por JACQUES BAUD*
La formulación elegida por Vladimir Putin para definir los objetivos en Ucrania fue muy mal analizada en Occidente
Durante toda la Guerra Fría, la Unión Soviética se consideró la punta de lanza de una lucha histórica que conduciría a una confrontación entre el sistema “capitalista” y las “fuerzas progresistas”. Esta percepción de una guerra permanente e inevitable llevó a los soviéticos a estudiar la guerra de una manera casi científica y a estructurar dicha reflexión en una arquitectura de pensamiento militar incomparable a la que existe en el mundo occidental.
El problema para la gran mayoría de quienes se autodenominan “expertos militares” es su incapacidad para comprender el enfoque ruso de la guerra. Esta actitud es el resultado de un tipo de aprensión ya manifestada durante oleadas de ataques terroristas: el adversario está tan estúpidamente demonizado que no logramos comprender su forma de pensar. En consecuencia, somos incapaces de desarrollar estrategias, articular nuestras fuerzas o incluso equiparlas para las realidades de la guerra. El corolario de este enfoque es que nuestras frustraciones son traducidas por medios de comunicación sin escrúpulos en una narrativa que alimenta el odio y aumenta nuestra vulnerabilidad. Por lo tanto, no podemos encontrar soluciones racionales y eficaces al problema.
pensamiento militar ruso
La forma en que los rusos perciben el conflicto es holística. En otras palabras, ven los procesos que se desarrollan y conducen a una situación en un momento determinado. Esto explica por qué los discursos de Vladimir Putin incluyen invariablemente un regreso a la historia. En Occidente tendemos a centrarnos en el momento X e intentamos ver cómo podría evolucionar. Queremos una respuesta inmediata a la situación que enfrentamos hoy.
La idea de que “es a partir de la comprensión del origen de la crisis que surge el camino hacia su resolución” suena casi completamente ajena a Occidente. En septiembre de 2023, un periodista de habla inglesa incluso me aplicó la “prueba del pato”: “si algo parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, probablemente sea un pato”. En otras palabras, todo lo que Occidente necesita para evaluar una situación es una imagen que coincida con sus prejuicios. La realidad es mucho más sutil que el modelo del pato.
La razón por la que a los rusos les está yendo mejor que a Occidente en Ucrania es que ven el conflicto como un proceso, mientras que nosotros lo vemos como una serie de acciones singulares. Los rusos ven los acontecimientos como una película. Los vemos como fotografías. Ellos ven el bosque, mientras nosotros nos centramos en los árboles. Por eso nos gusta situar el inicio del conflicto ucraniano el 24 de febrero de 2022, o el inicio del conflicto palestino el 7 de octubre de 2023, como si nada hubiera pasado antes. Ignoramos los contextos que nos perturban y así lidiamos con conflictos que no entendemos. Por eso perdemos nuestras guerras.
En Rusia, como era de esperar, los principios del arte militar de las antiguas fuerzas soviéticas inspiraron los que ahora están vigentes, a saber: (i) disposición para llevar a cabo las misiones asignadas; (ii) la concentración de esfuerzos en la solución de una misión específica; (iii) la sorpresa (incumplimiento) de una acción militar contra el enemigo; (iv) el propósito como determinante de un conjunto de tareas y el nivel de resolución de cada una de ellas; la totalidad de los medios disponibles como determinante de la forma de resolver una misión y alcanzar el objetivo (correlación de fuerzas); coherencia del liderazgo (unidad de mando); el ahorro de fuerzas, recursos, tiempo y espacio; el apoyo y restauración de la capacidad de combate; y libertad de maniobra.
Vale la pena señalar que estos principios no sólo se aplican a la implementación de acciones militares como tales. Son igualmente aplicables, como sistema de pensamiento, a otras actividades no operativas. Un análisis occidental honesto del conflicto en Ucrania habría identificado estos principios diferentes y habría sacado conclusiones quizás útiles para Ucrania. Pero ninguno de los autoproclamados expertos en televisión es intelectualmente capaz de hacerlo.
Así, los occidentales son sorprendidos sistemáticamente por los rusos en los ámbitos de la tecnología (por ejemplo, las armas hipersónicas), la doctrina (por ejemplo, el arte operacional) y la economía (por ejemplo, la resistencia a las sanciones). En cierto modo, los rusos se aprovechan de nuestros prejuicios para explotar el principio de sorpresa. Esto lo podemos ver en el transcurso del conflicto ucraniano, donde el discurso occidental llevó a Ucrania a subestimar por completo las capacidades rusas, lo que fue un factor relevante en su derrota. Esta es la razón por la que Rusia en realidad no intentó contrarrestar esta narrativa y dejarla seguir adelante: la convicción de que somos superiores nos hace vulnerables.
Correlación de fuerzas
El pensamiento militar ruso, tradicionalmente basado en un enfoque holístico de la guerra, implica la integración de un gran número de factores en el desarrollo de una estrategia. Este enfoque se materializa en la noción de “correlación de fuerzas” (Соотношение сил). A menudo traducido como “equilibrio de fuerzas” o “relación de fuerzas”, este concepto sólo es entendido por los occidentales como un valor cuantitativo, limitado al ámbito militar. Sin embargo, en el pensamiento soviético la correlación de fuerzas reflejaba más bien una lectura más holística de las condiciones de la guerra. Por tanto, existirían varios criterios para considerar la correlación de fuerzas.
En el ámbito económico, los factores que habitualmente se comparan son el producto nacional bruto per cápita, la productividad laboral, la dinámica del crecimiento económico, el nivel de producción industrial, especialmente en los sectores de alta tecnología, la infraestructura técnica del instrumento de producción, los recursos y calificaciones de la fuerza laboral, el número de especialistas y el nivel de desarrollo de conocimientos teóricos y Ciencias Aplicadas.
En el ámbito militar, los factores comparados son la cantidad y calidad de las armas, la potencia de fuego de las fuerzas armadas, las cualidades combativas y morales de los soldados, el nivel de formación del estado mayor, la organización de las tropas y su experiencia de combate. el carácter de la doctrina militar y los métodos de pensamiento estratégico, operativo y táctico.
En la esfera política, los factores que entran en consideración son el alcance de la base social de la autoridad del Estado, su organización, el procedimiento constitucional que rige las relaciones entre el gobierno y los órganos legislativos, la capacidad del gobierno para tomar decisiones operativas, así como el grado y la naturaleza de la autoridad estatal, así como el apoyo popular a la política interior y exterior.
Finalmente, para evaluar la fortaleza del contexto internacional, los factores que se toman en consideración son su composición cuantitativa, su influencia entre las masas, su posición en la vida política de cada país, los principios y normas de relaciones entre sus componentes y el grado de su cohesión.
En otras palabras, la evaluación de la situación no se limita al equilibrio de fuerzas en el campo de batalla, sino que considera todos los elementos que impactan en la evolución de un conflicto. Así, para su operación militar especial, las autoridades rusas planearon apoyar el esfuerzo bélico a través de la economía nacional sin pasar a un régimen de “economía de guerra”. A diferencia de Ucrania, los mecanismos fiscales y sociales no se han visto obstaculizados.
Por eso las sanciones aplicadas a Rusia en 2014 tuvieron un doble efecto positivo. La primera fue la comprensión de que no se trataba sólo de un problema de corto plazo, sino sobre todo de una oportunidad de mediano y largo plazo. Las sanciones han alentado a Rusia a producir bienes que antes prefería comprar en el extranjero. La segunda fue una señal de que Occidente utilizaría cada vez más armas económicas como medio de presión en el futuro. Por lo tanto, se hizo imperativo, por razones de independencia y soberanía nacional, prepararse para sanciones más severas que afectarían la economía del país.
En realidad, se sabe desde hace mucho tiempo que las sanciones económicas no funcionan. En términos lógicos, aquí tuvieron el efecto contrario, actuando como medidas proteccionistas para que Rusia consolide su economía interna, como fue el caso después de las sanciones de 2014. Una estrategia de sanciones podría haber sido efectiva si la economía rusa fuera equivalente a la italiana o española. economía, es decir, con un alto nivel de deuda, y si todo el planeta hubiera actuado de manera uniforme para aislar a Rusia.
La inclusión de la correlación de fuerzas en el proceso de toma de decisiones constituye una diferencia fundamental con respecto a los procesos de toma de decisiones occidentales, más vinculados a una política de comunicación que a un enfoque racional de los problemas. Esto explica, por ejemplo, los limitados objetivos de Rusia en Ucrania, donde no busca ocupar la integridad del territorio, ya que el equilibrio de fuerzas en la parte occidental del país se reconoce como desfavorable.
En cada nivel de liderazgo, la correlación de fuerzas es parte de la evaluación de la situación. A nivel operativo, se define como el resultado de comparar las características cuantitativas y cualitativas de las fuerzas y recursos (subunidades, unidades, armamento, equipo militar, etc.) de las propias tropas y las del enemigo. Se proyecta a escala operativa y táctica en toda el área de operaciones, en la dirección principal y en otras direcciones, con el objetivo de determinar el grado de superioridad objetiva de uno de los bandos contrarios. La evaluación de la correlación de fuerzas se utiliza tanto para tomar decisiones informadas sobre una operación como para establecer y mantener la superioridad necesaria sobre el enemigo durante el mayor tiempo posible, cuando las decisiones se redefinen en el curso de las operaciones militares.
Esta simple definición explica por qué los rusos entraron en acción con fuerzas inferiores a las de Ucrania en febrero de 2022, o por qué se retiraron de Kiev, Jarkov y Kherson en marzo, septiembre y octubre de 2022.
Los rusos también siempre han concedido especial importancia a la doctrina. Más que Occidente, comprendieron que “una manera común de ver, pensar y actuar” –como dijo el mariscal Foch– proporciona coherencia, al tiempo que permite infinitas variaciones en el diseño de las operaciones. La doctrina militar constituye una especie de “núcleo común” que sirve de referencia para el diseño de las operaciones.
La doctrina militar rusa divide el arte militar en tres componentes principales: estrategia (стратегия), arte operacional (оперативное искусство) y táctica (тактика). Cada uno de estos componentes tiene sus propias características, muy cercanas a las que se encuentran en las doctrinas occidentales. Utilizando la terminología de la doctrina francesa sobre el uso de las fuerzas, el nivel estratégico es el de la concepción; El objetivo de la acción estratégica es llevar al oponente a la negociación o a la derrota. El nivel operativo es el de cooperación y coordinación de acciones interfuerzas, con miras a lograr un objetivo militar específico. Y el nivel táctico, finalmente, es la ejecución de la maniobra a nivel de armas, como parte integral de la maniobra operativa.
Estos tres componentes corresponden a niveles de liderazgo que se traducen en estructuras de mando y el espacio en el que se desarrollan las operaciones militares. Para simplificar, diría que el nivel estratégico asegura la gestión del teatro de guerra (Театр Войны); una entidad geográficamente grande, con sus propias estructuras de mando y control, dentro de la cual hay una o más direcciones estratégicas. El teatro de guerra comprende un conjunto de teatros de operaciones militares (Театр Военных Действий), que representan una dirección estratégica y constituyen el ámbito de acción operativa. Estos diferentes teatros no tienen una estructura predeterminada y se definen según las situaciones. Por ejemplo, aunque habitualmente hablamos de la “guerra en Afganistán” (1979-1989) o la “guerra en Siria” (2015-), estos países son considerados en la terminología rusa como teatros de operaciones y no como teatros de guerra.
Lo mismo se aplica a Ucrania, que Rusia considera un teatro de operaciones militares y no un teatro de guerra, lo que explica por qué la acción en Ucrania se describe como una “operación militar especial” (Специальная Военая Операция – Spetsial'naya Voyennaya Operatsiya), y no como una “guerra”.
El uso del término “guerra” implicaría una estructura de conducta diferente a la prevista por los rusos en Ucrania, y tendría otras implicaciones institucionales dentro de la propia Rusia. Además –y este es un punto central–, como reconoció el propio secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, “la guerra comenzó en 2014” y debería haber terminado con los acuerdos de Minsk. La operación rusa es, por tanto, una “operación militar” y no una nueva “guerra”, como afirman muchos “expertos” occidentales.
Los occidentales, por otro lado, y como hemos visto en Ucrania y otros lugares, tienen una lectura mucho más política de la guerra y terminan mezclando las dos cosas. Por eso, para ellos, la comunicación juega un papel tan esencial en la conducción de la guerra: la percepción del conflicto juega un papel tanto o más importante que su realidad. Por eso, en Irak, los estadounidenses literalmente inventaron episodios para glorificar a sus tropas.
El análisis de Rusia de la situación en febrero de 2022 fue sin duda mucho más coherente que el de Occidente. Sabía que se estaba llevando a cabo una ofensiva ucraniana contra Donbass y que esto podría poner al gobierno en peligro. En 2014-2015, tras las masacres de Odessa y Mariupol, la población rusa se manifestó con firmeza a favor de la intervención. La obstinación de Vladimir Putin en respetar los acuerdos de Minsk fue mal digerida en Rusia.
Los factores que contribuyeron a la decisión de Rusia de intervenir fueron dos: el apoyo esperado de la población étnica rusa de Ucrania (a quien llamaremos, por conveniencia, “rusófona”) y una economía lo suficientemente robusta como para soportar sanciones.
La población ucraniana de habla rusa se rebeló masivamente contra las nuevas autoridades tras el golpe de Estado de febrero de 2014, cuya primera decisión fue privar a la lengua rusa de su estatus oficial. Kiev intentó dar marcha atrás, pero en abril de 2019 se confirmó definitivamente la decisión de 2014.
Desde la aprobación de la Ley de Poblaciones Locales del 1 de julio de 2021, los rusófonos (o rusos étnicos) ya no son considerados ciudadanos ucranianos normales y ya no disfrutan de los mismos derechos que los ucranianos étnicos. Por tanto, no se puede esperar que ofrezcan resistencia alguna a una coalición con los rusos, concretamente, en el este del país.
Desde el 24 de marzo de 2021, las fuerzas ucranianas han reforzado su presencia en los alrededores de Donbass y han aumentado la presión contra los autonomistas con sus bombardeos. El decreto de Zelensky del 24 de marzo de 2021 para la reconquista de Crimea y Donbass fue el verdadero detonante de la Operación Militar Especial. A partir de ese momento, los rusos comprendieron que si había una acción militar contra los rusófonos, tendrían que intervenir. Pero también sabían que el motivo de la operación ucraniana era la pertenencia a la OTAN, como había explicado Oleksei Arestovich. Por eso, a mediados de diciembre de 2021, los rusos presentaron exigencias a Estados Unidos y a la OTAN sobre la ampliación de la Alianza: su objetivo era entonces eliminar el motivo de Ucrania para una ofensiva en el Donbass.
El motivo de la Operación Militar Especial Rusa (OME) es, de hecho, la protección de las poblaciones de Donbass. Pero esta protección era necesaria debido al deseo de Kiev de pasar por la confrontación para unirse a la OTAN. Por tanto, la expansión de la OTAN es sólo la causa indirecta del conflicto en Ucrania. Este último podría haberse ahorrado esta dura prueba implementando los acuerdos de Minsk, pero lo que los occidentales querían era una derrota para Rusia.
En 2008, Rusia intervino en Georgia para proteger a la minoría rusa que luego fue bombardeada por su gobierno, según confirmó la embajadora suiza, Heidi Tagliavini, encargada de investigar este suceso. En 2014, muchas voces se alzaron en Rusia exigiendo una intervención cuando el nuevo régimen de Kiev movilizó su ejército contra la población civil de los cinco oblasts autonomistas (Odessa, Dnyepropetrovsk, Kharkov, Lugansk y Donyetsk), aplicándoles una feroz represión. En 2022, se esperaría que la población rusa no se tragara la inacción del gobierno, después de que los ucranianos y los occidentales no hicieran esfuerzos para hacer cumplir los acuerdos de Minsk. Los rusos sabían que no tenían los medios para lanzar represalias económicas. Pero también sabían que una guerra económica contra Rusia inevitablemente se volvería contra los países occidentales.
Legalismo ruso
Un elemento importante del pensamiento político y militar ruso es su dimensión legalista. La forma en que nuestros medios periodísticos presentan los acontecimientos con la necesaria omisión sistemática de hechos que podrían explicar, justificar, legitimar o incluso legalizar las acciones de Rusia tiende a transmitir la imagen de que Rusia siempre actúa fuera de cualquier marco legal. Por ejemplo, nuestros medios de comunicación corporativos presentan la intervención rusa en Siria como si hubiera sido decidida unilateralmente por Moscú, aunque sólo se llevó a cabo a petición del gobierno sirio, después de que Occidente permitió que el Estado Islámico se acercara a Damasco, como lo admitió incluso John Kerry, entonces secretario de Estado de Estados Unidos. Por otro lado, no se menciona la ocupación del este de Siria por tropas estadounidenses, a las que ni siquiera fueron invitadas a estar allí.
Podríamos multiplicar los ejemplos con los que nuestros periodistas responderán atribuyendo crímenes de guerra a las fuerzas rusas. Esto podría ser cierto, pero el simple hecho de que estas acusaciones no se basen en ninguna investigación imparcial y neutral (como exige la doctrina humanitaria), ni en ninguna investigación internacional, siendo vetada sistemáticamente la participación rusa en ellas, arroja una sombra definitivamente comprometedora sobre la honestidad de estas acusaciones. Por ejemplo, el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 fue inmediatamente atribuido a la propia Rusia, acusada de violar el derecho internacional.
De hecho, a diferencia de Occidente, que aboga por un “orden internacional basado en reglas”, los rusos insisten en un “orden internacional basado en leyes”. A diferencia de Occidente, aplicarán la ley al pie de la letra. Ni más ni menos. El marco legal para la intervención rusa en Ucrania fue planificado meticulosamente.
Los objetivos y la estrategia de Rusia
El 23 de febrero de 2023, el “experto” militar suizo Alexandre Vautravers comentó sobre los objetivos de Rusia en Ucrania: “el objetivo de la operación militar especial era decapitar el gobierno político y militar ucraniano en cinco, diez o incluso dos semanas. Luego, los rusos cambiaron su plan y sus objetivos, enfrentándose a varios otros fracasos; Por eso cambian sus objetivos y direcciones estratégicas casi cada semana o mes”. El problema es que nuestros propios “expertos” definen los objetivos de Rusia según lo que ellos imaginan, y luego pueden decir que no los ha alcanzado. Entonces, volvamos a los hechos.
El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó su “operación militar especial” en Ucrania “en un corto espacio de tiempo”. En su discurso televisado, Vladimir Putin explicó que su objetivo estratégico era proteger a la población de Donbass. Este objetivo se puede dividir en dos partes: (a) “desmilitarizar” las fuerzas armadas ucranianas agrupadas en el Donbass y preparadas para la ofensiva contra las entonces repúblicas de Donyetsk y Lugansk; y (b) “desnazificar” (es decir, “neutralizar”) a las milicias paramilitares ultranacionalistas y neonazis en la región de Mariupol.
La formulación elegida por Vladimir Putin fue muy mal analizada en Occidente. Se inspira en la Declaración de Potsdam de 1945, que consideraba el desarrollo de la derrotada Alemania sobre la base de cuatro principios: desmilitarización, desnazificación, democratización y descentralización.
Los rusos entienden la guerra desde una perspectiva clausewitziana: la guerra es el logro de la política por otros medios. Esto significa entonces que buscan transformar los éxitos operacionales en éxitos estratégicos y los éxitos militares en objetivos políticos. Así, la desmilitarización mencionada por Putin está claramente vinculada a la amenaza militar a las poblaciones de Donbass mediante la aplicación del Decreto del 24 de marzo de 2021, firmado por Volodymyr Zelensky.
Pero este objetivo esconde un segundo: la neutralización de Ucrania como futuro miembro de la OTAN. Esto es lo que entendió Volodymyr Zelensky cuando propuso una solución al conflicto en marzo de 2022. Al principio, su propuesta fue apoyada por los países occidentales, probablemente porque en ese momento creían que Rusia había fracasado en su intento de tomar Ucrania en tres días. y que no podría sostener su esfuerzo bélico debido a las sanciones masivas que se le impusieron. Pero en la reunión de la OTAN del 24 de marzo de 2022, los aliados decidieron no apoyar la propuesta de Volodymyr Zelensky.
Sin embargo, el 27 de marzo, Volodymyr Zelensky defendió públicamente su propuesta, y el 28 de marzo, en un gesto de apoyo a este esfuerzo, Vladimir Putin alivió la presión sobre la capital y retiró sus tropas de la región. La propuesta de Volodymyr Zelensky sirvió de base para el comunicado de Estambul del 29 de marzo de 2022, un acuerdo de alto el fuego como preludio a un acuerdo de paz. Este es el documento que Vladimir Putin presentó en junio de 2023, durante la visita de una delegación africana a Moscú. Fue la intervención de Boris Johnson la que llevó a Volodymyr Zelensky a retirar su propuesta, intercambiando la paz y las vidas de sus conciudadanos por el apoyo occidental “durante el tiempo que sea necesario”.
Esta versión de los hechos fue finalmente confirmada a principios de noviembre de 2023 por David Arakhamia, entonces jefe negociador de Ucrania. Añadió que Rusia nunca tuvo la intención de tomar Kiev.
En esencia, Rusia acordó retirarse a sus fronteras el 23 de febrero de 2022, a cambio de un límite a las fuerzas ucranianas y el compromiso de no convertirse en miembro de la OTAN, junto con garantías de seguridad de varios países.
Se pueden sacar dos conclusiones: (1) el objetivo de Rusia no era conquistar territorio; y si Occidente no hubiera intervenido para presionar a Volodymyr Zelensky para que retirara su oferta, Ucrania probablemente todavía tendría su ejército; (2) si bien los rusos intervinieron para garantizar la seguridad de la población de Donbass, su operación militar especial les permitió lograr un objetivo aún más amplio, que involucraba la seguridad de Rusia.
Esto significa que, incluso si no se formula este objetivo, la desmilitarización de Ucrania podría abrir las puertas a su neutralización. Esto no es sorprendente porque, por el contrario, en una entrevista con el canal ucraniano Apóstrof' El 18 de marzo de 2019, el asesor de Volodymyr Zelensky, Oleksei Arestovich, explica cínicamente que una vez que Ucrania quisiera ingresar en la OTAN, tendría que crear las condiciones para que Rusia la atacara y fuera definitivamente derrotada.
El problema es que los análisis ucranianos y occidentales se alimentan de sus propias narrativas. La convicción de que Rusia perdería significó que no se preparara ninguna contingencia alternativa. En septiembre de 2023, Occidente, empezando a ver el colapso de esta narrativa y su implementación, intentó avanzar hacia una “congelación” del conflicto, sin tener en cuenta la opinión de los rusos, que dominan el terreno.
Sin embargo, Rusia habría estado satisfecha con una situación como la propuesta por Volodymyr Zelensky en marzo de 2022. Lo que Occidente quiere en septiembre de 2023 es simplemente una pausa, hasta que estalle un conflicto aún más violento, después de que las fuerzas ucranianas se hayan rearmado. y reconstituido.
La estrategia ucraniana
El objetivo estratégico de Volodymyr Zelensky y su equipo es ingresar en la OTAN, como preludio de un presunto futuro mejor en la Unión Europea. Complementa la de los estadounidenses (y por tanto de los europeos). El problema es que las tensiones con Rusia, especialmente en relación con Crimea, han llevado a los miembros de la OTAN a posponer la participación de Ucrania. En marzo de 2022, Volodymyr Zelensky reveló a la cadena de televisión CNN que es exactamente lo que le dijeron los americanos.
Antes de llegar al poder en abril de 2019, el discurso de Volodymyr Zelensky estuvo dividido entre dos políticas antagónicas: la reconciliación con Rusia, prometida durante su campaña presidencial, y su objetivo de unirse a la OTAN. Sabe que estas dos políticas son mutuamente excluyentes, porque Rusia no quiere ver a la OTAN y sus armas nucleares instaladas en Ucrania, y espera neutralidad o no alineación de Ucrania.
Además, Volodymyr Zelensky sabe que sus aliados ultranacionalistas se negarán a negociar con Rusia. Así lo confirmó el líder de Praviy Sektor, Dmitro Yarosh, quien amenazó abiertamente de muerte a Volodymyr Zelensky, un mes después de su elección, según informó la prensa ucraniana. Volodymyr Zelensky sabía, por tanto, desde el comienzo de la campaña electoral, que no podría cumplir su promesa de reconciliación y que sólo le quedaría una solución: la confrontación con Rusia.
Pero Ucrania no podría liderar esta confrontación sola y requeriría apoyo material de Occidente. La estrategia ideada por Volodymyr Zelensky y su equipo fue revelada antes de su elección en marzo de 2019 por Oleksei Arestovich, su asesor personal, en el periódico ucraniano Apóstrof'. Arestovich explicó que sería necesario un ataque ruso para provocar una movilización internacional que permitiera a Ucrania derrotar a Rusia de una vez por todas, con la ayuda de los países occidentales y la OTAN. Con sorprendente precisión, describe el curso del ataque ruso tal como se produciría tres años después. No sólo explica que este conflicto era inevitable si Ucrania quisiera unirse a la OTAN, sino que sitúa tal enfrentamiento en 2021-2022.
Luego describiría las principales áreas de ayuda occidental: “en este conflicto, Occidente nos apoyará muy activamente, en armas, equipos, asistencia y nuevas sanciones contra Rusia; lo más probable es que se introduzca un contingente de la OTAN; una zona de exclusión aérea, etc.; en otras palabras, no lo perderemos”.
Como vemos, esta estrategia tiene muchos puntos en común con la descrita al mismo tiempo por RAND Corporation. De hecho, hasta tal punto que es difícil no verlo como una estrategia fuertemente inspirada en Estados Unidos. En su entrevista, Arestovich distinguió cuatro elementos que se convertirían en los pilares de la estrategia ucraniana contra Rusia, y a los que Volodymyr Zelensky volvería regularmente: (i) ayuda internacional y suministro de armas; (ii) sanciones internacionales; (iii) intervención de la OTAN; y (iv) creación de una zona de exclusión aérea.
Vale la pena señalar que estos cuatro pilares son entendidos por Volodymyr Zelensky como promesas cuyo cumplimiento es esencial para el éxito de su estrategia. En febrero de 2023, Oleksiy Danilov, secretario del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional de Ucrania, dijo al El independiente de Kiev que el objetivo de Ucrania es la desintegración de Rusia. La movilización de los países occidentales para suministrar armas pesadas a Ucrania parece dar sustancia a este objetivo, que está en línea con lo que Oleksiy Arestovich declaró en marzo de 2019.
Sin embargo, unos meses más tarde quedó claro que el equipamiento suministrado a Ucrania no era suficiente para garantizar el éxito de su contraofensiva, y Volodymyr Zelensky solicitó equipamiento adicional y mejor adaptado. En este punto, hubo cierta irritación occidental ante estas repetidas demandas. El ex ministro de Defensa británico Ben Wallace dijo que los occidentales “no son Amazonas”. En realidad, es Occidente el que no respeta sus compromisos.
Al contrario de lo que nos dicen las corporaciones periodísticas y los expertos pseudomilitares, desde febrero de 2022 ha quedado claro que Ucrania no puede derrotar a Rusia por sí sola. Como dijo Obama, “Rusia [allí] aún podrá mantener su dominio sostenido”. En otras palabras, Ucrania sólo podrá alcanzar sus objetivos con la participación de los países de la OTAN. Esto significa que su destino dependerá de la buena voluntad de los países occidentales. De ahí que Occidente necesite mantener un discurso que le anime a continuar con sus esfuerzos. Esta narrativa se convertirá entonces en lo que llamamos, en términos estratégicos, su “centro de gravedad”.
Con el paso de los meses, el desarrollo de las operaciones demostró que la perspectiva de una victoria ucraniana parecía cada vez más lejana, frente a una Rusia que, lejos de debilitarse, se estaba fortaleciendo militar y económicamente. Incluso el general Christopher Cavoli, comandante supremo de las fuerzas estadounidenses en Europa (SACEUR), declaró ante un comité del Congreso estadounidense que “las capacidades aéreas, navales, espaciales, digitales y estratégicas de Rusia no han sufrido una degradación significativa a lo largo de esta guerra”.
Occidente, que espera un conflicto a corto plazo, ya no es capaz de mantener el esfuerzo prometido a Ucrania. La cumbre de la OTAN en Vilna (11 y 12 de julio de 2023) terminó con un éxito parcial para Ucrania. Se supone su adhesión, pero se pospone indefinidamente. Su situación, en realidad, es incluso peor que a principios de 2022, ya que no hay más justificación para su entrada en la OTAN que antes de la operación militar especial rusa.
Ucrania dirige entonces su atención a un objetivo más concreto: recuperar la soberanía sobre todo su territorio de 1991. La noción ucraniana de “victoria” parece estar evolucionando rápidamente. La idea de un “colapso de Rusia” pronto desapareció, al igual que la de su desmembramiento. Se habló de “cambio de régimen”, tomado como objetivo por Volodymyr Zelensky, quien prohibió cualquier negociación mientras Vladimir Putin estuviera en el poder. Luego vino la reconquista de los territorios perdidos, gracias a la contraofensiva de 2023. Pero también aquí las esperanzas se desvanecieron rápidamente. El plan era simplemente partir en dos las fuerzas rusas con un avance hacia el Mar de Azov. Pero en septiembre de 2023, ese objetivo se había reducido a “liberar” tres ciudades.
A falta de éxitos concretos, la narrativa sigue siendo el único elemento en el que Ucrania puede confiar para mantener la atención occidental y la voluntad de patrocinarla, porque, como dijo Ben Wallace, ex ministro de Defensa, en El Telégrafo, el 1 de octubre de 2023: “el bien más preciado es la esperanza”. Es verdad. Pero la evaluación occidental de la situación debe basarse en análisis realistas del adversario. Sin embargo, desde el comienzo de la crisis ucraniana, los análisis occidentales se han basado en prejuicios.
El concepto de victoria
Rusia, que opera dentro del marco del pensamiento clausewitziano, supone que los éxitos operativos deben explotarse con fines estratégicos. La estrategia operativa (o, en términos rusos, el “arte operativo”) juega, por tanto, un papel esencial a la hora de definir lo que se considera una victoria.
Como vimos en la batalla de Bakhmut, los rusos se adaptaron perfectamente a la estrategia impuesta a Ucrania por Occidente, que prioriza la defensa de cada metro cuadrado. Los ucranianos cayeron así en el juego de la estrategia de desgaste, anunciado oficialmente por Rusia. En cambio, en Jarkov y Jersón, los rusos prefirieron ceder territorios a cambio de la vida de sus hombres. En el contexto de una guerra de desgaste, sacrificar su potencial a cambio de territorio, como lo hace Ucrania, es la peor estrategia de todas.
Por eso el general Zaluzhny, comandante de las fuerzas ucranianas, intentó oponerse a Volodymyr Zelensky y propuso retirar sus fuerzas de Bakhmut. Pero en Ucrania, es la narrativa occidental la que guía las decisiones militares. Volodymyr Zelensky prefirió seguir el camino marcado por (o para) nuestros medios de comunicación, para mantener el apoyo de la opinión occidental. En noviembre de 2023, el general Zaluzhny tuvo que admitir abiertamente que esta decisión era un error, porque prolongar ciertos combates sólo favorecería a Rusia.
El conflicto ucraniano siempre ha sido inherentemente asimétrico. Occidente quería hacerlo simétrico, proclamando que las capacidades de Ucrania eran suficientes para derrocar a Rusia. Pero, desde el principio, esto no fue más que una ilusión, cuyo único fin era justificar el incumplimiento de los acuerdos de Minsk. Los estrategas rusos acabaron consagrándolo como un conflicto asimétrico.
El problema de Ucrania en este conflicto es que no tiene una relación racional con la noción de victoria. En comparación, los palestinos, conscientes de su inferioridad cuantitativa, adoptaron una forma de pensar que da al mero acto de resistencia una señal de victoria. Es la naturaleza asimétrica del conflicto, que Israel nunca ha logrado comprender desde hace 75 años, y que se reduce a superar, mediante la superioridad táctica, lo que debería captarse mediante su sutileza estratégica. En Ucrania ocurre el mismo fenómeno. Al aferrarse a una noción de victoria subordinada a la recuperación de territorio, por ejemplo, Ucrania se ha encerrado en una lógica que sólo puede llevarla a la derrota.
El 20 de noviembre de 2023, Oleksiy Danilov, secretario del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional, pintó un panorama sombrío de las perspectivas de Ucrania para 2024. Su discurso mostró que Ucrania no tenía ni un plan de salida ni un enfoque que asociara un sentimiento de victoria y esta eventualidad. : todo se redujo a vincular la victoria de Ucrania a la de Occidente. En Occidente, sin embargo, el fin del conflicto en Ucrania se percibe cada vez más como un desastre militar, político, humano y económico.
En una situación asimétrica, cada protagonista es libre de definir sus propios criterios de victoria y de elegir entre una variedad de criterios bajo su control. Por eso Egipto (1973), Hezbolá (2006), el Estado Islámico (2017), la resistencia palestina (desde 1948) y Hamás (en 2023) salen victoriosos a pesar de pérdidas masivas. Esto parece contradictorio para las mentes occidentales, pero explica por qué los occidentales son incapaces de “ganar” sus guerras.
En Ucrania, los líderes políticos se han encerrado en un discurso que excluye una salida a la crisis sin pérdida de prestigio. La situación asimétrica que se desarrolla actualmente contra Ucrania surge de una narrativa confundida con la realidad, que, a su vez, ha llevado a una respuesta inadecuada a la naturaleza de la operación rusa.
*Jacques Baud es un ex coronel del Estado Mayor y ex miembro de la Inteligencia Estratégica Suiza.
Traducción: Ricardo Cavalcanti-Schiel.
Publicado originalmente en el portal Ágora Vox.
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