Los militares en la política

Photography Studio_Hill and Adamson, Lookout_Sergeant and Private of the 42 Gordon Highlanders, Edinburgh Castle, 1843-47.
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por JOSÉ DIRCEU*

Es hora de volver a discutir el papel y el carácter de las Fuerzas Armadas.

Entre las amenazas a la vida, la libertad política y civil conquistada en la Constitución de 1988 y el futuro de Brasil, como nación, está el regreso de los militares a la política. Ya se manifestó en el Golpe de 2016, en la sentencia del hábeas corpus de Lula en el Supremo Tribunal Federal, en la politización de la Policía Militar, en el acuerdo y convivencia con las milicias, en la política de Bolsonaro de armar a sus bases militantes y, ahora, en la decisión del comandante del Ejército de no castigar al General Eduardo Pazuello, violando su propia ley interna: el Reglamento Disciplinario del Ejército.

La oposición amplia y generalizada a la decisión, incluyendo manifestaciones de oficiales generales de la reserva o el significativo silencio de otros como el ex comandante del Ejército, nos abre una oportunidad para debatir y construir una mayoría en la sociedad con el objetivo de redefinir el papel de la Fuerzas Armadas Fuerzas Armadas en la Constitución, comenzando por cambiar el erróneo artículo 142, que mantiene la tutela militar. De modo que no cabe duda de que las Fuerzas Armadas no ostentan el poder de moderador o árbitro de la nación; por el contrario, están sujetos al poder civil constitucional. La mayoría de los electores, en el espíritu de la transición de arriba hacia abajo, mantuvieron estos escombros autoritarios: los militares como poder moderador.

Como si no fueran suficientes los 7 años de dictadura del Estado Novo fascista bajo el liderazgo de Vargas, asociado al Estado Mayor General del Ejército – no es por otra razón que el General Góis Monteiro, jefe de facto del Ejército, recibió el título de Condestable del Estado Novo–, y el 21 de la dictadura militar, el partido militar se impuso en la Asamblea Constituyente al definir a las Fuerzas Armadas como garantes de los poderes constituyentes y, a iniciativa de cualquiera de ellos, de las leyes y orden.

Pero el mismo artículo también dice que las Fuerzas Armadas se organizan con base en la jerarquía y la disciplina, bajo el mando del Presidente de la República, siempre que éste sea elegido en el marco de la Constitución. El problema es que en estos últimos 34 años nada ha cambiado en las Fuerzas Armadas con relación a los años de la dictadura militar. Por el contrario, la política de transición a la democracia concedió amnistía a los militares y sus crímenes, que quedaron más que probados de la misma forma que ocurrió en el Estado Novo. Basta recordar a Filinto Muller, jefe de la policía política, quien luego se convirtió en senador por Arena.

En el gobierno de Bolsonaro, los militares ampliaron mucho su presencia en la política, ya sea en el Congreso o en el gobierno, incluyendo militares en servicio activo como los generales Luís Eduardo Ramos, Braga Neto y Eduardo Pazuello. Sin la cuarentena necesaria, como en otros países, los militares entraron en política y ella entró en el cuartel.

Por si los hechos no fueran suficientes, las memorias del general Villas Bôas, excomandante del Ejército, es una confesión pública de la intervención ilegal e inconstitucional del Estado Mayor General del Ejército en la política y en la elección de Bolsonaro.

No hay ni habrá democracia con militares en la política. Este es un principio básico de todas las democracias, pues los militares tienen una situación diferenciada, garantizada por la nación, las funciones que ocupan y las misiones que tienen encomendadas en la defensa armada de la patria. Por lo tanto, tienen prohibido afiliarse a sindicatos y hacer huelgas y, mientras estén en servicio activo, no pueden afiliarse a partidos políticos.

La situación diferenciada de los militares les garantiza una jubilación propia y especial, integral, sin barrera de edad mínima. Tienen sus propios hospitales, academias y escuelas de todos los niveles, institutos de investigación de excelente calidad, sus propios clubes. Y acaban de recibir aumentos salariales expresivos mientras los funcionarios viven bajo presión o incluso pérdidas salariales ante la inflación.

Tienen beneficios como costo y manutención, gratuidad por poder estudiar – los límites y topes constitucionales en la práctica fueron abolidos ilegalmente para los militares. Y sus presupuestos no sufren las limitaciones del tope de gastos y la regla de oro, pudiendo convertirse, en la práctica, en una casta dentro del servicio con privilegios y ventajas que van más allá de los inherentes a la función especial que desempeñan.

Para escándalo de la nación, el gobierno de Bolsonaro nombró a miles de militares para puestos en todo el sector público. Los generales y coroneles ocupan no sólo el ministerio y el Planalto, sino toda la administración pública. El Ministerio de Defensa fue militarizado y pasó a ser, en la práctica, el Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, perdiendo su carácter civil; y la Oficina de Seguridad Institucional, hipertrofiada, es hoy un cuerpo de policía política y de espionaje político asociado a la Abin (Agencia Brasileña de Inteligencia).

El caso es que Bolsonaro intenta seducir a los militares con beneficios y ventajas aun a riesgo de romper la jerarquía, con aumentos de cargos y salarios, con fondos y presupuestos ilimitados mientras se impone la austeridad fiscal a todos los sectores de la administración federal. Empezando por salud y educación, ciencia y cultura, vivienda y saneamiento, medio ambiente e infraestructura.

Ahora, traspasando todos los límites, un general en servicio activo participa en una manifestación abiertamente política y no es sancionado según el Reglamento Disciplinario del Ejército. Esto es una clara violación a los principios no solo de jerarquía y disciplina, sino de la Constitución.

Fue y sigue siendo un grave error del constituyente darle a las Fuerzas Armadas la potestad de garantizar los poderes constitucionales e incluso los llamados GLO, garantías de la ley y el orden, función constitucional del Poder Judicial, de la policía federal y civil. , de la policía militar y, en su caso, de una fuerza nacional profesional y de acción rápida.

Con la creciente participación de los militares en la política y en el mantenimiento del orden interno, existe el riesgo, como lo demuestran las experiencias de México y Colombia, de penetración del narcotráfico en las Fuerzas Armadas. Lo que ya sucedió, por cierto, en las UPP (Unidades de Policía Pacificadora) en Río de Janeiro con el control por el tráfico de los altos mandos de la PM.

No hay ni habrá democracia con militares en la política. Es hora de volver a discutir el papel y el carácter de nuestras Fuerzas Armadas. La primera medida es su alejamiento total de la política y las funciones públicas –sin cuarentena y yendo a la reserva como ocurre hoy–, el abandono de las GLO (Garantías de Orden Público) y la devolución al Ministerio de Defensa de sus derechos civiles. y al GSI (Oficina de Seguridad Institucional de la Presidencia de la República) de su rol jurídico, no necesariamente militar. Significa cambiar el artículo de la Constitución de 1988 que les otorgaba la facultad de garantizar los poderes constituidos, es decir, de tutela sobre el gobierno civil.

Es hora de revisar, eso sí, los contenidos de los planes de estudio de las escuelas militares que necesitan superar la visión retrógrada de la guerra fría y el enemigo interno. Los planes de estudios deben tener el carácter científico, pluralista, democrático y laico de la educación pública, sin discriminación ni prejuicios.

É hora de fazer valer o papel de comandante em chefe do presidente da República dentro da lei de promoções dos oficiais da ativa das Forças Armadas aprovada pelo Congresso Nacional, de submeter os militares aos poderes constituídos oriundos da soberania popular –o presidente da República e o Congreso Nacional.

Es hora de modernizar las Fuerzas Armadas para contar con un Ejército profesional moderno y actual, que cumpla con la definición constitucional que determina que nuestra República se rige en sus relaciones internacionales por los siguientes principios: la independencia nacional, la prevalencia de los derechos humanos, la autodeterminación. determinación de los pueblos, no intervención, igualdad entre los Estados, defensa de la paz, resolución pacífica de los conflictos, repudio al terrorismo y al racismo, cooperación entre los pueblos para el progreso de la humanidad y concesión del asilo político.

Ninguno de los fundamentos de nuestra Constitución ni de sus objetivos fundamentales incluyen la guerra fría, el enemigo interno o incluso la opción por Occidente o el bloque liderado por Estados Unidos. Las Fuerzas Armadas del siglo XXI, como demuestra la crisis actual, necesitan ante todo autonomía y soberanía científica y tecnológica, una industria nacional desarrollada y una industria de defensa nacional, capaz de desarrollar la guerra cibernética y defender nuestras fronteras con un escudo antimisiles. La defensa al viejo estilo, apoyada por la infantería repartida por todo el país, ya no tiene sentido.

Las Fuerzas Armadas, al inmiscuirse en la política y ocupar cargos ejecutivos en el gobierno, se desvían de su función constitucional y no se preparan adecuadamente para las exigencias actuales de la defensa nacional. Exigencias que ya no se cumplen cuando renunciamos al desarrollo científico y tecnológico – el profundo recorte en el financiamiento de la educación y la ciencia es la expresión de la opción por la dependencia; entregamos la base de lanzamiento de cohetes de Alcântara a otro país; descontinuamos el Satellite Launch Vehicle (base para el desarrollo de misiles); abandonamos el desarrollo de aeronaves de última generación; desmantelamos la industria marina y nuestras empresas de ingeniería y diseño.

La redefinición del papel de las Fuerzas Armadas, con su completa sumisión al poder civil, requiere la participación cohesionada de los partidos y entidades de la sociedad civil, los movimientos populares y sindicales, la academia e intelectuales y, principalmente, el Parlamento y los propios militares. No podemos aceptar, una vez más, la intervención militar en la política y su supuesto papel de árbitro o poder moderador de la nación, ya rechazado por el STF.

Sólo temo –y ojalá me equivoque– que esta tarea quede sólo en manos de la izquierda y de los sectores populares. Esto significaría que las élites políticas y empresariales optaron por apoyar, una vez más, el regreso de los militares al poder, a pesar de las enseñanzas de la historia y el fracaso de estas intervenciones, el retraso y el precio que pagamos. Una opción como esta conduciría al aislamiento definitivo de Brasil y estaría condenada al fracaso tarde o temprano, como ocurrió con el Estado Novo y la dictadura militar.

* José Dirceu fue Ministro de la Casa Civil en el primer gobierno de Lula. Autor, entre otros libros, de Memorias (Generación editorial).

Publicado originalmente en el sitio web Power 360.

 

 

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