por Flavio Aguiar*
El debate abolicionista en la política del Segundo Reinado
A finales de 2021, Ivana Jinkings, de la editorial Boitempo, me invitó a escribir el prólogo de uno de los libros de Astrojildo Pereira, interpretaciones, publicado en 1944. En ese año, la Segunda Guerra Mundial y el Estado Novo brasileño marchaban hacia su fin, con la ya previsible derrota del Eje y el derrocamiento de Getúlio Vargas, orquestados más por la derecha que por el centro o la izquierda. Y Astrojildo ya había sido excluido de la dirección del Partido Comunista, entonces todavía llamado “de Brasil”, y del propio Partido.
El libro está dividido en tres partes. En la primera, el autor aborda algunos de sus temas literarios favoritos, entre ellos, la obra de Machado de Assis. En el segundo, aborda escenarios de nuestra historia social, política, cultural y económica, particularmente el período del Segundo Reinado. En el tercero, analiza aspectos del perfil de Adolf Hitler y los nazis, y termina con un largo comentario sobre los deberes de los intelectuales en la posguerra y el post-Estado Novo que se avecina, con promesas de democratización.
No repetiré el prefacio aquí. Pretendo centrarme en un aspecto que me llamó la atención, basado en un ensayo de la segunda parte, “Rui Barbosa y la esclavitud”. En él, Astrojildo parte del dictamen escrito por el entonces diputado Rui Barbosa sobre el llamado “Proyecto 48 A” del gabinete encabezado por el Primer Ministro Manuel Pinto de Sousa Dantas, para hacer un repaso pormenorizado del debate parlamentario sobre el fin o mantenimiento de la esclavitud.
El proyecto, presentado al Parlamento a mediados de 1884, preveía la abolición gradual de la esclavitud hasta el 31 de diciembre de 1889. Fue firmado por el hijo del senador Dantas. Pero en realidad, dice Astrojildo, lo había escrito el propio Rui Barbosa. Éste, de incorporarse al gobierno, acabó perdiendo el cargo de diputado; pero esto no le impidió escribir la opinión de más de 200 páginas sobre el proyecto que él mismo había escrito.
La reacción de los esclavistas al proyecto fue brutal e inmediata. Los conservadores se manifestaron en contra de la propuesta; los liberales se dividieron, lo que le costó el puesto a Sousa Dantas, quien fue depuesto por una moción de censura pocas semanas después de la presentación del proyecto de ley. Uno de los vectores de la ira conservadora fue el hecho de que el proyecto preveía la liberación de esclavos sin compensación a sus dueños.
Los debates que siguieron, en la plataforma y en la prensa, fueron acalorados y acalorados. Y lo que destaca a los ojos de los lectores de hoy es su extraordinaria relevancia a principios del siglo XXI.
Se ve la sucesión de palabras y argumentos que, mutatis mutandis,, se repiten hoy hasta la saciedad, particularmente después del golpe de 2016 contra Dilma Rousseff y el ascenso, en 2018, del actual usurpador del Palacio del Planalto, a quien me niego a llamar presidente.
Ahí están, en palabras de los propios polemistas, el vallado de la “esperanza” de los abolicionistas contra el “odio” de los esclavistas. Los abolicionistas insisten en la tesis de que su fin es “civilizar” y que la sucesión de leyes que limitaron la esclavitud trajeron innumerables beneficios a la economía del país. Pero los esclavistas siempre argumentan que el propósito de acabar con la esclavitud “atenta contra el derecho de propiedad”, lo que llevará al país al “caos” económico, social y político, a la “sacudida del orden público”, a la explotación de las “clases” ricas y ordenadas”. Tampoco faltan quienes afirman que la abolición es un proyecto “comunista” (¡sic!) y que pretende traer el “barco pirata de la Internacional” a Brasil (¡sic! ¡sic! ¡sic!).
Vemos también en la defensa del proyecto del gabinete de Sousa Dantas, que fue muy cauteloso en su proceder, la disposición de “ni retroceder, ni detener, ni precipitar”, que nos recuerda, aunque con otras intenciones, aquel argumento de “distensión lenta, segura y gradual”…
Tampoco falta, cuando finalmente se aprobó y firmó la Ley Áurea en 1888, el sentimiento de frustración por parte de los abolicionistas, que Rui Barbosa resumió calificándola de “atroz ironía”. Motivo: los abolicionistas defendían que, una vez hecha la abolición, sería la antesala de una reforma agraria, con reparto de tierras y ayudas estatales a los antiguos esclavos, para fijarlos en la tierra y también para “acabar con los latifundios”. Nada de esto sucedió, y la entonces naciente República se impuso sobre una masa de desheredados y sobre un cerco de instituciones caducas y retrógradas, que en su mayoría se mantienen hoy y luchan por ampliar su alcance político y económico.
Un elemento no despreciable del ensayo de Astrojildo es demostrar cómo el debate abolicionista fue central en la política del Segundo Reinado, subrayando la valentía con la que sus líderes lucharon por la causa. Lo que también ayuda a relativizar los argumentos de quienes ven la abolición y la campaña que condujo a ella solo como una farsa inocua.
* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (Boitempo).