Otro golpe militar

Imagen: Agruban
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por BRUNO FABRICIO ALCEBINO DA SILVA*

El intento de golpe no fue fruto de la improvisación ni de la espontaneidad, sino de una operación cuidadosamente planificada y estructurada en torno a seis centros con funciones bien definidas.

Finalmente, sucedió lo inevitable: el expresidente Jair Bolsonaro fue imputado por la Policía Federal por intento de golpe de Estado, acompañado de un séquito de 36 individuos, muchos de ellos militares de alto rango, los “uniformes”. Entre los acusados ​​destacan los generales retirados y ex ministros del gobierno de Jair Bolsonaro: Walter Braga Netto, Augusto Heleno y Paulo Sérgio Nogueira de Oliveira.

El caso, que ya se considera el ataque más grave a la democracia brasileña desde el fin de la dictadura militar, incluido el infame 8 de enero, y que expone no sólo las ambiciones golpistas del grupo, sino también las heridas históricas aún abiertas en Brasil en relación con la Presencia de los militares en la política.

O Informe de la policía federal, recientemente difundido y enviado al Supremo Tribunal Federal (STF), describe con gran detalle las articulaciones de un plan que incluía el asesinato de líderes democráticos como el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, el vicepresidente Geraldo Alckmin y el ministro del STF. Alejandro de Moraes. En el vacío de poder generado por estos actos, el gobierno sería asumido por una junta militar comandada por Braga Netto y Augusto Heleno.

Además de los “uniformes” mencionados, la lista de imputados incluye una amplia red integrada por militares de distintos rangos, policías federales y civiles vinculados a Jair Bolsonaro. La mayoría tiene una conexión directa con la Academia Militar das Agulhas Negras (AMAN), la cuna del entrenamiento militar que formó a varias generaciones de líderes militares, incluido el propio Jair Bolsonaro.

La arquitectura de la estafa

El intento de golpe, revelado por la Policía Federal, no fue resultado de la improvisación ni de la espontaneidad, sino de una operación cuidadosamente planificada y estructurada en torno a seis centros con funciones bien definidas. Estos grupos, articulados de manera estratégica, operaron con el objetivo de socavar el sistema democrático brasileño y consolidar una ruptura institucional entre finales de 2022 y principios de 2023.

Según el informe de la Policía Federal (p. 179), el golpe tendría como objetivo prevenir un escenario de amenaza que “en supuesta defensa de la democracia, (tendría como objetivo) controlar los tres poderes del país e imponer condiciones favorables para la apropiación del poder”. maquinaria pública a favor de ideologías de izquierda o proyectos de poder ocultos”.

El Centro de Desinformación y Ataques al Sistema Electoral sería central para deslegitimar el proceso electoral. A través de una campaña masiva de noticias falsas En cuanto a las máquinas de votación electrónica, el objetivo era crear un ambiente de desconfianza e inestabilidad, apoyando la narrativa golpista. Al mismo tiempo, el Centro de Incitación Militar intentaría movilizar apoyo dentro de las Fuerzas Armadas, instrumentalizándolas como un actor clave en la ejecución del golpe.

En el ámbito jurídico, el Centro Jurídico jugaría un papel crucial en la redacción de dictámenes y documentos que buscaban dar un barniz de legalidad a la ruptura institucional. El Centro de Apoyo Operacional sería responsable de la logística, coordinando los recursos y movimientos necesarios para apoyar las acciones golpistas.

La estructura también incluía el Núcleo Paralelo de Inteligencia, que realizaba espionaje ilegal y monitoreaba clandestinamente a opositores, y el Núcleo Operativo de Medidas Coercitivas, encargado de planificar actos de extrema violencia, incluidos los asesinatos de líderes democráticos.

Esta organización, minuciosa y apoyada ilegalmente por el aparato del Estado, utilizó redes de comunicación clandestinas y contó con la participación de altos cargos del gobierno anterior. La operación pone de relieve no sólo la gravedad de la amenaza a la democracia, sino también la sofisticación de un plan que, aunque frustrado, deja profundas huellas en la política brasileña.

Los estafadores – entre uniformes y oficinas

La implicación de las Fuerzas Armadas en el plan golpista es evidente y alarmante. De los 37 imputados por la Policía Federal, 25 tienen vínculos directos o carreras iniciadas en las Fuerzas Armadas, lo que resalta la centralidad de los militares en la articulación del plan. Generales de alto rango, como Braga Netto y Augusto Heleno, que desempeñaron papeles estratégicos en el gobierno de Jair Bolsonaro, fueron nombrados como los principales arquitectos del intento de ruptura democrática.

El almirante Almir Garnier, ex comandante de la Armada, el general Paulo Sérgio Nogueira, ex ministro de Defensa, y el coronel Mauro Cid, ex ayudante de campo del ex presidente, representan otros ejemplos notables del alcance del compromiso militar con el plan.

Un aspecto crítico es la conexión de muchos de los involucrados con la Academia Militar Agulhas Negras (AMAN), el principal centro de formación de oficiales del Ejército Brasileño. Esta conexión arroja luz sobre la cultura y los valores difundidos en la institución, que tradicionalmente enfatiza un patriotismo rígido y, a veces, sesgado. Tal entrenamiento puede haber reforzado una visión distorsionada de que las Fuerzas Armadas tendrían un papel legítimo como árbitro de las crisis políticas, alimentando ideas intervencionistas y antidemocráticas. Es crucial afirmar que el papel de las Fuerzas Armadas es defender la soberanía nacional y la integridad del Estado, y no interferir en cuestiones políticas internas, y mucho menos promover o apoyar acciones que socaven el orden democrático.

La participación de civiles en el plan se suma al sombrío panorama. Anderson Torres, exministro de Justicia, y Alexandre Ramagem, exdirector de la Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin), desempeñaron papeles fundamentales en la realización de operaciones clandestinas. Ambos fueron acusados ​​de liderar la llamada “Abin Paralela”, una estructura de espionaje ilegal que tenía como objetivo monitorear a los opositores, recopilar información privilegiada y desestabilizar el sistema democrático. Este aparato clandestino fue denunciado como uno de los instrumentos más sofisticados del complot golpista, destacando la integración entre civiles y militares en un intento de subvertir el orden institucional.

Esta colaboración entre militares y civiles expone las ramificaciones del plan, que fue alimentado por redes de influencia, recursos públicos y un aparato ideológico consolidado. Más que una conspiración aislada, fue un proyecto articulado que unió a diferentes sectores en torno a una agenda autoritaria, cuyo objetivo final era erosionar los cimientos de la democracia brasileña.

El informe de la Policía Federal será enviado a la Procuraduría General de la República (PGR), quien decidirá si procede con cargos contra los involucrados. Si se aceptan, los cargos pueden dar lugar a penas severas, que van de 4 a 12 años de prisión por cada delito, como intento de golpe de Estado, organización criminal y abolición violenta del Estado democrático de derecho. Este episodio, sin embargo, no se limita al ámbito jurídico. Provoca un debate crucial sobre la persistencia de prácticas autoritarias en Brasil y el papel de las Fuerzas Armadas en la democracia.

El golpe de 1964 y el legado militar

Los intentos de golpe de 2022-2023 reflejan las sombras de 1964, cuando Brasil vio su democracia derrocada por un régimen militar que gobernaría el país durante más de dos décadas. Como en ese período, la narrativa de la inestabilidad institucional y la “amenaza comunista” se utilizó como justificación para la intervención.

Luego de la redemocratización, la Constitución de 1988 buscó limitar las actividades políticas de las Fuerzas Armadas, reafirmando su papel restringido en la defensa de la soberanía nacional. Sin embargo, la amnistía amplia e irrestricta otorgada al personal militar responsable de crímenes durante la dictadura dejó profundas huellas, permitiendo que la influencia militar permaneciera latente en las estructuras de poder civil. Esta presencia, en lugar de ser desmantelada gradualmente, se reforzó durante el gobierno de Jair Bolsonaro, que llevó a decenas de oficiales a puestos estratégicos, consolidando una preocupante militarización de la administración pública y reviviendo prácticas autoritarias que deberían haber sido definitivamente superadas.

Este fortalecimiento de las fuerzas militares y el discurso de extrema derecha encuentran un terreno fértil en la polarización política y el descrédito en relación con las instituciones democráticas. Durante el gobierno de Jair Bolsonaro, el fomento del negacionismo, la militarización de posiciones civiles y la retórica golpista contribuyeron a crear un ambiente favorable a acciones como las investigadas por la Policía Federal.

El ascenso de la extrema derecha y la militarización de la política

El apoyo de sectores de las Fuerzas Armadas y policiales a la extrema derecha no es un fenómeno aislado. Refleja una tendencia global en la que las fuerzas conservadoras y autoritarias encuentran apoyo en grupos armados para desafiar los procesos democráticos. En Brasil, esta alianza fue fortalecida por Jair Bolsonaro, quien ensalzó los símbolos militares y los discursos antidemocráticos.

La estrecha relación entre militares y la extrema derecha brasileña trasciende una mera afinidad ideológica, configurándose también como una alianza pragmática de intereses mutuos. Muchos de los acusados ​​de participar en los intentos de golpe estaban directamente asociados con escándalos de corrupción, incluida la malversación de recursos públicos y la venta ilegal de activos gubernamentales.

El golpe, en este contexto, no fue sólo un ataque a la democracia, sino una estrategia desesperada para proteger a estos grupos de investigaciones y posibles responsabilidades judiciales, especialmente dado el surgimiento de un gobierno progresista comprometido con la transparencia y la lucha contra la corrupción.

Una ventana de oportunidades

La acusación contra Jair Bolsonaro y sus aliados representa más que una responsabilidad individual por los actos golpistas: es una oportunidad histórica para que Brasil enfrente, de una vez por todas, su problemática y ambigua relación con el militarismo. La consolidación de la democracia brasileña requiere que las instituciones enfrenten este momento con firmeza, asegurando que tales crímenes no sólo sean castigados, sino que sirvan como advertencia contra la perpetuación de prácticas autoritarias.

La respuesta institucional a estos acontecimientos será un parteaguas: definirá si el país seguirá siendo rehén de las sombras del pasado o avanzará hacia un futuro guiado por la justicia, la igualdad y el respeto a las libertades fundamentales.

El turbulento período 2022-2023, con el reciente descubrimiento de la arquitectura golpista y el infame 8 de enero, ya ha dejado su huella en la historia, pero su legado aún está en disputa. Brasil tiene la rara oportunidad de transformar esta crisis en un hito de resistencia democrática, reafirmando su compromiso con los valores republicanos y el orden constitucional.

El futuro de nuestra democracia lo escribirán quienes, con valentía y claridad, decidan que Brasil debe ser gobernado por el pueblo y para el pueblo, y no por la sombra de un régimen autoritario y golpistas “uniformados”.

*Bruno Fabricio Alcebino da Silva Es Licenciado en Relaciones Internacionales y Ciencias Económicas en la Universidad Federal del ABC (UFABC)..


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