por ARLEY RAMOS MORENO*
La filosofía es una vasta prosa del Mundo, que se convierte en lenguaje y pensamiento
“Per me si va nella cittá dolente,\ Per me si va nell'eterno dolore, \Per me si 'va tra 1a perduta gente.” (Dante Alighieri, El infierno, esquina III)
Nunca está de más que, en medio del camino de nuestra vida, nos tomemos un respiro, por breve que sea, para hacernos esta pregunta milenaria. Las posibles respuestas a ella son tan variadas y diferentes como variados y diferentes son los sistemas filosóficos que las engendran. Recorrer la Historia de la Filosofía en busca de estas respuestas es una forma de observar el despliegue del “conflicto de las filosofías”.(1) Cada respuesta vale la medida de la coherencia interna que le da el sistema correspondiente. Y los dogmas filosóficos son, como sabemos, tesis construidas lógicamente dentro de un discurso articulado por argumentos.(2)
¿Cómo se puede argumentar contra estas tesis, sino partiendo de sus propios sistemas, es decir, a partir de y dentro de otros sistemas y según criterios de coherencia que sólo se relacionan conflictivamente con los primeros? ¿De qué serviría, entonces, tomar este descanso poco estimulante, dice el profano con audacia, excepto para el filósofo profesional que debe conocer cada vez más los detalles de la historia de su sustento para seguir ganándolo? Tal vez sólo serviría, prosigue el profano, para apreciar el desfile de multitud de respuestas diferentes, coherentemente formuladas en conflicto, y que incluso podemos, con un cierto esfuerzo de imaginación selectiva y ordenadora, ordenar según un vector histórico o un ¡continuidad ordenada por reglas epistemológicas superiores!
Aunque esto ya es mucho para el filósofo profesional, quizás todavía sea poco para el profano; pero este último ciertamente tiene razones que el primero ciertamente desconoce. Ahora bien, aprovechando una característica inherente al profano, su buena voluntad, sus buenas intenciones, el filósofo profesional se ve inducido a realizar con él una nueva embestida para intentar mejor suerte: esta breve pausa puede servir, al menos, para situar, digamos, la posición relativa entre sistemas filosóficos; no juzgarlos, sino vislumbrar, en este diálogo de sordos –como le gusta decir al profano y que el filósofo de profesión concede, subrayando, sin embargo, que esta sordera no es una prerrogativa de la filosofía– ciertos puntos estratégicos, momentos en los que filosofías hacen terapia de filosofía.(3) Momentos en que las filosofías ya no proponen tesis, sistemas de ideas, sino que sistemáticamente proponen única y exclusivamente métodos, modos de proceder, conceptos que son operadores críticos. ¡Haz terapia filosófica! aquí hay un buen estimulante para el descanso.
¡Wittgenstein aconseja al filósofo que no piense, sino que sólo mire! (Investigaciones filosóficas, § 66). Este es, según el autor, un principio terapéutico de la mayor importancia: cuando el filósofo piensa, surgen los problemas que más quebraderos de cabeza nos dan; la forma característica de tales problemas: "Ya no sé nada” (ibid. 5123), cuando, por el contrario, sólo mira, ¡los problemas, asombrosamente, desaparecen! ¿Qué significa? ¿Qué significa para el filósofo pensar? Tomemos algunos ejemplos de este pensamiento filosófico.
Una de las características más llamativas de la Filosofía es el esfuerzo de sus representantes por construir definiciones universales, definiciones tales que lo que les concierne no se reduce a la multiplicidad efectiva de lo empírico, sino que, por el contrario, concierne a lo más general, fijo. e inalterables elementos de esta multiplicidad manifiesta. Se habla, entonces, con conceptos filosóficos, de lo que constituye el fundamento de todo lo que existe y de cómo lo conocemos; La filosofía es una vasta prosa del Mundo, que se convierte en lenguaje y pensamiento. Se habla de Belleza, Justicia, Verdad, Lenguaje, Historia, Razón, etc., y así se construyen sistemas arquitectónicos de tesis.
Atraviesemos, rápido, sin detenernos, el Limbo, ya que sus espacios no están iluminados por las luces de la Razón, y penetremos en las cumbres radiantes de la luz. ¿A quién encontraremos? ¿Dónde nos detendremos? La elección es difícil, dado el amplio abanico de posibilidades; además, nuestra capacidad es pequeña y nuestro espacio es corto. Centrémonos en los amantes… de las Ideas. ¿Qué hacen estos sabios dialécticos? Parten de ejemplos cotidianos, de situaciones sobre las que depositamos nuestras opiniones y, con enorme esfuerzo, intentan acercarse a lo que las almas, en un pasado lejano, conocieron directamente: las unidades sintéticas de propiedades que dan consistencia a lo empírico, los paradigmas que, mediante la participación de este empirista, constituyen su fundamento de realidad.
Ideas, las busca el dialéctico, reduciendo y eliminando la variedad y la diferencia; las busca más allá de lo que ve, a través del pensamiento que, ileso, capta y retiene constancias, construyendo así Identidades: A = A – como decía el maestro de los amantes de las Ideas,(4) lo que ves cuando miras, es decir, la contradicción, está definitivamente desterrado de todas las Academias.
Pero el buen realista permanece insatisfecho con esta extraña y antieconómica separación entre lo sensible y lo inteligible; sería bueno poder entender la identidad sin separar los mundos. Ahora bien, la noción de “sustancia” viene a jugar este papel desagradecido; ¡Es en los papeles más desagradecidos donde mejor se revelan las cualidades del actor! Conseguimos, a la manera aristotélica, sin subir la escalera de la dialéctica, comprender los fundamentos, permaneciendo en el individuo: en él encontramos la coherencia y la inteligibilidad del Logos. Ahora podremos clasificar la multiplicidad en género y especie; movimiento y transformación tendrán la coherencia de las cuatro causas:(5) que es saber formando conceptos y partiendo de la experiencia, y aplicando estos conceptos a sustancias y construyendo juicios, y, finalmente, combinando juicios y construyendo razonamientos para deducir con verdad. Conocer y recorrer la estructura inteligible de lo real, y para ello utilizaremos ese valioso instrumento que es el concepto.
Buceemos más alto, en un nuevo círculo, ese sofisticado de los amantes del Ego. No queriendo más dejarnos engañar por las falsas apariencias que nosotros mismos somos capaces de elaborar, asumiremos un método en busca de criterios de evidencia: la claridad y la distinción. Así es como, cartesianamente, dejaremos de creer en lo que nuestras sensaciones nos hacen ver cuando miramos, y percibimos cuando sentimos esta llama, esta sensación de calor de estas líneas que escribo en este momento, en mi habitación, vestida. en mi 'chambre' pueden ser, quizás, producto de mi imaginación o de mi sueño. Comprobamos, asombrados, que todo lo que hasta ahora nos parecía tan cierto puede ser puesto en duda. Pero un pequeño detalle escapa a toda duda: dudamos y por eso pensamos. A partir de ahí, siguiendo el mismo método, encontramos la idea de Dios y luego recuperamos de la duda todo lo que habíamos podido dudar.
Se vuelve a abrir la puerta a la ciencia, y fue el Ego, con la ayuda de Dios, quien la volvió a abrir. (6) Camino sofisticado, decíamos, pues nos obliga a dar un rodeo esencial por el yo pensante para llegar a lo real. El hombre, esta cosa extensa y también cosa pensante, puede relacionarse en cierta medida con la sustancia creadora; el hombre tiene ideas innatas, las que no proceden de la experiencia y no son frutos ficticios de la imaginación: son claras y distintas.
Sobre ellos descansan las ciencias, como un edificio sobre sus cimientos.
Los círculos de este bosque se multiplican sobre nuestras cabezas; pero la del idealismo es rica en subcírculos internos. Arriesgando un salto, llegamos al subcírculo de los amantes —y estos fieles de lo trascendental. Ya no hay aquí lugar para las sustancias, ni extensas, ni pensantes, ni creativas; todo se percibe en el espacio, en el tiempo, y se piensa según categorías. El sujeto es, en este subcírculo, amo y esclavo, y todo eso a priori. Los límites del conocimiento científico están explícitamente delimitados por el funcionamiento de la Razón, que es pura; incluso aquellos elementos que permiten la unión entre los conceptos puros y la multiplicidad de lo sensible, los esquemas tienen su fundamento a priori.(7) Desterramos la cosa en sí de la ciencia, y ahora sabemos por qué es posible; encontramos su fundamento en el sujeto trascendental, en el sujeto que piensa y no puede mirar.
Elevémonos más alto, ahora, y cada vez más rápido, nuestro vuelo en esta tarde, y pidamos; ¿Qué es un concepto? una estructura abierta, como una función matemática, que determina un “camino de valores”, es decir, esa clase de elementos que pueden ocupar convenientemente el lugar dejado vacío. Cuando digo, por ejemplo, "X es mortal" hay una clase de objetos que pueden tomar el lugar del argumento, haciendo verdadera la proposición resultante.(8) Definimos, a la manera fregeana, el concepto, a partir de su estructura lógica, y así mostramos sus límites exactos y fijos; cuando esto no sea posible, es decir, cuando la clase de objetos no pueda formularse estrictamente, estaremos en el dominio de la estética, no estaremos trabajando con pensamientos, esa realidad autónoma e intermedia entre lo psicológico y lo empírico portador. Con este vuelo aterrizamos en nuevos lugares y nos acercamos a lo inefable.
El sujeto filosófico es trascendental, en tanto determina los límites del Mundo sin ser parte de ese Mundo, como el ojo en relación a su campo de visión; y estos límites se establecen a partir de su lenguaje. La sustancia no es más que una red de posibilidades lógicas; y los objetos no son más que puntos vacíos y sin dimensiones, constituidos exclusivamente por diversas formas de combinación con otros objetos; estamos lejos, aquí, de la noción tradicional de sustancia.(9) Sin embargo, a la manera de Wittgenstein, necesitamos puntos fijos, aunque adimensionales, necesitamos bases estables que nos permitan garantizar la independencia del significado de las proposiciones en relación con lo que realmente sucede; es necesario asegurarse de que la proposición falsa tenga un significado, independientemente de la proposición verdadera: que cuando digo 'Está lloviendo' cuando no está lloviendo, estoy diciendo algo con sentido, sin necesidad de recurrir a la proposición "Está lloviendo". está lloviendo" cuando, de hecho, está lloviendo. , lloviendo.
Necesitamos lo que existe como resultado lógico último del análisis de los hechos; de lo que es irreductible, y cuya existencia es independiente de la atribución de existencia: decir “a existe” cuando a existe, carece de sentido, ya que la existencia de a es autónoma, y no depende de su atribución al objeto por la proposición. Así, todas aquellas proposiciones que no sean analizables lógicamente en sus elementos irreductibles serán excluidas como pseudoproposiciones: no dicen hechos. Este círculo se abre entonces, como decíamos, sobre lo inefable: Ética, Estética, valores en general. Pensar es decir hechos a través de proposiciones significativas. El filósofo, una vez más, piensa, no mira.
Volvamos al punto de partida. Hagamos un balance. ¿Qué vimos? Hemos visto que el pensamiento filosófico siempre nos ha llevado a buscar y, al hacerlo, a encontrar ese “algo común” realista o idealista, colocado como soporte del concepto en su carácter universal. En ausencia de este “algo común” nos enfrentamos al reino de la contradicción, el engaño, lo empírico, lo poético, los valores; conseguimos, con filósofos pensantes, evitar todo esto. Esto es lo que se vio.
Ha llegado el momento de que nuestro amigo laico se regocije: ¡terapia – de Filosofía! Cuando el filósofo tiene el coraje de solo mirar, sin pensar, ¿qué verá? Verás diferencias y similitudes; no verás identidades. Concluirá, entonces, que el “algo común” es una noción arbitraria, que puede ser útil para determinados fines y que, por tanto, tiene como único fundamento los usos que pretendemos hacer, en distintas situaciones, de lo que introducimos como el “algo común”.(10) Concluirá que el concepto universal no es más que un determinado uso que hacemos del lenguaje y, por tanto, cuando el filósofo pensante se plantea cuestiones de Belleza, Lenguaje, Historia o Rojo, no está haciendo más que abordar el lenguaje en sus vacaciones. días, es decir, sacar el lenguaje de su contexto real de uso y considerarlo en el vacío.
El filósofo pensante vive con dolores de cabeza, pues no se da cuenta de su propia fascinación por el lenguaje: no se da cuenta de que los conceptos con los que trabaja operan exclusivamente dentro de los límites precisos y arbitrarios de esa situación específica que él mismo establece. Pero decir esto todavía no es suficiente. El filósofo pensante no se da cuenta de que sus conceptos nunca pueden ser operativos dentro de límites precisos, ya que es el científico, y no él, quien puede trazar límites precisos; el científico puede responder a las preguntas que surgen.(11)
El filósofo es un individuo cargado de problemas, ya que, al no poder trazar límites precisos, acumula cada vez más problemas nuevos a los que no puede dar respuesta. Es, quizás, envidioso; tiene una profunda envidia del científico. Tan profundo que ni siquiera lo notas. ¿En qué consiste esta envidia? Precisamente en el hecho de pretender hablar del Mundo como si fuera exactamente delimitable. El filósofo pensante está así, al tratar un tema que le es querido, guardando la nostalgia de un método que no se ajusta a su objeto. Aquí es donde surgen los problemas filosóficos, o más bien esos problemas que crean confusión, de los que la filosofía está llena.
Nuestro amigo laico está satisfecho. ¿Para qué sirve la Filosofía? Bueno, solo para crear confusión. Dejémoslos a un lado, por lo tanto, y sigamos adelante. Sí, este es sin duda el camino correcto a seguir. Permítame, sin embargo, querido profano, solo una pregunta más. ¿Son las confusiones filosóficas el resultado propio y exclusivo del trabajo del filósofo pensante? ¿Surgen sólo dentro de la Filosofía? ¿Estaría el profano, es decir, todo aquel que no sea un filósofo profesional, bien protegido de tales confusiones? ¡Infelizmente no! ¡Tanto el filósofo profesional como el profano piensan y no miran!
Pensar es querer explicar, y todo intento de explicación es un viaje peligroso: recorre los círculos del inmenso bosque de la confusión. Solo un ejemplo: "¡Lo sé, pero no puedo decirlo!” ¡Aquí hay una hermosa situación filosófica, que nos da los mayores dolores de cabeza! ¿Cómo es posible que alguien sepa algo y no pueda decir lo que sabe? (Investigaciones filosóficas, §75). ¿No es esta exactamente la sensación que el profano tiene tantas veces durante el mismo día? Pues aquí, una vez más, se aplica la terapia a través de la mirada. Este mito, de saber y no poder decir, reside en la creencia de que sólo es posible decir lo que está fijado y claramente delimitado; que el significado es algo más de lo que se define como significado en tal y tal situación.
Cuando miramos lo que sabemos, vemos que sabemos exactamente lo que somos capaces de decir, y que esta capacidad puede variar cuando pasamos de una situación a otra, o incluso dentro de la misma situación. Vemos, también, que somos capaces de decir exactamente lo que sabemos cuando, como sucede de hecho en nuestra vida cotidiana, lo que sabemos no es exacto sino más bien vago: decimos exactamente de manera inexacta lo que es vago. Y esto no es ignorancia. No conocemos los límites, porque no hay líneas”. (ibíd., §69). ¡Y he aquí, los problemas filosóficos del profano desaparecen!
Así, el profano mismo no está protegido del peligro de la confusión filosófica. Habría que matar al filósofo que hay en él. Sin embargo, nos gustaría decir: el hombre es un animal filosófico, es decir, confuso.
¿Para qué sirve la Filosofía? En la breve pausa que nos reservamos para emprender el vuelo con el profano, a las alturas de la Filosofía, pasamos directamente, sin parar, por el Limbo, oscuro, privado de las luces de la Razón. Es a él a quien volveremos y, atentos, nos fijaremos. Del 1 al solo estaremos mirando, sin pensar, tratando de ver con claridad. En Filosofía “el verdadero descubrimiento es el que me hace capaz de romper con el filosofar cuando quiera. El que aquieta a la filosofía, para que ya no esté plagada de preguntas que la cuestionan a sí misma” (ibid., §133). Pero por el momento, bajemos la voz: hay muchos filósofos profesionales y legos por ahí...
*Arley Ramos Moreno. (1943-2018) fue profesor de filosofía en la Unicamp. Autor, entre otros libros, de Introducción a una pragmática filosófica (Editorial Unicamp).
Notas
(1) Véase Porchat. “El conflicto de las filosofías”. En: La filosofía y la visión común del mundo. Sao Paulo, Brasiliense.
(2) Véase Goldschmidt. “Tiempo histórico y tiempo lógico en la interpretación de los sistemas filosóficos”. En: La religión de Platón, Difel.
(3) Pensamos en filósofos como Nietzsche, según la línea de interpretación que presenta Lebrun en, por ejemplo, “¿Por qué leer a Nietzsche, hoy?” en Leu Tours, Ed. brasiliense, y t'Surhomme et homme total” en Manuscrito, V. II, n.° 1, oct. 1978, Unicamp. También pensamos en Wittgenstein, especialmente en su fase posterior a la Tractatus logico-philosophicus.
(4) Nos referimos a Parménides, maestro de los platónicos.
(5) Véase Aristóteles, entre otras obras Física e Metafísica.
(6) Véase Descartes. meditaciones.
(7) Véase Kant. Crítica de la razón pura.
(8) Véase Frege. “Función y Concepto” y “Concepto y Objeto”. En: Escritos lógicos y filosóficos, Ed. du Seuil.
(9) Véase Wittgenstein – Tractatus logico-philosophicuse
(10) Ver Wittgenstein- Investigaciones filosóficas.
(11) Ver Wittgenstein-Tractatus logico-philosophicus, particularmente 6.5.