por ARLENICE ALMEIDA DA SILVA*
Comentario al libro de André Gide
En un punto muy avanzado en la lectura de los cambiamonedas falsos el narrador advierte que aún no ha comenzado a escribir la obra que el lector pretendía leer, pero que ya ha anotado en su diario las principales dificultades que se le han presentado; es decir, que estamos ante una novela sobre la escritura de una novela en la que el “Diario de Édouard” funciona como una “crítica” de la novela en general: “imagínense el interés que tendría para nosotros un cuaderno similar llevado por Dickens o Balzac; si tuviéramos el diario de educación sentimental o de los hermanos Karamázov! "
Sin embargo, en diario de cambiamonedas falsas, organizada con apuntes tomados entre 1919 y 1925, encontramos oscilaciones sobre el inicio del proceso creativo, impregnadas de impresiones de viajes y lecturas, descripción de sueños, que aportan poco a la novela, ya que la obra más relevante anota en las facturas de la novela se incluyeron en la obra misma. tal que el Diario puede leerse como un pliegue más en esta escritura que reemplaza infinitamente al acto mismo de escribir.
Publicado en 1925, los cambiamonedas falsos Pertenece a una época caracterizada a nivel literario por la coexistencia de dos tendencias. Por un lado, se consolida la corriente, vigente desde la última década del siglo XIX y que se intensificó con el Surrealismo, que intenta liquidar la forma dominante de la novela, ya sea adoptando una narrativa que se abandona a la contingencia de hechos, o elidiendo los “efectos reales”, pretendidos por el naturalismo, promoviendo así una apertura a nuevas formas de presentar el tiempo y el espacio. Por otro lado, el relato realista se actualiza a través del compromiso político, fórmula marcada por el marco general, las descripciones amplias y un punto de vista supuestamente objetivo de la realidad, como en Malraux, Nizan, Aragon o Drieu La Rochelle.
Em los cambiamonedas falsos tenemos una tercera vía que se inscribe en la modernidad a partir de la oscilación entre formas tradicionales y modernas. No es por otra razón que condenar los experimentalismos que no van más allá del “efectismo”, Gide pretende escribir una “novela pura”, con los elementos que le son intrínsecos, es decir, aquellos que apuntan a lo general y no a lo general. particular, como en un “drama clásico de Racine”, o en la belleza matemática del “Arte de la fuga” de Bach. De modo que, paradójicamente, entre Racine y Alfred Jarry abundan los personajes y la duplicación de narradores en esta novela; una apelación a la concentración dramática propia de un neoclasicismo y una orientación que converge a la épica, al deseo de que “todo entre en la novela”.
Este callejón sin salida formal, visible tanto en la Diario como en la novela, se extiende al contenido, ya que el tema de la novela, dice Gide, es “la lucha entre los hechos propuestos por la realidad y la realidad ideal”; y, de hecho, el dato periodístico lo encontramos en la entrada del 16/07/1919: “se trata de unir esto al caso de los falsos monederos anarquistas del 7 y 8 de agosto de 1907, –y al Historia siniestra de los suicidios de escolares de Clermont-Ferrand (1909). Fundir esto en una y la misma trama”.
Ahora, Gide logra la “rivalidad” entre lo real y la representación que hacemos de él, presentando los hechos en un escenario ligeramente exaltado, casi estilizado, en el que cada hecho –como la fuga de Bernardo o el banquete de los Argonautas– gana en autonomía e inmovilización. . Además, a través de cortes y desvíos dentro de la narración, se examina la realidad en un estado siempre cambiante; los personajes son esbozados, luego abandonados, para ser retomados en otro lugar, en una red formada por una pluralidad de voces a partir de las cuales las ideas se relativizan, o se ponen en perspectiva, haciendo de la narración un interminable juego de espejos, siempre amenazando la pureza clásica perseguida por el autor
Estos recursos narrativos hacen los cambiamonedas falsos un clásico-moderno? Como mostró Auerbach, ya formaba parte del programa irónico-romántico entrelazar romance e historia en el surgimiento de la novela. Hay poco romanticismo en Gide y, sobre todo, intensa ironía al exacerbar la desconfianza hacia la representación subjetiva, de modo que con el cambio constante del punto de vista del narrador, lo que se pretende es estratificar el tiempo y multiplicar la percepción de la realidad.
Después de casi cien años de su publicación, es posible percibir, sin embargo, que en esta madeja sin fin no tenemos la invención de otro tiempo narrativo, sino sólo el fragmento de un tiempo que quiere ser absoluto. Esto porque, lentamente, a partir de la presentación de los personajes de los personajes, en acción, se va estabilizando un grupo en torno a jóvenes de la burguesía parisina que sueñan con un futuro de aventuras o de grandes realizaciones literarias, y, por tanto, se rebelan ante la perspectiva de perpetuar la asfixia de la familia burguesa, que aburre porque está obsesionada con la virtud y la austeridad.
Un sistema acoplado, compuesto de simetrías y oposiciones; fuerzas de atracción y repulsión en medio de las cuales se enfrentan fuertes y débiles, jóvenes y maduros, cínicos y desinteresados, casi siempre presentadas en un tono exaltado, cuando no pedante. Un conjunto que podría multiplicarse hasta el infinito, encadenado por un ritmo dominado por los errores, en el que la moneda falsa remite a relaciones sociales deshilachadas y sentimientos ocultos y, en el límite, a la palabra falsa, que es el único instrumento disponible para circular. lo que se da por cierto.
Este decorado es el campo mismo de lo novelístico, lleno de zonas oscuras, de sospecha y de evasión. Al privilegiar a los adolescentes, Gide otorga al “bando” o “cenáculo”, no como se podría imaginar, libertad y entusiasmo, sino teatralidad y distancia: “Cada uno de esos muchachos, en cuanto se vio frente a los demás, tocaba un carácter y perdió toda naturalidad”. Lo natural, sin embargo, no es una interioridad integral estabilizada, sino un cierto condimento, como “la sal que, añadida de fuera, da sabor”, haciendo mejores a los hombres, por un momento, al cabo del cual vuelven a la incertidumbre. : “si nunca es el mismo por mucho tiempo”, dice Laura sobre Édouard, “no se aferra a nada; pero nada suscita más apego que su huida (…) su ser se deshace y se rehace incesantemente, toma la forma de lo que ama. Y para entenderlo, hay que amarlo”.
Un romance de pasiones, ciertamente no una novela moral o cristiana, como podrían sugerir los epígrafes; en él arde el fuego de las pasiones, pero a diferencia de Racine, es artificio. Como logro literario, el relato convierte la acción en pasión, tocada o por elementos de gratuidad, o por una intencionalidad vacilante no exenta de tragicidad. Lo que impulsa la acción es lo inexplicable, siempre aterrador y extraño, denominado por Gide, “demoníaco” o su inverso, “angelical”; ambos, sin embargo, no indican misticismo o un dios ausente, ya que siempre están “dentro de nosotros”. Y si, al final, la novela afirma en un tono casi ingenuo la máxima del deber de encontrar la regla en uno mismo y, en él, la independencia del espíritu, entonces es la propia novela, siempre irónica, la que desmitifica este última pasión, la de la autonomía de sí mismo, ya sea por la irrupción violenta de la realidad o por la vuelta al orden: Bernardo a la casa de su padre, Laura a su marido, Olivier a su tío.
* Arlenice Almeida da Silva es profesor de estética en el departamento de filosofía de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp).
Publicado originalmente en Revista de reseñas, No. 10, en noviembre de 2010.
Referencias
André Gide. los cambiamonedas falsos. Traducción: Mario Laranjeira. São Paulo, Estación Liberdade (https://amzn.to/3qvqY90).
André Gide. diario de cambiamonedas falsas. Traducción: Mario Laranjeira. São Paulo, Estación Liberdade (https://amzn.to/3OXJX5G).