Los Modlin

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por TEJIDO ANNATERESS*

Consideraciones sobre el libro de Paco Gómez.

A Tadeu Chiarelli, que me regaló este libro.

¿Pueden las fotografías contar una historia? Marcelo Rubens Paiva demuestra su creencia en esta posibilidad cuando escribe: “Recuerdo cosas de la infancia porque veo fotos. Como aquella vez que me pusieron un casco de bombero de verdad, trabajo que planeé tener durante muchos años. Está grabado, hay una foto, así que estoy seguro de que sucedió. ¿O está en la memoria porque hay un registro del momento? Recuerdo las fiestas de São João de Serelepe, donde mi madre me vestía de paleto de pies a cabeza [...] Lo recuerdo porque hay muchas fotos del baile en cuadrilla en el que bailo con mi hermana Nalu, una claramente Coreografía ensayada, rodeada de monitores que organizan la boda en el campo, la huida de la serpiente y la lluvia. Pero no lo recuerdo con claridad. Veo las fotos”.

Precisamente porque hay muchas fotos, Paco Gómez pudo escribir Los Modlin, publicado en España en 2013 y traducido en Brasil diez años después. La historia comienza una noche de primavera de 2003, cuando el autor es informado por su cuñado de que, no lejos de su residencia en Madrid, había una “montaña de fotografías” tiradas a la basura. La advertencia no fue dada por casualidad; El cuñado sabía que a Paco Gómez le gustaba coleccionar todo tipo de documentos desechados: “En mi casa se acumulan fotografías antiguas, cuadernos, postales, libros, cartas de niños a los Reyes Magos, agendas sin terminar, facturas, radiografías… Pertenezco a personas desconocidas por las que siento una curiosidad irresistible que me lleva a imaginar sus vidas a partir de pequeños datos inconexos”.

Había un motivo autobiográfico para este interés: “La obsesión por profundizar en la vida de los demás proviene de la imposibilidad de hacerlo en la mía propia. Estas vidas que imagino son siempre más interesantes y mejores. Provengo de una familia de agricultores de la sierra de Ávila de Castilla La Vieja sin importancia alguna y de la que apenas llevo cuentas gráficas”. Además de intentar encontrar un sustituto a la ausencia de sus propias imágenes, el autor, durante su época universitaria, había trabajado como recolector de basura, imaginando “la vida de los dueños de bolsas de basura abiertas”. […] Aprendí a reconocer lo que había pasado en una casa por el tipo de basura que tiraban los vecinos: una ruptura sentimental, una muerte, un desahucio o el síndrome de Diógenes”.[ 1 ]

Ese del Proyecto No basta para evitar el asombro que le embarga cuando se topa con fotografías “extrañas, misteriosas, absurdas, inquietantes”. Había gente en poses inusuales, esqueletos de animales, flores secas, figuras geométricas. En algunas de las imágenes reconoce actores, escritores y personajes cinematográficos “disfrazados de sacerdotes, pistoleros y soldados romanos”.

La santísima trinidad de Modlins, Madrid, 1976 (copias encontradas en la basura)

Pese a la curiosidad que suscitaba un universo visual tan insólito, Paco Gómez sólo volvió a las imágenes un año y medio después, cuando se mudó a un nuevo apartamento. Luego intenta poner orden en un “rompecabezas de piezas confusas e indescifrables”. Clasifica fotografías en dos grupos: experimentales y familiares. En ellos advierte la presencia constante de tres personas: una mujer y un hombre, de entre cuarenta y cincuenta años, y un joven de unos veinte años.

Como fotógrafo, al autor le interesa el empeño de aquellos desconocidos en fotografiarse en “lugares concretos: la esquina de una casa sobre un suelo en forma de damero, una terraza, una playa, una escalera y un patio en ruinas”. . En busca de relaciones lógicas, examinó durante horas ese “océano de imágenes”, pero las personas de las fotos seguían siendo “gente desconocida, extraña, ajena a mis costumbres y que venía de una época pasada”.

Paco Gómez incluso fantasea con que los documentos pertenecían a un embajador inglés, que tuvo que mudarse repentinamente, pero pronto se da cuenta de que los diplomáticos vivían lejos del barrio de Malasaña. Algunas características de las fotografías (personas desnudas y en “poses extrañas”) también van en contra de la hipótesis. Decide dejar de lado ese “mosaico indescifrable”, que sólo planteaba preguntas sin respuesta, y dar prioridad a la familia y el trabajo: “Me apasionaba la fotografía y no podía seguir perdiendo el tiempo en una búsqueda absurda e inútil”.

Sin embargo, no contó con la casualidad. Al fotografiar a un amigo en su habitación, ve un marco en la pared con cuatro pequeños retratos de una mujer que había visto antes. El amigo aclara que se trataba de una pintora llamada Margaret y que las fotos habían sido encontradas en la basura. La imagen, sin embargo, no correspondía a la del rostro “envuelto” en la cabeza de Gómez. Al enterarse de que la historia del pintor había sido publicada en la prensa, encontró un artículo en internet El País con datos de Margaret Marley Modlin, fallecida en 1998, que había dejado una colección de más de 120 cuadros propios; su hijo Nelson, que murió en 2002; y su marido Elmer, que desapareció al año siguiente. Este hallazgo cambia por completo el marco de referencia de Paco Gómez quien, picada su curiosidad, decide “reconstruir esas vidas tiradas a la basura”, aunque los nuevos detalles iban acompañados de “más incógnitas por resolver”.

Se inicia un proceso de investigación, definido por el autor como “una experiencia intensa y singular persiguiendo las sombras y los sueños de personas que nunca he conocido”, como “una historia con la que me obsesionaba día y noche”. La primera parada es El Palentino, “un bar mítico que conserva el carácter tradicional de las antiguas tabernas madrileñas”. Frecuentado por Paco Gómez, estaba situado frente al edificio en el que había vivido la familia Modlin. Obtiene información de la asistente Loli, quien le dice el nombre de la costurera de Margaret, que vivía al lado del bar. Sintiéndose implicado de una vez por todas en la investigación, decide rodar un documental titulado Los Modlin, con la colaboración del amigo Jonás Bel.

Gracias al testimonio de Milagros, la costurera, Margaret y Elmer “comenzaron a tomar una dimensión real. Ya no eran esos personajes estáticos de las fotografías”. La pareja nunca habló bien español; se habían conocido cuando eran jóvenes y se enamoraron, a pesar de sus diferencias sociales: ella provenía de una familia adinerada; era un chico de campo. Todo giraba en torno al cuadro de Margaret: Elmer hizo todo lo posible para brindarle absoluta tranquilidad y dedicación exclusiva al arte. Milagros, que sabía poco de Nelson, tenía en casa un estudio de su propio rostro de perfil y una litografía en blanco y negro titulada Henry Miller es más que un águila, con una extraña datación del “Año de la Luna”.

Los siguientes pasos llevan a Gómez y Bel al escritor Javier Marías, quien había anotado en su directorio telefónico el nombre de Nelson Modlin, de quien ya no recordaba; a Luis Herrero, que trabajaba en un taller metalúrgico, quien les puso el nombre de Carlos Postigo, marzo y de Margarita; al propio Postigo; y Miguel Cervantes. Si el contacto con Javier Marías hubiera sido provocado por un artículo publicado en El País Semanal, dedicado al tiempo, la muerte y la melancolía, el taller del metal había sido descubierto gracias al recuerdo de la película Blade Runner.

Inspirado por el comportamiento del teniente Deckard, que descubre “algo sorprendente al observar de cerca una imagen que aparentemente no tiene nada de especial”, el autor decide explorar “al grano” todas las fotografías encontradas en la basura. En una de ellas advierte que Elmer había sido fotografiado en la primera casa que el matrimonio ocupó en Madrid,[ 2 ] pero no se puede determinar su ubicación. Una vez más interviene la casualidad: una señal de tráfico que lo desorientó en varias fotografías de los Modlin tomadas en el mismo balcón, le ayuda a resolver el impasse cuando se la ve en otra imagen de la misma época colgada en la pared de la taberna Escalada.

Mostraba la fachada del bar y el mismo letrero de la calle que aparecía en la foto de Elmer: “Las calles habían cambiado de dueño a lo largo de los años, y este letrero faltante me llevó a la casa donde habían vivido los Modlin en Don Philip. Si no hubiera visto Blade Runner y si mi visita a Escalada hubiera sido un día después, nunca me hubiera enterado”.[ 3 ]

La entrevista con Postigo es bastante esclarecedora, ya que revela aspectos de la relación de Margaret con su propio trabajo. La pintora fue capaz de hacer sacrificios que incluían su salud con tal de tener dinero para comprar material de mejor calidad para sus cuadros. Apoyada por Elmer, pidió cifras astronómicas para sus obras para no deshacerse de ellas. ¿Cómo se resume el marzo y: “Sabían que nunca podrían vender muchos de sus cuadros, porque estaban metidos en la piel, y encontraron la excusa perfecta: no los vendieron porque no había nadie que pagara lo que valían”.

Si Postigo desconocía el paradero de los cuadros, lo sabía Cervantes, con quien Elmer había mantenido una relación en el último año de su vida. El catedrático de la Facultad de Agronomía era el albacea del testamento de los Modlin y pudo llevar a Paco Gómez y Bel a un almacén especializado en almacenamiento de obras de arte en Torrejón de Ardoz y facilitarles el acceso al piso de la Rua del Pez.

Acompañados de Postigo y Cervantes, Gómez y Bel viven una experiencia frustrante en el almacén: sólo pueden ver Ana negra (la negra) y un retrato de Nelson, que evocaba la fase rosa de Picasso, además de la escultura con las cabezas de la pareja, “de un realismo aterrador”, que debería haber contenido sus cenizas, pero que estaba vacía. Contactar con la negra Confirma que Paco Gómez tenía razón sobre la identidad de la mujer vista en la habitación de su amigo. La modelo no era Margaret sino una mujer de “rasgos judíos”, que “precipitó la búsqueda de los Modlin”.

Decepcionado por la visita a un lugar que parecía un “cementerio”, en el que el arte “desaparece almacenado en forma de nichos”, el autor debe contentarse con imágenes digitalizadas de las pinturas proporcionadas por Cervantes. A la decepción provocada por la imposibilidad de recrear “las texturas y colores de los cuadros” con la cámara, se sumó otra decepción: las imágenes eran de baja resolución y los cuadros, a primera vista, resultaban “un tanto infantiles, con colores estridentes y excesivamente barroco, lleno de elementos simbólicos”.

A pesar de su frustración por las “pobres” obras de Margaret, Paco Gómez decide no darse por vencido: estudia sus dibujos durante horas, estableciendo relaciones y centrándose en los detalles. Este ejercicio le permite resolver una de las incógnitas que le obsesionaban desde que los Modlin entraron en su vida: “Sucedió de repente: con la misma sorpresa que cuando una copia fotográfica empieza a dibujar sus formas en la bandeja del revelador, comencé a comprender Qué significado tienen las fotografías que encontré en la basura. Descubrí que las imágenes eran representaciones de los personajes que habitaban la imaginación apocalíptica de Margaret y que ella usaba como modelos para componer sus pinturas. […] Por eso las fotografías eran tan buenas; porque eran sólo herramientas despojadas de toda intención artística. Y, como ya lo he demostrado más de una vez, es [sic] en las fotografías de los archivos policiales, en los retratos de fotógrafos viajeros o en las maravillosas imágenes de obras de ingeniería del siglo XIX donde la fotografía revela todo su poder”.

Continuando con la investigación, Paco Gómez logró acceder al piso de la Rua del Pez tras muchos intentos. Invadido por el desorden y la suciedad, pues todo seguía igual que cuando Elmer fue rescatado, el apartamento guardaba algunas sorpresas: montones de periódicos, revistas y papeles con registros de acontecimientos históricos importantes para la pareja; un manojo de llaves antiguas y modernas colocadas sobre una placa de cobre en la cocina; un sombrero de hombre gris con un sobre que decía “Fuera de servicio"colocado encima de la tapa del inodoro...

El resultado de la visita se resume así: “Sentí la presencia de los Modlin en la casa y pude ver cómo sus personajes ocupaban los rincones habituales. Margaret pintó en la esquina de su calle; Elmer trabajaba en una larga mesa preparando los lienzos, dando martillazos amortiguados con unos trapos para no hacer ruido; y Nelson tocaba la guitarra mientras contemplaba el sol de invierno caer sobre uno de los balcones”.

Nelson Modlin, Madrid, 1970 (copias encontradas en la basura)

En la siguiente etapa, Gómez y Bel viajan a un pueblo de Extremadura para entrevistar a una familia que había posado para una de las obras más importantes de Margarita, el tríptico. El Empalao de la Vera, inspirado en una tradición de Semana Santa. Toda la familia Luengo había quedado inmortalizada en el cuadro, pero los Modlin se habían encariñado especialmente con el pequeño Sotero, un niño “sordo e introvertido a quien Margaret comparó con un ángel que pintó el artista renacentista Piero della Francesca”.

La visita a Valverde de la Vera resulta fructífera: Paco Gómez tiene acceso a una carpeta azul repleta de fotografías, cartas y reproducciones de los cuadros de Margarita “perfectamente ordenadas y clasificadas”. Esta documentación permite comprender la importancia que el artista concedía al tríptico. Registró detalladamente su proceso de creación, pues “sentía que estaba creando una obra de arte importante para la historia de la humanidad y quería facilitar el trabajo de los historiadores que se entregarían a su genio”.

Cada vez más cautivado por la investigación, el autor siente la necesidad de fotografiar los espacios en los que los Modlin se habían retratado, embarcándose en “una búsqueda del tesoro esquizofrénica y absurda alrededor del mundo”, que lo lleva a París, Florencia, Venecia, a una calle. en el barrio Maravillas de Madrid, hasta las murallas de Ávila. Cuenta con la colaboración de su esposa Isabelle y de sus amigos, que asumen el papel de los Modlin, en “pequeños experimentos y homenajes íntimos sin explicación racional. Necesitaba realizarlos y comprobar con mi presencia la realidad de esos espacios. Estaba buscando los surcos que los Modlin habían dejado en el aire”.

Una de estas huellas se descubre cuando Modlins Gómez amplía el negativo de una fotografía en la que Margaret estaba sentada sobre un cajón en una de las habitaciones del apartamento: a sus pies había una copia fotográfica que había pasado desapercibida. La importancia otorgada a este hallazgo se puede medir en la descripción del proceso que lo llevó a descubrir las figuras negras de Margaret y Sotero en la imagen tirada en el suelo: “Amplié el papel al máximo, lo contrasté, lo hiperenfoqué, Lo agrandé de nuevo. Procedió inspirado en el protagonista de Volar por Antonioni.” La conclusión no hace más que reforzar el cariz casi mesiánico que el fotógrafo dio a la investigación: “Los Modlin dejaron pistas esparcidas por el suelo que tuve que seguir interpretando. ¿Estaban tratando de decirnos algo?

Una segunda visita al apartamento para una nueva grabación da como resultado el descubrimiento de unas fotocopias con tapa azul de libros mecanografiados en inglés. Los dos primeros correspondían a un proyecto de Margaret titulado El espejo del ángel del tiempo.; escrito por Elmer, el tercer volumen, Un poema en mi bolsillo, contenía una selección de cartas y poesía.

El prólogo del proyecto del pintor ayuda a comprender la relación del matrimonio con Henry Miller y la datación del grabado perteneciente a Milagros. Gómez se da cuenta de que los Modlin “intentaron hacer de Henry Miller su paso seguro a la fama. Su lógica era muy simple y un tanto infantil: si el autor de Trópico de Cáncer Era un genio, y también lo eran quienes tenían una relación íntima con él. Por eso Margaret y Elmer documentaron para la posteridad su relación con el escritor: fotografiaron sus cartas de manera policial y transcribieron con todo detalle cualquier tipo de contacto entre ellos, ya fuera una dedicatoria a un libro, una carta o una simple nota. Todo esto estaba escrito en los libros azules que acababa de encontrar en la despensa de la Rua del Pez”.

La datación del “Año de la Luna” también está asociada con Miller. La pintora inicia el mundo en 1969 por lo que su calendario privado coincide con su encuentro con él. Decide retratarlo y, con la ayuda de su marido, fotografía “cada parte del cuerpo de Miller con experiencia forense”. Miller no era la única persona famosa que admiraba la pareja; junto a Francisco Franco, gozó de la reputación de “las personalidades más extraordinarias de todos los tiempos”. Partidario de un “patriotismo ciego y radical”, el artista vio la dictadura de Franco como “una etapa ilustrada de la humanidad, llena de paz, belleza, orden y prosperidad”.

Decide dedicar un cuadro a la figura que representaba “el ideal de un soldado cristiano contemporáneo”, en un intento más de alcanzar la gloria por reflejo. Anota los preparativos para la pizarra en un cuaderno; logra contactar con un abogado del Estado que accede a hablar con el almirante Luis Carrero Blanco para adquirir la obra; pide un precio exorbitante. Cuando todo parecía ir bien, ocurrió lo inesperado: Carrero Blanco murió en un atentado de ETA el 20 de noviembre de 1973, dos días después de que Margaret informara a su contacto de que el cuadro había sido terminado.

El rompecabezas representado por las vidas de los Modlin comienza a adquirir contornos más precisos. Traumatizado por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, que lo llevó a la destruida Nagasaki, Elmer decide “buscar el sentido de su existencia en la ficción”: decide convertirse en actor y, en esta capacidad, conoce a Margaret en noviembre de 1947. .

Ellos dos y Nelson trabajan en producciones de cine, televisión y publicidad, siempre en papeles secundarios, y entre los tres, el chico parece ser el más profesional. Elmer incluso participa como extra en la escena final de El bebe de romero (El bebé de Rosemary, 1968), de Roman Polanski, lo que llevó a Modlins Gómez a especular si el director se había inspirado en su vida para trazar el perfil del marido de la protagonista: un actor incomprendido que no acepta su fracaso y que sobrevive con trabajos secundarios, a la espera de la gran papel.

Gracias al mejor amigo de Nelson, el matemático Jaime Lipton, el autor logra crear un retrato más preciso de la familia. Nelson se había trasladado a Madrid en 1969 para evitar ser reclutado en la guerra de Vietnam. En el colegio estadounidense destacó por su diferenciación en relación a sus compañeros: con apenas 17 años dijo que quería ser empresario y ganar mucho dinero para oponerse a sus padres. No hablaba mucho de ellos, pero consideraba a su madre una artista genial que, cuando la descubrieran, sería considerada “una de las más grandes pintoras de todos los tiempos”.

A él le correspondía realizar todos los trámites para el traslado de sus padres y encontrar un apartamento en la Rua Miguel Moya, donde “comenzaron a fraguarse los mitos del Apocalipsis modliniano”. Dos motivaciones estuvieron detrás de la migración de la pareja a España. La idea de que Estados Unidos era un país que “había perdido el rumbo”, estando “al borde de la ruina y la guerra civil”. Y la creencia de que Europa les daría la fama que les habían negado en casa. Representante del surrealismo apocalíptico, Margaret esperaba que éste fuera reconocido como la recuperación del verdadero camino del arte, perdido con las experiencias modernas y abstractas.

Nelson Modlin, Hollywood, finales de los años 1960 (negativo encontrado en la basura)

La conversación con Lipton le dio a Paco Gómez la sensación de que la historia de los Modlin estaba cerca de su conclusión. En el contexto familiar, Nelson aparece como “el gran perdedor de la locura intelectual de sus padres” y las nuevas incógnitas que surgieron giraron en torno a cómo había superado el conflicto con ellos. Para cerrar el cuadro propone hablar con las tres esposas, la novia con la que se iba a casar y visitar la casa de campo adquirida poco antes de morir. No había ninguna fotografía de su primera esposa; Lo único que se sabía era su nombre, Berta, y su profesión, bailaora de flamenco.

La segunda, Olga Barrio, había presentado un famoso informativo de televisión en 1988, pero se había trasladado a Alemania y no estaba dispuesta a colaborar con la investigación. Conocíamos el nombre de la novia, Monica Fornasieri, y la bochornosa escena a la que la había sometido Elmer en el funeral de su hijo. Conmocionado por la muerte de Nelson, intenta convencerla “de que los dos deben tener un hijo para que la cepa Modlin sobreviva. Elmer buscaba desesperadamente un heredero imposible. Mónica huye llorando hacia Jaime buscando refugio. No es capaz de procesar la reacción de su padre en un momento tan trágico”.

La tercera esposa, Susana Jarabo, acepta colaborar con Paco Gómez y aporta nuevos datos sobre Margaret y Elmer. Vivían en una casa decadente y ruinosa, con las paredes llenas de cuadros, y llamaban la atención sobre su ropa: “ropa que podría tener treinta años y parecía restos. No diría que estaban sucios, sino como pasados ​​de moda, llenos de polvo”. La visión de los cuadros de Margaret despierta en ella una impresión de “morbo”, de “un interés muy grande y personal de la madre por su hijo”. Afectada por esta “sensación morbosa”, llega a la conclusión de que Nelson era “una persona bastante normal teniendo en cuenta los padres que tuvo”.

Cada vez más obsesionado con la investigación, el autor se da cuenta de que su vida y la de los Modlin “convergieron de forma alarmante. Dudaba si eran ellos quienes se habían acercado a mí desde el otro lado de los vivos, o si era yo quien inconscientemente los había buscado. ¿Me estaba volviendo loco? Aunque sabía que las obras de Margaret no lograrían interesar al mercado del arte, decidió darlas a conocer al gran público junto con la historia de los Modlin para que permanecieran en España, como él deseaba.

Conscientes de que ni él ni su amigo Jonás tenían la experiencia y los medios para realizar un documental de calidad, entregaron el material recopilado al director brasileño Sergio Oskman. Luego de tres años de trabajo, esto transforma a Gómez en el protagonista de la película, narrando la historia de un personaje que “encuentra fotografías en la basura e interpreta la vida de los Modlin”. Cuando se estrena la película, Paco Gómez no oculta su decepción al no encontrar su nombre en los créditos: “Todo lo que contenía la película parecía mío, pero yo había desaparecido de la historia de los Modlin como desaparecía Elmer en las películas en las que trabajaba. como actor secundario”.[ 4 ]

En un intento de encontrar un mecenas que permitiera que las pinturas de Margarita permanecieran en España, el autor había promovido, junto con Cervantes y Bel, la exposición Los tres emes magicos en AVA Galeria, entre el 7 y el 30 de marzo de 2007. Además de las principales pinturas de Margaret, la exposición puso a disposición del público estudios fotográficos, objetos, esculturas, documentos y un videomontaje de Bel, que “hizo más digerible y creíble la odisea”. de los Modlin”.

La carpeta presentaba un colorido retrato de la familia, en el que Gómez detectaba las claves de su historia: “Una imagen que es una puerta a otra dimensión y representa un universo complejo, estrecho, encriptado e inventado donde todo está medido y colocado. Están los tres, la madre, el padre y el hijo, en una perfecta representación de un tri-ser. Margaret Marley Modlin simbolizó con esta fotografía un sistema planetario familiar con dos satélites que giraban a su alrededor”.[ 5 ]

folleto de la exposición 2007

Convertida la investigación en un “asunto personal”, Paco Gómez viaja a Villa Margarita, la casa de campo de Nelson, en cuyo jardín se topa con una escultura de Margaret dejada a la vista, “como si se tratase de un resto arqueológico”. Dentro de la casa estaban los libros azules de los padres, una buena cantidad de retratos, imágenes de filmaciones e imágenes de Nelson con Susana Jarabo. La sensación de haber terminado la investigación queda en entredicho por la cinta de vídeo entregada al autor por el dueño de la casa; En él, la pareja conversó y destacó la escultura que debería colocarse en su tumba.

Para finalizar de una vez por todas el proceso y despedirse de los Modlin, Paco Gómez se dirige al parque Casa de Campo, en cuyo lago habían sido esparcidas las cenizas de Margaret, Elmer y Nelson. La historia debería terminar donde “se perdió su huella”. Una vez más, sin embargo, el azar juega una mala pasada a la pareja que con tanto empeño había perseguido la fama. En las placas de las urnas funerarias que iban a ser arrojadas al lago, estaba escrito mal el apellido: Modglin. Esto lleva al autor a concluir: “Los Modlin habían sacrificado todo para alcanzar la fama y el reconocimiento, e, incluso en este último recuerdo de sus vidas, un extraño había cometido un error al grabar sus nombres en las placas. Era como si el fracaso tuviera que sobrevivir a ellos”. Irónicamente, el error también afectó a Nelson, que había sido un exitoso hombre de negocios, tras abandonar su carrera como actor, modelo y locutor.

El balance de la aventura no lo considera positivo Paco Gómez: “Emprender un proyecto de estas características me mostró el catálogo completo de nuestras mezquindades y debilidades, pero sobre todo me expuso al veneno de aquellos en quienes confiaba, los mismos que me traicionaron. conmigo tan pronto como pudieron para obtener su miserable dosis de notoriedad. Hipotequé mi vida y la de mis hijos, ¿y para qué? Entonces puse todas las fotos que encontré en la calle en una bolsa de basura y las traje con la intención de tirarlas al fondo del lago”.

Como demuestra el libro de 2013, el autor no llevó a cabo este acto. Por el contrario, sumó a la documentación encontrada en la basura fotografías de su propia elaboración y otras aportadas por los herederos de Elmer, por Ana, su empleada, por Postigo, Raúl García, Susana Jarabo, Francis Tsang y la familia Luengo. Además de ellos, el libro incluye una fotografía del barco hospital que llevó a Elmer a Nagasaki, un fotograma de El bebe de romero, fotogramas de un vídeo grabado por Bel y la cinta U-matic que estaba en la casa de campo de Nelson. Con la ayuda de este conjunto visual[ 6 ], Paco Gómez da contornos realistas a una historia que, por momentos, podría parecer inverosímil debido a la idiosincrasia de la pareja que creía tener una misión que cumplir en el mundo.

¿Cómo definir el libro en términos literarios? Se trata de una mezcla de géneros –crónica periodística, autobiografía, reportaje policial, diario–, acompañada de abundante documentación fotográfica que, poco a poco, transforma al lector en un espectador capaz de generar “una película en su imaginación”. Informe “que lees mientras ves o que ves mientras lees” – como se indica en el sitio web NOFOTO –, la obra se estructura como un rompecabezas formado por recuerdos dispares y dispersos a la espera de alguien dispuesto a reunirlos en una composición coherente. Un título adecuado al proyecto de Paco Gómez podría ser Tres personajes en busca de autor, porque, gracias a su obsesión, los Modlin surgieron de la basura a la que habían sido destinados por familiares insensibles para convertirse en personas con personalidad y proyectos de vida propios.

Si bien la historia se basa en diferentes géneros, es inequívoco que su autor es un fotógrafo, capaz de detectar en fotografías rescatadas de la basura no sólo la narrativa aparente, sino también un segundo nivel de lectura, en el que emergen detalles desapercibidos a primera vista. . Inspirándose en personajes de ficción, Paco Gómez interroga en profundidad el material visual de que dispone, utiliza los recursos técnicos de la fotografía para revelar y dar consistencia a lo que podría parecer una mancha, escenifica performances con su mujer y sus amigos en un intento de anular el arco temporal que separó de esa peculiar familia.[ 7 ]

La frustración de Paco Gómez al final del proyecto podría contrastarse con un episodio relatado en el libro. La exposición de 2007 le produjo satisfacción: en una pegatina blanca que un desconocido pegó en el intercomunicador de la Rua del Pez se leía: “Aquí vivían los Modlin. Recuérdalos”. Además, un año antes, el Ayuntamiento de Madrid había colocado una placa en el inmueble con las siguientes palabras: “En esta casa vivió y pintó desde 1975 hasta su muerte MARGARET MARLEY MODLIN 'La mejor pintora del Apocalipsis de todos los tiempos' junta con su esposo, el actor de Hollywood ELMER MODLIN y su hijo NELSON MODLIN, modelo y locutor de radio que nunca orbitó el universo místico creado por sus padres”.[ 8 ]

La portada de la edición brasileña, que muestra a la pareja tomando el sol en un barco, es bastante anodina y no introduce inmediatamente al lector en un universo peculiar formado por sueños grandilocuentes y una simbiosis absoluta entre Margaret y Elmer. La edición española, por el contrario, propone una visión ambigua de la pareja, para resaltar el profundo vínculo entre ambos, que no está exento de fracturas. La portada representa un rostro fragmentado, aparentemente masculino, como sugiere el abrigo y la corbata que porta la figura. A él se superpone un rostro femenino, que se convierte en el elemento dominante de la composición, si se tiene en cuenta el detalle del cabello que recuerda al peinado de Margaret.

La superposición no es perfecta y confiere al conjunto un aspecto enigmático, generando una sensación inquietante en el observador. Se siente animado a ir más allá de la portada y adentrarse en un universo en el que realidad y sueños se funden y confunden gracias al saber hacer de Gómez y a su estimulante composición en mosaico. La portada puede verse entonces no sólo como un índice de la relación de pareja, sino también como una alusión a la fragmentación de la narrativa, que imita los vagabundeos de Paco Gómez por el universo modliniano y permite que sus personajes permanezcan como formas abiertas, impermeables a cualquier cristalización temprana.

*Anateresa Fabris es profesor jubilado del Departamento de Artes Visuales de la ECA-USP. Es autora, entre otros libros, de Realidad y ficción en la fotografía latinoamericana (Editorial UFRGS).

referencia

Paco Gómez. Los Modlin. Traducción: Mari-Jõ Zilveti. São Paulo: Editorial fotográfica, 2023. [https://amzn.to/3Qd02nX]

Bibliografía

NOFOTO. “Los Modlín. Una historia increíble recuperada del fondo”. Disponible en:http://nophoto.org/los-modlin>

PAIVA, Marcelo Rubens. Todavía estoy aquí. Río de Janeiro: Alfaguara, 2015.

Notas

[1] El síndrome de Diógenes es un tipo de depresión que lleva a las personas a descuidar la higiene y acumular basura en casa de forma compulsiva.

[2] Gómez descubrió más tarde que esta era la segunda residencia de la pareja.

[3] El autor se encontraba en el bar el día de su cierre definitivo ya que se encontraba en un edificio en ruinas.

[4] Titulado Una historia para Modlin, el cortometraje se estrenó en 2012 y se estructura en torno a dos momentos: la vida de Elmer y su participación en la película de Polanski; la fuga a España y la transformación del arte de Margaret en el eje central de la vida familiar. La película utiliza como recurso escénico una mano que ordena el material encontrado por Gómez en un avión, mientras un narrador describe ese mismo material e interpreta la vida de los Modlin como un gran rompecabezas tirado a la basura.

[5] Sobre la exposición, ver también: NOPHOTO. “Los Modlín. Una historia increíble recuperada del fondo.

[6] Gómez no publica todas las imágenes que tiene en el libro. El artículo “Los Modlin. Una historia increíble rescatada de la basura” trae otras fotografías, particularmente las recreadas en los lugares donde estuvieron Margaret y Elmer.

[7] Él mismo participa en estas recreaciones. Así lo demuestra un montaje fotográfico compuesto por una imagen descolorida de Elmer saludando frente a la Torre Eiffel (década de 1970) y una foto de Gómez replicando la pose (2007).

[8] La foto del cartel se puede ver en el artículo citado “Los Modlín. Una historia increíble recuperada del fondo.


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