los farsantes

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Flávio Aguiar*

Mientras se desarrollan las farsas, los cadáveres se amontonan, la vejez y el futuro son pisoteados... junto con la razón.

El Corona-Virus y la situación que atravesamos nos hacen visitar viejos temas. Libros viejos. películas antiguas...

revisado el invento de morel, novela del argentino Adolfo Bioy Casares, publicada en 1940, que había leído en la década de 1960. Un prófugo condenado a cadena perpetua en Venezuela llega a una isla del Caribe supuestamente desierta y sospechosa de haber sido golpeada por un extraño y plaga desconocida. Impulsado por las circunstancias, cree haber logrado un aislamiento perfecto, que lo protegerá. Hay algunos edificios misteriosos y abandonados en la isla: un edificio residencial, que él identifica como un “museo”; una sala de máquinas, a menudo invadida por las mareas; un charco de agua podrida y peces muertos…

Sin embargo, de vez en cuando aparecen misteriosos visitantes, que lo llenan de pánico, ya que piensa que lo pueden delatar. Son muchos, pero sobresalen dos: un hombre maduro, barbudo, vestido como un tenista, que parece ser el líder del grupo; y una joven, llamada Faustine, que es el blanco de los intentos de acercarse al “hombre barbudo”, quien es la Morilla del título. El perseguido termina enamorándose de la muchacha, aunque ella nunca le dice una palabra; ni siquiera parece verlo.

Los visitantes mantienen hábitos extraños, ya que siempre hacen las mismas cosas, siempre dicen las mismas frases, de vez en cuando desaparecen y reaparecen, como irse y regresar de la nada. Para complicar las cosas, se sumergen en la piscina cuyas aguas aparecen limpias y sucias, según la ocasión; y en el cielo coexisten dos soles y dos lunas… Bueno, los que conocen la historia saben de lo que hablo, y no quiero estropear el suspenso de la narración para los que no la conocen. El foco que pongo en la agenda es el drama ético que asalta al personaje fugitivo, presionado entre desvelarlo y destruirlo todo o sumarse a la pantomima fantasmal que presencia día tras día, semana tras semana, adivinando la tragedia que se esconde detrás de todo ello. .

¿No es este el drama que estamos viviendo, atrapados como fugitivos en una isla de aislamiento que supuestamente nos protege de la locura que estamos presenciando, tanto por el Corona-Virus que nos rodea como por el Pocket-Virus que nos asalta a diario con la misma frases, los mismos insultos a la inteligencia, en una repetición a la vez aburrida y trágica?

Hoy vi uno de los VT de la farsa habitual, montado día tras día frente al Palácio do Planalto, con la pandilla de histéricos fanáticos que gritan frases de sintaxis rota apoyando su "mito" y junto a los periodistas insultados por el virus parlante que Las llamadas y los medios de comunicación los representan como “sinvergüenzas” y “mentirosos”, ambos partidos –esbirros y periodistas– contenidos en su corralito como niños del pasado, que se quedaban en estos recintos para ser contenidos en sus movimientos.

Día tras día vemos, en imágenes fantasmales, estas sombras de “personas” y “medios” moviéndose monótonamente en las mismas performances de siempre (aunque aparentemente despotricen o hagan preguntas diferentes cada día), como los prisioneros de la empresa de Morel en la novela, cuyas aspiración es alcanzar la inmortalidad. La del Mesías, más modestamente, pero como su nombre lo indica, es aferrarse al Palácio do Planalto, que desde la conquista se convirtió en su salvavidas para evitar el oprobio y la condena por crímenes... bueno, más de irresponsabilidad que de responsabilidades...

Y así navegamos estos mares. Asistimos a escenas fantásticas: los sepultureros de la democracia de ayer se transforman hoy en paladines de ella; los malvados sacerdotes que ayudaron a liberar a la bestia del apocalipsis político que desmantela Brasil y sacrifica a su pueblo en el altar del virus se convierten en vestales del templo republicano, pidiendo equilibrio y mesura por parte del paquidermo que soltaron en la cacharrería… Y también está el superengaño llamado Donald Trump…

Para los que han leído, y para los que leerán la novela, ¡está Morel para articular todo esto!

En otro momento, pero ligado a nuestro drama, revisé los dioses malditos, por Luchino Visconti, La caída de los dioses, en italiano, aunque el idioma original de la película es el inglés, se centró en la historia de una familia de la aristocracia alemana, los Essenbeck.

¡Qué magnífica película! Y cuánto enseña sobre nuestro momento, aunque estrenada en 1969, por lo tanto hace 51 años.

Antes de entrar en el fondo de la trama, quiero señalar las maravillosas actuaciones: Helmut Berger ahoga al pérfido, a la vez débil y arrogante Martin Essenbeck; Ingrid Thulin monta un espectáculo como Sophie, su madre frágil y dominante; Dirk Bogarde interpreta al codicioso, venal, traicionero y traicionado Friedrich Bruckmann, que lo codicia todo; Reinhard Kolldehoff da vida al grotesco, borracho y patético Konstantin von Essenbeck, miembro de las SA, quien como tal terminará asesinado por las SS en la “Noche de las Dagas Largas” (30 de junio – 01 de julio de l934); Albrecht Schönhals actúa breve pero brillantemente como el patriarca de la familia, el barón Joachim von Essenbeck, antinazi más por desprecio por los “advenedizos” que por principios democráticos; también está Helmut Griem, que interpreta a un sólido y pétreo Aschenbach, un oficial de las SS que, en el fondo, está al mando de la acción, con el objetivo de transformar la ferrería de la familia Essenbeck en una industria de guerra. Alabemos también el punto de la brasileña Florinda Bolkan, en el papel de la prostituta Olga, que se convirtió en una de las elegidas de Visconti.

La película, vagamente inspirada en la historia de la familia Krupp y la novela. Los Buddenbrook, de Thomas Mann, expone la completa degradación moral que se hace cargo de la familia y de las personas que gravitan en torno a ella, como es el caso de Bruckmann, amante de Sophie, nuera del barón, viuda de su hijo, considerado un héroe de la Primera Guerra Mundial.

Con la connivencia de Sophie, Bruckmann asesina al anciano barón y culpa a Herbert Thalmann (Umberto Orsini), el vicepresidente de la siderúrgica, también antinazi y que se ve obligado a huir para no ser detenido por la Gestapo. Se suponía que el control de la compañía pasaría al grosero Konstantin, pero a través de la influencia de su madre, el nieto del barón, Martin, entrega el mando ejecutivo a Bruckmann, quien tiene conexiones con las SS Aschenbach.

A medida que los Essenbeck y los Bruckmann se enredaron con las SS, después de la muerte del Barón, los asesinatos continuaron y la familia se degradó moralmente, en un viaje sin retorno. La “lección” de la trama es que, dado el primer paso de degradación, los demás se vuelven inevitables, como en una tragedia griega, hasta el momento final de la película, cuando Martín, que practica todas las perversiones imaginables, desde la pedofilia hasta la violación de su propia Madre, ahora vestido como el SS en el que se ha convertido, hace el saludo nazi frente a dos de los cadáveres que ayudó a sembrar. Los espectadores “fuera” de la película sabemos que esta tragedia es solo el preludio de otra mayor, con alrededor de 85 millones de muertos en todos los continentes y la destrucción de varios países.

La película invita a la reflexión, si proyectamos su vaticinio, que la pérdida de la dimensión moral no tiene límites una vez iniciada, sobre la pocilga del circo de los horrores instalada frente al Palacio del Planalto, donde las sombras de las personas que se han desvinculado de cualquier círculo de racionalidad y ética, lanzando maldiciones y saludos fanáticos, frente a representantes de un medio que, en su mayor parte, también desvinculó la decencia periodística y ahora cosecha los insultos de la monstruosidad que ayudaron a crear.

Asimismo, el farsante que ocupa la Casa Blanca, en Washington, inventa todo tipo de mentiras para aferrarse al poder que ha conquistado, con la connivencia y complicidad, además de la de sus ayudantes directos, que tritura a millones de millones de personas. su camino ciudadanos que siguen creyendo en él y en el "destino manifiesto” de su nación para dominar el mundo, ahora en nombre de “América primero” a lo que Bolsonaro se inclina y descaradamente quiere hacer que Brasil se incline.

¿A qué mayor tragedia nos conducirán estas farsas? Ya estamos en él: mientras se desarrollan las farsas, se acumulan los cadáveres, se pisotea la vejez y el futuro… junto con la razón.

¡Buena lectura y buena película! Y los hombres del futuro, cuando piensen en nosotros, que lo hagan con indulgencia, como escribió Brecht.

* Flavio Aguiar es escritora, profesora jubilada de literatura brasileña en la USP y autora, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (Boitempo)

Referencias

Adolfo Bioy Casares. el invento de morel. Sao Paulo, Cosac Naify

los malditos dioses (La Caduta degli Dei)

Italia, 1969, 156 minutos

Dirigida por: Luchino Visconti

Reparto: Helmut Berger; Ingrid Thulin; Dirk Bogarde; Reinhard Kolldehoff; Albrecht Schönhals; Florinda Bolkán.

 

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