (derecha e izquierda) no logró eliminarlos del escenario político. En efecto, es notorio cómo se han instalado en la agenda de los debates políticos en las sociedades contemporáneas.

Todas estas fuerzas deseosas de cambio -calientes- ya no se guiarían por los referentes y paradigmas de las revoluciones rusas -la toma violenta del poder central como condición para la realización de los cambios revolucionarios- sino que concebirían estos últimos como posibles de alcanzar. a través de cambios/revoluciones moleculares, por el cambio de conciencias y por la conquista progresiva de derechos.

En sus perspectivas, aún tentativas, las rupturas hacia una sociedad alternativa podrían –y deberían– darse de manera paulatina, diluyendo los supuestos muros entre reforma y revolución.[xxi]. Aunque muchos eran declaradamente pacifistas, no todos descartarían radicalmente el recurso a la violencia, pero cuando lo consideraron, lo utilizaron como un recurso. in extremisprovisional, y no como llave fundamental para abrir las puertas del futuro.

En una visita a Harlem en 2006, Fidel Castro reconoció, en sus propias palabras, el surgimiento y fortaleza de un nuevo paradigma de cambio social. Luego dijo: “Se está formando un nuevo movimiento de masas con una fuerza tremenda. Ya no será la vieja táctica, al estilo bolchevique. Ni siquiera nuestro estilo. Porque es otro mundo, diferente. Estamos pasando de una etapa donde las armas podrían resolver a otra etapa en la que la conciencia de las masas, las necesidades de la historia y las ideas, son las que harán cambiar el mundo”.[xxii]

6.

En la presentación del conjunto de fuerzas candentes de la década de 1960, sin embargo, aún se estaría mencionando una fuerza no siempre adecuadamente considerada o evaluada: queremos referirnos a la derecha liberal modernizadora.[xxiii] Eran flexibles y vieron cambios con matices. Porque sintonizados, por interés propio o por valores compartidos, con lo esencial de la revolución científica y tecnológica en curso, se mostrarían, en el futuro, más abiertos a ciertas e importantes transformaciones en materia económica, política, costumbrista. y costumbres comportamientos[xxiv]. Sin embargo, frente a la convulsión inmediata, en el mismo 1968, fue común que estas fuerzas trazaran alianzas provisionales con la derecha fría, pasada y arcaica, e incluso con la izquierda conservadora, también fría, como en el caso emblemático de May -Junio ​​francés, ya considerado. Se trataba, en ese momento, de levantar un dique contra la creciente ola de cuestionamientos a la Orden y vencer los peligros que se acumulaban. Así, puede decirse, sin querer formular amalgamas injustificadas, al contrario, marcando las diferencias en motivaciones y propósitos, que la derecha (pastista y modernizadora) y la izquierda tradicional, en no pocos momentos, se dieron la mano en la contienda o en la canalización institucional de los movimientos del 1968.

Sin embargo, es importante resaltar que la derecha modernizadora, en el poder o fuera de él, en los años siguientes, incorporó muchas de las demandas de los desafíos presentados en la década de 1960.

Otro aspecto a destacar, para evitar simplificaciones, es que, en el extraordinariamente complejo flujo de movimientos y luchas sociales y políticas de la época, los diferentes paradigmas descritos podrían aparecer entrelazados. Para quien recorra el período, a través de la documentación apropiada, películas y canciones, los diversos soportes, será común encontrar, mezcladas, entrelazadas, referencias a los paradigmas de las revoluciones catastróficas y violentas, por un lado, y, por el otro, otro, el de las revoluciones moleculares, basadas en el cambio de conciencia y en la conquista progresista -y democrática- de derechos.

Así, la solidaridad con la guerra de Vietnam y la saga del Che Guevara (procesos identificados con los modelos propuestos por las revoluciones rusas) fue manifestada muchas veces por movimientos estudiantiles, democráticos, feministas, cuyo alcance, sin embargo, era radicalmente diferente. Asimismo, el grupo Black Panthers, partidarios de las autodefensas armadas, no ocultó su admiración por Martin Luther King, involucrado en otro tipo de lucha, la de la conquista pacífica de los derechos civiles y políticos. En la solidaridad no había exactamente identidad de fines, sino compartir el mismo rechazo a la opresión y la explotación resentida como inaceptable para todos. Eran fuerzas calientes, por cambios, pero bajo diferentes coordenadas y concepciones.

7.

Aún para hacer el cuadro más complejo, como la vida y la historia son siempre complejas, sería importante considerar las fuerzas fría y caliente, además de un esquema binario y simplista. Dos ejemplos, entre otros: hubo fuerzas frías, en determinados momentos, que se mostraron capaces de incorporar cambios, al menos en términos propagandísticos (apoyo de los partidos comunistas a los movimientos de liberación nacional y/oa la Guerra de Vietnam); hubo fuerzas cálidas que se aliaron a la defensa de la Orden, en determinadas situaciones (liberales franceses en alianza con la derecha conservadora para contener el caudal de los movimientos mayo-junio franceses).

Así, la propuesta de la díada fuerzas frío-calor debe tomarse como referencia para comprender los procesos históricos en su conjunto y no para formular esquemas que, tomados con rigidez, serían incapaces de comprender el rico y contradictorio flujo de los acontecimientos.[xxv].

Consideradas en estas múltiples dimensiones y propuestas, es claro que la década de 1960, y especialmente el año 1968, a pesar de los 50 años transcurridos, aún desafía a los contemporáneos, exigiendo inventarios críticos, planteando interrogantes. Es necesario estudiar la fuerza de los que ganaron.

La derecha a la antigua, reaccionaria en el sentido literal del término, se resiste a irse y sigue apareciendo en el escenario político con sus resentimientos atávicos, tratando de contener e impedir lo que cambia, lo que renueva. Basta mirar a la administración Trump y sus enemigos íntimos del Estado Islámico para ver la fuerza de quienes aún sienten náuseas en relación con los fenómenos de la modernidad. Desafortunadamente, atraen poca investigación académica, lo cual es lamentable, porque son fuerzas que aún están presentes y extremadamente peligrosas.

Los derechos modernos también merecerían más atención. Triunfaron en 1968 y mostraron una notable capacidad de adaptación, incluso desde el punto de vista de incorporar aspectos importantes de las propuestas de los nuevos movimientos sociales y de los comprometidos con la revolución de las costumbres y los comportamientos. Agrupados en torno a programas neoliberales, partidarios de la globalización para exceso, desconociendo los valores de igualdad y solidaridad, su hegemonía y dominio constituyen, sin duda, la principal barrera opuesta a eventuales propuestas comprometidas con la construcción de un mundo democrático, libre e informado por los valores de la justicia social y el socialismo. .

Las izquierdas tradicionales también siguen presentes en la escena internacional, particularmente a través de la socialdemocracia en Europa occidental y central, donde se consolidaron más a lo largo del siglo XX. Pero no hacen más que resistir, lo que no es poca cosa en la situación actual, aunque son incapaces de presentar alternativas de futuro, lo que no quiere decir que siempre sean insensibles a los cambios. Lo mismo puede decirse de los restos de los movimientos comunistas del siglo XX. Todavía gobiernan estados (China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte) y organizan partidos relativamente fuertes en algunos lugares, pero se alimentan más de las glorias del pasado que de la capacidad de formular propuestas seductoras para el futuro.

Quedan las demás propuestas revolucionarias que entraron en vigencia en 1968. En términos inmediatos fueron indudablemente derrotadas, pero no eliminadas, por el contrario, se mantuvieron vivas, resurgiendo, como hablaba el viejo Topo Marx, cada vez que se producían procesos de cuestionamiento del Orden. se reconstituyen. . No son catastróficas, pero sus propuestas de cambios moleculares y parciales no excluyen rupturas, proponiendo nuevas síntesis, reformadoras revolucionarias.

Basta comprobar los efectivos avances de la revolución molecular de la mujer, la (re)valorización e innegables conquistas de los movimientos étnico-nacionales, la progresiva difusión del programa favorable a las libertades en el plano comportamental, como, por ejemplo, la libertad de elección sexual, ya consagrado y legalmente protegido en muchos Estados. También es posible establecer lazos de continuidad entre los movimientos de 1968 y los que llevaron a la desintegración de la Unión Soviética, sin olvidar las manifestaciones en la Plaza de Tiananmen de Beijing en 1989, las marchas antiglobalización iniciadas en 1999, las los movimientos autónomos de los pueblos originarios de la América andina, las guerrillas innovadoras de Chiapas, los enfrentamientos en Oaxaca, México, las propuestas de ciertos segmentos dentro de la ola nacionalista revolucionaria en la América andina y, no menos importante, los movimientos democráticos que han agitado recientemente a los árabes mundo (la “primavera” árabe).

Se trata de considerar estas propuestas. Lo que propusieron y han propuesto. Lo que hicieron y han estado haciendo. Lo que se perdió, lo que se ganó. Lo que queda atrás, lo que queda. En qué medida han sido recuperadas por tendencias conservadoras. Sus debilidades, visibles en la fragmentación de sus luchas. Sus retos, sobre todo la necesidad de articulación entre los distintos movimientos particulares. Sus aspectos fuertes, enraizados en intereses cotidianos, que no quieren ser desestimados en nombre de utopías épicas que nunca se realizan y que, por el contrario, se validan en la medida en que fueron capaces de cambiar las sociedades. Qué síntesis falta alcanzar para rescatar, superar, experiencias que fueron importantes, pero que necesitan ser reelaboradas para seguir abriendo perspectivas de futuro.

En este contexto complejo, las conmemoraciones de 1968, en el sentido propio del término -recordar juntos- no necesitan celebraciones, sino debates, valoraciones e inventarios sobre estos temas, que preferentemente son controvertidos. Si cumplen este propósito, habrán impedido, como quieren algunos osados, el borrado de la memoria. Y habrán ofrecido, en honor de las luchas libradas, una contribución válida, en la línea de lo que se merecen.

*Daniel Aarón Reis es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Federal Fluminense (UFF). Autor, entre otros libros, de La revolución que cambió el mundo – Rusia, 1917 (Compañía de Letras).[https://amzn.to/3QBroUD]

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Notas


[i] Cf. T. Blanchette y R. Barreto (2018); A. Kaspi (1988); P. Berman (1988); B. Burrough (2015)

[ii] Entre los negros se destacan los Panteras Negras y los musulmanes radicales, aunque en la mayoría de los casos usaron la fuerza armada únicamente para la autodefensa.Cf. T. Blanchette y R. Barreto, op. cit.. Entre los estudiantes, los Weatherman lucharon directamente contra el poder político. Cf. RF de Sousa (2009)

[iii] El término se utiliza solo para facilitar la comunicación, pues se sabe que no abarca la complejidad étnico-racial del subcontinente que comprende, además de los pueblos originarios y pueblos de ascendencia latina, poblaciones provenientes de África, Europa no latina. y asia

[iv] Para México, cf. L. Gonçalves (2018), HG Cantera (2017) y E. Poniatowska (1971); para Brasil, cf. D. Aarão Reis (2008); para Argentina, cf. J. Brennan (1993) y JC Cena (2000)

[V] Para la revolución cubana, cf. R. Gott (2006) y D. Aarão Reis (2010). Para la epopeya del Che y las guerrillas latinoamericanas, cf. JL Anderson (1997), M. Lowy (1999), Benigno (1996) y F. Tavares (2017)

[VI] Para Polonia, cf. G. Visón (2008). Para Checoslovaquia, cf. G. Bischoff (2009)

[Vii] Para la revolución cultural china, cf. Hongsheng Jiang (2014) y R. MacFarquhar (1997).

[Viii] Para la guerra de Vietnam, cf. JH Willbanks (2007); S. Karnow (1983) y MA Lawrence (2014).

[Ex]Cfr., entre muchos otros, M. Ridenti (2000 y 2018); doctorado Artières & M. Zancarini-Fournel (2015); P. Berman (1996); M. Margairaz y D. Tartakowsky (2010); A. Kaspi (1988); JF Sirinelli (2017) y P. Rotman (2008).

[X] Las revoluciones de 1848, a su manera, fueron también las precursoras de procesos que entonces apenas se gestaban: la formación del proletariado urbano; el crecimiento exponencial de la importancia de las ciudades; la unificación nacional de Italia y Alemania; el fortalecimiento de los nacionalismos en Europa y en todo el mundo. Tales procesos, a pesar de las derrotas coyunturales de las revoluciones, como ocurrió en la década de 1960, se afirmarían, sin embargo, redefinidos, en las décadas siguientes. Como curiosidad, nótese que, desde el punto de vista astrológico, existe una interesante coincidencia entre las “cartas estelares” de 1848 y 1968. Cfr. Raquel A. Menezes: Lo que dijeron las estrellas, en D. Aarão Reis, op. cit., 2008, págs. 235-239.

[Xi] JF Sirinelli, op. cit., registra hechos de impacto mundial – el asesinato de J. Kennedy (noviembre de 1963); la Guerra de Vietnam (década de 1960), el primer gran conflicto que estuvo fuertemente mediado; la muerte del Che Guevara (octubre de 1967) y, culminando la década, los pasos del primer hombre en la Luna, Neil Armstrong (julio de 1969), cuyo inspirado discurso fue dirigido a toda la humanidad.

[Xii] Cf. R. Koselleck, 2006 y F. Hartog, 2017. Y H. Arendt, 2011. Debo estos comentarios a Natasha Piedras, 2018.

[Xiii] Véase N. Bobbio (1996).

[Xiv]El término tradicional no se usa aquí con una connotación negativa o peyorativa, sólo se refiere a que tenían la fuerza que les confería un reconocido pasado de décadas. tenía más tradición, y el hecho puede ser objeto de medida objetiva.

[Xv] El pasado o los derechos arcaizantes siguen presentes en las luchas políticas actuales. Brotes religiosos por doquier, anclados en concepciones religiosas ultraconservadoras, movimientos racistas y anticosmopolitas, contra la diversidad cultural y el pluralismo, personas desplazadas y marginadas por la revolución científico-tecnológica, y muchas veces despreciadas por fuerzas que se consideran “progresistas”, el electorado que busca pues “salvadores de la patria” y líderes de “mano dura”, son evidencia en este sentido.

[Xvi] En rigor, el mismo Fidel Castro y el Movimiento Revolucionario 26 de Julio suscribieron, hasta la toma del poder en 1959, e incluso un poco después, la radicalidad de izquierda de los nacionalismos latinoamericanos. Otros sectores nacionalistas, en varios países, incluido Brasil, tomarían el mismo rumbo. Vale la pena enfatizar la complejidad de los movimientos nacionalistas con sus diferentes alas y caras: derecha e izquierda: arcaica y moderna.

[Xvii]Martin Luther King, ya en 1967, denunciaría que la Guerra de Vietnam drenó la vida de los jóvenes negros, asesinados allí en una proporción muy superior al peso demográfico que tenían en la sociedad estadounidense.

[Xviii] Para las revoluciones rusas, cf. D. Aarão Reis (2017), M. Ferro (1967 y 2011) y M. Lewin (1985 y 2007).

[Xix] Ambos encuentros se realizaron en La Habana. Desde 1957 se fundó en El Cairo una Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia y África. Con la radicalización de la revolución cubana y el liderazgo de los sectores más radicales, América Latina se integró, formando con la OSPAAAL un esbozo de internacional revolucionaria.

[Xx]El caso de Cuba es emblemático. Los líderes políticos civiles se convirtieron en “comandantes”, militarizando el régimen en el marco de la dictadura política. En Argelia también, a partir del golpe de 1965, tomaría el relevo Houari Boumediene, jefe del ejército argelino.

[xxi] En la década de 1980, a partir de lecturas de A. Gramsci, Carlos Nelson Coutinho propondría una síntesis entre los dos términos en lo que llamó reformismo revolucionario, formulación muy cercana a las propuestas que estamos considerando. Cf. CN Coutinho, 1980.

[xxii]Consulte https://www.google.com/search?q=fidel+castro+voltando+ao+harlem&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&ved=2ahUKEwj_zraQ1ffdAhWnpFkKHQrcD60Q7Al6BAgGEA0&biw=1280&bih=621. Consultado el 8 de octubre de 2018.

[xxiii] Cf. M. Margairaz y D. Tartakowski, op. cit., 2010.

[xxiv] Entre tantos líderes políticos de la época, se pueden destacar dos: R. Kennedy, en EE.UU.; y Valéry Giscard d'Estaing en Francia.

[xxv] La conveniencia de esta observación fue propuesta en debate por Marcelo Ridenti.

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