por PEDRO DE ALCÁNTARA FIGUEIRA*
Quienes se han involucrado en la fantasía obstinadamente llamada neoliberalismo se han visto enredados en una falsa interpretación del mundo moderno.
1.
Cada época tiene su propio lenguaje que es capaz de expresar el mayor conjunto de cuestiones relacionadas con la vida humana. Cada época tiene su verdad. La verdad de la Antigüedad no es la misma que la verdad de la Edad Media, y la verdad de esa época no es útil para el mundo burgués. Son verdades que se vuelven inútiles.
Aristóteles define al hombre como un animal social, más precisamente como un animal que vive en la ciudad, en contraposición al hombre tribal, de las comunidades, es decir, el hombre que vive sometido a la naturaleza. Aristóteles: siglo IV a.C. Benjamín Franklin, en el siglo XVIII, definió al hombre como “un animal que fabrica instrumentos”. Benjamín Franklin define así al hombre en el momento exacto en que el trabajo manual, dependiente de la fuerza y la habilidad, está siendo superado por un instrumento de trabajo independiente de todas estas cualidades humanas: la máquina de vapor. Compárese esta nueva forma de trabajar con la artesanía, basada fundamentalmente en la habilidad del artesano.
El siglo XVIII utilizó un lenguaje que significó una ruptura radical con el lenguaje del mundo feudal. En este último período, todos los hombres son siervos de Dios. En el siglo XVIII, el término trabajo aparece por primera vez. La burguesía habla a través de su ciencia, la economía política. El lenguaje de esa época está representado en gran medida por el libro. La riqueza de las naciones, de Adam Smith. Son muchas las manifestaciones revolucionarias de este siglo. En Francia se está discutiendo el poder eterno del rey, de la monarquía. La fuerza transformadora de este momento se expresó en la obra de Voltaire, en la Enciclopedia de Diderot y preparó la Revolución de 1789 que derrocó el dominio centenario de la aristocracia. Las cabezas rodaron.
La verdad indiscutible y eterna de la Iglesia católica ya no puede sostenerse frente a los conflictos que enfrentan los cambios en las bases de la sociedad registrados de las más diferentes maneras en las obras de Descartes, en la curvatura de la Tierra hecha visible por Copérnico, Galileo y sobre todo por la navegación marítima transcontinental que cobró intensa vida de la mano de Colón y Vasco da Gama.
Es en Inglaterra donde las tendencias revolucionarias de aquella época adquirirán más rápidamente nuevas formas económicas. El “valor más alto” anunciado por Camões en Lusiads se encarna en la figura única que es Bacon. El mundo que está naciendo está plenamente representado en la obra de este pensador revolucionario cuyas ideas son arietes contra los muros del catolicismo. Otra verdad corresponde a su tiempo, idea que expresa cuando afirma que “la verdad es hija del tiempo”.
El término que corresponde al impetuosidad revolucionaria del mundo que nació con la quiebra del feudalismo se revela en su plenitud con la industria. Se resume en la palabra ganancia que sirve como palanca que pone en movimiento las fuerzas ahora definidas como capitalistas.
La verdad de Santo Tomás de Aquino ya no sirve para la época burguesa. Aquí hablamos de la cantidad de riqueza que cada hombre puede producir en un día de trabajo.
Durante este período, el mundo atraviesa una revolución que inaugura una nueva forma de civilización que se encarga de crear un nuevo hombre. Citoyen Es un término que se generalizó después de la Revolución Francesa. Es la manifestación concreta del fin de la terminología que correspondía al gobierno de la aristocracia.
A partir de 1848, con la revuelta obrera en Francia, el lenguaje cambió radicalmente. El lenguaje burgués está perdiendo gradualmente su lugar en una realidad que cada década anuncia con mayor fuerza la necesidad de una nueva forma social. Karl Marx es capaz de responder a esta necesidad.
2.
En resumen, cualquier otro lenguaje que no esté comprometido con la superación del modo de producción capitalista no logra el objetivo. Tratar de explicar, sea cual sea, con otro idioma, pero especialmente con el “economés” – cuidadosamente llamado “gororoba” por Luiz Gonzaga Belluzzo – es hablar en el desierto. La realidad prescinde de ideas que surgen de esta fuente, ya que las identifica sólo como contrarias a la solución de los impasses económicos y sociales por un nuevo camino.
Quienes se involucran en esta fantasía obstinadamente llamada neoliberalismo se han enredado en una falsa interpretación del mundo moderno, que, por eso mismo, sólo contribuye a la creación de todo tipo de tergiversaciones sobre el enemigo a combatir. El caso es que por mucho esfuerzo que haga la realidad, hasta ahora no ha podido saber dónde poner a esta entidad responsable de todos nuestros males.
Es imposible entender las leyes económicas de nuestro mundo si no tenemos suficiente claridad sobre cómo funciona el proceso de expropiación del trabajo. Más aún, si no tomamos este proceso como punto de partida de la existencia de las dos clases que forman la sociedad capitalista, es decir, la clase trabajadora y los capitalistas. Ésta era la condición concreta para la existencia del modo de producción capitalista.
Sin embargo, la historia que dio origen y permitió el gigantesco desarrollo de este modo de producción ha sufrido profundos cambios desde la Revolución Industrial hasta la actualidad. A raíz de este desarrollo surgió la necesidad de un ajuste de cuentas con el proceso de expropiación, es decir, las leyes que sustentaban su existencia comenzaron a dar signos de agotamiento. Estos signos fueron, a partir del último cuarto del siglo XIX, aumentando hasta el punto de demostrar que la máquina capitalista padecía graves disfunciones.
Incluso los recursos utilizados para afrontar esta situación, es decir, aumento de la jornada laboral, reducción de salarios, situaciones de vida absolutamente miserables impuestas a los trabajadores, formas de trabajo clasificadas como esclavitud, no fueron suficientes para revitalizar el modo de producción. Por el contrario, lo que tenemos es el surgimiento de formas que tienden a un modo de destrucción que, a nivel político, está vinculado al fortalecimiento de hordas comprometidas con posiciones contrarias a la transición hacia un nuevo modo de producción.
3.
Así está dispuesta la realidad actual. El combate que se anuncia tiene en subversión la expresión científica capaz de dar cuenta de los cambios que son necesarios para que el progreso de la sociedad humana se imponga como condición para la existencia de una humanidad civilizada.
Los signos de barbarie son visibles para todos y sus promotores están afianzados en el poder en aquellos países donde los cambios han adquirido dimensiones insoportables para cualquier intento de contenerlos.
Es precisamente en este punto cuando se vuelve urgente cambiar el verbo. La apuesta por un mundo nuevo fue, en todo momento, la base firme sobre la que se estructuraron las ideas científicas, tanto en lo que respecta a la sociedad como al mundo natural. Considerando precisamente la guerra que las nuevas fuerzas productivas están librando contra un mundo que insiste en mantener relaciones económicas y sociales corroídas por el tiempo, no tenemos por tanto motivos para pensar que nuestra era pueda quedar librada a los caprichos de las conjeturas.
Este panorama revolucionario no es propicio para filosofar. Lo que tenemos más concretamente es un estado de rebelión contra todos los impedimentos que se han acumulado en los últimos tiempos. Estaba implícito en los argumentos evocados por los medios de comunicación que el progreso llegó a ser considerado una amenaza comunista. De esta posición surge su apoyo irrestricto a todas las manifestaciones de lo que podemos, con razón, llamar un modo de destrucción. Entienden que actuar de esta manera impide la transición a un modo de producción basado en el colectivismo.
De hecho, se enfrentan a un monstruo imbatible en momentos en que la subversión se apodera de todos los sectores de la sociedad. Recurren incesantemente al anticomunismo, pero, como todo, han perdido el tren de la historia. También en este caso, sus llamamientos no encuentran eco en viejos sectores sociales que la historia se ha encargado de reducir a insignificantes portavoces de una clase, que, si bien fue dominante en algún momento, hoy ya no lidera nada.
* Pedro de Alcántara Figueira es doctor en historia por la Unesp. Autor, entre otros libros, de ensayos de historia (UFMS).
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