Intelectuales, cultura e independencia

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por LUIZ MARQUÉS*

El pensamiento y la sensibilidad ya han tomado partido en la disputa entre civilización y barbarie.

La palabra “intelectual” circula en la prensa francesa para designar a los partidarios del célebre texto (¡Yo acuso!) que Émile Zola publicó el 13 de enero de 1898, en el periódico Amanecer, exigiendo una revisión del proceso judicial que condenó injustamente al capitán Alfred Dreyfus por espionaje. De hecho, por ser judío. La fuente de autoridad moral para el escritor y los colectivos que apoyaban el movimiento era el conocimiento. La participación en una causa política inaugura la representación de los intelectuales. Zola, por cierto, fue asesinado cuatro años después. Pierre Bourdieu, a su vez, se refiere La ambigüedad de la clase de los intelectuales y su conexión con campos específicos del conocimiento.

En la tradición marxista, el intelectual es el equivalente del ideólogo que elabora ideas para intervenir en las luchas políticas. Antonio Gramsci, en la década de 1930, destacó el papel de intelectual vinculado a una clase social, en el trabajo de sedimentación de consensos para la construcción de una hegemonía en la sociedad. En ese momento, Karl Mannheim expuso la tesis de que los intelectuales rondaban por encima de las clases, con una capacidad de síntesis superior a los que estaban en conflicto. Formulación pretenciosa, pues envía a la intelectualidad a una nube alejada de las determinaciones sociales. Compromiso, ambigüedad, hegemonía e imparcialidad son las piezas de un mosaico sin ensamblar.

El sociólogo Fernando Pinheiro, en artículo incluido en el libro agenda brasileña (Companhia das Letras), organizada por André Botelho y Lilia Moritz Schwarcz, simplifica la cuestión: “Lo que caracteriza a los intelectuales es la relación con una obra en términos de cultura, conceptual o estética, de la que son autores o intermediarios”, resume. Herederos de la Ilustración, utilizan la inteligencia para expandir la inteligencia con la ciencia y/o el arte, y postulan su lugar de expresión. Ocuparon el espacio de los monasterios, salones y círculos literarios; hoy, las universidades y la prensa.

Desde la derecha, elaboran argumentos a favor de la economía de mercado, la tradición en la moral y las costumbres y las jerarquías de mando, a pesar de las desigualdades y exclusión de segmentos en el circuito productivo. Desde la izquierda critican los mecanismos de funcionamiento y reproducción del orden social desigual, anclados en teorías del igualitarismo y las libertades públicas. La exaltación de la libertad explica la atracción que ejercen los “ángeles torcidos” de Carlos Drummond de Andrade sobre el universo artístico (música, teatro, literatura, cine, etc.). La libertad es el medio de existencia de las artes. Los regímenes autoritarios encuentran resistencia entre los hacedores de cultura.

Cualesquiera que sean las ideologías y la agenda de luchas, si bien muchos intelectuales y artistas del campo de la cultura se mantienen alejados de las instituciones políticas (Parlamento y partidos) y de los movimientos sociales (en el campo y en la ciudad), por momentos es imposible mantener la distancia. Ocasionalmente, las contingencias inducen a una postura compromete en la defensa de los valores queridos a una sociabilidad democrática y plural, antirracista y antisexista, frente a las amenazas del oscurantismo medieval, la censura y la represión tanto en la vida pública como en la privada.

 

cambiar Brasil

Con el ascenso de la extrema derecha y de Jair Messias a la Presidencia, la rebeldía se convirtió en un deber ético frente al desmantelamiento de las políticas de salud, educación e innovación tecnológica; la liquidación de activos nacionales con privatización y fragmentación de empresas estratégicas; desempleo, informalidad y trabajo precario; el techo del gasto público para satisfacer las demandas de búsqueda de rentas; la devastación criminal de la Amazonía en nombre del agronegocio; el ataque a las instituciones republicanas; la masacre de indígenas y quilombolas; el ataque a los derechos de las mujeres, hombres y mujeres negros y comunidades LGBTQIA+; el secuestro del futuro de la nación; el negacionismo en la pandemia con miles de muertes evitables; armamento; enmiendas parlamentarias secretas; secreto por decreto presidencial para encubrir la corrupción; – nada de lo cual deja dudas sobre la necesidad de perfilarse frente a las cosas malas. Empatizar con el país es gritar: “Basta”.

La victoria, quizás en la primera vuelta de las elecciones de octubre, ayudará a levantar el dique para contener el movimiento destructivo y honrar a Marielle Franco, Dom Phillips, Bruno Pereira, Marcelo Arruda. Y dar más densidad al proyecto liderado por Lula da Silva, con Geraldo Alckmin como suplente. Cuantas menos concesiones tengan que contemplar los nuevos gobernantes para subir a la rampa del Palacio, más fuerzas acumularán para reconstruir el país e implementar políticas de empoderamiento de la dignidad civil, con contenido popular y participación ciudadana.

La intelectualidad -académica y mediática- y los hacedores de cultura son conscientes del problema y de la solución. Basta recordar la posición de demócratas como el epidemiólogo y ex decano de la UFPel Pedro Hallal, la filósofa Márcia Tiburi, el influencer Felipe Neto, la cantautora Anitta y el instrumentista Renato Borghetti, quienes salieron a la televisión para subrayar el voto del “gallo misionero” para el Senado. La lista de personalidades es lo suficientemente robusta como para afirmar que el pensamiento y la sensibilidad ya han tomado partido en la contienda entre civilización y barbarie.

Hay una carrera por dar jaque mate al antiintelectualismo y al odio contra todo lo que huela a arte, cultura y intelligentsia, para evocar el término legado de los literatos rusos que se consideraban portavoces del pueblo oprimido. La postergación de las leyes Paulo Gustavo y Aldir Blanc repite la negligencia del mandatario en los últimos cuatro años (los brutos no aman). Hay prisa por arrojar al basurero de la historia la mala gestión de las milicias al servicio del capital globalizado, que siempre se preocupó por los dividendos multimillonarios de los accionistas de Petrobrás, contrariamente al sufrimiento del pueblo, en un territorio que retrocedió a el mapa del hambre, ONU, bajo la gestión negativa de lo indecible.

La metáfora freyreana de la “casa grande” y los “cuartos de esclavos”, con perversidad, es actualizada por quien, en vida imita a los pacientes covid con dificultad para respirar en los pulmones. Hay prisa por convencer a amigos y vecinos de elegir a los candidatos progresistas mayoritarios y proporcionales, de norte a sur, para los cambios civilizatorios anunciados por el “Frente Unidos Pelo Brasil”.

Ni siquiera en el período colonial-esclavista la brecha de desigualdades era tan profunda como en el presente. Allí, al menos, los amos compartían con los esclavizados un patio de circulación común. En São Paulo, por ejemplo, la ciudad con la mayor cantidad de helicópteros del planeta, ni eso existe. La burguesía de la metrópolis, que por sí sola posee el 10% del PIB nacional, nunca se mete en embotellamientos. Los sectores medios opuestos a las ciclovías deberían “mirar hacia arriba”, como en la película. El blanco de los resentimientos reprimidos no se mueve dicha bicicleta, sobre asfalto caliente. ni camina patinar.

El neoliberalismo, como modelo de política económica y de relaciones sociales, ha incrementado la enorme exclusión de los pobres y fortalecido los prejuicios de género, raza/etnia y orientación sexual. No es casualidad que los delitos de feminicidios y masacres en la periferia se hayan disparado en las estadísticas. El neofascismo ha puesto una pata sobre las manifestaciones del conocimiento y la imaginación creativa. Hay prisa por tirar de la cadena con la mierda que trae la familia que adquiere bienes raíces, en efectivo.

El fracaso no se limita a la figura del presidente y del superministro de Economía; es también una apuesta por el libre mercado y las desregulaciones (reformas laborales y de seguridad social). La solidaridad del Estado con las clases y personas vulnerables es el piso seguro para dar lugar a una nueva realidad, más incluyente que excluyente, que devuelva la esperanza a la población. La decisión no depende de la “élite” contra la patria con complejo mestizo, que pisotea la soberanía brasileña y “convierte a todo el país en un prostíbulo”, como denunció Cazuza. Con la movilización de todos y cada uno de nosotros, venceremos la alienación y la apatía, poniendo el bloque en la calle.

Votar nunca ha implicado tal compromiso en la bandera de la democracia para cambiar Brasil y encarnar la ola antineoliberal y antineofascista que se extiende en América Latina y en el mundo, que no quiere volver a experiencias autoritarias, totalitarias o teocráticas. . Otra razón es posible, más tarde después de las elecciones. Esa es la independencia que queremos celebrar en 2022 y más allá.

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.

 

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